Antes de ofrecernos ayahuasca, la chamana nos habló de
elevarnos, de dejar por un rato de comportarnos como meros ratones
temerosos e inquietos. Nos invitó a encarnar en águilas, volar y
mirar(nos) desde arriba. Venía hace días rumiando este ensayo sobre los
drones. Después de semanas de (re)pensar, hablar y escribir hasta el
hartazgo sobre el triunfo y la asunción de Trump, de constatar la
entronización en Estados Unidos de los oligarcas del tecnofeudalismo
(Varoufaquis 2023) y de confirmar, al decir de Nancy Fraser (2023), el
carácter cada vez más caníbal de la fase actual del capitalismo, estaba
angustiado. Ordené mi reflexión sobre los drones en torno a cómo los
operativizó el capital para cinco funciones estratégicas: vigilar,
castigar, producir, vender y entretener. Pero, por alguna razón, no
lograba sentarme a escribir este texto. La ceremonia del sábado pasado,
una cuña en este tiempo frenético, me permitió disipar por un momento la
niebla mental que nos asedia cada día. Como me enseñó un viejo amigo,
rescatando a Hölderlin, allí donde está el peligro también crece la
salvación (López Seoane 2023). Pude por fin hacer una pausa en medio de
la aceleración que nos impone el capitalismo de plataformas y las
novedades diarias que nos proponen las inteligencias artificiales
generativas. El brebaje misterioso me rescató frente al acechante deadline
y me regaló una idea intuitiva: los drones volarán más alto que las
águilas, emularán a las abejas para comportarse como enjambres y
acumularán más datos que la más evolucionada de las especies, pero nunca
van a poder disfrutar los misterios del viaje que nos regala la planta
sagrada de los pueblos amazónicos.[2]
Los drones comenzaron como vehículos aéreos no tripulados (VANT)
utilizados en operaciones militares, como la vigilancia y los ataques
aéreos. Sin embargo, la difusión y democratización de esta tecnología
permitieron que se expandieran a un abanico mucho más amplio de
aplicaciones. En la actualidad, el mercado global de drones está
experimentando un crecimiento exponencial, alimentado por la disminución
de los costos de fabricación, el desarrollo de baterías más eficientes y
los frenéticos avances en inteligencia artificial (IA), que permiten a
estos dispositivos realizar tareas con un nivel de autonomía impensada
hace apenas un par de décadas.
Uno de los aspectos más interesantes de los drones es su capacidad de
operar sin intervención humana directa, utilizando algoritmos complejos
para ejecutar tareas específicas. Esto les permite realizar trabajos de
monitoreo, análisis y entrega sin necesidad de personal en el lugar, lo
que abre una serie de posibilidades tanto en el ámbito económico como
en el político, cultural y social.
Los drones y los programas y las IA asociados a su accionar se
transformaron en el último fetiche de los tecnofílicos, en la máquina
perfecta para esta fase del capitalismo. Creados originalmente para la
guerra, cumplen las mencionadas cinco funciones vitales para la actual
reproducción del capital. Podrán volar alto, pero nunca serán capaces,
como nosotros, de devenir águilas ayahuasqueras.[3]
Podrán incluso recopilar infinitos datos y relatos sobre nuestras
visiones psicodélicas, pero nunca experimentarán el misterio existencial
al que nos arroja la DMT, la “molécula de Dios”.[4] Son, apenas, fake águilas.[5]
En Nexus, Yuval Harari inicia su macrohistoria de las redes
de información relatando la fascinante aventura de Cher Ami, una paloma
mensajera que salvó la vida de 194 soldados estadounidenses que luchaban
en el norte de Francia durante la Primera Guerra Mundial (Harari 2024,
37-38). En 1918, el Batallón Perdido estaba atrapado y bajo fuego
enemigo. Desesperados, enviaron a Cher Ami con un mensaje crucial que
cruzó el campo de batalla bajo un intenso ataque. Aunque herida, la
paloma cumplió su misión, logrando transmitir la ubicación del batallón y
permitiendo su rescate. Este evento demuestra cómo, incluso en
circunstancias extremas, la comunicación ha sido un pilar fundamental de
la supervivencia y la estrategia humana. Algunos, estirando el mito,
dicen que esa paloma cambió el curso de la conflagración. Hoy existen
unos 15 millones de drones que intentan emular a esa famosa y
condecorada paloma.
