domingo, 25 de agosto de 2024

El inesperado giro en las elecciones estadounidenses




El inesperado giro en las elecciones estadounidenses

Leandro Morgenfeld (Jacobin Latinoamérica, 23 de agosto de 2024)

El golpe de timón demócrata para apoyar la candidatura presidencial de Kamala Harris logró emparejar unas elecciones que Donald Trump ya parecía tener ganadas. Final abierto para una votación de fuerte impacto en Nuestra América.

Los analistas coincidían. Después del debate presidencial del 27 de junio, cuando pudo apreciarse el acelerado deterioro cognitivo del presidente Joe Biden, la elección parecía definida. Apenas unos días después, el atentado contra Donald Trump y su posterior nominación oficial, junto a J.D. Vance, en la Convención Republicana, hundieron a los demócratas en todas las encuestas. El magnate neoyorquino se preparaba no sólo para volver a la Casa Blanca, sino para controlar ambas Cámaras del Congreso, además de contar con una Corte Suprema ultraconservadora, modelada durante su mandato. El domingo 28 de julio, sin embargo, Biden cedió al reclamo casi unánime y declinó su candidatura. Fue un hecho histórico: un presidente, que había obtenido 14 millones de votos en las primarias renunciaba a su candidatura a 100 días de las elecciones. El partido, en crisis, se ordenó rápidamente para aclamar como candidata a la presidencia a la vice Kamala Harris —hasta ese momento con una trayectoria opaca—, y la campaña dio un vuelco vertiginoso. Esta semana, la Convención Nacional Demócrata, con encendidos apoyos de Biden, Barack y Michelle Obama, Hillary Clinton, Bernie Sanders, AOC y otros líderes demócratas, la confirmó formalmente como la primera candidata a la presidencia afroasiática. Junto al gobernador Tim Walz, como compañero de fórmula, ahora son los favoritos para ganar el voto popular. Sin embargo, en los estados decisivos la carrera está muy pareja. Con un enrevesado sistema electoral, lo que define es el colegio electoral. Cuatro veces en la historia, incluyendo los casos recientes de Bush y Trump, se alzaron con la presidencia candidatos que obtuvieron muchos menos votos que sus rivales. A 75 días de los comicios, la moneda está en el aire. ¿Qué se define el 5 de noviembre?


El atentado contra Trump, la convención republicana y el vice Vance

El sábado 20 de julio, cuando un balazo rozó la oreja derecha del candidato republicano, durante un acto de campaña, el ex presidente se paró enseguida entre los guardaespaldas, ensangrentado, y levantando el puño gritó varias veces Fight, Fight, Fight! En una instante, la imagen se viralizó y había emergido una épica de campaña, que contrastaba con la senilidad de Biden y con las presiones para que el presidente declinara su candidatura. Trump se podía presentar ahora como víctima de una casta que lo quería sacar del medio, incluso atentando contra su vida. Se mostraba potente y con una narrativa que parecía indestructible. Dos días después anunciaba como su compañero de fórmula a J.D. Vance, un joven senador que le granjearía los votos fundamentales en los oscilantes estados del medio oeste. La Convención Nacional Republicana coronó a Trump como el mandamás indiscutido del partido. Las resistencias y las críticas de históricos dirigentes del partido se evaporaron. Hasta la ex embajadora ante la ONU, Nikki Haley, su última gran contendiente en las primarias de este año, lo bendijo con su apoyo. Las encuestas mostraban una ventaja irremontable en los swing states, los estados oscilantes entre demócratas y republicanos, que son los que definen el poroteo en el colegio electoral. El trumpismo, tantas veces dado por muerto (sobre todo luego de haber perdido en 2020 y haber instigado la toma del Capitolio), revivía como el Ave Fénix. Trump volvería a la Casa Blanca y lograría además la mayoría republicana en ambas cámaras, lo cual le permitiría impulsar iniciativas que no logró durante su mandato anterior. En sintonía, la Corte Suprema más conservadora de la historia, con tres jueces nominados por él entre 2017 y 2021, le quitaba de encima los obstáculos judiciales que fueron uno de los principales temas de debate en el primer semestre del año, en tanto el ex presidente fue el primero en ser condenado en la justicia penal, y a la vez enfrenta decenas de demandas, incluida una por la toma del Capitolio el fatídico 6 de enero de 2021. Pero, lo que parecía una elección de resultado cantado dio un giro inesperado.

Biden y la renuncia histórica

Hace algunos meses, en un artículo, sostenía que la repetición de la contienda electoral de 2020 entre Trump y Biden, dos candidatos octogenarios con amplio rechazo, era un síntoma del envejecimiento imperial. La propia Nikki Haley, a principios de año, cuando participaba de las primarias republicanas, declaró que el primer partido que renovara su candidato —esperaba que fuera el suyo, claro—, vencería en noviembre. Lo cierto es que la bochornosa participación del presidente estadounidense en el debate presidencial —desde Nixon contra JFK en 1960 que no se veía un resultado tan contundente y unánime en un evento de este tipo—, sumada a una serie de furcios que cometió en los días siguientes —confundir a Zelensky con Putin, a su candidata a vice, entre otras gaffes que se viralizaron— provocaron una avalancha de editoriales de influyentes medios de comunicación, pronunciamientos públicos de senadores y representantes, declaraciones de donantes y figuras públicas demócratas rogándole a Biden que haga un renunciamiento histórico. Si bien el presidente resistió durante varias semanas, el último domingo de julio, apenas una semana después del atentado contra Trump y a tres días del final de la convención republicana, en su momento más crítico, anunció su renuncia y enseguida declaró su apoyo a Kamala Harris. Esto cerró las especulaciones que envolvieron a su partido por casi tres semanas y, en cuestión de horas, hubo una avalancha de apoyos públicos a la vicepresidenta, lo cual zanjó las discusiones.  Intentando no repetir la experiencia traumática de la convención demócrata de 1968, en la que se expresaron profundas divisiones, luego del asesinato del precandidato Robert Kennedy, esta vez se selló rápidamente una inesperada unidad partidaria. El temor a un triunfo arrollador de Trump disciplinó a un partido que estaba al borde de un ataque de nervios luego del desplome de las chances de Biden.

