El BCRA registra 71 mil millones de dólares de reservas, pero la cifra realmente disponible apenas sobrepasa los 17 mil millones. Aunque el Gobierno cruje, Trump juega fuerte para que Macri llegue a octubre. Fueron los Estados Unidos los que obligaron al FMI a permitir que el Banco Central vendiera dólares en cantidad.
Por Alfredo Zaiat (Página/12)
El FMI censura a los países que ocultan información económica o difunden estadísticas no confiables, como lo hizo con Argentina durante varios años durante el ciclo político kirchnerista. Ahora avala que el Banco Central esconda los motivos de la variación diaria de las reservas internacionales, para de esa forma disimular la liquidación de dólares para financiar la fuga de capitales. Este doble estándar estaría reflejando que sus observaciones con pretensión técnica y pulcritud institucional son eminentemente políticas. El FMI ha dejado expuesto en forma explícita en su estatuto que los dólares que presta a los países no pueden ser utilizados para atender la demanda especulativa de divisas. En una decisión desconcertante, autorizó al Banco Central de Guido Sandleris a rifar en el mercado los dólares que fueron entregados inicialmente para garantizar el pago de intereses y capital de la deuda. Desampara a los dueños de títulos públicos, que no es otra cosa que agigantar el fantasma del default, persiguiendo un objetivo difícil de alcanzar: frenar la corrida dolarizadora en los meses previos a la elección de presidente 2020-2023. Con ambas medidas desesperadas, el Fondo Monetario Internacional, o sea los Estados Unidos, no sólo es el principal financista de la campaña electoral del oficialismo. Se ha convertido también en el más fuerte soporte político del macrismo en momentos en que la alianza Cambiemos se está descomponiendo sin pausa, con radicales en fuga, con Elisa Carrió espantando al electorado y con líneas internas del PRO que desean que Mauricio Macri se decida a dar un paso al costado para preservar algún margen de competitividad en las elecciones.
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Vencimientos cercanos | Un bunker con dudas
El FMI salió otra vez al rescate de un Macri acorralado por el dólar y al borde del abismo. Es una decisión política que no tuvo en su momento con el gobierno de Raúl Alfonsín (1989) ni con el de Fernando de la Rúa (2001), a los cuales les soltó la mano precipitando crisis de proporciones. Con la flexibilización de la regla para vender dólares del Banco Central, se consolida el partido político FMI Macri para competir en la próxima elección presidencial.
Liquidación
La directora gerente del Fondo, Christine Lagarde, despidió al anterior presidente del Banco Central, Luis Caputo, luego de que liquidara unos 13.500 millones de dólares de las reservas sin autorización –del FMI–. Esa crisis provocó la caída del primer acuerdo con Argentina, que luego fue reflotado en otro que definió una zona de no intervención cambiaria y la veda a utilizar los dólares del préstamo de más de 57 mil millones para atender la inestabilidad del mercado cambiario. Esa política ahora fue tirada al cesto, sumándose a la serie de fracasos que viene acumulando el Banco Central desde la dupla Federico Sturzenegger-Lucas Llach, pasando por Luis Caputo-Gustavo Cañonero y ahora Guido Sandleris-Verónica Rappoport. Puede ser que a algunos de ellos sólo les quede la red social Twitter para alimentar la ironía y autoestima, porque la sucesión de fiascos en la administración de la política monetaria y cambiaria en estos años de macrismo ha sido impactante.
Con el exclusivo objetivo de llegar a las elecciones PASO con el tipo de cambio relativamente bajo control, para después alcanzar la primera vuelta en octubre sin desborde cambiario e inflacionario, el Banco Central informó que volverá a dilapidar dólares para satisfacer la demanda de billetes verdes. Como informó David Cufré en este diario, Sturzenegger entregó al mercado unos 12 mil millones de dólares y Caputo, los mencionados 13.500 millones; o sea, 25.500 millones de dólares en pocos meses sin poder domar la paridad cambiaria. Sandleris pretende ocultar cuántos liquidará, al discontinuar una información que proporcionaba el BC desde hace más de 25 años, pero será un dato que finalmente se conocerá. En el registro contable del BCRA figura unos 71.000 millones de dólares de reservas, pero las realmente disponibles son poco más de 17.000 millones. Sandleris podrá sumarse entonces al podio histórico de los titulares del Central que vaciaron con fanatismo ortodoxo la caja de las reservas a favor de las fieras dolarizadoras.
Cuando anunciaron el primero y segundo acuerdo, el Gobierno y el FMI apostaron a que con el solo hecho de presentarlo iba a modificar las expectativas del mercado de capitales internacional y permitiría a la economía macrista retomar con la droga del endeudamiento emitiendo títulos públicos. No funcionó esa jugada. Por el contrario, ya sea por ineptitud en la gestión diaria del macrismo o por la pérdida de confianza en un gobierno que se publicitó como el que venía a cambiar la historia y lo único que terminó entregando fue desesperación por la crisis autoinfligida, el riesgo país empezó a subir y no detuvo su marcha hasta alcanzar el máximo de los 1000 puntos.