Vigilar: El panóptico del siglo XXI
Los drones vienen revolucionando la vigilancia, ofreciendo una
capacidad sin precedentes para monitorear grandes áreas desde el aire.
El mercado global de drones para vigilancia y seguridad alcanzó los
8.400 millones de dólares en 2022 y se espera que crezca a un ritmo
anual del 15 % hasta 2030. Empresas y gobiernos utilizan drones para
supervisar infraestructuras críticas, controlar multitudes y garantizar
la seguridad en eventos masivos. Mientras que los tecnofílicos ponderan
el menor costo y la mayor eficiencia frente a métodos de vigilancia
tradicionales, distintos analistas y activistas denuncian la creciente
violación de la privacidad. En 2020, por ejemplo, la American Civil
Liberties Union (ACLU) advirtió que los drones podrían convertirse en
una herramienta de vigilancia masiva, permitiendo a las autoridades
rastrear a individuos sin su consentimiento. Un caso emblemático ocurrió
en China, donde drones equipados con cámaras térmicas y reconocimiento
facial fueron utilizados para monitorear a ciudadanos durante la
pandemia de covid-19, generando un debate global sobre el equilibrio
entre seguridad y privacidad. Los cuerpos policiales y de seguridad en
todo el mundo utilizan cada vez más drones para vigilar grandes
concentraciones de personas, realizar operaciones de rescate y recopilar
evidencia en escenas de crimen. En 2024, por ejemplo, China instaló una
red de drones de vigilancia en Beijing que permite monitorear hasta el
90 % de la ciudad en tiempo real.
Castigar: Drones como herramientas coercitivas
En el ámbito del castigo y el control, los drones han sido utilizados
tanto para mantener el orden como para infligir daño. En conflictos
armados, los drones militares como el famoso Predator han sido empleados
para llevar a cabo ataques selectivos. Entre 2010 y 2020, estos
vehículos aéreos no tripulados estadounidenses mataron a entre 8.000 y
12.000 personas en países como Pakistán, Yemen y Somalia, incluyendo
civiles. Estos asaltos quirúrgicos se hacen violando la soberanía de
países a los que no se ha declarado formalmente la guerra, a la vez que
cometiendo asesinatos sin posibilidad de juicio ni defensa previa, y
ocasionando múltiples “daños colaterales”. Pero el uso de drones no se
limita a conflictos bélicos. En 2021, la policía de Israel utilizó
drones para dispersar manifestantes en Jerusalén, lanzando gases
lacrimógenos desde el aire. Este tipo de aplicaciones ha generado un
intenso debate sobre la ética del uso de drones en contextos civiles.
Priorizados para reducir bajas entre pilotos en conflictos armados (en
Estados Unidos, desde los años setenta del siglo XX, una constante de
las incursiones militares fue evitar el “síndrome de Vietnam”), empujan
una deshumanización de la guerra y del control social.