Kamala Harris, Tim Walz y la convención demócrata

Contra todos los pronósticos y pese a las internas, entonces, el Partido Demócrata resolvió rápidamente la inédita situación y se alineó con Kamala Harris. Apenas horas después del anuncio de Biden, las donaciones volvieron a dispararse, se inscribieron más voluntarios que nunca y los mitines de campaña volvieron a ser multitudinarios y entusiastas. Se resolvió con celeridad el engorroso proceso de nominación, incluso antes de la convención de Chicago de esta semana. El anuncio del gobernador de Minnesota Tim Waltz como su compañero de fórmula pareció otro acierto. Dado que la candidata principal es mujer, con padre jamaiquino y madre india, el elegido fue un hombre blanco, con un historial pro-inmigrantes que podía establecer un claro contrapunto con la virulenta retórica de Trump. El esperado cambio en la fómula, con el consabido apoyo mediático que lo acompañó, produjo un entusiasmo que hace recordar la campaña de Obama de 2008. No casualmente, frente al Fight, de Trump, los demócratas reafirmaron el Hope obamista. Las encuestas se dieron vuelta. Los demócratas vuelven a tener esperanzas.

La convención de esta semana reflejó cabalmente el clima político optimista que reina entre los demócratas, algo impensable hace un mes. El lunes, el orador principal fue Biden, que dio un breve discurso antes de partir de vacaciones a California, para correrse del foco mediático. El martes hicieron su aparición estelar Barack y Michelle Obama, quien sonaba como favorita ante la caída de Biden, a pesar de que en reiteradas oportunidades ella manifestó que no procuraría un cargo electivo. Ambos se permitieron incluso chistes contra Trump, mostrando quizás una nueva estrategia: en vez de exagerar una indignación moral contra los trumpistas (cuestión que fracasó en la campaña de 2016), ahora parece que optaron por el humor, por reírse de los absurdos del líder ultraderechista. También se nota un cambio en la estrategia respecto de aquella elección. Si el foto de la poco carismática Hillary estaba puesto en que sería la primera presidenta mujer, la que lograra romper el techo de cristal, ahora casi ni se menciona este dato singular. Sí hubo en los discursos de los Obama, en cambio, referencias claras a la condición de afrodescendiente de Kamala. Michelle dijo, irónicamente, que estaba en juego un «empleo de negros», el de presidente, en relación a la reciente declaración racista de Trump. En la convención, Kamala recibió el apoyo del establishment del partido, incluida Hillary Clinton y Nancy Pelosi, pero también del ala izquierdista, destacándose los discursos de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), una de las diputadas más atacadas por Trump y con un futuro político promisorio. Si bien esta corriente no pudo plantear en las primarias una candidatura alternativa, a diferencia de 2016 y 2020, sigue siendo una voz potente en el partido. Y tanto Sanders como AOC van a renovar sus bancas.


Los temas de debate

Entre la multiplicidad de temas que abarca la campaña, se destacan el migratorio, el económico —y en particular la inflación y el salario mínimo estancado—, el aborto, los derechos de las minorías, el cambio climático, la crisis del sistema de salud, y tres temas de política exterior: la creciente disputa con China, el conflicto en Ucrania (y, por ende, el rol de Estados Unidos en la OTAN) y el dramático conflicto en Gaza.

Trump pone el énfasis en la supuesta crisis fronteriza (insiste con culpar a los inmigrantes latinoamericanos por la falta de empleos y problemas de seguridad, mientras el gobernador republicano  de Texas militariza la frontera y amenaza incluso con una secesión), la economía (inflación, tenue recuperación post pandemia, estancamiento del salario mínimo, aumento de la pobreza e indigencia), la trampa en Ucrania (cada vez es más improbable un triunfo de Volodimir Zelenzky, mientras crece la oposición a seguir financiándolo) y el apoyo estadounidense a la ofensiva israelí contra Gaza, que está generándole al gobierno una creciente oposición en su propio partido, en particular entre los jóvenes. Esta semana, fuera del estadio en el que se realiza la Convención demócrata, hubo una movilización pro palestina denunciando el genocidio perpetrado por el ejército israelí.


En términos económico-sociales, Trump plantea una mayor desregulación de la economía, baja de impuestos, quitar resguardos medioambientales y otros beneficios para los más ricos y las corporaciones, con el argumento —que no se comprobó en su primer mandato— de que así se relocalizarían compañías estadounidenses que habían trasladado sus fábricas a Asia o a México. Kamala Harris presentó un programa económico un poco más intervencionista y distribucionista que el de Biden, y enseguida fue acusada de comunista por parte de los republicanos trumpistas («quieren que seamos Venezuela», es el nuevo leitmotiv). Tan corrida está la discusión política, que un reformismo neokeynesiano, mucho más tenue que el que planteó Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión de hace un siglo, es inmediatamente catalogado como socialista. Vamos rumbo a la hiperinflación de la Argentina o Venezuela, declaró Trump la semana pasado, cuando en realidad, según la última medición oficial, la inflación interanual no llegó al 3%.


En cuanto a la política internacional, Harris, como Biden, representa a la fracción globalista, que promueve el multilateralismo unipolar y despliega una fuerte defensa de la OTAN y otros organismos internacionales, mientras que Trump, el preferido de los sectores americanistas, nacionalistas y aislacionistas, asegura que si él hubiera permanecido en la Casa Blanca los conflictos militares en Ucrania y Medio Oriente no hubieran estallado. La duda es qué posición tendrá si llega a la Casa Blanca. ¿Acaso retirará su apoyo a Zelensky? ¿Forzará a Netanyahu a un alto al fuego? Improbable, dado que lo recibió con honores en su residencia de Florida, hace algunas semanas. Por otra parte, crece la retórica contra Irán (al que se acusa de un complot para matar a Trump y de haber hackeado a funcionarios del partido republicano) y lo mismo ocurre contra Venezuela y Cuba.


