Elecciones en los Estados Unidos
Por Leandro Morgenfeld (Revista Mestiza)
Desde la crisis de 2008 se debate sobre el declive de Estados Unidos, el ascenso de China y la reconfiguración del orden internacional de posguerra. Este año quedará en la historia como un punto de inflexión: a la crisis sanitaria, económica y social, el caótico proceso electoral está sumándole una potencial debacle político-institucional, que profundizaría la caída de imagen de un país que ya no puede ejercer el liderazgo global de antaño.
En Estados Unidos, el desastroso manejo sanitario de la pandemia produjo más de 200.000 muertos. Como recordó Joe Biden en el debate del 29 de septiembre, con apenas 4% de la población mundial, su país concentró el 20% de los muertos mundiales por COVID. Irónicamente, cuando todavía no se acallaban las críticas por el penoso papel del presidente en el primer duelo entre los candidatos, el viernes 2 se conoció la explosiva noticia de que Trump dio positivo y contrajo el virus. Con 74 años, y siendo un paciente de riesgo, la incertidumbre general está justificada. De ahora en más seguramente la campaña ya no girará tanto en torno a la economía (pese a que atraviesa la mayor caída desde los años treinta, el actual presidente prefiere enfatizar la recuperación de los últimos dos meses), a la elección de la nueva integrante de la Corte Suprema, o a la rebelión popular desatada contra la violencia policial y el racismo desde el asesinato de George Floyd el 25 de mayo. El tema de la pandemia, y la pésima gestión del gobierno federal, vuelve al primer plano, muy a pesar del candidato republicano.
Las elecciones de noviembre van a contribuir a horadar todavía más la hegemonía global estadounidense. La cada vez más cierta posibilidad de que las dificultades para votar, por la extensión de la pandemia, hagan que el voto por correo defina las elecciones es una suerte de bomba de tiempo. Existen ya múltiples controversias sobre el Servicio Postal, el conteo de los votos por esa vía –Trump declaró que podría llevar meses o años conocer el resultado electoral- y la potencialidad de un fraude masivo. El martes 25 de agosto, los fiscales de New York, New Jersey y Hawai presentaron una demanda contra Trump acusándolo de sabotear el servicio postal de cara a los comicios. A ellos se sumaron también los alcaldes de San Francisco y New York, quienes apuntaron contra el director del correo, Louis DeJoy, fanático trumpista, quien ordenó la eliminación de buzones y equipos de procesamiento de cartas. En el debate presidencial, Trump volvió a atacar el voto por correo, se negó a aceptar que reconocería una eventual derrota y declaró que habría fraude y que “esto terminaría mal”.
Cada día aparecen más indicios de que no sólo el establishment globalista, sino también importantes sectores republicanos parecen inclinarse por Biden, en vez de Trump. La última controversia estalló el domingo 23 de agosto, cuando Kellyanne Conway, una de las asesoras y más fervientes sostenedoras del gobierno Trump –fue su jefa de campaña en 2016 y lo acompaña en la Casa Blanca desde el inicio-, anunció que abandonaba su puesto, apenas horas antes de que se iniciara la convención del GOP. Su marido, George Conway, fundador del Proyecto Lincoln, conformado por republicanos anti-Trump, y se había transformado en un acérrimo crítico del jefe de su esposa, cuestionando su salud mental y planteando que era un “cáncer” que el Congreso debía extirpar. Trump perdió así a una de sus más fervientes defensoras. Esta semana, incluso periodistas de la trumpista cadena Fox lo criticaron fuertemente por no condenar en el debate presidencial a los grupos supremacistas blancos, a pesar de los insistentes pedidos del moderador Chris Wallace.
Queda por delante un mes en el que puede ocurrir de todo. Trump no será como Al Gore, quien se retiró de la contienda en diciembre del 2000 para evitar erosionar la imagen internacional de Estados Unidos, luego de evidencias de fraude en el proceso que terminó con el polémico triunfo de Bush. Queda por ver la evolución de la pandemia, el grado de recuperación de la economía y los ataques que el avezado Trump lanzará contra su adversario en los dos debates presidenciales restantes (15 y 22 de octubre), si es que su nueva condición de salud permite realizarlos. Intentará capitalizar un eventual rebote en la actividad y el anuncio de una vacuna contra el COVID-19, además de supuestos logros en materia de política exterior (reconocimiento de Israel por parte de Emiratos Árabes Unidos). Profundizará su retórica anti-China y anti-inmigrantes y atacará las propuestas demócratas acusándolas de socialistas. Agitará el fantasma del fraude e intentará reducir a la mínima expresión el voto por correo, para disminuir la participación electoral.
