martes, 24 de noviembre de 2020
Simposio Política Exterior Argentina. Panel: "Las relaciones exteriores con los EE.UU" (26/11)
Webinario: Elecciones en Estados Unidos: repercusiones para América Latina tras la derrota de Trump (25/11)
jueves, 12 de noviembre de 2020
Trump atrincherado en la Casa Blanca
12/11/2020 OPINIÓN
Trump atrincherado en la Casa Blanca
Sobre cómo será la transición en los Estados Unidos, con un Donald Trump que no acepta la victoria de Joe Biden, opinó el Doctor en Historia Leandro Morgenfeld, investigador independiente del Conicet y co-editor del libro "Estados Unidos contra el mundo. Trump y la nueva geopolítica".
Por Leandro Morgenfeld (Télam)
La caótica transición del poder presidencial está sumiendo a Estados Unidos en una crisis político-institucional sin precedentes. Reina la incertidumbre, pese a que el sábado Joe Biden y Kamala Harris alcanzaron la mayoría de votos en el Colegio Electoral.
Tras conocerse finalmente los resultados de la elección en Pensilvania, y luego de cuatro días de tensión, el exvicepresidente de Obama fue proclamado por las principales cadenas de noticias y agencias de prensa. Esa misma noche dio su primer discurso presidencial y recibió las felicitaciones públicas de líderes de todo el mundo. Donald Trump, sin embargo, todavía no reconoció la derrota. Sigue denunciando un fraude masivo, multiplica las impugnaciones judiciales y los pedidos de recuentos de votos y el lunes echó al Secretario de Defensa, Mark Esper, con quien venía manteniendo diferencias públicas desde junio. Crecen las especulaciones sobre nuevos despidos (el jefe del FBI Chris Way, el reconocido inmunólogo Anthony Fauci) y ya nadie duda de que será la transición más caótica de la historia.
Cuando parecía que Trump se estaba quedando solo el fin de semana, desde el lunes, destacados integrantes del Partido Republicano empezaron a respaldar su embestida. Primero fue el poderoso líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, y luego el Secretario de Estado, Mike Pompeo. Mientras, el magnate deja correr el rumor de que va a presentarse como candidato en 2024, a la vez que anunció el martes en Twitter que la próxima semana se conocerían nuevos resultados electorales que lo darían por ganador.
Por otra parte, en Georgia volverá a haber elecciones en enero para definir las dos bancas de senadores, que determinarán si los republicanos conservan la mayoría o si los demócratas logran igualar 50 a 50, con lo cual la vicepresidenta electa tendría el estratégico voto decisivo. Si los demócratas no obtienen un buen resultado en esa elección en el disputado estado de Georgia (tradicional bastión republicano, pero que según el recuento inicial esta vez se habría pintado de azul) será el primer presidente en 30 años que asuma sin controlar esa estratégica Cámara, lo cual le impediría a la nueva administración, por ejemplo, ampliar los jueces de la Corte Suprema (Trump nominó a 3 en su mandato, logrando una inédita mayoría ultraconservadora de 6 a 3). Biden asumiría con un Senado y una Corte Suprema que se opondrían a cualquier reforma profunda. Pero primero debe llegar a la Casa Blanca.
En los 70 días que faltan hasta el 20 de enero puede pasar de todo. Ya lo anticipó Trump en el primer debate presidencial: "Esto no va a terminar bien". Más allá de cómo se resuelva la compleja transición política en la Casa Blanca, la crisis institucional en curso está contribuyendo a socavar la imagen de Estados Unidos en el mundo entero. Ese país está profundamente fracturado y polarizado social, económica y políticamente. Por eso Biden tendrá muchos obstáculos en un intento por recuperar el liderazgo global. El escándalo de la última semana y lo que puede ocurrir en las próximas, no hará más que seguir profundizando el proceso de transición hegemónica hacia un mundo cada vez menos unipolar, donde Estados Unidos ya no tendrá el rol privilegiado que supo ostentar en las últimas décadas.
