La diplomacia argentina con Estados Unidos: de “las relaciones carnales” de los noventa al amor de Milei hacia Trump
El
presidente ultra impulsa un alineamiento incondicional con EE UU, como
el que Argentina practicó en los años noventa. Pero el escenario
geopolítico global y la estructura comercial del país son muy diferentes
La
frase se convirtió en emblema y símbolo de una época en Argentina: “No
queremos tener relaciones platónicas [con Estados Unidos]: queremos
tener relaciones carnales y abyectas”. La pronunció en 1991 el entonces
canciller Guido Di Tella y sintetizó el alineamiento total del Gobierno
de Carlos Menem (1989-1999) con la potencia norteamericana. Tres décadas
después, el presidente ultraderechista
Javier Milei
apuesta a retomar aquella intimidad con EE UU, siguiendo los pasos de
quien considera “el mejor presidente argentino de los últimos 40 años” y
entusiasmado con su afinidad ideológica con
Donald Trump,
el mandatario electo en Estados Unidos. Pero los analistas coinciden en
advertir que el contexto geopolítico es muy diferente al de fines del
siglo XX y que Argentina corre el riesgo de enemistarse con sus
principales socios comerciales.
Cuando aún era un
sorpresivo candidato a la presidencia, Milei ya había dejado en claro
cuál sería su política exterior: “Mis aliados son Estados Unidos e
Israel”, decía el año pasado. En los casi 12 meses que lleva en la Casa
Rosada, no ha hecho más que reafirmarlo. De los 15 viajes al exterior
que realizó, siete fueron a Estados Unidos. Entre otros gestos
inequívocos, renunció al ingreso de Argentina en el grupo de los BRICS
(fundado por China, India y Brasil, entre otros), anunció la
construcción de una base naval compartida con EE UU en un punto
estratégico del sur del país y echó a su canciller Diana Mondino porque siguió una tradición nacional de décadas en la ONU y votó contra el bloqueo estadounidense a Cuba.
El
alineamiento de Milei se vio reforzado con el triunfo electoral de
Trump, con quien comparte ideas reaccionarias y estilo de liderazgo.
“Trump me dijo que soy su presidente favorito”, contó Milei tras un
diálogo entre ambos, hace dos semanas. El argentino lo visitó luego en
Palm Beach, Florida, y se convirtió en el primer presidente extranjero en reunirse con Trump después de su victoria.
“El
Gobierno de Milei plantea una suerte de espejo con el Gobierno de Menem
en muchos aspectos: en la política económica, en la reforma del Estado y
también en la política exterior, donde impulsa un revival de las
relaciones carnales, del momento de la historia argentina en que el
país más se alineó con Estados Unidos”, explica Leandro Morgenfeld,
doctor en Historia, profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e
investigador del Conicet. “Pero hay enormes diferencias entre el
contexto de los años noventa y la actualidad”, señala.
La
principal diferencia es que, en aquel entonces, con la caída del Muro
de Berlín, la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra
Fría, el mundo se volvía unipolar y Estados Unidos se erigía como la
potencia dominante. “En esa coyuntura, Menem rompió con la política de
no alineamiento tradicional de Argentina y del peronismo que él
representaba y entendió que había una ganancia a obtener declarando su
adhesión a la única superpotencia mundial del momento”, reseña el
sociólogo Gabriel Puricelli, coordinador del Programa de Política
Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas.
Hoy
el escenario global es otro. “Estados Unidos está en un proceso de
declive relativo de su hegemonía y no encuentra cómo confrontar con el
acelerado crecimiento de China, ni con la estrategia globalista de
[Barack] Obama y [Joe] Biden, ni con la guerra comercial y el
bilateralismo de Trump en su primera presidencia”, dice Morgenfeld. “Un
alineamiento absoluto con Estados Unidos, como el que plantea Milei, no
está leyendo estos cambios”, añade.
Para Puricelli, una
política exterior orientada por los mismos principios que en los noventa
“en la actualidad debería buscar relaciones equilibradas con Estados
Unidos y con China. La adhesión de Milei a EE UU es más incondicional
que la de Menem porque es un abrazo puramente ideológico que prescinde
de los intereses de Argentina. Incluso, habría que decir que el
alineamiento de Milei es más con Trump que con Estados Unidos. En todos
sus viajes a EE UU, Milei fue exclusivamente para participar de
actividades del trumpismo”.
La politóloga Luciana Gil
advierte que “la reedición de las relaciones carnales hoy no parece
viable, no tiene sustento en la realidad”. “Por supuesto que, a nivel
del discurso, Milei puede decir lo que quiera. Pero creo que es un
discurso dirigido a la política interna: ‘Quédense todos tranquilos,
estamos alineados con Estados Unidos y eso va a ayudar al país’. Es
mucho más fácil y claro decir eso que decir ‘el mundo es un caos y vamos
a ir viendo cómo nos arreglamos’. Un mensaje simplista, como es también
el discurso general de Milei, llega más a la ciudadanía y, en este
caso, lo muestra al presidente como alguien distinto, rupturista, que es
lo que él busca”, observa Gil, investigadora del Conicet y profesora en
la UBA y la Universidad de San Martín.
Réditos y riesgos
Mientras bajo el Gobierno neoliberal de Menem
Argentina estrenaba el alineamiento con EE UU, a la vez se creaba el
Mercosur (1991) y se profundizaba el vínculo con Brasil, que devino el
principal socio comercial del país. “Hoy Milei repudia al Gobierno de
Brasil y está haciendo todo lo posible por dinamitar el Mercosur:
incluso en las últimas horas dejó entrever que podría abandonarlo si no
se le permite firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Es
decir, impulsa una política exterior sobreideologizada que enajena los
vínculos históricos de Argentina”, apunta Morgenfeld.
Con
China, segundo socio comercial de Argentina, las tensiones son
similares a las esbozadas con Brasil. Milei comenzó denostando a las
autoridades de ambas naciones (“zurdos”, “corruptos” y “comunistas”) y,
con el tiempo, debió retroceder ante el impacto de esas relaciones en la
economía nacional. “Milei pretende hacer una política exterior que no
puede hacer por la estructura de comercio exterior argentino”, dice
Puricelli. “Cuando se choca contra la pared, se termina adecuando, como
cuando se reúne con Xi Jinping. Pero no es pragmático, su discurso nunca se altera, él siempre piensa lo mismo, es dogmático”.
Si
en la década del noventa gracias a las relaciones carnales Argentina
consiguió financiamiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) para
sustentar el plan de Convertibilidad (la paridad entre el peso y el
dólar), ahora Milei apuesta a conseguir, con el apoyo de Trump, un nuevo
acuerdo con el FMI que incluya fondos frescos para fortalecer las
magras reservas del Banco Central y poder afrontar los próximos
vencimientos de deuda.
La contracara serán las medidas
proteccionistas y los aranceles a las importaciones que ya anunció el
presidente electo de Estados Unidos y que podrían afectar a las
exportaciones argentinas. Puricelli suma otro posible problema: “Trump
es un líder transaccional, está dispuesto a negociar con cualquiera con
quien pueda intercambiar algo. Eso le plantea a Argentina el desafío de
tener algo para ofrecer, pero, como Milei ya se ha alineado
incondicionalmente, hay un riesgo alto de que Trump termine no
prestándole atención”.