Otro tema de debate va a ser la relación de Estados Unidos con China. El avance imparable del gigante oriental, punta de lanza del ascenso de Asia-Pacífico y del reordenamiento geopolítico global, en torno al grupo BRICS y a distintas iniciativas de cooperación, como la Ruta de la Seda, es la nueva obsesión tanto de demócratas como republicanos. Hoy crece la percepción del declive relativo del poderío estadounidense y las discusiones entre los especialistas giran en torno a cómo se va a procesar esa transformación del escenario global. Tanto la estrategia de guerra comercial de Trump como la política neokeynesiana de Biden fracasaron en recuperar la competitividad productiva estadounidense y en frenar el imparable avance chino y asiático. Estados Unidos, salvo el músculo militar y la influencia político-diplomática, tiene poco para ofrecer. Desde el punto de vista comercial, financiero y de inversiones, incluso sus aliados de Occidente cada vez dependen más de China y Asia. Harris parece dispuesta a continuar con la estrategia globalista de confrontar con China y Rusia, mientras que Trump coquetea con una posición algo más aislacionista.


Otro tema sobre el que insistirán los demócratas será el político-ideológico-institucional. Trump, ahora consolidado como la única voz potente en el partido republicano, persistirá con su política de «demolición» de todo lo establecido —fue y es su estrategia para presentarse, sin serlo, como un outsider—. El apoyo de periodistas ultrarreaccionarios como Carlson Tucker o Elon Musk, el hombre más rico del país y dueño de la red X, colabora en esta estrategia de demolición de los medios de comunicación tradicionales. En la narrativa de Trump, él se enfrenta a los lobistas de Washington, al Washington Post, la CNN y el New York Times, a Hollywood, a la cúpula de las Fuerzas Armadas y a las agencias de inteligencia, que quieren barrerlo. Harris, al igual que Biden en 2020, procurará ofrecerse como un muro de contención para sostener las instituciones y para que no se vulneren derechos de las minorías. El tema del aborto va a ser central en la campaña, y más ahora que la candidata es una mujer, que fue procuradora general en California. El vergonzoso giro de la Corte Suprema ultraconservadora, en junio de 2022, anuló el fallo del caso Roe vs. Wade, una resolución que en 1973 había legalizado el derecho al aborto en todo el país. Esto les permitió a los demócratas movilizar a sus bases y mejorar su suerte electoral en las legislativas de 2022. Intentarán repetir la estrategia de hace dos años.


Lo que no suele discutirse en las elecciones

Hay temas que son centrales, pero no suelen ocupar espacio en los debates ni en los grandes medios. Uno de ellos es el sistema electoral, cada vez más plutocrático y menos democrático, con mecanismos  que distorsionan de muchas maneras la voluntad popular. El bipartidismo cerrado anula la posibilidad de alternativas. La participación política está muy mediatizada. Se vota cada dos años, pero garantizando la alternancia prácticamente exclusiva entre solo dos partidos, que tienen diferencias, pero ninguno cuestiona de fondo el statu quo. En las elecciones de presidente, gobernadores, alcaldes, senadores y representantes puede elegirse entre un demócrata o un republicano, pero esos partidos suelen bloquear o boicotear las alternativas reales. La presencia de legisladores de terceras fuerzas políticas es casi inexistente. Hace una década, por ejemplo, Bernie Sanders era el único de los 100 senadores registrado como independiente. Y, para dar batalla a nivel nacional, debió hacerlo al interior del Partido Demócrata, cuyo establishment lo boicoteó en las primarias de 2016 contra Hillary Clinton y en las de 2020 contra Biden. En estas elecciones, Robert Kennedy Jr. se apartó del partido demócrata para postularse como independiente, pero fue perdiendo fuerza en las encuestas —no llega al 4% su intención de voto en agosto—, y esta semana está por dar un paso al costado, tras lo cual es probable que anuncie su apoyo a Trump, con la expectativa de formar parte de su futuro gabinete.

George W. Bush desreguló los aportes electorales privados, en particular de las corporaciones y grupos de presión. En 2010 la Corte Suprema falló a favor de la desregulación de los lobistas. En 2016, por ejemplo, se registraron 2.368 SuperPACs (Comités de Acción Política) ante la Comisión Federal Electoral, grupos de lobistas que invirtieron más de 1.000 millones de dólares en esas campañas presidenciales. Si se suman los gastos de los aspirantes a las Cámaras de Representantes y de Senadores, las cifras se disparan. La carrera para controlar el Capitolio insumió 4.267 millones, de dólares. El gasto total estimado alcanzó la astronómica cifra de 7.000 millones de dólares hace ocho años. Y sigue creciendo desde entonces. Según la Comisión de las Elecciones Federales, en las de 2020 y 2022 se gastaron más de 14.000 millones en cada una. Sin ruborizarse, los candidatos se vanaglorian de las decenas de millones de dólares que recaudan cada semana.


El sistema electoral estadounidense determina la elección de presidente en forma indirecta, a través del colegio electoral. Y no todos los votos valen lo mismo. En cuatro ocasiones no llegó a la Casa Blanca el candidato presidencial que ganó el voto popular, sino el que consiguió más electores, estando así sobre representados algunos estados escasamente poblados. La última vez ocurrió en 2016: Trump ganó en colegio electoral, a pesar de que obtuvo 2.800.000 votos menos que Hillary Clinton. Lo mismo ocurrió en 2000, cuando Bush le ganó unas polémicas elecciones a Al Gore, habiendo obtenido medio millón de votos menos a nivel nacional. Además, existen muchos mecanismos de supresión del voto. Esto quiere decir que a millones de personas —pobres, negros e hispanos, en su mayoría—, en cada elección, se les niega el derecho político más elemental: el derecho a votar (el informe de la ACLU, American Civil Liberties Union, Block the Vote: Voter Suppression in 2020 muestra todos los mecanismos de supresión del voto, a quiénes afecta y por qué). La elección, además, se realiza en un día laborable (martes), el voto no es obligatorio y es necesario registrarse para poder participar. En 2016, por ejemplo, de una población total de 325 millones de personas, había habilitados para votar 231 millones, pero sólo ejercieron ese derecho 137 millones. La participación fue de apenas el 55% de los votantes habilitados (en las presidenciales de Argentina, en 2019, la participación llegó al 81%). Trump, entonces, se convirtió en presidente con apenas el 27% de los votos del total de personas en condiciones de sufragar.