martes, 10 de noviembre de 2020
Martes 17/11: Conversatorio virtual: El impacto de las elecciones en Estados Unidos
Conversatorio virtual: El impacto de las elecciones en Estados Unidos
17 noviembre-5:00 pm - 8:00 pm (hora Argentina)
Martes 17 de noviembre – 17 a 20 horas Argentina
Panel 1: Cambios geopolíticos y confrontación Estados Unidos-China
Claudio Katz (Argentina)
Carlos Eduardo Martins (Brasil)
Lourdes Regueiro (Cuba)
Javier Vadell (Brasil)
Panel 2: América Latina entre Estados Unidos y China
Wagner Iglecias (Brasil)
Sonia Winer (Argentina)
Raúl Rodriguez Rodriguez (Cuba)
Ariela Ruiz Caro (Perú)
Coordinan:
Mariana Aparicio Ramírez. FCPyS/UNAM (México)
Gabriel Esteban Merino. IdIHCS/UNLP-CONICET (Argentina)
Leandro Morgenfeld. IIHES/UBA (Argentina)
Organizan:
Grupo de Trabajo CLACSO Estudios sobre Estados Unidos
Grupo de Trabajo China y el mapa del poder mundial
En el marco del proyecto «Las
cuatro estrategias de América Latina frente a la crisis de hegemonía
estadounidense y la transición hacia un mundo multipolar»
Beca CLACSO Los desafíos del multilateralismo en un mundo multipolar y tiempos de crisis
ACTIVIDAD ABIERTA Y GRATUITA POR ZOOM CON INSCRIPCIÓN PREVIA A TRAVES DEL SIGUIENTE FORMULARIO: ACÁ
La caída de Trump, la llegada de Biden y sus consecuencias para América Latina
La caída de Trump, la llegada de Biden y sus consecuencias para América Latina
Luego de cuatro días de tensión e incertidumbre, Joe Biden se transformó en el nuevo presidente electo de Estados Unidos. Donald Trump, golpeado, todavía no reconoció la derrota.
El sábado 7 de noviembre, tras conocerse finalmente los resultados de la elección en Pensilvania y luego de cuatro días de tensión e incertidumbre, Joe Biden se transformó en el nuevo presidente electo de Estados Unidos. Proclamado por las principales cadenas de noticias y agencias de prensa, esa misma noche dio su primer discurso presidencial. Donald Trump, golpeado, todavía no reconoció la derrota, sigue denunciando un fraude masivo, multiplica las impugnaciones judiciales y los pedidos de recuentos de votos y ayer echó al Secretario de Defensa Mark Esper, con quien venía manteniendo diferencias públicas desde junio. Crecen las especulaciones sobre una transición más caótica de la historia –incluso poderosos integrantes del Partido Republicano respaldan por estas horas la embestida de Trump-, mientras el magnate deja correr el rumor de que va a presentarse como candidato en 2024. Por otra parte, en Georgia volverá a haber elecciones en enero para definir las dos bancas de senadores, que definirán si Biden será el primer presidente en 30 años que asuma sin controlar esa estratégia Cámara.
La derrota de Trump
Contra lo que muchos especularon y lo que indicaban la mayoría de las encuestas, no hubo una ola azul demócrata. El actual presidente cosechó la nada desdeñable cantidad de 71 millones de votos (en 2016 había conseguido 63) y nada indica que su corriente vaya a desaparecer en el corto plazo, incluso si se confirma que deba abandonar la Casa Blanca en enero. Trump consolidó en octubre una Corte Suprema con seis miembros conservadores, y los resultados en el Senado bloquearían la promesa demócrata de ampliar los miembros de ese tribunal, para volver a un mayor equilibrio. Más allá de estos atenuantes, lo cierto es que la derrota del actual presidente implica la salida del gobierno del principal referente de las ultraderechas en todo el mundo. La no reelección de Trump implica una derrota para quienes, con una retórica propia de la guerra fría, “acusan” a todos de socialistas, intentando bloquear cualquier perspectiva emancipatoria a nivel local, nacional, regional o internacional e incluso cualquier iniciativa estatal con orientación igualitarista.
