Massa y Alberto en Estados Unidos: ¿una nueva política exterior?
Este fin de semana, el presidente Alberto Fernandez llegó a EE.UU., pero no para tener su esperada bilateral con su par estadounidense Joe Biden en la Casa Blanca, sino para asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas, donde hablará el martes. En su cargada agenda figuran bilaterales con los mandatarios de Francia, China, India, Japón y Chile y una escala en Houston, Texas, en busca de inversiones para Vaca Muerta. También aspira a avanzar en diversas negociaciones con el gobierno estadounidense y con el FMI.
Desde la Casa Rosada desean que Alberto y Biden se crucen en New York y se confirme la fecha de la reunión que estaba prevista para el pasado 26 de julio, y se pospuso cuando el presidente estadounidense debió aislarse tras contraer coronavirus. Desde entonces corrió mucha agua bajo el puente en Argentina, incluyendo una corrida cambiaria que forzó la salida de Silvina Batakis y habilitó la rutilante llegada de Sergio Massa como (super)ministro de Economía y el intento de magnicidio contra Cristina Kirchner, que provocó una conmoción política, una gran reacción popular y un reacomodamiento de fuerzas dentro del Frente de Todos.
El actual presidente argentino, debilitado al interior de la coalición ante la creciente centralidad de Cristina y Massa, buscará con la gira aumentar su caudal político, y a la vez consolidar el vínculo con Estados Unidos, que a lo largo de su gestión atravesó altos y bajos. ¿Logrará entonces confirmar esta semana la visita a la Casa Blanca?
La bilateral que nunca llega
Desde que el demócrata derrotó a Donald Trump en las elecciones estadounidenses, en noviembre de 2020, Alberto trabajó para mejorar el vínculo bilateral, que había sido bastante frío con el republicano. Este hizo lo posible por financiar la reelección de Mauricio Macri, tal como confesó Mauricio Claver Carone, hoy titular del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En las semanas que siguieron a los comicios ambos mandatarios desplegaron gestos amistosos. Sin embargo, lejos de los quizás demasiado ingenuos deseos del presidente argentino, el vínculo bilateral desde que asumió Biden, en enero de 2021, sufrió altos y bajos.
Los operadores de Alberto, especialmente el embajador Jorge Argüello, se esforzaron desde principios del año pasado para poder concretar un encuentro presencial entre ambos mandatarios. Pese a los faltazos de varios líderes latinoamericanos a la Cumbre de las Américas realizada en junio en Los Ángeles, en rechazo a la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua, el presidente argentino decidió igualmente asistir, tras un llamado de Biden en el que le prometió la esperada invitación. Luego del encuentro en Los Ángeles, volvieron a verse brevemente en la Cumbre del G7 en Alemania.
Con la renuncia del ministro de Economía Martín Guzmán se generó una devaluación y desató una crisis financiera. Alberto pretendía encontrase con su par estadounidense, en esos días febriles, para lograr sostén internacional, facilitar las renegociaciones con el FMI, que había retomado la flamante ministra Silvina Batakis, y destrabar los créditos del BID, que Claver-Carone se negaba a otorgar. Argentina, además, acumuló en los primeros siete meses del año un déficit comercial con EE.UU. por 3047 millones de dólares, mientras siguen trabadas las exportaciones de biodiesel, luego de las restricciones impuestas por Trump hace cuatro años. Morigerar este drenaje de divisas debería ser un objetivo central en la relación.
Pero la visita a la Casa Blanca a último momento debió suspenderse, cuando el presidente estadounidense dio positivo de Covid, apenas cinco días antes de la fecha convenida. Luego siguieron las turbulencias en el gobierno del Frente de Todos, hasta que desembarcó Massa al frente de Economía, con poderes extendidos y viejas líneas de negociación propia con distintos actores estadounidenses, incluido el presidente del BID, quien no dudó en felicitarlo públicamente y vivió como una victoria personal la renuncia de Gustavo Béliz, quien había aspirado a ocupar su cargo en el organismo de crédito continental.
Y en eso llegó Massa
El lunes 12 de septiembre, el ministro de Economía argentino concluyó una gira de muy alto impacto por el país del norte, que incluso opaca la que ahora está iniciando Alberto. A pesar de ser solo un ministro, llegó a EE.UU. en un avión de la flota presidencial, fue a la Casa Blanca, al Departamento del Tesoro -donde incluso lo recibió fuera de agenda su titular, Janet Yellen-, se reunió con poderosos empresarios y lobistas, con figuras políticas de ambos partidos, incluyendo a Jake Sullivan, Juan González, Ricardo Zúñiga, Jack Rosen (presidente del Congreso Judío estadounidense) y Dan Restrepo, con Kristalina Georgieva, la titular del FMI, y con el presidente del BID.
