El mundo está inquieto por los aprestos para una guerra comercial con centro en EE.UU. Y esto es muy preocupante. Sin embargo, mostraremos que la estrategia de Trump, que centra toda la atención en el comercio mundial, puede hacernos perder de vista que en el sistema financiero internacional (SFI) se están gestando problemas varias veces más graves.
Desde fines de los 90, la mayoría de las economías son financieramente muy abiertas. Así, la importancia relativa de los flujos financieros respecto a los flujos comerciales ha crecido exponencialmente. Las grandes crisis económicas hoy día no las causan problemas comerciales sino financieros. Además, la desregulación, la tecnología y la innovación hacen que esas crisis se transmitan entre países mucho más rápidamente.
El comercio global representaba, antes de la crisis de 2007, el 25% del producto mundial y no ha cambiado mucho. Los stocks de activos financieros pasaron de ser una vez el producto global en 1980 a cuatro veces en 2007, y no paran de crecer. La importancia de EE.UU. en el comercio internacional es mucho más baja que su importancia en los mercados financieros y de divisas, además de ser el emisor de la moneda global, que es el dólar.
Como consecuencia de la mayor apertura generalizada, las corporaciones financieras transnacionales (bancos, fondos, etc.) son cada vez más grandes. En muchos casos, el valor de sus activos supera el PIB de la mayoría de los países. Esto hace que sea muy difícil para los gobiernos regularlas y supervisarlas en forma individual, pero tampoco existe un supervisor financiero global.
Las guaridas financieras y tributarias (territorios offshore) son el complemento necesario para maximizar los grados de libertad de estos bancos y fondos. Entonces, si un país normal quiere regular por su cuenta a estas corporaciones, enfrenta la amenaza de que se retiren y liquiden sus tenencias en el país, lo que dañaría su situación financiera en pocas semanas. O sea, en vez de regularlas, los países se ven empujados a competir por dar un trato más benigno a estas instituciones.
Por otro lado, cuando estas corporaciones financieras afrontan problemas, tienen implícitamente un “seguro extraordinario” que el G20 llama “too big to fail”. Son tan grandes que su quiebra sería una catástrofe financiera que siempre terminaría repercutiendo en la economía real. Por eso, desde 2008 los principales bancos centrales archivaron sus principios y reglas de conducta previas e inyectaron una masa impresionante de fondos a tasas casi cero para salvar el sistema financiero. A pesar de la preocupación del G20 por el tema y las regulaciones introducidas, el tamaño de estas 300 megacorporaciones creció desde 2007 más de un 60%.
Otro problema grave del SFI es lo que el G20 llama “banca en las sombras”, que son todas las organizaciones financieras que están fuera de la regulación financiera y de cuya dimensión y enlaces con el resto de los bancos y la economía no hay un conocimiento preciso. Abarca, entre otras cosas, mercados de derivados, fondeo mayorista, banca de inversión, fideicomisos y hedge funds, y es de un tamaño mayor que el sistema bancario tradicional. Se lo denomina “en las sombras” por la comparación con la parte más formal referida sobre todo a los bancos, seguros y fondos de inversión institucionales.
En el proceso de transparentar esta parte gigantesca del SFI se ha avanzado muy poco, porque dentro del G20 hay, entre los países, visiones muy contrapuestas, al igual que con las offshore (de hecho, varios países del G20 tienen sus propias guaridas).
A nivel superestructural, el dólar es la moneda líder pero no funciona como debería hacerlo una moneda global, ya que se mueve mayormente por las decisiones de política económica que toma EE.UU., basadas primordialmente en sus propios intereses y no en las necesidades globales. El FMI tiene una pseudomoneda global que son los DEGs. Pero nunca pudieron ganar relevancia por la oposición de EE.UU., que tiene poder de veto y no desea competidores del dólar.
Esto es una muestra más de que el FMI –que debería realizar la coordinación y regulación monetaria global– no tiene el poder necesario para ello, ni fondos adecuados para ser prestamista de última instancia, ni autoridad política suficiente sobre los países miembros –excepto en el caso de los pequeños y medianos–. El Fondo no ha sido eficiente haciendo pronósticos ya que no pudo anticipar ninguna crisis y tampoco ha logrado montar un sistema de solución de controversias respecto a la deuda, ni un mecanismo de reestructuración eficiente.