Los drones, al fin y al cabo, están modificando la forma en que se libra la actual Guerra Mundial Híbrida (Merino,
2024). Abundan los ejemplos. En marzo de 2023, un dron estadounidense
MQ-9 Reaper fue derribado sobre el mar Negro por un caza ruso Su-27. El
incidente ocurrió en aguas internacionales cerca de Crimea, una región
anexada por Rusia en 2014. Según el Pentágono, el dron realizaba una
misión de vigilancia rutinaria cuando fue interceptado por aviones rusos
que arrojaron combustible sobre él y lo golpearon con su hélice,
provocando su caída. Este evento marcó un punto de tensión en las
relaciones entre Estados Unidos y Rusia, ya que fue la primera vez que
un dron estadounidense fue derribado en una confrontación directa con
fuerzas rusas. La operación militar de Moscú de Ucrania, en 2022, ha
sido un campo de pruebas para el uso de drones en combate. Uno de los
desarrollos más sorprendentes ha sido el uso de drones kamikaze, como el
Switchblade estadounidense y el Lancet ruso. Estos drones pueden
permanecer en el aire durante horas antes de estrellarse contra un
objetivo con una carga explosiva. Un dron Lancet ucraniano fue utilizado
para destruir un sistema de defensa aérea ruso S-300 en la región de
Jersón. El video del ataque, difundido en redes sociales, muestra cómo
el dron se acerca sigilosamente al objetivo antes de impactar y causar
una explosión masiva. Este tipo de tácticas ha demostrado cómo los
drones pueden nivelar el campo de batalla, permitiendo que fuerzas más
pequeñas y menos equipadas enfrenten a ejércitos convencionales. En
enero de 2024, una base militar estadounidense en Jordania fue asediada
por un enjambre de drones armados. El ataque, atribuido a milicias
respaldadas por Irán, dejó tres soldados estadounidenses muertos y
decenas de heridos. Este incidente marcó la primera vez que una ofensiva
con drones causó bajas estadounidenses en Medio Oriente. El hecho es
sorprendente no solo por su impacto humano, sino también por su
sofisticación. Los drones utilizados eran pequeños, difíciles de
detectar y operaban en conjunto, superando las defensas de la base. Este
evento ha llevado a un replanteamiento de las estrategias de protección
contra drones en zonas de conflicto.
Los drones no solo se utilizan en conflictos armados, sino también en
protestas civiles. Durante las movilizaciones contrarias al gobierno de
Pekín realizadas en Hong Kong en 2019, los manifestantes utilizaron
drones para vigilar los movimientos de la policía y coordinar sus
acciones. En una anécdota memorable, un dron equipado con una cámara
capturó imágenes de la policía utilizando gas lacrimógeno contra los
manifestantes, lo que luego se viralizó en redes sociales y generó
indignación internacional. Sin embargo, la policía también utilizó
drones para monitorear a los manifestantes, creando una especie de
“guerra de drones” en el aire. Este uso dual de la tecnología subraya
cómo los drones pueden ser herramientas tanto de resistencia como de
represión, de control como de creación.
Producir: Agricultura, minería, construcción, logística
En el ámbito de la producción, los drones están transformando
actividades como la agricultura y la logística. En la agricultura, los
drones equipados con sensores y cámaras multiespectrales permiten
monitorear cultivos, optimizar el uso de recursos como agua y
fertilizantes, predecir rendimientos y detectar enfermedades en las
plantas con una precisión inédita. Un estudio reciente en India mostró
que el uso de drones en la agricultura redujo en un 20 % el consumo de
agua y aumentó un 15 % el rendimiento de los cultivos. El mercado de
drones agrícolas superará los 32.000 millones de dólares este año. En
logística, empresas como Amazon y UPS están utilizando drones para la
entrega de paquetes. En 2022, Amazon realizó su primera entrega
comercial con drones en California, prometiendo entregas en menos de 30
minutos. Dos años más tarde, la compañía de Jeff Bezos completó su
millonésimo reparto por dron en áreas rurales de Estados Unidos,
marcando un hito en la historia del comercio electrónico. En 2020,
mientras tanto, se denunció que Amazon había utilizado drones para
monitorear a sus propios trabajadores durante huelgas. En la
construcción y la minería, los drones facilitan inspecciones y mapeos de
terrenos, reduciendo costos y riesgos para los trabajadores. Según un
informe de 2024 del Foro Económico Mundial, se espera que la
automatización provocada por los drones y otras tecnologías elimine
cerca de 85 millones de empleos en todo el mundo para 2030. Tal como
explicó Marx, la pulsión de reemplazar trabajo vivo por trabajo muerto,
propia del capital, está acelerando la transformación del trabajo y
arrojando a decenas de millones de personas al desempleo. Esto podría
provocar una tragedia social o todo lo contrario, ampliar el tiempo
libre disponible para el ocio creativo, si construimos un sistema
económico-social poscapitalista que nos permita emanciparnos, al menos
parcialmente, del yugo del trabajo.
