Por Esteban Mercatante
(Ideas de Izquierda, 5 agosto 2018)
debates
Retomamos aquí la discusión sobre la vigencia de la
teoría del imperialismo que venimos desarrollando en diversos artículos de
Ideas de Izquierda, en este caso a partir de una acalorada polémica
protagonizada en los últimos meses por David Harvey, uno de los académicos
marxistas contemporáneos más prominentes.
El debate sobre las relaciones imperantes en la
economía mundial actual tiene numerosas aristas, algunas de las cuales hemos
plasmado en notas y entrevistas previas. En qué medida está en crisis del
poderío indiscutido norteamericano y cuáles son sus implicancias, qué efectos
producirá la creciente polarización política que mina el consenso neoliberal en
las principales potencias, empezando por los EE. UU. gobernados por Donald
Trump, son algunos de los elementos que lo atraviesan. Otro de ellos es en qué
grado los cambios que produjo la internacionalización productiva de las últimas
décadas, que convirtió a algunas economías que hace décadas eran eminentemente
agrarias y atrasadas en polos de acumulación capitalista con considerables
grados de desarrollo, se puede explicar a partir de la categoría de imperialismo.
Sobre esta última cuestión se viene desarrollando un
contrapunto entre David Harvey, uno de los autores marxistas contemporáneos más
conocidos, autor de numerosos volúmenes sobre El capital de Karl Marx y
animador de la geografía crítica, y John Smith, autor de El imperialismo en el
siglo XXI: globalización, superexplotación y crisis final del capitalismo (que
hemos reseñado en otra oportunidad) y colaborador regular de Monthly Review
[1].
El disparador fue una afirmación realizada por Harvey
en su comentario al libro de Prabhat Patnaik y Utsa Patnaik, A Theory of
Imperialism. Allí afirma que:
Aquellos de
nosotros que pensamos que las viejas categorías del imperialismo no funcionan
demasiado bien en estos tiempos, no negamos para nada todos los complejos
flujos de valor que expanden la acumulación de riqueza y poder en una parte del
mundo a expensas de otra. Simplemente pensamos que los flujos son más
complicados y están siempre cambiando de dirección. El histórico drenaje de
riqueza de Oriente hacia Occidente durante más de dos siglos, por ejemplo, se
revirtió en gran medida durante los últimos treinta años.
Smith ya había criticado a Harvey en su libro por no
otorgar la relevancia que se merece a la explotación de la fuerza de trabajo
del llamado “Sur Global” que vienen realizando las multinacionales de los
países imperialistas en las últimas décadas a partir de las llamadas Cadenas
Globales de Valor. En su opinión, este es el fenómeno determinante del
imperialismo moderno, que explica la forma en que se desarrolló la
internacionalización productiva desde los años ‘70.
La crítica que ahora le realiza a Harvey es doble. Por
un lado, la inversión de los puntos cardinales. Donde Harvey dice “Oriente”,
afirma Smith, debe leerse Sur, ya que toda la historia del colonialismo y del
imperialismo es la de la explotación de lo que Smith llama, siguiendo a
numerosas teorías de centro-periferia, el “Sur global”. Luego de señalar esta
inversión, que es parte en su opinión de la operación que Harvey realiza –desdibujar
las relaciones que estructuran al capitalismo global–, va a la cuestión nodal:
la idea de que Occidente, según Harvey, y el Norte, en términos de Smith, ha
dejado de extraerle riqueza al “Este”/”Sur global” es
… refutada
por una mirada superficial a la más importante transformación individual de la
era neoliberal –el cambio de los procesos de producción a los países de bajos
salarios. Las corporaciones trasnacionales con base en Europa, Norte América y
Japón lideraron este proceso, reduciendo los costos de producción y elevando
los márgenes mediante la sustitución del relativamente bien pago trabajo
doméstico por trabajo extranjero mucho más barato.