El caótico recuento de votos expuso, en Estados Unidos, la necesidad imperiosa de una reforma integral del sistema electoral –lo reiteró el miércoles Bernie Sanders-. Otro elemento a tener en cuenta es que la tensión y la movilización social tendrá que incorporarse como un dato permanente de la política estadounidense. Quedó claro también que es necesaria una renovación política, que supere al actual esquema bipartidista. En parte este recambio ya se está produciendo, ya que en esta elección se amplió la llegada al congreso de una nutrida y joven camada de representantes progresistas y de izquierda, liderada por Alexandria Ocasio Cortéz y su squad y referenciada en el carismático y popular senador Sanders. Ratificaron sus bancas, además de la carismática representante de New York, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley. También llegará al congreso la enfermera y referente de Black Lives Matter Cori Bush, el afrodescendiente Jamaal Bowman, y Sarah McBride, primera senadora trans, quien arrasó en las elecciones de Delaware con casi el 90 % de los votos.
La derrota de Trump, más allá del enorme apoyo que sigue cosechando –y de que probablemente los republicanos conserven la mayoría en la estratégica Cámara de Senadores-, implica un triunfo para los y las millones de mujeres, inmigrantes, trabajadores, ambientalistas, afrodescendientes, estudiantes, hispanos, militantes de las disidencias sexuales, científicos y artistas que desde hace cuatro años vienen luchando contra la agenda regresiva y anti-derechos impulsada por su Administración y por el partido republicano. Por eso el sábado hubo múltiples festejos populares cuando se confirmó la noticia.
Más allá de cómo termine la compleja transición política en la Casa Blanca, la crisis institucional en curso está profundizando el declive hegemónico estadounidense y contribuyendo a horadar todavía más la imagen de Estados Unidos en el mundo entero. Biden tendrá que concentrarse más en los problemas domésticos, en hacer frente a un Estados Unidos fracturado y polarizado social, económica y políticamente y por eso le costará restablecer el liderazgo global, incluso si logra concretar las promesas de regresar al Acuerdo de París y a la Organización Mundial de la Salud, o retomar el acuerdo con Irán del que Trump se retiró.
Qué puede esperar América Latina de Biden
Después de los auspiciosos resultados electorales de octubre en Bolivia y Chile, tras meses y meses de sostenidas luchas populares, la derrota de Trump profundiza el debilitamiento de las ultraderechas en Nuestra América, y en especial del gobierno brasilero encabezado por Jair Bolsonaro. Los nuevos vientos políticos en el continente generan una mejor correlación de fuerzas para avanzar con una agenda popular, en un contexto de desplome económico histórico (el PBI global se achicaría entre 4 y 5 % este año –el de América Latina 9%-y el comercio internacional se desplomaría un 20%), que requiere iniciativas audaces para frenar y revertir la creciente desigualdad económica, la pauperización social y el ecocidio en marcha.
Más allá de la alternancia de demócratas y republicanos, los objetivos estratégicos de Estados Unidos hacia la región se mantienen desde hace dos siglos, cuando se planteó la Doctrina Monroe: alejar a potencias extrahemisféricas, mantener el control del patio trasero y tratar de evitar que avance cualquier proyecto de coordinación política e integración latinoamericana. Divide y reinarás. El llamado “gobierno permanente de las grandes corporaciones” y el complejo militar-industrial y de inteligencia y el equilibrio de pesos y contrapesos bloquea cualquier alternativa de cambio real, como la que podía haber expresado Bernie Sanders, quien sí fue muy crítico del injerencismo estadounidense. Ante cada cambio de los inquilinos de la Casa Blanca, hay más continuidades que las aparentes. Tener esto en claro es fundamental para no alimentar falsas expectativas. Ya Obama decepcionó a quienes creyeron en su promesa de 2009 de una nueva política “entre iguales” con los países de la región.