El resultado electoral todavía es incierto. El promedio de encuestas da hoy una ventaja de entre 6 y 7 puntos a Biden, pero lo que cuentan son los estados oscilantes, donde la diferencia es mucho menor. Y no gana el que más votos obtiene, sino el que más electores cosecha (Trump consiguió imponerse hace cuatro años con casi 3 millones de votos menos que Hillary Clinton). Además, luego de la lección de 2016, ya pocos confían en las encuestas (apenas un 5% de los estadounidenses las contestan). A esto debe sumarse la posibilidad de la aparición de otro cisne negro en octubre. Aunque, para algunos analistas, la sorpresa preelectoral ya aconteció: fue la muerte de la progresista jueza de la Corte Suprema Ruth Bader Guinsburg y la decisión de Trump de reemplazarla antes de las elecciones por Amy Barrett, garantizándose una mayoría ultraconservadora de 6 a 3 en el máximo tribunal (que puede revertir la legalidad del aborto o el matrimonio igualitario, dos temas sensibles para la base evangélica que apoya al actual presidente). Otra novedad de última fue lo que ocurrió cuando el influyente New York Times publicó la declaración de impuestos federales de Trump de 2016: pagó apenas 750 dólares (contra 300.000 que pagó Biden). Esto provocó un mini terremoto político que, a pesar de que fue aludido en el debate, no está claro que tenga un impacto electoral (ya dijo el magnate neoyorquino en 2016 que él podía dispararle a alguien en la Quinta Avenida sin perder ni un solo voto). Sin embargo, puede enojar a los trabajadores de los estados del Cinturón del Óxido, que hace cuatro años le dieron el triunfo por escaso margen y que hoy, según las encuestas, podrían volverse azules (o sea, votar por un demócrata). En las últimas horas apareció la famosa novedad de octubre: Trump dio positivo de COVID. Esta noticia cayó como una bomba y modificó una vez más el panorama electoral (¿debe reemplazarlo el vice? ¿podrá volver a los mítines presenciales? ¿participará en los debates restantes?). Está por verse si esta es la última sorpresa o todavía faltan más.
Lo más probable es que la noche del martes 3 de noviembre no haya un presidente electo. O que ambos se declaren ganadores, abriendo una batalla político-judicial potencialmente explosiva y mucho más disruptiva que la que en el año 2000 le permitió a Bush Jr. llegar a la Casa Blanca. Trump repitió en el debate su pronóstico alarmista: “Será un fraude como nunca antes se ha visto. Esto no va a terminar bien”. Si, como indican las encuestas, los resultados son ajustados en los swing states y el voto por correo es mucho más significativo que lo habitual –lo cual es lógico, por la pandemia-, lo más probable es que esto termine en una disputa judicial complejísima (son decenas de millones de votos que se realizan por correo y en forma anticipada-. La última palabra la tendrá la Corte Suprema, con tres de sus nueve miembros, si prospera el nombramiento de Amy Barrett, propuestos por Trump. Lo único seguro es que el sistema político y electoral estadounidense va a salir mucho más desprestigiado y deslegitimado de lo que ya está. No es poco.
En medio de una fuerte disputa geopolítica y geoeconómica con China, la imagen internacional de Estados Unidos no para de caer en todo el mundo. Trump, por su incapacidad para liderar una respuesta global a la pandemia y a la crisis económica, hoy tiene menos aprobación internacional que líderes como Merkel, Xi Jinping o Putin. El 2020 será recordado como el año de la tormenta perfecta. ¿Será este el momento del principio del fin de la hegemonía estadounidense?
Acerca del autor / Leandro Morgenfeld
Profesor Regular, UBA. Investigador Adjunto del CONICET, en el IDEHESI. Co-coordinador del Grupo de Trabajo CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos.
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