Final abierto, no nos da igual

Hoy los sitios especializados en encuestas, como RCP o Fivethirtyeight proyectan a Harris 2 o 3 puntos arriba de Trump en el voto popular. Pero en los estados oscilantes, los que pendulan entre demócratas y republicanos, hay una paridad extrema. Y esos van a definir quién llega al número mágico de 270 electores, es decir a la mayoría de los 538 que se eligen. Además, en la última década las encuestas vienen fallando en todo el mundo, y también en Estados Unidos. Y puede haber muchas sorpresas todavía. Habrá que medir cómo impacta el inminente retiro de Kennedy Jr. y su eventual anuncio de un apoyo a Trump, habrá que ver si los demócratas logran volver a entusiasmar a los jóvenes que rechazan al magnate neoyorquino, pero son renuentes a participar, habrá que ver si Kamala Harris logra fortalecer el voto afroamericano y si su compañero Walz permite ampliar el voto entre los inmigrantes de origen latino y entre los trabajadores blancos del cinturón del óxido, habrá que medir el creciente peso de las redes sociales y el nivel de hartazgo de una parte de la población estadounidense que rechaza a las elites y sigue creyendo que Trump es un outsider que representa sus intereses, habrá que ver cómo impactan otros temas como el debate sobre el derecho al aborto, la agenda de los feminismos y las crecientes demandas de los trabajadores sindicalizados, habrá que ver si las protestas contra el genocidio israelí en Gaza mueven el amperímetro electoral, habrá que ver si no se produce un desplome bursátil como el que hace dos semanas, luego de la crisis en Japón, encendió las alarmas, y habrá que ver si no aparece otro cisne negro en un proceso electoral cargado de incertidumbre, que refleja las múltiples crisis que aquejan a una potencia en declive relativo.

¿Qué impacto puede haber en América Latina?

Como sabemos, ganen demócratas o republicanos, los objetivos estratégicos de Estados Unidos hacia América Latina se mantienen. Desde hace dos siglos, cuando se planteó la doctrina Monroe, esta región pasó a ser considerada por el gigante del Norte como un patio trasero que les pertenecía y tenían que tener bajo control. No permitiendo que aparezcan otros polos mundiales interfiriendo en su dominio, ni tampoco que avance una integración regional que resistiera la sumisión al imperio. El llamado gobierno permanente de las grandes corporaciones y el complejo militar-industrial y de inteligencia puede tener distintas estrategias —de hecho hace algunos años hay una fractura en las clases dominantes estadounidenses—, pero los objetivos centrales se mantienen.

Dicho esto, con el objetivo de evitar crear falsas expectativas, para Nuestra América no es lo mismo que vuelva Trump a la Casa Blanca a que se imponga Kamala Harris. Más allá de que representan a distintas fracciones de la clase dominante imperial, existen diferencias en las tácticas y las modalidades empleadas, en el uso de hard (Trump) o soft power (Harris), en apelar más al multilateralismo (Harris) o al unilateralismo (Trump) y en la retórica más o menos agresiva, por ejemplo, contra Cuba o Venezuela. Y También en las alianzas con e impulso a líderes ultraderechistas. Esto último no debe ser minimizado. Trump nuevamente en la Casa Blanca implicaría un espaldarazo político-ideológico para Milei, y reforzaría a Bukele, Kast y otros exponentes de las ultraderechas reaccionarias en la región y en el mundo. Daría nuevos bríos al bolsonarismo para volver al poder en Brasil o a la oposición colombiana para cargar contra Petro. Marcaría, desde el punto de vista ideológico, una reofensiva contra cualquier política económico-social incluso tímidamente igualitarista, o contra los derechos sociales conquistados o por conquistar (sindicales, de las diversidades sexuales, del aborto legal, de las luchas de los pueblos originarios por las tierras o de los ambientalistas contra el extractivismo). Cuatro años más de Trump implicarían un corrimiento todavía mayor hacia a la derecha en Occidente, y en especial en América Latina. Es cierto que el magnate no promovió los mega acuerdos de libre comercio que impulsaban los globalistas ni impulsó nuevas guerras en el extranjero. Pero el avance de la internacional ultraderechista apañada por los trumpistas y sus émulos latinoamericanos implicarían un mayor peligro para la región. La derrota de Trump, entonces, debilitaría al gobierno de Milei y a todas las fuerzas y líderes, en cada país de la región, que se referencian en ellos. Esta es otra razón para mirar con atención el proceso electoral que culminará el 5 de noviembre en Estados Unidos.

martes, 20 de agosto de 2024

Milei, un trumpista anti China

 



La genuflexión cuando es necesaria una estrategia ante una transición global.

En un momento en el que se incrementan las disputas geopolíticas entre Estados Unidos y China, es clave cómo se posicionan los países de América Latina, una región intensamente disputada. Argentina, históricamente en la órbita estadounidense, aunque con un vínculo bilateral en muchas ocasiones tenso, venía incrementando hasta ahora sus relaciones económicas, políticas y culturales con el gigante asiático, lo cual genera no pocas rispideces con Washington. Milei se subordinó a Estados Unidos y emula el discurso trumpista en la confrontación con China. ¿Qué implicancias tiene esta política exterior y qué posibilidades alternativas se abren, en este contexto global crítico, para el despliegue de una inserción internacional más autónoma?

Mutaciones geopolíticas en el siglo XXI

La actual crisis de la hegemonía estadounidense y el resquebrajamiento del mundo unipolar pusieron en jaque tanto al multilateralismo que dio origen a las instituciones internacionales de la posguerra, sostenidas sobre la tríada Estados Unidos, Europa occidental y Japón, como al multilateralismo globalista neoliberal que sobre dicha base se impuso con la caída del Muro de Berlín y el disciplinamiento del llamado Sur Global. 

Este proceso constituye el trasfondo de la crisis del sistema multilateral dominante, que también se expresa en la emergencia de otros multilateralismos, que procuran redistribuir más equitativamente el poder y la riqueza mundiales, poniendo en cuestión las jerarquías interestatales y la división internacional del trabajo. El devenir hacia un mundo multipolar agudiza dichas tendencias, poniendo en juego otras visiones y prácticas del multilateralismo, que en la práctica no solo cuestionan el entramado institucional vigente y reclaman democratizar las instituciones multilaterales del viejo orden, sino que también impulsan la creación de nuevas instituciones multilaterales y compromisos Sur-Sur globales y regionales. 