Esta es la base central de su noción de
“superexplotación”. Con este concepto Smith se propone, siguiendo la
elaboración de Andy Higginbottom [2], definir la existencia de una tercera
forma de incremento de la plusvalía, a la par de la plusvalía absoluta y
relativa definidas por Marx en El capital. Esta tercera forma consistiría en
reducir los salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo, que es lo
que el capital trasnacional logra según Smith en los países oprimidos,
transformándose en una fuente de ganancias extraordinarias que obtienen gracias
a la relocalización de actividades productivas en estos países en los que
pueden pagar la fuerza de trabajo más barata. La idea de superexplotación tal
como la plantea Smith suscita algunos problemas, que lo pueden llevar a
magnificar la magnitud del valor total de las cadenas globales generado en los
países del “Sur global”, aspecto que ya discutimos en otro artículo. No
obstante, su trabajo pionero en indagar cómo articular desde la teoría marxista
los estudios sobre el arbitraje global de la fuerza de trabajo desarrollados
por Stephen Roach y otros autores, aborda un aspecto central para entender la
internacionalización productiva de las últimas décadas.
Harvey aclara en su respuesta a Smith, que él se
refiere no al “Sur global” sino a China, junto a otras economías asiáticas.
“Agreguemos a Corea del Sur, Taiwán y (con un poco de licencia geográfica) a
Singapur, y tenemos un verdadero bloque de poder en la economía global”.
Concluye que “si miramos al mundo como se ordenaba en, digamos, 1960, entonces
el impresionante ascenso de Asia del Este como un centro de poder de la
acumulación global resulta evidente”.
Para Harvey, una “teoría rígida del imperialismo”, no
puede dar cuenta de estos fenómenos.
Ilustración: Romina Echevarría
Una reversión que no se verifica
Pero no basta la constatación de estos nuevos polos de
acumulación para afirmar que se han revertido los flujos globales de
apropiación de riqueza, como asume Harvey. Las fuentes disponibles muestran por
el contrario que la expoliación continúa, y los flujos de apropiación de
riqueza mantienen la misma dirección hacia las economías imperialistas más
ricas.
El estudio Flujos financieros y paraísos fiscales:
combinándose para limitar la vida de miles de millones de personas [3], que
cita John Smith, realiza un análisis de los flujos financieros globales. Su
estimación es que las “transferencias financieras netas” entre los países
desarrollados y los países en desarrollo, combinando flujos entrantes y
salientes lícitos e ilícitos –“ayudas al desarrollo”, remesas de salarios,
saldos comerciales netos, servicios de deuda, nuevos préstamos, inversión
extranjera directa (IED), inversiones de cartera y otros flujos–. El estudio
calcula que entre 1980 y 2012, los “países emergentes y en desarrollo”
perdieron 3 billones de dólares en trasferencias netas hacia los países ricos.
En promedio, desde los años 2000, las transferencias representaron al año más
de 8 % del PBI de los países afectados. China representa nada menos de 1,9
billones de dólares del total transferido durante esos años. En lo que hace a salida
de capitales, el conjunto de los países emergentes registraron durante este
período una salida de 13,4 billones de dólares, que se reducen a 10,6 billones
excluyendo a China. Para que nos demos una idea, la economía de China alcanza
hoy los 12,5 billones de dólares.
No es sorprendente que el flujo mantenga la misma
dirección que caracteriza toda la historia del imperialismo. Los países
imperialistas son la base de la mayor parte de las firmas trasnacionales (un
sistema de alrededor de 90 mil firmas con 600 mil subsidiarias); en 2017, el 70
% de los flujos de IED se originó en estas economías desarrolladas (que a la
vez fueron receptoras del 50 % de los desembolsos). Como vemos, las economías
más ricas tienen de conjunto una posición neta inversora sobre el resto del
mundo. No sorprende entonces que los frutos de dichas inversiones fluyan como
giros de utilidades netos positivos nuevamente hacia los países más ricos. Al
mismo tiempo, estas inversiones tienen un fuerte impacto moldeando las
economías de los países dependientes en función de los beneficios del capital
imperialista, lo cual confiere las “dualidades estructurales” que suelen
caracterizar a estas economías atrasadas y oprimidas. Además, EE. UU., la UE y
Japón son la base de operaciones también de los grandes bancos e instituciones
financieras, que entre otras funciones no menores drenan riqueza del resto del
mundo.
