Revista Estudios Sociales, Universidad Nacional del Litoral
Vol. 58 Núm. 1 (2020)
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
Leandro
Morgenfeld
Profesor UBA- Investigador CONICET
leandromorgenfeld@hotmail.com
Originado
en el simposio “Repensando las relaciones entre Estados Unidos y América
Latina: debates historiográficos y actuales” (Centro de Estudios
Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge, 2011) y en un panel del
Congreso de la Latin American Studies Association (LASA), realizado en
Washington DC dos años más tarde, el presente libro editado por Juan Pablo
Scarfi y Andrew R. Tillman tiene un objetivo ambicioso: recuperar la idea del
Hemisferio Occidental, que supo popularizar el historiador Arthur Whitaker en
los años cincuenta del siglo pasado, para los estudios de las relaciones
interamericanas.
En la introducción al volumen, los
editores se plantean, como propósito, una lectura más balanceada entre
hegemonía y cooperación y entre la diferencia y lo que tienen en común las
naciones al norte y al sur del Río Bravo, para solucionar lo que identifican
como un problema: la sobreestimación de Estados Unidos como responsable del
devenir del vínculo con el resto de sus vecinos del continente. Tal como se
plantea al principio del libro, la propuesta es desafiar las supuestas dos
grandes falacias “divisivas” de la historiografía estadounidense y
latinoamericana: la idea del choque de civilizaciones y la del excepcionalismo
estadounidense. Para lograrlo, proponen adoptar una perspectiva global y
transnacional (pág. 2). La apuesta: que la noción de Hemisferio Occidental, que
declinó en las últimas décadas hasta volverse irrelevante, vuelva al primer
plano de los debates académicos. Así, se lograrían conciliar las visiones que
enfatizan los aspectos hegemónicos estadounidenses con los otros que ponen en
foco en la cooperación interamericana. Claro que, cuando se procura la recuperación
de la idea de Hemisferio Occidental, no debe caerse en el error de limitarse al
análisis de una historia continental, sino que tiene que pensarse, argumentan
acertadamente Scarfi y Tillman en la introducción, dentro de una perspectiva
global.
La dimensión espacial o geográfica
de la idea del Western Hemisphere es
crucial, pero a la vez debe superar, señalan los editores, la propia manera en
la cual Estados Unidos separa a América Latina y el Caribe en distintas
regiones. También reclaman que la historiografía latinoamericana cumpla un rol
clave a la hora de reescribir la historia de las relaciones interamericanas, a
la vez que los aspectos culturales deben ocupar un lugar destacado, a pesar de
que tradicionalmente fueron relegados. Tras una revisión de cómo apareció la
idea y qué lugar ocupó en las décadas siguientes, el volumen se inscribe en la
tradición de otros autores que apelaron a una perspectiva trasnacional, pero
sin quizás explicar adecuadamente por qué sería fructífero recuperar el “concepto”
de Hemisferio Occidental.
Luego
de la introducción, el libro consta de tres partes, cada una de ellas con dos
textos. La primera parte se ocupa de cuestiones metodológicas y de los
fundamentos de la disciplina, entre las Relaciones Internacionales y la
Historia. El capítulo de Charles Jones propone que la noción de Hemisferio
Occidental se transforme en un “laboratorio” para entender las relaciones
tremendamente asimétricas y culturalmente disímiles entre los distintos países
del continente, abandonando los enfoques estadounidense-céntricos que priman en
la disciplina de las relaciones internacionales. Tanya Harmer, por su parte,
plantea la potencialidad de recuperar el concepto para construir una
perspectiva sobre las relaciones interamericanas cada vez menos centrada en
Estados Unidos, y que recupere la agencia de los distintos países y actores de
América Latina, que distan de ser meras marionetas de Washington. En esa línea,
recupera los trabajos recientes de diversos historiadores como Tom Long, Max
Paul Friedman y Alan Mc Pherson, solo por citar algunos de los académicos que
vienen trabajando en archivos diplomáticos de América Latina, tradicionalmente
soslayados.