Vender: Publicidad y marketing aéreo
Los drones también han encontrado un nicho en el mundo del marketing y
la publicidad. En 2019, durante el Super Bowl, la empresa Drone Light
Show utilizó 300 drones para crear un espectáculo aéreo publicitario que
fue visto por millones de personas. Este tipo de campañas no solo es
innovador, sino también más sostenible que los fuegos artificiales
tradicionales. Además, los drones están siendo utilizados para recopilar
datos de consumidores. Por ejemplo, en centros comerciales, drones
equipados con cámaras y sensores analizan el comportamiento de los
compradores, ofreciendo a las empresas información valiosa para
personalizar sus estrategias de venta.
También son cada vez más utilizados en lo que podríamos denominar marketing geopolítico.
Los récords Guinness relacionados con drones se han convertido en una
forma más de competencia entre China y Estados Unidos, reflejando no
solo avances tecnológicos, sino también la capacidad de cada país para
innovar y captar la atención global. Estos récords son utilizados como
herramientas de propaganda, proyectando una imagen de liderazgo y
superioridad tecnológica. En 2018, China estableció un récord Guinness
con un espectáculo de 1.374 drones volando simultáneamente en la ciudad
de Xi’an. Tres años más tarde, la empresa estadounidense Intel rompió el
récord con un espectáculo de 2.066 drones. En septiembre de 2024, China
volvió a superar su propio récord con un espectáculo de 10.000 drones
volando simultáneamente, bajo control de una sola computadora, en la
ciudad de Shenzhen, incluyendo animaciones 3D de animales, monumentos
icónicos y mensajes publicitarios. El espectáculo fue transmitido en
vivo a nivel global, reforzando la posición de China como líder en
tecnología de drones. También en 2024, Intel, en colaboración con
Disney, organizó un espectáculo con 3.500 drones en Orlando, Florida,
para celebrar el centenario de la empresa de entretenimiento líder en
Estados Unidos. El show incluyó formaciones de personajes clásicos de
Disney y efectos sincronizados con música, estableciendo un nuevo récord
en ese país. En la última Navidad, en Texas, se batió el récord de un
espectáculo con drones en Estados Unidos, con casi 5.000 volando en
forma coordinada.
Entretener: Deporte, cine y espectáculos
En el ámbito del entretenimiento, los drones abren año a año nuevas
posibilidades. En el cine han revolucionado la cinematografía aérea,
permitiendo tomas espectaculares a un costo mucho menor que los
helicópteros. Películas como Skyfall y The Wolf of Wall Street
utilizaron drones para capturar escenas icónicas. En el deporte, los
drones se utilizan para transmitir eventos desde ángulos imposibles.
Durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, drones equipados con cámaras
4K ofrecieron vistas panorámicas de las competencias, mejorando la
experiencia del espectador.
En el ámbito cultural, los drones han abierto nuevas posibilidades
para la creatividad y el entretenimiento. Fotógrafos y cineastas
utilizan drones para capturar imágenes aéreas espectaculares,
transformando la narrativa visual en diversas industrias. En 2024, el
Festival Internacional de Cine de Cannes otorgó por primera vez un
premio a la mejor cinematografía por dron.
Los drones también han dado lugar a competiciones deportivas, como
las carreras de drones, que atraen a audiencias globales y generan
nuevas oportunidades comerciales. En Dubái, la carrera de drones World
Drone Prix 2024 alcanzó un récord de velocidad con un dron que superó
los 260 km/h.