Más allá de esto, para la región no daba igual Trump o Biden. Comparten objetivos, pero existen diferencias en las tácticas y las modalidades empleadas, en el uso de hard (Trump) o soft power (Biden), en apelar más al multilateralismo (Biden) o al bilateralismo (Trump) y en la retórica más o menos agresiva, por ejemplo, contra Cuba.
La reelección de Trump hubiera potenciado a las ultraderechas, como ocurrió con Bolsonaro en Brasil en 2018. Sin Trump en la Casa Blanca, difícil imaginar que el militar podría haberse encaramado en el poder. Lo mismo puede decirse sobre la ofensiva contra cualquier política económico-social incluso tímidamente igualitarista, o contra los derechos sociales conquistados o por conquistar (sindicales, de las diversidades sexuales, del aborto legal, de las luchas de los pueblos originarios por las tierras o de los ambientalistas contra el extractivismo). Cuatro años más de Trump hubieran implicado un corrimiento todavía mayor hacia a la derecha en todo el mundo, y en especial en América Latina. Es cierto que el magnate no promovió los mega acuerdos de libre comercio que impulsaban los globalistas ni impulsó (todavía) guerras en el extranjero. Pero el avance de la internacional ultraderechista apañada por los trumpistas y sus émulos latinoamericanos hubiera implicado un peligro enorme para la región. La derrota de Trump, entonces, debilita al gobierno de Brasil y a todas las fuerzas y líderes, en cada país de la región, que se referenciaban en ellos.
Para América Latina esto puede significar una enorme oportunidad. La reciente vuelta al poder de Luis Arce y el MAS en Bolivia, sumada al triunfo popular en el plebiscito del 25 de octubre en Chile para reformar la constitución pinochetista y las venideras elecciones en Venezuela y Ecuador auguran un nuevo ciclo de protagonismo de los pueblos y las fuerzas sociales radicales y progresistas en la región, luego de las enormes movilizaciones de los últimos meses del año pasado, pausadas por el estallido de la pandemia.
Como señaló Evo Morales el lunes 19 de octubre, horas después del contundente triunfo electoral, es el momento de reconstruir la UNASUR –por estas horas su nombre suena como potencial Secretario General, lo cual implicaría un relanzamiento del organismo, al que podría sumarse nuevamente Ecuador, en caso de que ganara en febrero, como indican las encuestas, el correísta Andrés Arauz- y demás herramientas regionales de coordinación y cooperación política, atacadas por gobiernos derechistas en los últimos años. Álvaro García Linera, hace dos años y frente a tantos agoreros que pronosticaban una robusta restauración conservadora, pronosticó que no habría un largo invierno neoliberal ya que, a diferencia de los años noventa de siglo pasado, cuando se impuso el llamado Consenso de Washington, el neoliberalismo del siglo XXI no tenía un proyecto. Parecía, más bien, un “neoliberalismo zombi”, con poco combustible. La crisis hegemónica del imperio –en cuyo seno miles y miles de jóvenes que simpatizan con el socialismo se lanzan a la participación política– genera condiciones para que el renovado protagonismo de los pueblos latinoamericanos impulse un cambio histórico y ponga en marcha la construcción de la tantas veces anhelada Patria Grande. La región podrá aprovechar la circunstancia de que el gobierno estadounidense deberá abocarse mucho más a las fracturas domésticas que a la proyección hegemónica global.
Biden intentará mejorar la alicaída imagen de su gobierno en la región, apelará al multilateralismo –previsiblemente, utilizará su condición de anfitrión en la Cumbre de las Américas 2021 para escenificar un nuevo vínculo menos prepotente con la región-, retomará cierto diálogo con Cuba y mantendrá las presiones y sanciones contra Venezuela, pero quizás con una estrategia que involucre a más actores internacionales. Seguramente priorizará el diálogo con nuevos interlocutores –Alberto Fernández-, en vez de Bolsonaro, avanzará con la siempre postergada reforma migratoria –que involucra a millones de hispanos, denostados por Trump- y ampliará la agenda de temas en las relaciones interamericanas –incluyendo lo vinculado a lo medioambiental-. Obviamente, el objetivo seguirá siendo contener la creciente presencia china, pero con herramientas y recursos distintos a los empleados por la saliente administración republicana.
