Kissinger y el terrorismo de Estado en la Argentina
Kissinger fue clave en la relación del imperialismo estadounidense con las dictaduras militares en el Cono Sur. Documentos desclasificados siguen precisando su rol en la cruzada anticomunista de EEUU.
El siguiente texto[1] integra el libro Diplomáticos y hacedores de las relaciones internacionales, compilado por Beatriz Figallo y editado por Ciccus.
«El país que encontré no es el que publicita la prensa internacional. Su situación es malentendida en Europa y los Estados Unidos […]. El Mundial ha proyectado una excelente imagen de la Argentina hacia el mundo. Es obvio que el país ha obtenido un notable progreso en un lapso muy corto».
Henry Kissinger, revista Somos, N. 92, Buenos Aires, 23 de junio de 1978
Introducción
Kissinger jugó un rol central en la elaboración de la política exterior estadounidense y, en particular, en el vínculo con las dictaduras en el Cono Sur. En el caso de la Argentina, no sólo cuando se produjo el golpe del 24 de marzo de 1976, y él encabezaba el Departamento de Estado, sino en los primeros tiempos del gobierno de James Carter (1977-1981), a pesar de que ya no era funcionario.
Si bien se ha escrito mucho sobre la relación entre la dictadura argentina y el gobierno estadounidense, la reciente desclasificación de nuevos cables diplomáticos permite entender mejor cuáles fueron las distintas líneas en disputa y cómo actuaron antes, durante y después del golpe. Hubo una gran primera desclasificación y entrega de documentos en 2002[2], tras la cual se sumaron la que prometió Obama cuando visitó la Argentina en marzo de 2016 (Nahón, 2016; Morgenfeld, 2018)[3] y, por último, las entregas realizadas por Trump, la última de las cuáles se produjo el 12 de abril de 2019, con más 43.000 fojas nuevas.
Como señala Marcos Lohlé, sobre las más de 59.000 fojas de documentos desclasificados desde 2002:
Contar tantos años después con el contenido de aquellos testimonios y de conversaciones mantenidas entre altos responsables de los dos países, facilita conocer cómo funcionó el sistema de decisiones que produjeron aquellos hechos, muchos que históricamente fueron negados. La transcripción de dichas conversaciones, muchas veces textual, con sus argumentos, aceptaciones y negaciones, cruzada con la evolución que tuvieron esos mismos hechos que conocemos a partir del relato de las víctimas o sus familiares, resulta de un inestimable valor para la justicia, y como ejercicio de Memoria en la reconstrucción histórica que realizan familiares, investigadores, periodistas y especialistas en estudios sobre violaciones a los derechos humanos (Lohlé, 2019).
La Casa Blanca, tras haber apoyado el golpe de Augusto Pinochet contra Salvador Allende, que generó rechazo en muchos países del continente, intentó recomponer las relaciones con América Latina (Rabe, 2012). Nixon y Kissinger, quien en septiembre de 1973 fue nombrado secretario de Estado —aunque ya desde 1969 se desempeñaba en el estratégico cargo de consejero de Seguridad Nacional[4]—, lanzaron un Nuevo Diálogo con la región. Durante el gobierno de Isabel Perón, la relación bilateral fue contradictora. Desde la Casa Rosada se enviaron señales a Washington para mejorar el vínculo, a la vez que se anunciaron ciertas políticas nacionalistas que afectaban importantes negocios estadounidenses. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la banca estadounidense retuvieron créditos destinados a la Argentina que ya habían sido aprobados, hasta asfixiarla financieramente, en las semanas previas al anunciado golpe de Estado (Morgenfeld, 2012b).
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