No deja de ser paradójico que, si bien el G20 y el FMI han advertido sobre el crecimiento de la deuda como potencial detonante de otra crisis como la de 2007, once años después el mundo se encuentra con más deuda. En ese año la deuda pública de los países avanzados representaba un 75% de su PIB; hoy, el 110%. En los países emergentes equivalía al 33%; hoy, al 51%. Y también en los emergentes ha crecido explosivamente el endeudamiento de empresas privadas –mayoritariamente en dólares–. La situación de parte de esta deuda puede ser muy crítica frente a futuras subas de tasas en EE.UU. y a la apreciación global del dólar.
En este contexto poscrisis, el G20 muestra dos etapas. Una primera muy activa en evitar el colapso con políticas monetarias expansivas y una (re)regulación del SFI. En la etapa más reciente, el G20 comenzó a languidecer, convirtiéndose en una reunión de alto nivel que se resumía en un “family photo” y un comunicado más o menos híbrido. Aun así, significaba una mirada bastante consensual sobre la economía internacional.
Con la llegada de Trump y su nuevo enfoque sobre el rol de EE.UU. en el mundo, todo este esquema multilateral basado en el G20 entró en discusión. Con sus críticas a los países que tienen superávit comercial con EE.UU. (China, Alemania, México, Corea, etc.) y en general, a la OMC, Trump ha logrado poner el foco de atención en el comercio.
Sin embargo, el presidente norteamericano también ha mostrado que desea eliminar las regulaciones sobre el sistema financiero, que se reimplantaron luego de la crisis financiera. Si EE.UU. hace esto, los otros centros financieros rápidamente lo imitarán ante el riesgo de perder mercados.
Cuando definimos la política de Trump como la estrategia del tero, es justamente porque todo el ruido está puesto en la guerra comercial, que nos hace perder de vista que lo más importante pasa en otro lugar. Mientras en la guerra comercial Trump presiona para negociar, en las finanzas fomenta su crecimiento desregulado y descontrolado, que es la semilla de una nueva crisis.
Se revela así que la visión completa de Trump sobre la economía internacional es proteccionista en lo comercial y desreguladora en lo financiero. Por cierto, su plan está en las antípodas de aquello a lo que aspiraba
Keynes para un sistema económico internacional eficiente, que volcó en sus propuestas para Bretton Woods. Intervenir y salvar el sistema financiero tiene costos altísimos para los contribuyentes y para la economía; sin embargo, en el debate político, electoral y diplomático se discute principalmente sobre tarifas al comercio, su impacto en puestos de trabajo, fábricas que cierran o se mudan. La guerra comercial es tangible para el público en general, pero en realidad una suba de tasas de interés, una revaluación cambiaria o una regulación financiera pueden generar daños mucho más grandes, difundidos y persistentes.
En conclusión, la desregulación financiera que impulsa Trump es aún más grave que la guerra comercial con la que amaga y presiona, porque hará al mundo más vulnerable a crisis financieras globales como la que vivimos o peores. Sería una verdadera contribución a la estabilidad global que Argentina –que preside este año el G20– ponga en el centro del debate esta perspectiva más integral.
Mañana martes 31/7, a las 16.30hs, en apoyo a los 357 trabajadores despedidos en Télam, los
periodistas José Natanson, Cecilia González y Pedro Brieger, la historiadora Valeria
Carbone debatirán en la agencia sobre Trump y América Latina.
Av. Belgrano 347
El país de los inmigrantes no ha firmado el Pacto Mundial para la
Migración Segura, Ordenada y Regular. ¿Está Trump aislando a Estados
Unidos del resto del mundo? El proteccionismo del presidente
norteamericano resulta caro para su país. Varios análisis muestran cómo
la guerra comercial golpea algunas áreas de la economía estadounidense.
¿El socialismo llega a EE.UU.?
peligroso paso hacia la militarización de la seguridad interior
El Poder Ejecutivo publicó un decreto que modifica la política para las Fuerzas Armadas. Esos cambios modifican el acuerdo multipartidario que el sistema político le dio a las FFAA luego de recuperada la democracia y durante los siguientes 30 años.
El presidente de la Nación comunicó el inicio de una “nueva política de defensa” con una serie de anuncios generales y ambiguos, pero enmarcados en un mensaje muy claro de avance hacia la participación de las Fuerzas Armadas en la persecución de delitos como el narcotráfico o el terrorismo. Es decir, se afirmó la voluntad de Cambiemos de incorporar a las FFAA en misiones vinculadas con cuestiones de seguridad interior en las que tienen prohibido participar por ley.