Con respecto a Argentina, es claro que el gobierno del Frente de Todos anhelaba un triunfo de Biden, aunque no lo haya manifestado públicamente para no repetir el error de Macri con Hillary Clinton en 2016. Prefería al candidato demócrata por las mayores afinidades políticas e ideológicas, por los vínculos construidos a lo largo de años –como senador, vicepresidente, además de sus negocios familiares-, y por las diferencias que lo separaban de Trump, quien mantuvo una fluidísima relación con Macri. Alberto Fernández espera superar los cortocircuitos que tuvo con el asesor Mauricio Claver-Carone –hoy al frente del BID, a pesar de la negativa argentina- y especula que con Biden tendrá un diálogo más amplio y constructivo, incluyendo la compleja negociación con el FMI. Hay expectativas, además, de destrabar el ingreso de las exportaciones de biodiesel –un negocio de 1200 millones de dólares-, bloqueadas por Trump desde 2017 como parte de su proteccionismo comercial.
Argentina, a la espera de un giro con la derrota de Trump en EEUU
Donald Trump es el primer presidente de Estados Unidos en los últimos 28 años en no ser reelecto y el cuarto en 100 años. Sputnik habló con el historiador argentino Leandro Morgenfeld, especialista en relaciones bilaterales con la potencia norteamericana y sus mandatarios, sobre las expectativas en América Latina ante el cambio de Gobierno en EEUU.
Comienzan en el mundo las especulaciones acerca de lo que representa para los intereses regionales y a partir de lo que se espera de un líder con las características de Joe Biden en la coyuntura geopolítica, luego de que se confirmara el triunfo del candidato del Partido Demócrata en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, a pesar del no reconocimiento por parte del actual presidente, Donald Trump.
"La derrota de Trump y la forma tan caótica en la que se procesó son una manifestación del declive de la hegemonía de EEUU, de la falta de liderazgo que viene hace varios años, pero que se profundizó en 2020 producto de la pandemia, la crisis económica global y su incapacidad de proponer una salida multilateral", dijo a Sputnik Leandro Morgenfeld, historiador y analista internacional argentino.El autor del libro Bienvenido Mr. President, que desentraña las visitas de los mandatarios estadounidenses a la Argentina desde la de Franklin D. Roosevelt hasta la de Trump en el G20 de 2018, destacó que el anuncio de que Biden es el presidente electo generó tranquilidad, sobre todo en los aliados europeos de EEUU.
Morgenfeld detalló que Biden es parte del establishment demócrata, con un historial bastante conservador en materia de política exterior, de política punitiva, incluyendo su apoyo a la Guerra de Irak, y de quien pudiera esperarse una continuación de las relaciones con Latinoamérica que mantuvo el Gobierno de Barack Obama, que tuvo muchos matices.
"Es una muy buena noticia para la región la derrota de Trump porque había militarizado la política hacia la región, con un enfoque muy hostil contra Cuba y Venezuela, con apoyo clave a gobiernos de ultraderecha como el de Jair Bolsonaro en Brasil, y financió el intento de reelección de Mauricio Macri [2015-2019] en Argentina mediante el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional [FMI]", enumeró.
El Ministerio de Economía argentino envió recientemente al Congreso un proyecto de ley para el fortalecimiento de la sostenibilidad de la deuda pública, que estipula que el endeudamiento en moneda extranjera bajo ley internacional requerirá autorización del Congreso, así como también los futuros programas que se acuerden con el FMI, al que el país debe una suma de 52.000 millones de dólares incluyendo intereses.