El retorno de los globalistas a la Casa Blanca en 2021, de la mano de Joe Biden, supuso volver parcialmente a la estrategia que primó hasta el final del segundo mandato de Barack Obama, pero en un contexto distinto y con matices importantes. Además, la posibilidad cierta de que Donald Trump triunfe en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de 2024 muestra que las fracturas en la clase dominante estadounidense, que se expresaron abiertamente en las elecciones de 2016 que ganó el magnate neoyorquino, siguen plenamente vigentes. 

En este contexto, es importante destacar que Nuestra América, lejos de ser irrelevante, es una región intensamente disputada. Rica en recursos estratégicos, con una población de más de 650 millones de habitantes –un mercado codiciado por los grandes jugadores globales–, sin guerras ni grandes conflictos religiosos, es uno de los escenarios de pugna entre Estados Unidos y las potencias occidentales –Europa tiene lazos históricos con la región– y las emergentes –entre las que sobresalen China, Rusia y la India. Contrariamente a lo que repiten generalmente las narrativas hegemónicas en Occidente, fue históricamente y es actualmente una región vital para la pretensión estadounidense de sostener su menguante hegemonía a nivel global. 

Teniendo en cuenta estas mutaciones geopolíticas en curso, en este artículo abordamos específicamente el lugar de Argentina en la disputa entre Estados Unidos y China por afianzarse en América Latina y el Caribe. Debatimos con quienes proponen el acrítico alineamiento con Estados Unidos, con el argumento de que compartimos los valores del Occidente geopolítico en el supuesto erróneo de una nueva guerra fría, pero también con quienes idealizan la relación con el gigante asiático (como si todavía fuera parte del Sur Global oprimido) y con quienes, desde la izquierda, equiparan a Estados Unidos y China como si fueran dos potencias imperialistas similares. En su reciente libro América Latina en la encrucijada global, el analista argentino Claudio Katz rebate esas tres perspectivas y señala acertadamente que “China no actúa como un dominador imperial, pero tampoco favorece a América Latina. Los convenios actuales agravan la primarización y el drenaje de la plusvalía. La expansión externa de la nueva potencia está guiada por principios de maximización del lucro y no por normas de cooperación. Beijing no es un simple socio y tampoco forma parte del Sur Global”. Destaca que la estrategia de desarrollo autónomo de América Latina puede sintonizar con China, pero no converger espontáneamente con la política exterior del gigante asiático, que es un potencial socio, pero no un aliado natural, diferencia que es indispensable registrar. 

Desde nuestro punto de vista, el desafío para la Argentina es profundizar los lazos con Nuestra América, y desplegar una estrategia de inserción internacional y de política exterior que priorice la integración regional, construya un mayor relacionamiento con China y otros emergentes, pero que no profundice los esquemas extractivistas, reprimarizadores y dependientes. A partir de ahí, la política exterior nacional debe orientarse en función de promover un multilateralismo multi o pluripolar, que difiere tanto del multilateralismo unipolar que defienden el gobierno de Biden y sus aliados, como del unilateralismo unipolar que postula Trump.  

Milei, la sumisión a Estados Unidos y los cortocircuitos con China

Tal como señalamos en un reciente artículo en Tektónikos, desde que asumió Milei, hace poco más de ocho meses, Argentina se subordinó a Estados Unidos como nunca antes en su historia. El libertario, emulando la retórica trumpista de una nueva guerra fría contra China, sobreactúa permanentemente el alineamiento con Estados Unidos. Esta política exterior, con medidas y gestos desmesurados, y las gravosas concesiones al Departamento de Estado, al Pentágono, a los servicios de inteligencia de ese país y a las corporaciones estadounidenses, se repitieron constantemente en estos primeros ocho meses de gobierno, y quedaron patentes en los cinco viajes que ya realizó Milei a Estados Unidos, un récord histórico para un presidente argentino. La contracara de ese seguidismo con Estados Unidos son las tensiones generadas con China y también con los gobiernos de los principales países de la región, como Brasil, México, Colombia, Venezuela y Bolivia.

Si los vínculos bilaterales con el gigante asiático venían profundizándose en las primeras dos décadas de este siglo, desde diciembre de 2023 aparecieron roces y conflictos. Las declaraciones hostiles del candidato y luego presidente provocaron la paralización de inversiones. La incertidumbre es lo que todavía prima. Algunos imaginan que Milei tarde o temprano tendrá, como Bolsonaro en Brasil, un baño de realidad. Otros, en cambio, sostienen que el recalentamiento del enfrentamiento entre Estados Unidos y China, sumado al alineamiento total con Washington que exhibió el libertario en sus primeros meses en la Casa Rosada pueden dañar el vínculo en forma duradera. 

A pesar de que en 2023 China era el segundo socio comercial de la Argentina, Milei no ahorró munición gruesa durante la campaña electoral: “No solo no voy a hacer negocios con China, no voy a hacer negocios con ningún comunista”, declaró en la entrevista que realizó con el periodista trumpista Tucker Carlson en septiembre, semanas antes de las elecciones. 

Además de gestos y declaraciones hacia Taiwán, el gobierno libertario resolvió que Argentina no iba a entrar al grupo BRICS, lo cual debía concretarse en enero de 2024, tras las negociaciones que había encabezado Lula unos meses antes, en la última cumbre presidencial de ese bloque estratégico. Esa decisión inconsulta reviste una enorme gravedad geopolítica y marca un punto de clara diferencia con la política del ultraderechista Bolsonaro, quien no sólo no abandonó el BRICS, sino que fue anfitrión de una cumbre de ese grupo en Brasil.

Lo cierto es que, desde la asunción de Milei, China reclamó al gobierno argentino por la paralización de las represas hidroeléctricas en Santa Cruz y por la cancelación de la compra de aviones militares chinos (Milei terminó eligiendo los de origen estadounidense), y recibió con recelo los distintos gestos de funcionarios y dirigentes libertarios hacia Taiwán. Un punto álgido de las tensiones se alcanzó cuando, luego de la visita de Laura Richardson, jefa del Comando Sur, la Casa Rosada hizo propias las críticas estadounidenses al potencial uso militar de la base aeroespacial china en Neuquén.