Para distraídos o mal informados de la historia financiera de las últimas décadas, estar abrazados al FMI no es un sello de calidad ni de confianza para los inversores. Una economía que está atada a una línea de crédito del FMI revela que está quebrada y ese rescate financiero está en función de evitar una inminente cesación de pagos, aunque sin alejar el peligro.
Con la decisión de desatar las manos del Banco Central para que pueda intervenir sin límites en el mercado cambiario, el gobierno y el FMI-Estados Unidos han repetido esa misma estrategia. Hacer una jugada inesperada, resistida por la tecnoburocracia del Fondo, de habilitar la liquidación de dólares con la expectativa de modificar la tendencia del mercado. Esperan que el anuncio desaliente la corriente dolarizadora y la especulación acerca de que habrá una fuerte devaluación. La promesa es que habrá ventas de dólares en cantidad con la misión de mantener bajo control la paridad cambiaria, ofreciendo a los bancos a la vez la tentación de una tasa de interés en pesos de las Leliq de 74 por ciento anual con renovación cada siete días, lo que implica una tasa efectiva del 105 por ciento anual con capitalización en cada vencimiento. La invitación oficial es a subirse a una bicicleta financiera infernal.
Geopolítica
Los técnicos del FMI quedaron nuevamente desairados porque no estaban de acuerdo con permitir que el Banco Central de Macri volviera a dilapidar reservas. Por concepción ideológica, son partidarios del tipo de cambio libre, y por normas institucionales del propio estatuto del Fondo, no podrían avalar la venta de los dólares de un crédito stand by para atender la fuga de capitales. Un reciente informe de la consultora de Emmanuel Alvarez Agis recuperó el texto de esa regla de funcionamiento en el estatuto del FMI. El Artículo VI Transferencias de Capital. l. Sección 1: Uso de los Recursos Generales del Fondo para Transferencias de Capital. Inciso (a), dice: “Ningún país miembro podrá utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida considerable o continua de capital, y el Fondo podrá pedir al país miembro que adopte medidas de control para evitar que los recursos generales del Fondo se destinen a tal fin. Si después de haber sido requerido a ese efecto el país miembro no aplicara las medidas de control pertinentes, el Fondo podrá declararlo inhabilitado para utilizar los recursos generales del Fondo”.
La luz verde brindada por el FMI para el despilfarro de sus dólares es una interesante lección para la secta de economistas que vive abrazada al dogma de la ortodoxia. Las medidas económicas que el Fondo promueve y las decisiones que toma son fundamentalmente políticas, donde las cuestiones técnicas quedan desplazadas. Con el caso argentino, desde que salió al rescate a mediados del año pasado, esto ha quedado expuesto en toda su dimensión. Lo que también ha quedado en evidencia es la voz dominante de Estados Unidos en esta institución. Hasta hace un par de años, esa hegemonía se trataba de disimular; hoy se ha vuelto desfachatada.
Como se sabe, Estados Unidos ejerce el poder de veto en el organismo debido a que reúne el 16,74 por ciento por ciento del derecho a voto, y las decisiones más relevantes se deben tomar con la aprobación del 85 por ciento de los votos. No existe entonces decisión trascendente que no tenga el aval de Estados Unidos. Cuando se cae la máscara de la neutralidad técnica, aparece el rostro del FMI como una pieza relevante en el ordenamiento de la cuestión geopolítica de Estados Unidos. En estos mismos días del brusco giro dado por el Fondo a partir del pedido agobiado del Banco Central para poder rifar dólares para enfrentar la corrida cambiaria, Estados Unidos alentó el golpe de Estado en Venezuela. Y fue el gobierno de Macri el primero que salió a apoyar esa intervención. Este intercambio es muy transparente: dólares a cambio de la más absoluta subordinación a los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
La relación de América latina con el FMI fue cambiando a lo largo de su historia. Hoy, como nunca antes, forma parte en forma abierta de la estrategia política, económica y militar de Estados Unidos. El respaldo financiero a Macri resulta desproporcionado teniendo en cuenta que es un gobierno que ha demostrado una y otra vez la incapacidad para administrar la coyuntura económica, en especial la cuestión cambiaria. La insistencia de Trump de rescatar a la economía macrista, con el anhelo de impedir el regreso del populismo al poder, puede igualmente frustrarse, del mismo modo que, por ahora, le sucede con su acoso intervencionista en Venezuela. La mediocridad de los aliados (Macri/Guaidó) no ayuda a Estados Unidos a conseguir resultados en esas misiones.