En línea con la doctrina de las “nuevas amenazas” que el gobierno viene instalando desde enero de 2016, se proponen una serie de coordenadas para modificar las misiones que, a través de un acuerdo multipartidario, el sistema político le dio a las FFAA luego de recuperada la democracia y durante los siguientes 30 años. Esta doctrina anunciada por el gobierno asume como propia la definición de una agenda internacional que viene impuesta y que no está necesariamente asociada a los intereses nacionales.
El mensaje presidencial planteó la necesidad de que la Argentina se modernice frente a los retos del siglo XXI y que, para eso, es preciso flexibilizar la legislación vigente en materia de seguridad y defensa. Al mismo tiempo, planteó que los militares “colaboren en seguridad interior”, fundamentalmente como apoyo a la lucha contra el narcotráfico en las fronteras. De acuerdo con el decreto 683/18 publicado hoy y una directiva presidencial que todavía no tomó estado público, se le otorgan más funciones a las FFAA. La reforma, que modifica el decreto reglamentario de la Ley de Defensa 727/06, se apoya en tres puntos principales: se elimina toda referencia a que una agresión externa debe ser de origen estatal, lo cual amplía los supuestos de intervención primaria de las FFAA a cuestiones de seguridad como el terrorismo y el narcotráfico, si se los caracteriza como “agresiones externas”. A su vez, hace hincapié en las tareas de “apoyo logístico” de las FFAA a las fuerzas de seguridad. El concepto que usa de apoyo logístico aparece estirado como una coartada para la intervención operacional prohibida por la Ley de Seguridad. Por último, da a las FFAA la facultad de custodiar objetivos estratégicos sin las limitaciones de la Ley de Defensa. Según esta ley, la intervención de las FFAA en este aspecto se encuentra prohibida salvo que una ley del Congreso defina esos objetivos como zona militar. Es decir, la reforma implica un cambio en el paradigma político de intervención de las FFAA así como, en algunos puntos, un exceso en las facultades de reglamentación, ya que lo hace en contra de las leyes de Defensa y de Seguridad.
Este cambio suscita una fuerte preocupación en torno a cómo se definirán esas “agresiones externas”; quién y con qué criterios y alcance se definirá la intervención militar en seguridad, justificada en la necesidad de dar apoyo logístico a las fuerzas de seguridad; así como qué es un objetivo estratégico, fundamentalmente en relación a las derivaciones que esto pudiera tener incluso en cuestiones de gestión de la conflictividad social, tarea para la cual las FFAA tienen prohibido intervenir y no están preparadas.
Estas medidas se justifican con argumentos modernizadores, pero en realidad implican reproducir políticas de probada ineficacia, que agravaron los problemas en lugar de resolverlos y que hoy están siendo desmanteladas en muchos países. Estas políticas en ningún caso han contribuido a resolver los problemas planteados por las denominadas “nuevas amenazas”. Fracasaron en sus objetivos y tuvieron graves consecuencias para los derechos humanos: escalaron el conflicto social y los niveles de violencia institucional, hay miles de muertos y desaparecidos, se dio un proceso de creciente corrupción de los propios militares. En el caso de Brasil, por ejemplo, la creciente militarización de la seguridad ha dado mayor relevancia a las fuerzas armadas en la vida institucional de ese país. Las derivaciones políticas de este hecho no pueden ser menospreciadas en la región. La decisión del Ejecutivo de anunciar estos cambios, en momentos en que en Brasil los militares intentan incidir en la vida nacional en todos los frentes es por demás alarmante.
El camino elegido por el gobierno elude el debate social y político sobre un tema fundamental para la democracia argentina. Elude también cualquier debate sobre los controles parlamentarios que deben funcionar si se toma en serio que esto es una “verdadera reforma del sistema de defensa nacional”. Es una decisión unilateral e improvisada que, lejos de brindar mayor certeza a la ciudadanía, instala un clima de incertidumbre e implica una regresión democrática. Ni las FFAA ni la sociedad civil se sienten más seguras y protegidas por la democracia con este tipo de decisión unilateral, inconsulta y monopartidista.
