La genuflexión cuando es necesaria una estrategia ante una transición global.
En un momento en el que se incrementan las disputas geopolíticas entre Estados Unidos y China, es clave cómo se posicionan los países de América Latina, una región intensamente disputada. Argentina, históricamente en la órbita estadounidense, aunque con un vínculo bilateral en muchas ocasiones tenso, venía incrementando hasta ahora sus relaciones económicas, políticas y culturales con el gigante asiático, lo cual genera no pocas rispideces con Washington. Milei se subordinó a Estados Unidos y emula el discurso trumpista en la confrontación con China. ¿Qué implicancias tiene esta política exterior y qué posibilidades alternativas se abren, en este contexto global crítico, para el despliegue de una inserción internacional más autónoma?
Mutaciones geopolíticas en el siglo XXI
La actual crisis de la hegemonía estadounidense y el resquebrajamiento del mundo unipolar pusieron en jaque tanto al multilateralismo que dio origen a las instituciones internacionales de la posguerra, sostenidas sobre la tríada Estados Unidos, Europa occidental y Japón, como al multilateralismo globalista neoliberal que sobre dicha base se impuso con la caída del Muro de Berlín y el disciplinamiento del llamado Sur Global.
Este proceso constituye el trasfondo de la crisis del sistema multilateral dominante, que también se expresa en la emergencia de otros multilateralismos, que procuran redistribuir más equitativamente el poder y la riqueza mundiales, poniendo en cuestión las jerarquías interestatales y la división internacional del trabajo. El devenir hacia un mundo multipolar agudiza dichas tendencias, poniendo en juego otras visiones y prácticas del multilateralismo, que en la práctica no solo cuestionan el entramado institucional vigente y reclaman democratizar las instituciones multilaterales del viejo orden, sino que también impulsan la creación de nuevas instituciones multilaterales y compromisos Sur-Sur globales y regionales.
El retorno de los globalistas a la Casa Blanca en 2021, de la mano de Joe Biden, supuso volver parcialmente a la estrategia que primó hasta el final del segundo mandato de Barack Obama, pero en un contexto distinto y con matices importantes. Además, la posibilidad cierta de que Donald Trump triunfe en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024 muestra que las fracturas en la clase dominante estadounidense, que se expresaron abiertamente en las elecciones de 2016 que ganó el magnate neoyorquino, siguen plenamente vigentes.
En este contexto, es importante destacar que Nuestra América, lejos de ser irrelevante, es una región intensamente disputada. Rica en recursos estratégicos, con una población de más de 650 millones de habitantes –un mercado codiciado por los grandes jugadores globales–, sin guerras ni grandes conflictos religiosos, es uno de los escenarios de pugna entre Estados Unidos y las potencias occidentales –Europa tiene lazos históricos con la región– y las emergentes –entre las que sobresalen China, Rusia y la India. Contrariamente a lo que repiten generalmente las narrativas hegemónicas en Occidente, fue históricamente y es actualmente una región vital para la pretensión estadounidense de sostener su menguante hegemonía a nivel global.
Teniendo en cuenta estas mutaciones geopolíticas en curso, en este artículo abordamos específicamente el lugar de Argentina en la disputa entre Estados Unidos y China por afianzarse en América Latina y el Caribe. Debatimos con quienes proponen el acrítico alineamiento con Estados Unidos, con el argumento de que compartimos los valores del Occidente geopolítico en el supuesto erróneo de una nueva guerra fría, pero también con quienes idealizan la relación con el gigante asiático (como si todavía fuera parte del Sur Global oprimido) y con quienes, desde la izquierda, equiparan a Estados Unidos y China como si fueran dos potencias imperialistas similares. En su reciente libro América Latina en la encrucijada global, el analista argentino Claudio Katz rebate esas tres perspectivas y señala acertadamente que “China no actúa como un dominador imperial, pero tampoco favorece a América Latina. Los convenios actuales agravan la primarización y el drenaje de la plusvalía. La expansión externa de la nueva potencia está guiada por principios de maximización del lucro y no por normas de cooperación. Beijing no es un simple socio y tampoco forma parte del Sur Global”. Destaca que la estrategia de desarrollo autónomo de América Latina puede sintonizar con China, pero no converger espontáneamente con la política exterior del gigante asiático, que es un potencial socio, pero no un aliado natural, diferencia que es indispensable registrar.
Desde nuestro punto de vista, el desafío para la Argentina es profundizar los lazos con Nuestra América, y desplegar una estrategia de inserción internacional y de política exterior que priorice la integración regional, construya un mayor relacionamiento con China y otros emergentes, pero que no profundice los esquemas extractivistas, reprimarizadores y dependientes. A partir de ahí, la política exterior nacional debe orientarse en función de promover un multilateralismo multi o pluripolar, que difiere tanto del multilateralismo unipolar que defienden el gobierno de Biden y sus aliados, como del unilateralismo unipolar que postula Trump.