Corrida
La tecnoburocracia del Fondo Monetario ya tiene la excusa para justificar otro fiasco en el vínculo con Argentina. En la previsible autocrítica, más adelante señalará que hubo presiones políticas de Estados Unidos para modificar en varias ocasiones, en menos de un año, los principales lineamientos monetarios y cambiarios del acuerdo. Esos cambios fueron para rescatar una y otra vez a Macri del borde del abismo. El FMI se lavará las manos de otra experiencia frustrada, pero no lo exculpará de ser corresponsable de la debacle.
Como la cantidad de dólares es restringida, en un contexto de corrida cambiaria permanente y clausura del acceso al mercado voluntario de crédito, los billetes verdes del Fondo que se utilizarán para sostener el tipo de cambio se restarán de los asignados a cancelar intereses y capital de la deuda. Pueden ser insuficientes igual para atender la tendencia dolarizadora en los meses previos a las elecciones. Con CFK candidata o sin serlo, la corrida al dólar se concretará porque este comportamiento es el habitual en ese tipo de instancias políticas. La campaña de confusión deliberada que comanda el jefe de gabinete, Marcos Peña, con su red de periodistas y medios que repiten su libreto, atemoriza con un descontrol cambiario si crecen las posibilidades del regreso del populismo a la Casa Rosada. ¿Qué pasó en el mercado cambiario desde abril del año pasado sin estar CFK jugando en el terreno electoral? Igual hubo una demanda creciente de dólares. No es otra cosa que la debacle de la economía macrista el disparador de la corrida cambiaria.
El Banco Central dejó trascender que, si se produce un fuerte aumento de la demanda de dólares, las ventas oficiales serán tan contundentes que secarán de pesos la plaza impidiendo de esa manera la aceleración de la corrida. Este cándido análisis omite considerar como antecedentes las características de las corridas en meses electorales, y en especial subestima el peligro latente del traspaso a dólares de plazos fijos en pesos y el incremento de la velocidad de circulación del dinero (caída de la demanda de dinero) en momentos de pánico financiero.
Default
El programa financiero de este año era bastante ajustado, dependiendo su cierre en cuál sería el monto de renovación de las Letras del Tesoro en dólares. Hasta el mes pasado, ese plan se pudo desarrollar en forma holgada, pero empezaron a aparecer interrogantes acerca de la sustentabilidad de la deuda en el 2020. Esas dudas dispararon el riesgo país arriba de los 1000 puntos, con un leve respiro en la turbulenta plaza cambiaria en la última semana que permitió un retroceso de 50 a 70 puntos. Se está consolidando de ese modo el temor a un default o a un escenario aún más complejo de lo que se esperaba para el programa financiero del año próximo. Al desviar dólares para pagar deuda hacia el mercado cambiario, con el objetivo electoral de que no se dispare la paridad, se debilita el sensible frente de la deuda.
Pese a la insistente campaña encarada por la red de propaganda pública y privada del oficialismo de atemorizar con un probable default en un eventual tercer mandato de CFK, la cesación de pagos o reestructuración de los pagos de intereses y capital están siendo convocadas por el gobierno de Macri aliado con el FMI. Son ellos, en un acto desesperado por la pérdida de adhesión social al líder del PRO y a la marca electoral Cambiemos, que decidieron utilizar dólares destinados a cancelar deuda para financiar la fuga de capitales.
La frazada verde es corta. Si se intenta cubrir la demanda del mercado cambiario se destapa la capacidad de pago de la deuda, y viceversa. El Gobierno y el FMI han decidido abrigar en estos meses a las fieras dolarizadoras y descuidar a los acreedores de títulos públicos. El escenario de un futuro default entonces lo está dejando preparado la economía macrista; no la posibilidad del regreso a la Casa Rosada de un gobierno que el establishment denomina despectivamente populista.
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El contexto global y regional de la elección en argentina
Breve compendio de los condicionamientos geopolíticos en los que se celebran los comicios que definirán el futuro de la Argentina. Y un dato clave: desde el advenimiento de la democracia en 1983, ningún presidente contó con tanto apoyo político en Estados Unidos para ser reelecto como Mauricio Macri.
POR: JUAN GABRIEL TOKATLIAN (Revista Crisis)
03 DE MAYO DE 2019
La elección presidencial de octubre de este año en Argentina –en el mismo mes tendrán lugar las elecciones en Bolivia y Uruguay– se inscribe en un contexto complejo y cambiante en los planos global y regional. Dicho contexto opera, a mi entender, como un telón de fondo que puede tener impacto circunstancial –no una incidencia decisiva– en la campaña que se inicia a partir de junio. Vayamos por partes, de modo sucinto y destacando ciertos aspectos (se entiende que podrían incluirse otros elementos de análisis y aquí se ensaya una versión abreviada de un argumento que exige más detalle y mejor precisión).
américa latina ha perdido gravitación en el mundo y parece hoy abocada a divergir cada vez más. lo primero conduce a la debilidad y lo segundo a la desintegración: ambas tendencias combinadas agudizan la dependencia.