En
la segunda parte, se analiza el vínculo entre panamericanismo y la idea del
Hemisferio Occidental. El capítulo de Mark J. Petersen se ocupa del caso
chileno, para mostrar cómo el primero, a pesar de ser una herramienta funcional
a la hegemonía estadounidense, también fue utilizada, en este caso por el país
trasandino, para contrarrestar dicha hegemonía y avanzar en la cooperación en
una serie de tópicos, como las políticas sanitarias, las políticas sociales o
los derechos de las mujeres (pág. 112). El texto de Ricardo Salvatore, por su
parte, se aboca a las distintas concepciones espaciales en la historia de las
relaciones interamericanas y a la interacción entre el hemisferio, la región y
la nación. Muestra la coexistencia de las visiones estadounidenses hegemónicas
hacia América Latina y el proyecto panamericano (pág. 160).
En
la tercera parte, abocada la cuestión legal, se tratan tópicos más específicos,
como las relaciones entre derechos humanos, derecho internacional americano y
sistema interamericano. El texto de Scarfi presenta una detallada investigación
del Instituto Americano de Derecho Internacional (AIIL, según su sigla en
inglés) y de cómo, a pesar de su breve existencia, influenció al movimiento
panamericano, hasta su declive. El trabajo de Par Engstrom, por su parte, se
ocupa de estudiar el sistema interamericano de derechos humanos, intentando
mostrar de qué forma se constituyó en una entidad de influencia política
supranacional, a pesar de ser frecuentemente criticado como una simple
extensión o herramienta de la política exterior estadounidense (pág. 233-234).
Pensar
en las Américas como una unidad puede parecer atractivo. Con unos 1.000
millones de personas, un tercio del PBI mundial (24% Estados Unidos, 7% América
Latina y el Caribe y 2% Canadá), el continente cuenta con el 45% del agua
renovable a nivel mundial, el 40% de las reservas de petróleo, enorme potencial
de energías renovables y un liderazgo mundial en la producción de alimentos.
Claro que esos agregados dicen poco sobre las heterogeneidades, las asimetrías
y la historia de dominación. Toda elección académica supone un fundamento
político. Estados Unidos apeló a la idea de Hemisferio Occidental para reforzar
el proyecto panamericano, en disputa con otros proyectos regionales. Lo hizo
también, más recientemente, para impulsar el ambicioso proyecto del Área de
Libre Comercio de las Américas (ALCA). Es una noción que justamente diluye
otras identidades, como la latinoamericana o la nuestramericana, intentando
reforzar la idea de lo común por sobre las diferencias entre los países al
norte y al sur del Río Bravo. Es funcional a la nueva estrategia de seguridad
nacional estadounidense, que reivindica la Doctrina Monroe frente a los nuevos
desafiantes: China y Rusia.
Y
esto no es una novedad de Trump o su ex Secretario de Estados Rex Tillerson. Ya
en noviembre de 2005, cuando en Mar del Plata defendió su proyecto estratégico
del ALCA, George Bush (hijo) sólo tomó la palabra para decir que la integración
de las Américas –lo que ellos llaman el Hemisferio Occidental- era clave para
poder hacer frente juntos a China. Las denominaciones, sabemos, no son
neutrales. Hemisferio Occidental, Latinoamérica, Hispanoamérica, Indoamérica,
Iberoamérica o Nuestra América suponen tradiciones y apelaciones diversas, con
connotaciones que es preciso no soslayar. Este libro, sin lugar a dudas, abre
un debate rico, no sólo en el ámbito académico, sino también político. Sería
promisorio seguir profundizando en el análisis de la dialéctica entre
cooperación y confrontación, en el concepto de hegemonía en las relaciones
interamericanas y en qué implicancias político-ideológicas, además de las
historiográficas, tendría en el siglo XXI la recuperación de la referencia al Western Hemisphere.
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