Milei, la sumisión a Estados Unidos y los cortocircuitos con China
Tal como señalamos en un reciente artículo en Tektónikos, desde que asumió Milei, hace poco más de ocho meses, Argentina se subordinó a Estados Unidos como nunca antes en su historia. El libertario, emulando la retórica trumpista de una nueva guerra fría contra China, sobreactúa permanentemente el alineamiento con Estados Unidos. Esta política exterior, con medidas y gestos desmesurados, y las gravosas concesiones al Departamento de Estado, al Pentágono, a los servicios de inteligencia de ese país y a las corporaciones estadounidenses, se repitieron constantemente en estos primeros ocho meses de gobierno, y quedaron patentes en los cinco viajes que ya realizó Milei a Estados Unidos, un récord histórico para un presidente argentino. La contracara de ese seguidismo con Estados Unidos son las tensiones generadas con China y también con los gobiernos de los principales países de la región, como Brasil, México, Colombia, Venezuela y Bolivia.
Si los vínculos bilaterales con el gigante asiático venían profundizándose en las primeras dos décadas de este siglo, desde diciembre de 2023 aparecieron roces y conflictos. Las declaraciones hostiles del candidato y luego presidente provocaron la paralización de inversiones. La incertidumbre es lo que todavía prima. Algunos imaginan que Milei tarde o temprano tendrá, como Bolsonaro en Brasil, un baño de realidad. Otros, en cambio, sostienen que el recalentamiento del enfrentamiento entre Estados Unidos y China, sumado al alineamiento total con Washington que exhibió el libertario en sus primeros meses en la Casa Rosada pueden dañar el vínculo en forma duradera.
A pesar de que en 2023 China era el segundo socio comercial de la Argentina, Milei no ahorró munición gruesa durante la campaña electoral: “No solo no voy a hacer negocios con China, no voy a hacer negocios con ningún comunista”, declaró en la entrevista que realizó con el periodista trumpista Tucker Carlson en septiembre, semanas antes de las elecciones.
Además de gestos y declaraciones hacia Taiwán, el gobierno libertario resolvió que Argentina no iba a entrar al grupo BRICS, lo cual debía concretarse en enero de 2024, tras las negociaciones que había encabezado Lula unos meses antes, en la última cumbre presidencial de ese bloque estratégico. Esa decisión inconsulta reviste una enorme gravedad geopolítica y marca un punto de clara diferencia con la política del ultraderechista Bolsonaro, quien no sólo no abandonó el BRICS, sino que fue anfitrión de una cumbre de ese grupo en Brasil.
Lo cierto es que, desde la asunción de Milei, China reclamó al gobierno argentino por la paralización de las represas hidroeléctricas en Santa Cruz y por la cancelación de la compra de aviones militares chinos (Milei terminó eligiendo los de origen estadounidense), y recibió con recelo los distintos gestos de funcionarios y dirigentes libertarios hacia Taiwán. Un punto álgido de las tensiones se alcanzó cuando, luego de la visita de Laura Richardson, jefa del Comando Sur, la Casa Rosada hizo propias las críticas estadounidenses al potencial uso militar de la base aeroespacial china en Neuquén.
Intentando recomponer los vínculos bilaterales, luego de un primer trimestre plagado de hostilidades y frialdad, en abril de 2024 la canciller Diana Mondino, el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, y el secretario de Finanzas, Pablo Quirno, viajaron a China durante tres días. Se reunieron allí con el vicepresidente Han Zheng, el viceministro de Comercio y representante para el Comercio Internacional de China, Wang Shouwen, y el presidente del Banco Popular de China, Pan Gongsheng. También tuvo un encuentro con el canciller Wang Yi y con el vicepresidente de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (CNDR), Zhao Chenxin. Además de intentar impulsar el comercio entre ambos países, el gobierno argentino necesitaba renovar los vencimientos de junio y julio del swap de monedas, que ayudaba a recomponer las alicaídas reservas internacionales argentinas. Poco después de ese viaje, la canciller declaró ante Clarín que el gobierno no había podido establecer la presencia o no de militares chinos en la base espacial que el gigante asiático tiene en Neuquén ya que “son chinos, son todos iguales”. Esta alusión ofensiva generó una nueva rispidez a nivel bilateral.