elementos geopolíticos
No es una novedad que en lo global asistimos a un proceso significativo de redistribución de poder, influencia y prestigio de Occidente a Oriente; lo que sí constituye algo distintivo es la fase singular en que se encuentra hoy la relación entre Washington y Beijing. Durante la administración del presidente Barack Obama el vínculo entre los dos países combinaba colaboración y competencia en dosis relativamente equilibradas, bajo el principio de contener el ascenso chino. Con la llegada al gobierno de Donald Trump el vínculo bilateral ingresó en una fase de mayor fricción. Ahora la Casa Blanca no parece conformarse con limitar la expansión china sino que aspira a revertir su gravitación, tanto en el área vecina como en su proyección internacional. Al mismo tiempo, la relación entre Estados Unidos y Rusia se deteriora en materia nuclear y se exacerba en diferentes escenarios como Irak, Libia, Siria, Ucrania y Venezuela.
La expresión continental del viraje en el eje Washington-Beijing se epitomiza con dos discursos elocuentes. En 2013 y en el marco de la OEA, el entonces secretario de Estado, John Kerry proclamó el fin de la Doctrina Monroe. En 2018, en una alocución en la Universidad de Texas justo antes de un periplo por América Latina, el entonces secretario de Estado Rex Tillerson destacó la importancia de la Doctrina Monroe con el acento puesto en frenar el avance de China en la región que implicaba, en sus palabras, una forma de “dependencia de largo plazo” para Latinoamérica. En realidad, y antes del renacimiento de la Doctrina Monroe como guía de las relaciones interamericanas, la Theater Strategy 2017-2027 del Comando Sur anunciaba que una de las prioridades militares de Estados Unidos en América Latina y el Caribe era responder a los “actores estatales externos malignos” como China y Rusia. Esa visión de las amenazas de origen estatal que se deben enfrentar la ratificó el actual comandante del Comando Sur, el Almirante Craig Faller, en una audiencia ante el Congreso en febrero de 2019.
La creciente contienda chino-estadounidense y la renovada tensión ruso-estadounidense se irá manifestando con más fuerza en la región y se ahondará en los años por venir. Washington, Beijing y Moscú se comportarán de manera cada vez más asertiva frente a aliados, socios y oponentes y ello se sentirá en América Latina. Cabe recordar que el 90% de la inversión china en Latinoamérica se concentra en Brasil, Venezuela, Argentina y Ecuador, y que la Argentina es el único país en que China ha establecido una estación satelital como parte de la red de espacio profundo que Beijing ha desarrollado en su propio territorio.
globalizar la desesperanza
Ahora bien, el tablero mundial toma en cuenta no solo los convencionales actores estatales, sino también a los actores no gubernamentales, desde grandes corporaciones multinacionales y calificadoras de riesgo estadounidenses hasta ONG y grupos criminales. En ese marco, una globalización cada vez más asimétrica ha dominado la política internacional en las últimas décadas. La diferencia esencial es que si hasta los noventa la globalización se percibía como sinónimo de prosperidad por varios de sus logros y muchas de sus promesas, en el siglo XXI –y con más fuerza en el último lustro– la globalización se relaciona con la inseguridad por el desempleo, la desindustrialización y la fragmentación.
En el corazón de ese descontento está el auge de la desigualdad confirmada por numerosos informes y estudios. No debe sorprender entonces el incremento de las protestas sociales urbi et orbi, así como el aumento de la polarización interna en países del centro y de la periferia. No se trata de un malestar subjetivo, sino que hay razones objetivas para la crispación y el antagonismo. La Gran Recesión iniciada en 2008 ha dejado secuelas evidentes y las pugnas comerciales y tecnológicas se agudizan mucho más desde el inicio del gobierno de Trump. En el plano regional hay diversos fenómenos, algunos estructurales y otros coyunturales, que alimentan la inestabilidad y la conflictividad. América Latina ha perdido gravitación en el mundo y parece hoy abocada a divergir cada vez más. Lo primero conduce a la debilidad y lo segundo a la desintegración: ambas tendencias combinadas agudizan la dependencia.
Varios indicadores económicos, sociales, militares, diplomáticos y científicos dan cuenta de esa caída. Por ejemplo, cuando en 1945 se creó la Organización de Naciones Unidas, el peso del voto regional era significativo: de los 51 miembros iniciales 20 eran de América Latina; en la actualidad hay 193 países en la ONU y la dispersión del voto de la región le resta aún más influencia a Latinoamérica como bloque. Datos de la CEPAL revelan que la participación latinoamericana en el total de exportaciones mundiales fue del 12% en 1955 mientras en 2016 cayó al 6%. De acuerdo con la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, en 2006 la solicitud de nuevas patentes proveniente de América Latina era del 3% (las de Asia eran el 49,7%), pero en 2016 bajamos a 2% (al tiempo que Asia aumentó a 64.6%). Global Firepower ha confeccionado un índice de poder militar: en 2006 Brasil, México y Argentina ocupaban, respectivamente, las posiciones 8, 19 y 33; en 2018 Brasil está en el puesto 14, México en el 32 y Argentina en el 37. En el ranking sobre “poder blando” elaborado entre la University of Southern California y la consultora Portland, Brasil se ubicó en el lugar 23 en 2015, en el 24 en 2016 y en el 29 en 2017.