Intentando recomponer los vínculos bilaterales, luego de un primer trimestre plagado de hostilidades y frialdad, en abril de 2024 la canciller Diana Mondino, el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, y el secretario de Finanzas, Pablo Quirno, viajaron a China durante tres días. Se reunieron allí con el vicepresidente Han Zheng, el viceministro de Comercio y representante para el Comercio Internacional de China, Wang Shouwen, y el presidente del Banco Popular de China, Pan Gongsheng. También tuvo un encuentro con el canciller Wang Yi y con el vicepresidente de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (CNDR), Zhao Chenxin. Además de intentar impulsar el comercio entre ambos países, el gobierno argentino necesitaba renovar los vencimientos de junio y julio del swap de monedas, que ayudaba a recomponer las alicaídas reservas internacionales argentinas. Poco después de ese viaje, la canciller declaró ante Clarín que el gobierno no había podido establecer la presencia o no de militares chinos en la base espacial que el gigante asiático tiene en Neuquén ya que “son chinos, son todos iguales”. Esta alusión ofensiva generó una nueva rispidez a nivel bilateral. 

En los primeros meses de 2024 China fue retrocediendo como socio comercial de la Argentina. En marzo cedió el segundo lugar, que ocupaba hasta diciembre de 2023, sólo detrás de Brasil, a manos de la Unión Europea (UE). Poco después cayó al cuarto lugar, detrás de Estados Unidos. Si en enero Argentina exportó a China por valor de 454 millones de dólares, esta cifra se retrotrajo al mes siguiente un 14%, bajando a 391 millones. En esos meses, las importaciones se derrumbaron de 1.012 a 730 millones, lo cual implica una caída del 28%. En marzo, las exportaciones argentinas a China cayeron a 310 millones y las importaciones a 713 millones. Esa caída se da a pesar de que las exportaciones generales de la Argentina aumentaron casi un 10% en los primeros meses de este año, mientras que las importaciones cayeron casi un 24%. Hasta Diego Guelar, ex embajador en China durante el gobierno de Macri, reconoce que “algunas expresiones agraviantes para el sistema político que impera en China generaron el disgusto de sus autoridades”, lo cual es una de las razones que pueden explicar la caída de la participación china en el comercio exterior argentino.

Pese a los cortocircuitos, en junio se acordó la renovación del swap por 5.000 millones de dólares, tras lo cual se filtró la posibilidad de un viaje de Milei a China, para un encuentro cara a cara con Xi Jinping. Sin embargo, luego se postergó esa posibilidad para el 2025, señalándose que el primer encuentro entre ambos mandatarios podría acontecer en noviembre, en la cumbre del G20. El mismo día en que se hacía pública la renovación de swap, Guillermo Francos, jefe de gabinete, se reunió con el embajador chino en Argentina, Wang Wei, tras lo cual señalaron que “ambas partes realizaron un profundo intercambio de puntos de vista sobre la consolidación de la Asociación Estratégica Integral entre China y Argentina” (La Nación, 13 de junio de 2024). Apenas una distensión en medio de un claro distanciamiento bilateral. 

China y la diplomacia subnacional

Frente al enfriamiento de las relaciones entre ambos gobiernos nacionales, China está desplegando una diplomacia subnacional. En ese contexto, el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, armó un grupo para atraer inversiones chinas y profundizar las relaciones con el gigante asiático. En él tallan Carlos Bianco, su mano derecha, y el exembajador en China, Sabino Vaca Narvaja. De acuerdo a un informe interno del gobierno bonaerense, China ocupó el primer lugar en 2023 en inversión extranjera directa en la provincia, con el 73,2% del total (1250 millones de dólares de la industria química CPCG, para la construcción de dos plantas, de producción de urea y de fertilizantes, en el Puerto de Bahía Blanca. En ese sentido, un colaborador del gobernador afirmó: “¿Por qué no vincularse con el principal importador del mundo, el principal inversor del mundo y la primera o segunda potencia económica del mundo, depende de cómo se lo mida? Lo estúpido es lo que hace Milei, que se pelea con ellos. A Estados Unidos ni limones les podemos vender, mientras que los chinos nos vienen abriendo sus mercados de alimentos. La jugada de los chinos excede un incentivo más o menos, están conquistando el mundo, no contando monedas. Nosotros estaríamos chochos de ir con los yanquis si nos dan algo, pero nunca nos dieron nada y nosotros les entregamos todo. Los chinos nos dieron el swap, la Ruta de la Seda, las represas, centrales nucleares, el Belgrano Cargas. Y ahora nos mandan empresas que quieren invertir en la provincia” (La Nación, 28 de julio de 2024, p. 16). 

Un activo impulsor del vínculo entre Buenos Aires y China es Vaca Narvaja, quien en el marco del Primer Congreso Latinoamericano de Sinología, realizado en julio de 2024 en las Universidades Nacionales de Lanús y José C. Paz, con la presencia de Kicillof, declaró: “El relacionamiento subnacional sin duda genera oportunidades de gran impacto para nuestras provincias y municipios. China tiene menos del 15 por ciento de su territorio cultivable y, a la vez, una clase media de 400 millones de personas que en los próximos 10 años se va a duplicar. Por lo tanto, la complementariedad que tiene con la provincia de Buenos Aires es enorme. Uno de los ejemplos prácticos más claros es el hermanamiento entre las provincias de Buenos Aires y Sichuan. Durante sus años de vigencia, la relación se ha profundizado exponencialmente, generando iniciativas muy positivas a nivel municipal y provincial, atrayendo inversiones y generando nuevas oportunidades comerciales” (Página/12, 17 de julio de 2024). 