Políticas económicas y mercado internacional
El analista vaticinó un regreso del multilateralismo internacional en el continente. "Trump faltó a la última Cumbre de las Américas y en 2021 se va a hacer en EEUU, así que creo que Biden va a intentar utilizarla para relanzar los vínculos con la región, lo que abre oportunidades para toda Latinoamérica".
Con respecto a Argentina, Morgenfeld explicó que el Gobierno de Alberto Fernández ansiaba un triunfo de Biden, aunque no lo haya dicho públicamente, por los cortocircuitos que tuvo con Trump, quien mantenía un vínculo aceitado con Macri, y porque intuye que Biden tendrá una menor interlocución con Brasil, lo cual le podría permitir renegociar el ingreso de las exportaciones de diésel, que están trabadas desde 2017."Con la derrota de Trump se debilitaron los sectores de la burguesía estadounidense nacionalista y americanista, que planteaban una política más proteccionista, lo que puede generar mejores condiciones para negociar entrar al mercado norteamericano, aunque sosteniendo las diferentes formas de protección del mercado interno que históricamente utilizó EEUU", elaboró el académico y docente universitario.
En contraste, Morgenfeld explicó que Biden expresa al establishment globalista del capital más transnacionalizado de EEUU, que está en el control del Partido Demócrata desde la década de 1990. Habrá que esperar a ver si el nuevo presidente electo retoma los tratados de libre comercio, como el transpacífico, del que se retiró Trump, o el transatlántico, que se estaba negociando y que el todavía presidente se encargó de frenar.
Además, analizó que la estrategia de confrontación con China va a continuar, pero con una modalidad distinta a la que mantuvo Trump, tildada de guerra comercial por sus altos niveles de tensión y de imposición de tarifas, para dar pie a acuerdos multilaterales, mientras que Latinoamérica seguirá como un área en disputa."La diferencia es que la estrategia que se tenía hasta la llegada de Trump era tratar de incluir a China en todos los organismos multilaterales, y no ir hacia negociaciones más bilaterales, pero tampoco es esperable que sean como en la era Obama, porque el ascenso de China en los últimos cuatro años fue muy importante", resaltó.
lunes, 9 de noviembre de 2020
Reseña Badiou contra Trump (Le Monde)
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
Badiou, Alain: Badiou contra Trump, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2020. 95 páginas
El reconocido filósofo Alain Badiou se encontraba en Estados Unidos el 8 de noviembre de 2016, la “profunda noche” en la que se conoció el triunfo de Donald Trump. Este libro recoge la conferencia magistral que dictó en Los Ángeles, dos días después de ese acontecimiento, y otra que ofreció ese mismo mes en Boston. Luego, un ensayo del 2019 y una entrevista de enero de este año, en los que agudiza la caracterización del fenómeno trumpista.
En su aguda crítica, Badiou lo compara con otras expresiones similares y esboza los cuatro principios con los que se podrían juzgar a todos los programas, decisiones, partidos o ideas políticas: el colectivismo contra la propiedad privada, el trabajo polimorfo contra la especialización, el universalismo concreto contra las identidades cerradas y la libre asociación contra el Estado.
Para enfrentar a los Trump, Bolsonaro, Orbán o Duterte, y al capitalismo globalizado, ya no basta con gestos morales o “democráticos” ni reivindicaciones liberales o libertarias, sino oponerles una idea, que debe responder a tres principios: el internacionalismo –que impide que el movimiento abra paso al nacionalismo (y mucho menos que tolera el racismo o la islamofobia)-, la destrucción del orden capitalista y burgués –evitando así el apoyo a fuerzas que sólo buscan ocupar posiciones de poder dentro del orden dominante- y la abolición de la propiedad burguesa –llevada hoy al extremo de que un centenar de personas acumalan la misma riqueza que dos mil millones-.
sábado, 7 de noviembre de 2020
Los significados de la derrota de Trump
Los significados de la derrota de Trump
La estruendosa caída de Trump y los nuevos vientos políticos en el continente generan una mejor correlación de fuerzas para avanzar con una agenda popular.