A su turno, las iniciativas de integración de diversa índole están en franco retroceso. Una mezcla de estancamiento, desaliento y fragilidad atraviesa a todas las iniciativas regionales, ya sean políticas como económicas. Durante la “marea rosada” de los gobiernos de centro-izquierda el espíritu a favor de más asociación chocó con las limitaciones de cada proyecto interno. La crisis financiera que estalló en 2008 mostró cómo las opciones nacionales y aisladas prevalecieron sobre las alternativas subregionales y mancomunadas. Dinámicas exógenas como el auge de China reforzaron la primarización de las economías y los incentivos para buscar atajos particulares, aun si los discursos de unidad fueron la nota predominante desde comienzos del siglo XXI. Ahora, con el “reflujo neoliberal” de los gobiernos de derecha, ante una administración en Washington que está dispuesta a recuperar su primacía de manera pendenciera, y en medio del apogeo de la financiarización, se verifica el desinterés por acciones colectivas (salvo aquellas de corte ideológico) y la preferencia por salidas unilaterales (en desmedro del lánguido multilateralismo existente). El debilitamiento y desintegración conducen a una doble dependencia externa, sea de un poder declinante como Estados Unidos como del poder ascendente chino, justo cuando ambos se disponen a elevar su competencia en Latinoamérica.
asistimos a un caso infrecuente en la historia contemporánea de las relaciones bilaterales: ya no es el “braden o perón” agitado desde buenos aires sino una suerte de “macri o el abismo” articulado tácita y pre-electoralmente desde washington dc.
alta política
Paralelamente, y por tercera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la región es parte de lo que se denomina la “alta política”. Esto quiere decir que está envuelta en una dinámica que la ubica en un lugar de mucha visibilidad para las grandes potencias. En efecto, la crisis de los misiles en Cuba de 1962 y la guerra de las Malvinas fueron hitos de la “alta política”; algo que hoy se refleja en el caso de Venezuela. Son situaciones en las que se manifiestan factores que empujan a los poderosos a involucrarse y fenómenos que atraen su intervención. Cualquiera sea la evolución y el desenlace de lo que acontece en Venezuela –donde se cruzan, entre otros, los intereses de Estados Unidos, China y Rusia– ese país se ha vuelto un tema electoral doméstico en buena parte de América Latina. Sudamérica no parece estable.
En el área sobresalen momentos de hegemonía transitorios y débiles. Los proyectos socio-políticos y económicos de corte moderadamente reformistas que operaron bajo las reglas del sistema no pudieron afianzarse en los años cincuenta y principios de los sesenta. Los intentos autoritarios de finales de los años setenta hasta principios de los ochenta tampoco pudieron prosperar. El modelo neoliberal de los noventa no parecía extenderse más allá de esa década. Con el comienzo del siglo XXI el proyecto progresista no pudo superar los tres lustros. Hoy observamos el resurgimiento del proyecto neoliberal que se asienta en sociedades fragmentadas y polarizadas, con fuerte dominio financiero y estructuras productivas muy primarizadas. No estamos ante una hegemonía robusta. Probablemente veamos retroceder sus componentes consensuales y avanzar en dispositivos coercitivos; lo cual tenderá a generar más inestabilidad y conflictividad en un contexto global crecientemente incierto y pugnaz. En síntesis, asistimos a proyectos hegemónicos limitados que no parecen consolidarse porque no pueden ser plenamente aceptados por las mayorías sociales. Por lo tanto, los procesos electorales reflejan esa tensión y la contienda presidencial argentina no escapará a dicha regla.
braden vuelve
Ahora bien, en la campaña electoral argentina es relevante destacar un dato clave: la relación entre Washington y Buenos Aires. A mi entender, desde el advenimiento de la democracia en 1983 y la reforma constitucional de 1994, ningún presidente había contado con tanto apoyo político en Estados Unidos para ser reelecto como Mauricio Macri. Si uno mira específicamente a Washington DC –sin desconocer el peso de Wall Street–, en las relaciones entre Estados Unidos y la Argentina es posible identificar un cuadrilátero de respaldos indudables: las declaraciones sobre el país del poder ejecutivo (desde la Casa Blanca y los Departamentos de Estado, Defensa y Tesoro); las resoluciones (cinco entre 2017 y 2018) provenientes del Congreso y la creación del llamado Congressional Argentina Caucus; las acciones y los pronunciamientos de los bancos multilaterales (especialmente el Fondo Monetario Internacional); y los eventos, invitados y comentarios de varios think-tanks (entre ellos el Argentina Project del Wilson Center, el Argentina-US Strategic Forum del Center for Strategic & International Studies, el Atlantic Council, el American Enterprise Institute, el Council on Foreign Relations, la Heritage Foundation y la Foundation for the Defense of Democracias).