Estamos en un momento de ofensiva imperial en América Latina y de crecientes necesidades por parte de China. Esta situación de disputa genera oportunidades, desafíos y también entraña grandes peligros para la región. Como sostiene Claudio Katz, “En lugar de aceptar el sometimiento a los mandatos geopolíticos de Estados Unidos y a las prioridades comerciales de China, América Latina podría replantear su relación con los dos poderosos del planeta. Para lograrlo debe recuperar su independencia frente al dominador del Norte y reordenar los acuerdos con Beijing, aprovechando la flexibilidad de esos tratados”. Eso, claro, está en las antípodas de la política que está desplegando el gobierno de Milei, que propone plegarse acríticamente a todos los mandatos de Estados Unidos, entregando recursos estratégicos de acuerdo a las necesidades de las grandes corporaciones occidentales, todo justificado por una supuesta lucha en defensa de los valores occidentales, asediados por una fantasmal y omnipresente amenaza comunista. 

En una reciente entrevista, Chris Dodd, Asesor Especial para las Américas de Joe Biden, reconoció abiertamente esa orientación del actual presidente argentino: “Milei es, hoy, el único mandatario regional totalmente alineado con Washington que además cree en el libre comercio. Pese a que América latina rechazó, en su momento, integrarse con Estados Unidos [el ALCA], Dodd dice que ahora hay un “fuerte interés”, y un “apetito real” por hacer negocios con Estados Unidos. Y a pesar de que ahora Washington es más proteccionista, Dodd cree que la iniciativa de Biden “es generadora de empleos”, un win-win para la región y el país” (La Nación, 12 de mayo de 2024). A esa narrativa, acríticamente, adhiere Milei. 

Hacia una política exterior latinoamericanista y autónoma

Más allá lo cómo se encarrilen en el futuro las relaciones entre el gobierno de Milei y el de Xi Jinping, lo cierto es que la creciente presencia asiática en la región y las consecuentes presiones estadounidenses van a plantear renovados desafíos. En un trabajo reciente, Gabriel Merino, Julián Bilmes y Amanda Barrenengoa plantearon, a grandes rasgos, las tres alternativas que pueden recorrer los países latinoamericanos: “en el marco del ascenso chino en el mapa de poder mundial, es crucial la definición en torno al rol que van a tener los Estados latinoamericanos y caribeños en el nuevo esquema de transición histórico-espacial. Como hemos planteado en cuadernos previos, nos encontramos en lo que podría denominarse como un trilema en Nuestra América: 1) avanzar en una mayor periferialización regional atados y subordinados en términos políticos y estratégicos al  polo de poder angloestadounidense en declive y a un mundo en crisis; 2) ir hacia una neodependencia económica con China, combinada con una subordinación estratégica al establishment occidental (con sus distintas fracciones en pugna), para garantizar el “desarrollo del subdesarrollo” en la fórmula de André Gunder Frank: es decir, otorgar alguna viabilidad a los proyectos de factorías primario-exportadoras de los viejos grupos dominantes; 3) aprovechar el escenario de crisis mundial y multipolaridad relativa, así como las implicancias del ascenso de China y las profundas transformaciones del sistema mundial —en el que aumentan las presiones por democratizar la riqueza y el poder— para resolver las tareas de la segunda independencia”.

Argentina debe definir cuál de estos tres caminos pretende recorrer. La política de Milei de sumisión a Washington, que se inclina por la primera opción, es peligrosísima, implica una pérdida de soberanía, genera perjuicios comerciales y financieros, horada las posibilidades de América Latina de construir políticas de cooperación y coordinación estratégicas y constituye un enorme retroceso para la Argentina, que había logrado en los últimos años significativos avances en los organismos multilaterales, entre otras cuestiones para reclamar al Reino Unido que cumpla con las disposiciones de Naciones Unidas y se siente a negociar por la soberanía de las Islas Malvinas. 

Una mayor cooperación intrarregional debe ayudar a incrementar el valor agregado de la producción y la exportación y mejorar la competitividad de las industrias manufactureras. Sin embargo, estos objetivos no son fácilmente alcanzables, dadas las asimetrías en América Latina y la puja entre divergentes estrategias de inserción internacional. Argentina debe repensar la relación con la potencia asiática para evitar repetir el esquema de dependencia que recreó en el siglo pasado con Estados Unidos y Gran Bretaña.  

En síntesis, si en el período de entreguerras nuestro país cometió el error de abrazarse a Gran Bretaña, la potencia declinante, hoy el peligro radica en hacer lo propio con Estados Unidos. También debe evitarse el equívoco de pensar que China per se puede salvarnos. En realidad, urge realizar una lectura correcta del escenario de transición hegemónica global y, en función de eso, plantear la necesidad de Argentina de profundizar sus vínculos con los países de Nuestra América, y del resto del llamado Sur Global, para desde allí establecer relaciones menos dependientes con Estados Unidos y China. 

lunes, 19 de agosto de 2024

Interescuelas Historia 2024! Mesa 57: “Historia de las relaciones internacionales, de la integración regional y de la política exterior en América Latina, desde las independencias hasta la actualidad”

 


 

 

Mesa 57: “Historia de las relaciones internacionales, de la integración regional y de la política exterior en América Latina, desde las independencias hasta la actualidad”

Coordinadores:

Dr. Julián Kan (UBA / CONICET / UNSAM)   kanjulian76@yahoo.com.ar

Dr. Leandro Morgenfeld (UBA/IDEHESI-CONICET) leandromorgenfeld@hotmail.com

Dr. Alejandro Simonoff (IRI-IdICHS -UNLP) asimonoff2010@gmail.com

 

Días y horarios: Miércoles 18 de septiembre: 8 y 30 a 12 y 30 hs. / 14 a 18 hs.          

 Jueves 19 de septiembre: 8 y 30 a 12 y 30 hs.

                                                           

DIA MIÉRCOLES 18 de septiembre

 

Bloque 1: Nuestra América   

Miércoles: 8 y 30 hs. a 10 hs.

Alberto Mariana (FHUC-UNL): “Para nosotros la Patria es América”. Una aproximación a los proyectos de unidad latinoamericana en el siglo XIX, desde la propuesta de Simón Bolívar”

Kloster Mariano Ignacio (CONICET-UNMDP): “La cara exterior de las Provincias Argentinas. Balances de un estudio de la política externa entre las décadas de 1820 y 1850”

Morgenfeld Leandro (UBA-IDEHESI-CONICET): “Nuestra América frente a Estados Unidos: historia y actualidad de la doctrina Monroe”

 

Comentarista: Julián Kan (UBA / CONICET / UNSAM)

 

Bloque 2: Historia Política Exterior Argentina Siglo XIX y primera parte Siglo XX

Miércoles: 10 hs. a 11 hs.