En los primeros meses de 2024 China fue retrocediendo como socio comercial de la Argentina. En marzo cedió el segundo lugar, que ocupaba hasta diciembre de 2023, sólo detrás de Brasil, a manos de la Unión Europea (UE). Poco después cayó al cuarto lugar, detrás de Estados Unidos. Si en enero Argentina exportó a China por valor de 454 millones de dólares, esta cifra se retrotrajo al mes siguiente un 14%, bajando a 391 millones. En esos meses, las importaciones se derrumbaron de 1.012 a 730 millones, lo cual implica una caída del 28%. En marzo, las exportaciones argentinas a China cayeron a 310 millones y las importaciones a 713 millones. Esa caída se da a pesar de que las exportaciones generales de la Argentina aumentaron casi un 10% en los primeros meses de este año, mientras que las importaciones cayeron casi un 24%. Hasta Diego Guelar, ex embajador en China durante el gobierno de Macri, reconoce que “algunas expresiones agraviantes para el sistema político que impera en China generaron el disgusto de sus autoridades”, lo cual es una de las razones que pueden explicar la caída de la participación china en el comercio exterior argentino.
Pese a los cortocircuitos, en junio se acordó la renovación del swap por 5.000 millones de dólares, tras lo cual se filtró la posibilidad de un viaje de Milei a China, para un encuentro cara a cara con Xi Jinping. Sin embargo, luego se postergó esa posibilidad para el 2025, señalándose que el primer encuentro entre ambos mandatarios podría acontecer en noviembre, en la cumbre del G20. El mismo día en que se hacía pública la renovación de swap, Guillermo Francos, jefe de gabinete, se reunió con el embajador chino en Argentina, Wang Wei, tras lo cual señalaron que “ambas partes realizaron un profundo intercambio de puntos de vista sobre la consolidación de la Asociación Estratégica Integral entre China y Argentina” (La Nación, 13 de junio de 2024). Apenas una distensión en medio de un claro distanciamiento bilateral.
China y la diplomacia subnacional
Frente al enfriamiento de las relaciones entre ambos gobiernos nacionales, China está desplegando una diplomacia subnacional. En ese contexto, el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, armó un grupo para atraer inversiones chinas y profundizar las relaciones con el gigante asiático. En él tallan Carlos Bianco, su mano derecha, y el exembajador en China, Sabino Vaca Narvaja. De acuerdo a un informe interno del gobierno bonaerense, China ocupó el primer lugar en 2023 en inversión extranjera directa en la provincia, con el 73,2% del total (1250 millones de dólares de la industria química CPCG, para la construcción de dos plantas, de producción de urea y de fertilizantes, en el Puerto de Bahía Blanca. En ese sentido, un colaborador del gobernador afirmó: “¿Por qué no vincularse con el principal importador del mundo, el principal inversor del mundo y la primera o segunda potencia económica del mundo, depende de cómo se lo mida? Lo estúpido es lo que hace Milei, que se pelea con ellos. A Estados Unidos ni limones les podemos vender, mientras que los chinos nos vienen abriendo sus mercados de alimentos. La jugada de los chinos excede un incentivo más o menos, están conquistando el mundo, no contando monedas. Nosotros estaríamos chochos de ir con los yanquis si nos dan algo, pero nunca nos dieron nada y nosotros les entregamos todo. Los chinos nos dieron el swap, la Ruta de la Seda, las represas, centrales nucleares, el Belgrano Cargas. Y ahora nos mandan empresas que quieren invertir en la provincia” (La Nación, 28 de julio de 2024, p. 16).
Un activo impulsor del vínculo entre Buenos Aires y China es Vaca Narvaja, quien en el marco del Primer Congreso Latinoamericano de Sinología, realizado en julio de 2024 en las Universidades Nacionales de Lanús y José C. Paz, con la presencia de Kicillof, declaró: “El relacionamiento subnacional sin duda genera oportunidades de gran impacto para nuestras provincias y municipios. China tiene menos del 15 por ciento de su territorio cultivable y, a la vez, una clase media de 400 millones de personas que en los próximos 10 años se va a duplicar. Por lo tanto, la complementariedad que tiene con la provincia de Buenos Aires es enorme. Uno de los ejemplos prácticos más claros es el hermanamiento entre las provincias de Buenos Aires y Sichuan. Durante sus años de vigencia, la relación se ha profundizado exponencialmente, generando iniciativas muy positivas a nivel municipal y provincial, atrayendo inversiones y generando nuevas oportunidades comerciales” (Página/12, 17 de julio de 2024).