Harvey afirma que su preferencia por un esquema de
“desarrollo geográfico desigual” no significa “negar que el valor producido en
un lugar termina siendo apropiado en otro, y que hay un grado de crueldad en
todo esto que es asombroso”. Pero el rechazo a la teoría del imperialismo
desdibuja lo que son mecanismos de una apropiación sistémica, que constituyen
una relación de opresión.
Lo que la internacionalización productiva nos dejó:
desarrollo desigual y nuevos centros de gravedad en el capitalismo global
Aunque Smith refuta que las grandes potencias hayan
retrocedido en su apropiación privilegiada del excedente producido globalmente,
y demuestra la centralidad de las cadenas globales de valor para entender la
dinámica de las últimas décadas, Harvey acierta al señalar un punto ciego de su
esquema teórico, que es el lugar jugado por los nuevos polos de acumulación, y
sobre todo China [4].
Por su parte, si Harvey plantea un elemento relevante
al señalar que el desarrollo geográfico desigual es clave a la hora de analizar
los cambios que puedan producirse en las relaciones imperantes en la economía
mundial, falla en dar por concluida la expoliación realizada por las economías
más ricas. Como afirma más matizadamente Alex Callinicos, la “jerarquía global
de poder económico y militar que es una consecuencia fundamental del desarrollo
desigual y combinado inherente al capitalismo imperialista no fue disuelta,
sino más bien complicada por la emergencia de nuevos centros de acumulación”
[5].
Algunos indicadores de esta jerarquía más “complicada”
los tenemos en los cambios en la IED: si los países desarrollados concentraban
el 90 % de su stock en el año 2000, hoy vieron caer ligeramente su presencia
hasta 75 %. Esta es una de las dimensiones que muestra que algunos países
dependientes ven crecer su participación subordinada en la expoliación del
resto del planeta. A esto apunta Harvey cuando señala que:
Cuando
leemos reportes sobre terribles condiciones de superexplotación en manufacturas
en el Sur global, usualmente se revela que son firmas de Taiwán o Corea del Sur
las que están involucradas, aun cuando el producto final termina en Europa o
EE. UU. La sed china por commodities mineros y agrarios (granos de soja en
particular) significa que las firmas de China están también en el centro de un
extractivismo que está arruinando el paisaje en todo el mundo (miremos a
América Latina). Una mirada superficial a las apropiaciones de tierra en África
muestra que las compañías y fondos de inversión de China están por delante de
todos los demás en sus adquisiciones.
China, por el tamaño de adquirió su economía como
resultado de la atracción que realizó de IED dirigida a desarrollar la
exportación aprovechando el reservorio de mano de obra barata, así como por la
manera administrada en que la burocracia del PCCh orientó la restauración
capitalista, es un producto singular de este desarrollo desigual y combinado
que produjo la internacionalización productiva. Al mismo tiempo que la
radicación de empresas imperialistas en ese país redundó en una formidable
transferencia de la plusvalía generada por la explotación de la fuerza de
trabajo de China hacia las economías ricas durante las últimas décadas, esta
fue la base para una transferencia de tecnologías, desarrollo productivo y la
apropiación de recursos que el Estado volcó en un proceso de fuerte acumulación
de capital y, cada vez más aceleradamente, competencia en la arena global por
los espacios de acumulación.
Esto se expresa en el peso adquirido por este país en
la IED. Harvey nos recuerda que
… el mapa de
la IED de China estaba en 2000 casi completamente vacío. Ahora un torrente de
la misma atraviesa no solo el “Un cinturón, una ruta” [como se conoce la “nueva
ruta de la seda”, NdT] a través de Asia en dirección a Europa, sino también el
Este de África en particular y América Latina.