Massa prometió llevar adelante el ajuste que exige el Fondo y su titular elogió el rumbo de sus políticas de austeridad ya que necesita que se aprueben los números del segundo trimestre, para que el organismo habilite el pago de 4.000 millones de dólares. Además, prometió facilidades para la llegada de inversiones, en línea con el discurso del gobierno de transformar a la Argentina en un proveedor mundial de alimentos y energías.
Con la liquidación de los exportadores, beneficiados por el “dólar soja”, y los fondos que destrabó por parte del BID y el Banco Mundial, Massa pretende exhibirse como el garante del oxígeno financiero y de la estabilidad cambiaria. Factores fundamentales para calmar la economía, frenar la presión devaluatoria e ir disminuyendo la hoy desbordada inflación, de cara a las elecciones de 2023, donde ya se imagina como uno de los candidatos del Frente de Todos, con aval de un sector del círculo rojo. Con esta gira, además, consolidó los vínculos que mantiene desde hace años con el establishment estadounidense, tal como se vio gracias a las filtraciones de Wikileaks, y consolidó la confianza que le tienen en Wall Street y Washington.
Recalcular hacia el norte
La actual política exterior argentina tuvo hasta ahora aspectos contradictorios, que reflejan las distintas posiciones que reúne la coalición que gobierna. Exhibió posiciones más autónomas –por ejemplo, enfrentando el golpe contra el MAS en Bolivia, rechazando la exclusión de gobiernos bolivarianos en la última Cumbre de las Américas, oponiéndose a la elección de un estadounidense en el BID, dándole impulso a la CELAC, avanzando en la integración formal al grupo BRICS o restableciendo las relaciones diplomáticas con Venezuela-, pero a la vez buscando mayor sintonía política con la Administración Biden y un acuerdo con el FMI, criticado incluso por amplios sectores del Frente de Todos. Para la oposición, pero también para parte de los analistas y del establishment estadounidense, esa autonomía relativa es inaceptable.
El acercamiento a EE.UU. que se está concretando en estos días -y que seguirá con la visita de una decena de gobernadores del norte, quienes serán recibidos por el embajador argentino para una ronda de negocios en Washington y en Manhattan, y con la bilateral con Biden, prevista para principios de octubre- modificaría el frágil equilibrio que, plagado de marchas y contramarchas, hasta ahora se vislumbraba en la política exterior frentetodista.
El actual entendimiento con EE.UU. es parte del ajuste económico y del giro político conservador que se expresa en el empoderamiento de Massa en el gobierno. En la misma línea puede ubicarse, por ejemplo, la decisión del canciller Santiago Cafiero de alinearse en la Organización de Estados Americanos (OEA) con Luis Almagro y votar contra Nicaragua el pasado 12 de agosto, a pesar de la posición del embajador ante la OEA, Carlos Raimundi.
Todo esto ocurre en un momento complejo para las pretensiones del gobierno argentino de transformarse en el interlocutor privilegiado de Biden en América del Sur. Si el 2 de octubre, tal como indican las encuestas, Lula supera a Bolsonaro, la Casa Blanca aspira a que desde enero el brasilero, con un discurso más moderado que antaño, sea el líder con quien establecer el principal diálogo en la región. Además, en pocos meses se lanzará la campaña presidencial en la Argentina, y las chances de la coalición opositora harán que difícilmente Biden sea pródigo en señales amistosas hacia la Casa Rosada. Las recientes declaraciones injerencistas del embajador Marc Stanley confirman esta idea: el 19 de agosto, en el Consejo de las Américas, pareció querer emular a Braden: “He oído a Horacio [Rodríguez Larreta] (…), no esperen a 2023, sin importar la ideología o la posición partidaria, únanse ahora, formen una coalición”.
Más bien lo que habría que esperar de la Administración Biden, tal como se vio esta semana por parte de las autoridades del Fondo y del Tesoro, es un aumento de las exigencias al gobierno argentino en el sentido de disminuir el déficit primario y aumentar las reservas, lo cual puede sellar las chances electorales de la coalición gobernante, habida cuenta del deterioro de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables de la población. Por otro lado, y luego de una feroz avanzada judicial-mediática, el intento de magnicidio contra Cristina Kirchner volvió a colocarla en el centro de la escena política. Hubo una vigorosa movilización popular para respaldarla y no son pocos los sectores que impulsan su candidatura presidencial para 2023, para recuperar las esperanzas que supo despertar en 2019. Un triunfo de Lula podría alentar todavía más ese clamor a la actual vicepresidencia. En ese sector de la coalición se destacan algunas voces críticas respecto al giro pro Washington que está instrumentando el gobierno.
El devenir del vínculo con EE.UU., y de la política exterior,
entonces, dependerá de lo que ocurra con la economía y la delicada
situación social, pero también de cómo se defina la correlación de
fuerzas políticas al interior del Frente de Todos, en la Argentina en
general y en la región, cuyo rumbo se decidirá en parte en las urnas en
las próximas semanas en Brasil.
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