Estamos en un momento de ofensiva imperial en América Latina y de crecientes necesidades por parte de China. Esta situación de disputa genera oportunidades, desafíos y también entraña grandes peligros para la región. Como sostiene Claudio Katz, “En lugar de aceptar el sometimiento a los mandatos geopolíticos de Estados Unidos y a las prioridades comerciales de China, América Latina podría replantear su relación con los dos poderosos del planeta. Para lograrlo debe recuperar su independencia frente al dominador del Norte y reordenar los acuerdos con Beijing, aprovechando la flexibilidad de esos tratados”. Eso, claro, está en las antípodas de la política que está desplegando el gobierno de Milei, que propone plegarse acríticamente a todos los mandatos de Estados Unidos, entregando recursos estratégicos de acuerdo a las necesidades de las grandes corporaciones occidentales, todo justificado por una supuesta lucha en defensa de los valores occidentales, asediados por una fantasmal y omnipresente amenaza comunista.
En una reciente entrevista, Chris Dodd, Asesor Especial para las Américas de Joe Biden, reconoció abiertamente esa orientación del actual presidente argentino: “Milei es, hoy, el único mandatario regional totalmente alineado con Washington que además cree en el libre comercio. Pese a que América latina rechazó, en su momento, integrarse con Estados Unidos [el ALCA], Dodd dice que ahora hay un “fuerte interés”, y un “apetito real” por hacer negocios con Estados Unidos. Y a pesar de que ahora Washington es más proteccionista, Dodd cree que la iniciativa de Biden “es generadora de empleos”, un win-win para la región y el país” (La Nación, 12 de mayo de 2024). A esa narrativa, acríticamente, adhiere Milei.
Hacia una política exterior latinoamericanista y autónoma
Más allá lo cómo se encarrilen en el futuro las relaciones entre el gobierno de Milei y el de Xi Jinping, lo cierto es que la creciente presencia asiática en la región y las consecuentes presiones estadounidenses van a plantear renovados desafíos. En un trabajo reciente, Gabriel Merino, Julián Bilmes y Amanda Barrenengoa plantearon, a grandes rasgos, las tres alternativas que pueden recorrer los países latinoamericanos: “en el marco del ascenso chino en el mapa de poder mundial, es crucial la definición en torno al rol que van a tener los Estados latinoamericanos y caribeños en el nuevo esquema de transición histórico-espacial. Como hemos planteado en cuadernos previos, nos encontramos en lo que podría denominarse como un trilema en Nuestra América: 1) avanzar en una mayor periferialización regional atados y subordinados en términos políticos y estratégicos al polo de poder angloestadounidense en declive y a un mundo en crisis; 2) ir hacia una neodependencia económica con China, combinada con una subordinación estratégica al establishment occidental (con sus distintas fracciones en pugna), para garantizar el “desarrollo del subdesarrollo” en la fórmula de André Gunder Frank: es decir, otorgar alguna viabilidad a los proyectos de factorías primario-exportadoras de los viejos grupos dominantes; 3) aprovechar el escenario de crisis mundial y multipolaridad relativa, así como las implicancias del ascenso de China y las profundas transformaciones del sistema mundial —en el que aumentan las presiones por democratizar la riqueza y el poder— para resolver las tareas de la segunda independencia”.
Argentina debe definir cuál de estos tres caminos pretende recorrer. La política de Milei de sumisión a Washington, que se inclina por la primera opción, es peligrosísima, implica una pérdida de soberanía, genera perjuicios comerciales y financieros, horada las posibilidades de América Latina de construir políticas de cooperación y coordinación estratégicas y constituye un enorme retroceso para la Argentina, que había logrado en los últimos años significativos avances en los organismos multilaterales, entre otras cuestiones para reclamar al Reino Unido que cumpla con las disposiciones de Naciones Unidas y se siente a negociar por la soberanía de las Islas Malvinas.
Una mayor cooperación intrarregional debe ayudar a incrementar el valor agregado de la producción y la exportación y mejorar la competitividad de las industrias manufactureras. Sin embargo, estos objetivos no son fácilmente alcanzables, dadas las asimetrías en América Latina y la puja entre divergentes estrategias de inserción internacional. Argentina debe repensar la relación con la potencia asiática para evitar repetir el esquema de dependencia que recreó en el siglo pasado con Estados Unidos y Gran Bretaña.
En síntesis, si en el período de entreguerras nuestro país cometió el error de abrazarse a Gran Bretaña, la potencia declinante, hoy el peligro radica en hacer lo propio con Estados Unidos. También debe evitarse el equívoco de pensar que China per se puede salvarnos. En realidad, urge realizar una lectura correcta del escenario de transición hegemónica global y, en función de eso, plantear la necesidad de Argentina de profundizar sus vínculos con los países de Nuestra América, y del resto del llamado Sur Global, para desde allí establecer relaciones menos dependientes con Estados Unidos y China.
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