Además de entretener, los drones también han demostrado ser herramientas valiosas en contextos humanitarios.[6]
Durante desastres naturales, como terremotos o inundaciones, los drones
permiten evaluar áreas afectadas de manera rápida y eficiente,
facilitando la distribución de ayuda y la identificación de personas
atrapadas. Por ejemplo, en el terremoto de Turquía en 2024, drones
equipados con cámaras térmicas ayudaron a localizar a más de 300
personas bajo los escombros. En regiones remotas, se utilizan para
entregar suministros médicos, como vacunas y sangre, salvando vidas y
mejorando la calidad de la atención sanitaria. Un caso emblemático es el
de Ruanda, donde la empresa Zipline ha realizado más de 500.000
entregas médicas utilizando drones desde 2016. Además, organizaciones
como la ONU han empleado drones para monitorear zonas de conflicto,
recolectar datos sobre violaciones de derechos humanos y proteger a
poblaciones vulnerables. Estas aplicaciones destacan el potencial de los
drones para contribuir al bien común, aunque también plantean preguntas
sobre su regulación y supervisión. En 2024, investigadores de una
universidad en Japón desarrollaron un enjambre de drones capaces de
operar de manera autónoma para limpiar desechos espaciales, marcando un
paso significativo en la preservación del medio ambiente.
¿Tecnología o barbarie?
En esta era donde los oligarcas de las grandes corporaciones
tecnológicas avanzan en el control de las sociedades y los Estados casi
sin mediaciones (el caso Trump-Musk es quizás el más evidente), los
drones, diría Simondon, son mucho más que meras herramientas
tecnológicas. Son dispositivos políticos que reconfiguran nuestras
formas de ver y ser vistos, de existir. Desde su papel en la vigilancia y
los conflictos bélicos hasta su impacto en la esfera económica,
política y simbólica, estos artefactos redefinen las relaciones de poder
en la sociedad contemporánea. Frente a su creciente omnipresencia, es
crucial reflexionar sobre las implicaciones éticas y políticas de su
uso, así como imaginar formas más democráticas y equitativas de integrar
esta tecnología en nuestra vida cotidiana, por fuera de la lógica del
capital.
En un mundo donde la tecnología acelera como nunca antes las
mutaciones de nuestra existencia, como anticipa el niño/a dengue en la
distópica novela La infancia del mundo (Nieva 2023), los drones
se han convertido en una extensión de nuestras capacidades humanas:
vuelan, vigilan, matan, producen, transportan, venden y entretienen,
transformando nuestras vidas cotidianas como nunca antes. Sin embargo,
hay algo que los drones no pueden hacer, algo que como humanos nos
distingue radicalmente de ellos y de las IA y los programas que los
alimentan: sentir. Los drones son, en esencia, herramientas diseñadas
para cumplir tareas específicas. Aunque pueden imitar ciertos
comportamientos biológicos, como el vuelo de un ave, carecen de la
capacidad de sentir. Un dron no puede experimentar miedo al volar a gran
altura, ni alegría al completar una misión. Su existencia está limitada
a algoritmos y sensores que procesan datos, pero no emociones.[7]
Mientras los humanos y los animales pueden experimentar estados
alterados de conciencia, como los provocados por la ayahuasca, los
drones permanecen atrapados en su naturaleza mecánica y, al igual que
las IA, son agentes sin conciencia, incapaces de soñar, de sentir
empatía o de sumergirse en una experiencia verdaderamente inmersiva. En
plena aceleración tecnológica en función de la acumulación del capital,
es necesario superar por un momento el extendido fetichismo tecnofílico,
y la consiguiente alienación, y captar la perspectiva del vuelo de las
todavía existentes águilas ayahuasqueras. En contraste con la frialdad
de los drones, los humanos tenemos la capacidad de experimentar, en
caliente, estados alterados de conciencia que nos permiten conectarnos
con el mundo de maneras profundas y transformadoras. La ayahuasca,
bebida psicodélica utilizada tradicionalmente por pueblos originarios
del Amazonas, no solo altera nuestra percepción, sino que también nos
permite experimentar una conexión profunda con la naturaleza, con los
demás humanos y con nosotros mismos. Tal vez, sin caer en el opuesto
binario tecnofóbico, esta sea una vía para potenciar otras formas de
convivencia con los drones, por fuera de la lógica de expropiación y
explotación del capital, no compitiendo, sino coexistiendo. Al fin y al
cabo, existen muchas maneras de volar.