Efectivamente, desde el comienzo del milenio hasta
2017, la IED de China en el resto del mundo se multiplicó por 54 [6]. Hoy las
empresas chinas tienen un valor inversión en emprendimientos productivos en el
extranjero que es casi igual al que el capital extranjero tiene en China. La
relación está cambiando de manera acelerada: en 2010 la IED extranjera en China
era casi el doble que la de China en el exterior, y en 2000 la primera era 7
veces la segunda. De esta forma, si bien el gigante asiático sigue siendo una
fuente de redituables inversiones para las firmas trasnacionales imperialistas,
participa a la vez de manera cada vez más agresiva en ese reparto. China es hoy
el segundo inversor global, después de EE. UU., y sus desembolsos representaron
en 2017, a pesar de haber caído drásticamente en relación a los del año anterior,
el 9 % de la IED total (la IED originada en EE. UU. representó ese año el 25
%).
La capacidad de China de competir en el desarrollo
tecnológico en los sectores de punta es lo más preocupa hoy al imperialismo
norteamericano. La escalada de Trump en materia comercial, que tiene el
trasfondo la competencia por la primacía en estos terrenos, es un recordatorio
de que el ascenso de China no podrá concretarse como un tránsito pacífico.
David Harvey, por el contrario, parece opinar que el pasaje de China a
convertirse en una potencia “hegemónica” (que no califica de imperialista) ya
se estaría consumando, sin mayores trastornos.
¿Desafío o refuerzo del entramado imperialista?
Los aspectos de cambio en el balance entre las
economías desarrolladas y algunos países emergentes producido por el desarrollo
desigual y combinado, es mejor comprendido en el marco de una teoría del
imperialismo, y no descartándola como propone Harvey. Este desarrollo desigual
complejizó las condiciones de la dependencia, ampliando sus gradaciones, y
permitió el surgimiento de fenómenos en transición como China, cuyo destino
estará ligado al desarrollo de las tensiones que caracterizan la convulsionada
situación mundial.
Que estos fenómenos, lejos de cuestionar el entramado
que asegura los beneficios del capital trasnacional imperialista, lo refuerzan,
lo pone en evidencia la manera en la que se integran en las instituciones como
el FMI. China buscó, y logró, tener más peso en las decisiones de este
organismo multilateral, que es sostén del orden monetario internacional basado
en el dólar [7]. Esta es apenas una muestra de cómo los centros de acumulación
emergentes resultan un “amplificador del imperialismo” [8].
El análisis de los fenómenos contemporáneos confirma
la vigencia de la categoría de imperialismo; no como un fenómeno rígido o
estático, sino como uno dinámico que es reconfigurado, pero no revertido, por
el desarrollo desigual que caracteriza la acumulación capitalista global.
NOTAS AL PIE
[1] Los artículos que componen la polémica son John
Smith, “David Harvey Denies Imperialism” (“David Harvey niega el
imperialismo”), Roape, enero 2018; David Harvey, “Realities on the Ground”
(“Realidades en el terreno”), Roape, febrero 2018, y John Smith, “Imperialist
Realities vs. the Myths of David Harvey” (“Realidades imperialistas vs. Los
mitos de David Harvey”), Roape, marzo 2018.
[2] Autor del libro La tercera forma de incremento de
la plusvalía
[3] “Financial flows and tax havens:
combining to limit the lives of billions of people”, Global Financial
Integrity, diciembre 2015
[4] Claudio Katz observa este mismo problema en
“Semejanzas y diferencias con la época de Marini”, Lahaine.org, marzo 2018.
[5] Callinicos, Imperialism and Global Political Economy,
Londres, Polity, 2009, p. 186.
[6] World Investment Report (Reporte mundial de
inversiones), Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo, junio 2018
[7] Vijay Prashad, “In the ruins of the
present” (En las ruinas del presente), Monthly Review, marzo 2018.
[8] Patrick Bond, “Towards a Broader
Theory of Imperialism” (“Hacia una teoría más abarcativa del imperialismo”),
Roape, Abril 2018
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