El viernes se terminó de allanar el camino para que Joe Biden logre la mayoría en el Colegio Electoral. Si bien supera a Trump por más de cuatro millones de votos (74 a 70), el anacrónico sistema electoral hace que todavía estemos esperando la confirmación en Arizona, Nevada, Pensilvania, Georgia (en los cuatro el demócrata lleva la delantera), Carolina del Norte (Trump tiene una leve ventaja) y Alaska (el republicano se quedaría con sus tres electores). El actual presidente, anoche desde la Casa Blanca y hoy a través de Twitter, sigue denunciando fraude, pretende llevar las impugnaciones hasta una Corte Suprema que controlan los ultraconservadores (6 a 3) y suma adversarios hora a hora (ya se peleó con Fox, la derechista y masiva cadena que fue su principal sostén mediático desde 2016).
Además, tampoco los republicanos tienen ahora asegurada la mayoría en la Cámara de Senadores, lo cual puede terminar de modificar sustancialmente el equilibrio de poderes ante un cada vez más seguro gobierno de Biden y Kamala Harris (es probable que Georgia deba volver a las urnas el 5 de enero, para definir su senador y eventualmente determinar quién controla esa cámara). Si bien la definición formal de la contienda electoral puede demorarse días o semanas (las autoridades de Georgia, por ejemplo, anunciaron hoy el recuento de los votos, por la estrecha diferencia), se suceden las señales de que Trump no podrá salirse con la suya. Los servicios de inteligencia iniciaron movimientos para proteger a Biden como si ya fuera el presidente electo. El establishment republicano no parece dispuesto a inmolarse por un presidente que, si bien tomó su agenda plutocrática (rebaja de impuestos a los ricos, desregulaciones, ajustes presupuestarios en salud y educación) y anti-derechos (restricción del derecho al aborto, bloqueo de la reforma migratoria), siempre generó resquemores. Muchos poderosos miembros de su partido, al fin y al cabo, preferirían que el centrista Biden ocupe el Salón Oval, siempre y cuando desde el Congreso y la Corte Suprema limiten cualquier reforma económica, social o política significativas. Algunos lo manifestaron antes de las elecciones, otros lo empiezan a hacer ahora.
Tras el incendiario discurso de “ley y orden” de Trump del 1 de junio en los jardines de la Casa Blanca, la fractura se empezó a exponer cada vez más. Dos días más tarde, Mark Esper, su Secretario de Defensa, salió públicamente a rechazar la idea de Trump de sacar las tropas a la calle para reprimir al pueblo (por estas horas se rumorea que Trump anunciaría su reemplazo). A él se sumó nada menos que James Mattis, el jefe del Pentágono en 2017 y 2018, quien afirmó que Trump era divisivo y un peligro para la Constitución estadounidense, y que había que apoyar a los manifestantes. También plantearon sus voces críticas otros militares como el general John F. Kelly, ex Jefe de Gabinete de Trump, y John Allen, ex comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, quien declaró: “Trump fracasó en proyectar emoción o el liderazgo que se necesita desesperadamente en cada rincón del país en este difícil momento”. Pocos días después, el General retirado Collin Powell, ex Secretario de Estado de Bush (2001-2005), fue todavía más lejos y declaró que votaría por Biden en las elecciones del 3 de noviembre. El 18 de agosto lo reiteró en la Convención Nacional del Partido Demócrata, indicando que apoyaría la fórmula Biden-Kamala Harris porque representaba “los valores” que hay que “restaurar” en la Casa Blanca. Lo mismo hizo Cindy McCain, viuda del exsenador y excandidato a presidente republicano en 2008, John McCain, quien también se pronunció en ese mismo sentido, y John Kasich, ex gobernador de Ohio (2011-2019) por el Partido Republicano, quien expresó apoyo al aspirante demócrata, destacando que lo conocía bien y sabía que no iba a girar a la izquierda. El domingo 23 de agosto, Kellyanne Conway, una de las asesoras y más fervientes sostenedoras del gobierno Trump –fue su jefa de campaña en 2016 y lo acompaña en la Casa Blanca desde el inicio-, anunció que abandonaba su puesto, apenas horas antes de que se iniciara la convención del GOP. Su marido, George Conway, fundador del Proyecto Lincoln, conformado por republicanos anti-Trump, se había transformado en un acérrimo crítico del jefe de su esposa, cuestionando su salud mental y planteando que era un “cáncer” que el Congreso debía extirpar. Trump perdió así a una de sus más fervientes defensoras. Esa misma semana, incluso periodistas de la cadena Fox lo criticaron fuertemente por no condenar en el primer debate presidencial a los grupos supremacistas blancos, a pesar de los insistes pedidos del moderador Chris Wallace. Estos antecedentes son apenas una muestra de lo que podría ocurrir en las próximas horas y días. El incendiario discurso de Trump de ayer en la Casa Blanca fue el punto de no retorno.