Lo anterior está facilitado por la presencia de un enfoque ideológico compartido entre actores domésticos influyentes en torno al gobierno argentino y aquellos localizados en Washington DC, poseedores de múltiples atributos de poder, al tiempo que un conjunto acotado de personas en Estados Unidos viabilizan y visibilizan un puente entre el mundo de la consultoría, el lobby, las finanzas, los negocios y las políticas gubernamentales a favor de intereses convergentes en los dos países. Ello revela algo notable en el caso argentino y el de otros países de América Latina: el avance de los sectores de derecha en el continente y la ausencia de voces progresistas creíbles y con capacidad de incidencia en Washington.
La preferencia es obvia a favor del statu quo a pesar de los graves resultados sociales y económicos del cuatrienio macrista: muchos agentes estatales y no estatales han invertido –y no solo recursos materiales– allá y acá para preservarlo. Asistimos a un caso infrecuente en la historia contemporánea de las relaciones bilaterales: ya no es el “Braden o Perón” agitado desde Buenos Aires sino una suerte de “Macri o el abismo” articulado tácita y pre-electoralmente desde Washington DC. Habrá que ver si eso funciona a los fines de Cambiemos o se convierte en un boomerang político. En todo caso, es inusitada la intensidad del soporte de fuerzas influyentes en la capital estadounidense.
Argentina votará en octubre principalmente en función de la agenda interna, aunque temas como Venezuela y el Fondo Monetario Internacional serán mencionados en la contienda. Después de diciembre, sin embargo, los argentinos notarán (nuevamente) que el mundo y la región ha mutado mucho: en 2020 ya no será posible, sea quien sea la persona que ocupe la Casa Rosada, repetir el diagnóstico ingenuo sobre los asuntos internacionales que se tuvo en 2015.
03 DE MAYO DE 2019
La elección presidencial de octubre de este año en Argentina –en el mismo mes tendrán lugar las elecciones en Bolivia y Uruguay– se inscribe en un contexto complejo y cambiante en los planos global y regional. Dicho contexto opera, a mi entender, como un telón de fondo que puede tener impacto circunstancial –no una incidencia decisiva– en la campaña que se inicia a partir de junio. Vayamos por partes, de modo sucinto y destacando ciertos aspectos (se entiende que podrían incluirse otros elementos de análisis y aquí se ensaya una versión abreviada de un argumento que exige más detalle y mejor precisión).
américa latina ha perdido gravitación en el mundo y parece hoy abocada a divergir cada vez más. lo primero conduce a la debilidad y lo segundo a la desintegración: ambas tendencias combinadas agudizan la dependencia.
elementos geopolíticos
No es una novedad que en lo global asistimos a un proceso significativo de redistribución de poder, influencia y prestigio de Occidente a Oriente; lo que sí constituye algo distintivo es la fase singular en que se encuentra hoy la relación entre Washington y Beijing. Durante la administración del presidente Barack Obama el vínculo entre los dos países combinaba colaboración y competencia en dosis relativamente equilibradas, bajo el principio de contener el ascenso chino. Con la llegada al gobierno de Donald Trump el vínculo bilateral ingresó en una fase de mayor fricción. Ahora la Casa Blanca no parece conformarse con limitar la expansión china sino que aspira a revertir su gravitación, tanto en el área vecina como en su proyección internacional. Al mismo tiempo, la relación entre Estados Unidos y Rusia se deteriora en materia nuclear y se exacerba en diferentes escenarios como Irak, Libia, Siria, Ucrania y Venezuela.
La expresión continental del viraje en el eje Washington-Beijing se epitomiza con dos discursos elocuentes. En 2013 y en el marco de la OEA, el entonces secretario de Estado, John Kerry proclamó el fin de la Doctrina Monroe. En 2018, en una alocución en la Universidad de Texas justo antes de un periplo por América Latina, el entonces secretario de Estado Rex Tillerson destacó la importancia de la Doctrina Monroe con el acento puesto en frenar el avance de China en la región que implicaba, en sus palabras, una forma de “dependencia de largo plazo” para Latinoamérica. En realidad, y antes del renacimiento de la Doctrina Monroe como guía de las relaciones interamericanas, la Theater Strategy 2017-2027 del Comando Sur anunciaba que una de las prioridades militares de Estados Unidos en América Latina y el Caribe era responder a los “actores estatales externos malignos” como China y Rusia. Esa visión de las amenazas de origen estatal que se deben enfrentar la ratificó el actual comandante del Comando Sur, el Almirante Craig Faller, en una audiencia ante el Congreso en febrero de 2019.