Notas
[1]
Agradezco la lectura del borrador de este ensayo y los comentarios,
críticas y aportes de mis amigos y colegas Alejandro Chuca, Cecilia
Palmeiro, Mariano López, Víctor Goldgel, Lucas Martinelli, María Cecilia
Míguez y Juan Pechín. Por supuesto, los eximo de los errores,
distorsiones u omisiones que pudiera contener.
[2]A
propósito, el sociólogo argentino Alejandro Chuca sugiere no exagerar
nuestra mirada humanista-cristiana.¿Les interesa a los drones disfrutar o
es un antropomorfismo nuestro? ¿Por qué competir contra ellos? Ojo con
la tecnofobia, advierte. No caigamos en negarles entidad a las cosas. No
hay que confundir la crítica al capitalismo de plataformas con la
tecnofobia lisa y llana: “¡Qué bien cuando las cosas funcionan bien!”,
celebra (Chuca 2021, 108-116).
[3]
En el seminario “Ventanas de anarquía mental” (Buenos Aires, 2024),
Alejandro Chuca, retomando a los filósofos franceses Gilbert Simondon y
Bruno Latour, se preguntaba si los objetos no podían tener un viaje
psicodélico, suspender, como los humanos colocados, su red neuronal por
defecto y devenir otra cosa. ¿Puede un objeto flashear, vincularse con
la totalidad como un sujeto bajo los efectos de la DMT o la psilocibina?
[4]
La dimetiltriptamina (DMT) es un compuesto natural psicoactivo que se
encuentra en cantidades variables en innumerables plantas y animales y
en grandes cantidades en la chacruna, una de las dos plantas amazónicas
con las que se prepara la ayahuasca (Naranjo 2021; Pollan 2022).
[5]
En 2016, la policía holandesa empezó a entrenar águilas para cazar
drones. Al año siguiente, se conoció en Francia un programa de
adiestramiento de esas aves rapaces para derribar drones. Un equipo de
cuatro, bautizadas como D’Artagnan, Aramis, Athos y Porthos, fue creado
como parte del primer programa piloto. Véase “El ejército francés
entrena águilas para derribar drones amenazantes”, Infobae, 16 de febrero de 2017.
[6]
Si bien no es el objeto de este breve ensayo, vale la pena remarcar que
existe una corriente filosófica, en la que se destaca Gilbert Simondon,
que piensa la tecnología y sus objetos no como meras herramientas
neutras que están a disposición de la humanidad ―para ser bien o mal
usadas―, sino que proponen un modo de existencia. Así como el motor
mecánico irradió a toda la vida social y la afectó, incluso más allá de
la fábrica, los drones también cobrarían un protagonismo y una capacidad
de afectación en el ser humano. “¿Qué modo de existencia y de ser
proponen los drones?” podría ser una buena pregunta para una
continuación de este ensayo.
[7]
Para una perspectiva poshumanista, quizás esto no sea una limitación,
sino apenas una ontología distinta. Chuca nos advierte sobre el error de
caer en una ontología desnivelada: pensar que la existencia de los
objetos es menos importante que la existencia humana. Nos acusa de
incurrir en un resabio cristiano de la metafísica: el Hombre es más
importante y especial que las demás cosas y especies, porque es la
creación privilegiada de Dios.