Si bien el trumpismo hizo una buena elección (sumó 7 millones de votos respecto a 2016) y nada indica que vaya a desaparecer en el corto o mediano plazo, lo cierto es que la derrota del actual presidente –quien se suma a Hoover, Carter y Bush padre, miembros del selecto club de los que intentaron y no lograron su reelección en los últimos 100 años- es un revés para quienes, con una retórica propia de la guerra fría, “acusan” a todos de socialistas, intentando bloquear cualquier perspectiva emancipatoria a nivel local, nacional, regional o internacional e incluso cualquier iniciativa estatal con orientación igualitarista (hasta un impuesto a la riqueza de emergencia es atacado como una medida proto-socialista). Después de los auspiciosos resultados electorales en Bolivia y Chile, resultado de meses y meses de sostenidas luchas populares, la derrota de Trump implica un debilitamiento de las ultraderechas en Nuestra América, y en especial del gobierno brasilero encabezado por Jair Bolsonaro. Los nuevos vientos políticos en el continente generan una mejor correlación de fuerzas para avanzar con una agenda popular, en un contexto de desplome económico histórico (el PBI global se achicaría entre 4 y 5 % este año –el de América Latina 9%-y el comercio internacional se desplomaría un 20%), que requiere iniciativas audaces para frenar y revertir la creciente desigualdad económica, la pauperización social y el ecocidio en marcha.
El caótico recuento de votos de esta semana en Estados Unidos expuso la necesidad imperiosa de una reforma integral del sistema electoral–lo reiteró el miércoles Bernie Sanders-. Otro elemento a tener en cuenta es que la tensión y la movilización social tendrá que incorporarse como un dato permanente de la política estadounidense. Quedó claro también que es necesaria una renovación política, que supere al actual esquema bipartidista. En parte este recambio ya se está produciendo, ya que el martes se concretó la llegada al congreso de una nutrida y joven camada de representantes progresistas y de izquierda, liderada por Alexandria Ocasio Cortéz y su squad y referenciada en el carismático y popular senador Sanders.
La derrota de Trump, en síntesis y más allá de las múltiples consideraciones y análisis que deberán profundizarse en los próximos días y semanas, implica sin lugar a dudas un triunfo para los y las millones de mujeres, inmigrantes, trabajadores, ambientalistas, afrodescendientes, estudiantes, hispanos, militantes de las disidencias sexuales, científicos y artistas que desde hace cuatro años vienen luchando contra la agenda regresiva y anti-derechos impulsada por su Administración y por el partido republicano.
Más allá de cómo termine la novela de la transición política en la Casa Blanca, la crisis institucional en curso está profundizando el declive hegemónico estadounidense. Hoy el debate sobre decadencia del imperio americano ya no se circunscribe a los activistas y académicos que nos especializamos en el tema, sino que se transformó en parte de las conversaciones en todos los ámbitos públicos. La estruendosa caída de Trump, el mayor exponente de las ultraderechas a nivel global, genera esperanzas y es una gran oportunidad para avanzar con una agenda antiimperialista, popular, anticolonial, feminista y de izquierda.