La creciente contienda chino-estadounidense y la renovada tensión ruso-estadounidense se irá manifestando con más fuerza en la región y se ahondará en los años por venir. Washington, Beijing y Moscú se comportarán de manera cada vez más asertiva frente a aliados, socios y oponentes y ello se sentirá en América Latina. Cabe recordar que el 90% de la inversión china en Latinoamérica se concentra en Brasil, Venezuela, Argentina y Ecuador, y que la Argentina es el único país en que China ha establecido una estación satelital como parte de la red de espacio profundo que Beijing ha desarrollado en su propio territorio.
globalizar la desesperanza
Ahora bien, el tablero mundial toma en cuenta no solo los convencionales actores estatales, sino también a los actores no gubernamentales, desde grandes corporaciones multinacionales y calificadoras de riesgo estadounidenses hasta ONG y grupos criminales. En ese marco, una globalización cada vez más asimétrica ha dominado la política internacional en las últimas décadas. La diferencia esencial es que si hasta los noventa la globalización se percibía como sinónimo de prosperidad por varios de sus logros y muchas de sus promesas, en el siglo XXI –y con más fuerza en el último lustro– la globalización se relaciona con la inseguridad por el desempleo, la desindustrialización y la fragmentación.
En el corazón de ese descontento está el auge de la desigualdad confirmada por numerosos informes y estudios. No debe sorprender entonces el incremento de las protestas sociales urbi et orbi, así como el aumento de la polarización interna en países del centro y de la periferia. No se trata de un malestar subjetivo, sino que hay razones objetivas para la crispación y el antagonismo. La Gran Recesión iniciada en 2008 ha dejado secuelas evidentes y las pugnas comerciales y tecnológicas se agudizan mucho más desde el inicio del gobierno de Trump. En el plano regional hay diversos fenómenos, algunos estructurales y otros coyunturales, que alimentan la inestabilidad y la conflictividad. América Latina ha perdido gravitación en el mundo y parece hoy abocada a divergir cada vez más. Lo primero conduce a la debilidad y lo segundo a la desintegración: ambas tendencias combinadas agudizan la dependencia.
Varios indicadores económicos, sociales, militares, diplomáticos y científicos dan cuenta de esa caída. Por ejemplo, cuando en 1945 se creó la Organización de Naciones Unidas, el peso del voto regional era significativo: de los 51 miembros iniciales 20 eran de América Latina; en la actualidad hay 193 países en la ONU y la dispersión del voto de la región le resta aún más influencia a Latinoamérica como bloque. Datos de la CEPAL revelan que la participación latinoamericana en el total de exportaciones mundiales fue del 12% en 1955 mientras en 2016 cayó al 6%. De acuerdo con la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, en 2006 la solicitud de nuevas patentes proveniente de América Latina era del 3% (las de Asia eran el 49,7%), pero en 2016 bajamos a 2% (al tiempo que Asia aumentó a 64.6%). Global Firepower ha confeccionado un índice de poder militar: en 2006 Brasil, México y Argentina ocupaban, respectivamente, las posiciones 8, 19 y 33; en 2018 Brasil está en el puesto 14, México en el 32 y Argentina en el 37. En el ranking sobre “poder blando” elaborado entre la University of Southern California y la consultora Portland, Brasil se ubicó en el lugar 23 en 2015, en el 24 en 2016 y en el 29 en 2017.
A su turno, las iniciativas de integración de diversa índole están en franco retroceso. Una mezcla de estancamiento, desaliento y fragilidad atraviesa a todas las iniciativas regionales, ya sean políticas como económicas. Durante la “marea rosada” de los gobiernos de centro-izquierda el espíritu a favor de más asociación chocó con las limitaciones de cada proyecto interno. La crisis financiera que estalló en 2008 mostró cómo las opciones nacionales y aisladas prevalecieron sobre las alternativas subregionales y mancomunadas. Dinámicas exógenas como el auge de China reforzaron la primarización de las economías y los incentivos para buscar atajos particulares, aun si los discursos de unidad fueron la nota predominante desde comienzos del siglo XXI. Ahora, con el “reflujo neoliberal” de los gobiernos de derecha, ante una administración en Washington que está dispuesta a recuperar su primacía de manera pendenciera, y en medio del apogeo de la financiarización, se verifica el desinterés por acciones colectivas (salvo aquellas de corte ideológico) y la preferencia por salidas unilaterales (en desmedro del lánguido multilateralismo existente). El debilitamiento y desintegración conducen a una doble dependencia externa, sea de un poder declinante como Estados Unidos como del poder ascendente chino, justo cuando ambos se disponen a elevar su competencia en Latinoamérica.
asistimos a un caso infrecuente en la historia contemporánea de las relaciones bilaterales: ya no es el “braden o perón” agitado desde buenos aires sino una suerte de “macri o el abismo” articulado tácita y pre-electoralmente desde washington dc.
alta política
Paralelamente, y por tercera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la región es parte de lo que se denomina la “alta política”. Esto quiere decir que está envuelta en una dinámica que la ubica en un lugar de mucha visibilidad para las grandes potencias. En efecto, la crisis de los misiles en Cuba de 1962 y la guerra de las Malvinas fueron hitos de la “alta política”; algo que hoy se refleja en el caso de Venezuela. Son situaciones en las que se manifiestan factores que empujan a los poderosos a involucrarse y fenómenos que atraen su intervención. Cualquiera sea la evolución y el desenlace de lo que acontece en Venezuela –donde se cruzan, entre otros, los intereses de Estados Unidos, China y Rusia– ese país se ha vuelto un tema electoral doméstico en buena parte de América Latina. Sudamérica no parece estable.