Salinas Mario Alejandro (FHyCS-UNJU): “Discursos sobre la frontera y la reorientación comercial hacia a Argentina en la prensa escrita boliviana (1875 – 1884)”

Grossi Florencia (EH-UNSAM): “Comunicar los extremos del continente. Las relaciones entre México y Argentina durante la estancia diplomática de Alfonso Reyes (1927-1930 y 1936-1937)”

Comentarista: Julián Kan (UBA / CONICET / UNSAM)

 

Bloque 3: Historia de la Política Exterior Argentina durante los gobiernos peronistas

Miércoles:  11 hs. a 12 y 30 hs.

Míguez María Cecilia (UBA-IDEHESI-CONICET): “Los cancilleres de Perón (1945-1955). La Tercera Posición: su carácter y sus matices a través de las trayectorias individuales”

Mosteiro Di Croce Universidad Nacional del Sur (UNS): “La ‘Tercera Posición’ desde un Abordaje Histórico:  La Construcción de un Concepto. Un análisis de los discursos anuales frente a Asamblea Legislativa (1946-1952)”

Stagnaro Andrés (IdIHCS -CONICET- UNLP): “La visita de la delegación sindical norteamericana a la Argentina peronista (1947) en el marco de las relaciones internacionales del sindicalismo argentino”

Comentarista: Leandro Morgenfeld (UBA-IDEHESI-CONICET)

 

PAUSA ALMUERZO

 

Bloque 4:  Política Exterior Brasileña y Chilena

Miércoles:  14 hs. a 15 y 30 hs.

González Romero Wladimir (Univ. de Santiago de Chile): “Miradas cruzadas, la experiencia de una pareja de voluntarios de Cuerpo de Paz en Chile (1969-1971)”

Henríquez Uzal María José (IEI-Universidad de Chile) y López Giral Dorotea (IEI-Universidad de Chile): “UNCTAD III en el Chile de Salvador Allende: la reivindicación del mundo subdesarrollado”

Gajardo Pavez Constanza (Univ. de San Sebastián-Univ. Cat. de la Sant. Concepción, Chile): “’Contra la detención vitalicia”: Aspectos políticos y gestiones diplomáticas chilenas en el arresto de Augusto Pinochet en Londres”

Silva Santos, da Mateus José (Un. Fed de Pelotas, Brasil): “O Brasil e os não-alinhados nos tempos de Jânio Quadros: limites e possibilidades da política externa independente (1961)”

Comentarista:  Alejandro Simonoff (IRI-IdICHS -UNLP) 

 

Bloque 5: Desarrollo e integración

Miércoles:  15 y 30 hs. a 17 hs.

Garrido Sanchis Rubén (FFyL-UBA): “Oligarquías, élites y clase/s dominante/s: condicionantes internos de la política exterior en el contexto del Pacto del ABC (Argentina-Brasil-Chile) de 1915”.

Di Costanzo Matías (UCA): “Desarrollo económico e Integración regional: el papel de la Argentina en la Conferencia de Alta Gracia (1964)”

Brenta Noemí (CIHESRI-IDEHESI/UBA-CONICET): “El Plan Brady en América Latina: regularización de deudas, inestabilidad y crisis”

Comentarista: Anabella Busso (UNR-CONICET)

 

 

Bloque 5: Relaciones Internacionales

Miércoles:  17 hs. a 17 y 30 hs.

Bidondo Abril FAHCE-UNLP Las características sistémicas en la transición del Orden Mundial: las categorías de Estado Fallido y Nuevas Guerras.

Comentarista: Anabella Busso (UNR-CONICET)

 

Presentación del libro de Leandro Morgenfeld: Nuestra América frente a la Doctrina Monroe. 200 años de disputa (Buenos Aires: CLACSO-Batalla de Ideas, 2023).

                                                  De 17 y 30 hs. a 18 hs.

 

                                               

                                                      DIA JUEVES 19 de septiembre

           

Bloque 1: La Política Exterior Argentina en las décadas de 1970 y de 1980

                                                Jueves 8 y 30 a 10 hs.

 

Scarpino Salvador (UBA-IDEHESI-CONICET): “Vínculo argentino-soviético durante la década de 1970: relación entre el bloque en el poder y la política exterior argentina”

Aguirre Guevara Emiliano Gabriel (FFyL-UBA / IRI-UNLP): “Están expresando lo que sentimos tan bien como nosotros mismos. Crónica de la Misión de Solidaridad y Paz venezolana con respecto a la Cuestión Malvinas”

Pasos Lucrecia Cecilia (CeRPI-IRI-UNLP): “La estructura decisoria de Raúl Alfonsín como fundamentación de su política exterior”

 

Comentarista Míguez María Cecilia (UBA-IDEHESI-CONICET)

 

Bloque 2: MERCOSUR

                                                Jueves 10 a 11 hs.

Kan Julián (UBA / CONICET / UNSAM) “Las asociaciones empresarias argentinas frente al acuerdo de libre comercio entre el MERCOSUR y la Unión Europea”

Russo Sebastián CeRPI-IRI-UNLP. Integración conosureña en clave histórica. Cambios y continuidades en los Proyectos de integración argentinos para con Brasil entre el gobierno de Alfonsín y la primera presidencia de Menem. 

Comentarista:  Alejandro Simonoff (IRI-IdICHS -UNLP) 

 

 

 

 

Bloque 3: Política Exterior reciente

Jueves de 11 a 12 y 30 hs.

Mendoza Matías (IRI-UNLP): “En busca de un Norte: La persistencia del Modelo Globalista en la política exterior argentina”

Simonoff Alejandro César (IRI-IdIHCS / UNLP): “El contexto de aparición y consolidación de los BRICS en el escenario internacional y su implicancia para un país periférico: el caso argentino”

Comentarista: Leandro Morgenfeld (UBA-IDEHESI-CONICET)