En el área sobresalen momentos de hegemonía transitorios y débiles. Los proyectos socio-políticos y económicos de corte moderadamente reformistas que operaron bajo las reglas del sistema no pudieron afianzarse en los años cincuenta y principios de los sesenta. Los intentos autoritarios de finales de los años setenta hasta principios de los ochenta tampoco pudieron prosperar. El modelo neoliberal de los noventa no parecía extenderse más allá de esa década. Con el comienzo del siglo XXI el proyecto progresista no pudo superar los tres lustros. Hoy observamos el resurgimiento del proyecto neoliberal que se asienta en sociedades fragmentadas y polarizadas, con fuerte dominio financiero y estructuras productivas muy primarizadas. No estamos ante una hegemonía robusta. Probablemente veamos retroceder sus componentes consensuales y avanzar en dispositivos coercitivos; lo cual tenderá a generar más inestabilidad y conflictividad en un contexto global crecientemente incierto y pugnaz. En síntesis, asistimos a proyectos hegemónicos limitados que no parecen consolidarse porque no pueden ser plenamente aceptados por las mayorías sociales. Por lo tanto, los procesos electorales reflejan esa tensión y la contienda presidencial argentina no escapará a dicha regla.
braden vuelve
Ahora bien, en la campaña electoral argentina es relevante destacar un dato clave: la relación entre Washington y Buenos Aires. A mi entender, desde el advenimiento de la democracia en 1983 y la reforma constitucional de 1994, ningún presidente había contado con tanto apoyo político en Estados Unidos para ser reelecto como Mauricio Macri. Si uno mira específicamente a Washington DC –sin desconocer el peso de Wall Street–, en las relaciones entre Estados Unidos y la Argentina es posible identificar un cuadrilátero de respaldos indudables: las declaraciones sobre el país del poder ejecutivo (desde la Casa Blanca y los Departamentos de Estado, Defensa y Tesoro); las resoluciones (cinco entre 2017 y 2018) provenientes del Congreso y la creación del llamado Congressional Argentina Caucus; las acciones y los pronunciamientos de los bancos multilaterales (especialmente el Fondo Monetario Internacional); y los eventos, invitados y comentarios de varios think-tanks (entre ellos el Argentina Project del Wilson Center, el Argentina-US Strategic Forum del Center for Strategic & International Studies, el Atlantic Council, el American Enterprise Institute, el Council on Foreign Relations, la Heritage Foundation y la Foundation for the Defense of Democracias).
Lo anterior está facilitado por la presencia de un enfoque ideológico compartido entre actores domésticos influyentes en torno al gobierno argentino y aquellos localizados en Washington DC, poseedores de múltiples atributos de poder, al tiempo que un conjunto acotado de personas en Estados Unidos viabilizan y visibilizan un puente entre el mundo de la consultoría, el lobby, las finanzas, los negocios y las políticas gubernamentales a favor de intereses convergentes en los dos países. Ello revela algo notable en el caso argentino y el de otros países de América Latina: el avance de los sectores de derecha en el continente y la ausencia de voces progresistas creíbles y con capacidad de incidencia en Washington.
La preferencia es obvia a favor del statu quo a pesar de los graves resultados sociales y económicos del cuatrienio macrista: muchos agentes estatales y no estatales han invertido –y no solo recursos materiales– allá y acá para preservarlo. Asistimos a un caso infrecuente en la historia contemporánea de las relaciones bilaterales: ya no es el “Braden o Perón” agitado desde Buenos Aires sino una suerte de “Macri o el abismo” articulado tácita y pre-electoralmente desde Washington DC. Habrá que ver si eso funciona a los fines de Cambiemos o se convierte en un boomerang político. En todo caso, es inusitada la intensidad del soporte de fuerzas influyentes en la capital estadounidense.
Argentina votará en octubre principalmente en función de la agenda interna, aunque temas como Venezuela y el Fondo Monetario Internacional serán mencionados en la contienda. Después de diciembre, sin embargo, los argentinos notarán (nuevamente) que el mundo y la región ha mutado mucho: en 2020 ya no será posible, sea quien sea la persona que ocupe la Casa Rosada, repetir el diagnóstico ingenuo sobre los asuntos internacionales que se tuvo en 2015.
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