Esta reforma abre una puerta muy peligrosa a la derogación del principio de demarcación entre defensa nacional y seguridad interior, desprofesionaliza y convierte a las FFAA en actores de la “lucha contra el crimen” y habilita una militarización de la seguridad interior que traerá consecuencias profundas para el sistema democrático. Esto no es modernizar sino retroceder.
Carlos Acuña, Luciano Anzelini, Ileana Arduino, Jorge Battaglino, Alberto Binder, Paula Canelo, Agustín Colombo Sierra, Nicolás Comini, Gastón Chillier, Enrique del Percio, Rut Diamint, Natalia Federman, Enrique Font, Sabina Frederic, Jaime Garreta, Manuel Garrido, Juan Carlos Herrera, Gabriel Kessler, Paula Litvachky, ErnestoLópez, Juan López Chorne, Pablo Martínez, Germán Montenegro, Alejandra Otamendi, Gustavo F. Palmieri, José Paradiso, Hernán Patiño Mayer, Sidonie Porterie, Marcelo Sain, Raúl Sánchez Antelo, Catalina Smulovitz, Luis Tibiletti, Juan Tokatlian, Manuel Tufró, José M. Vásquez Ocampo, Horacio Verbitsky.
Grupo Convergencia XXI Instituto Latinoamericano de Seguridad y Democracia- ILSED Centro de Estudios Legales y Sociales- CELS
Para inscribirse en el webinario llenar el formulario disponible aquí: https://goo.gl/h1361C
Este ciclo propone acercar debates y profundizar un análisis feminista
de los desafíos que conlleva la Cumbre del G20 a realizarse en
Argentina. El objetivo es introducir aspectos generales del G20: su
historial, su estructura, rol y agenda en el contexto global y
multilateral de hoy, así como el papel de Argentina y la región. También
nos proponemos convocar a las mujeres, disidencias sexuales y
feministas a involucrarse en esta agenda y a conocer cómo se están
organizando distintos actores de la sociedad civil, incluyendo el Foro
Feminista hacia el G20.
Para más información Caminando hacia el Foro Feminista NO al G20 Facebook: forofeministacontraelg20 / asambleatrabajadoras@gmail.com alescampinif1974@gmail.com
Leandro Morgenfeld, historiador, investigador y docente de la UBA, nos
da su opinión sobre la cumbre del G20, la participación estelar de la
enviada del FMI y las expectativas del gobierno argentino.
En
un capítulo más de la declamada política de “inserción inteligente al
mundo”, finalizó ayer en Buenos Aires la Cumbre de Ministros de Finanzas
y Presidentes de Bancos Centrales del G-20. El mensaje final del
presidente Macri, como de costumbre, resultó lavado y vagamente
optimista, echando la culpa de todos los males del mundo y de la
Argentina a factores que rozan lo climático/náutico/aeronáutico:
“tormentas”, “turbulencias” y “aguas agitadas” serían las razones por
las cuales el mundo no llega a un entendimiento sobre el rumbo a tomar a
la hora de fortalecer el proceso de acumulación del capital a escala
global, y por las cuales Argentina se encuentra en una profunda crisis
económica que se profundizará en el corto plazo ante la seguidilla de
ajustes escritos en letra de molde en el acuerdo con el FMI.
A contramano del optimismo y la suavidad del discurso de
Macri, el comunicado firmado por los Ministros de Finanzas y Presidentes
de Bancos Centrales del G-20 alerta sobre los riesgos de corto y
mediano plazo en la economía mundial, debido a “las crecientes
vulnerabilidades financieras, el aumento de las tensiones comerciales y
geopolíticas, los desbalances globales, la desigualdad, y el crecimiento
estructuralmente débil”, al tiempo que señala que los países emergentes
–como la Argentina– podrían seguir sufriendo por las cambiantes
condiciones externas, tales “como la volatilidad de los mercados y la
reversión de los flujos de capital”.
El infantil diagnóstico del presidente Macri para justificar la
crisis es el siguiente: en el mundo “pasaron cosas” que han dificultado
la situación económica argentina. Sin embargo, el presidente debería
recordar que en el mundo vienen “pasando cosas” al menos desde 2007, con
el estallido de la peor crisis económica mundial desde la década de los
1930’s, la caída de los precios de los principales productos de
exportación de nuestro país, la ralentización del crecimiento de la
producción y el comercio mundial, el encarecimiento del crédito
internacional y, más recientemente, el comienzo de una guerra comercial
de dimensiones de la cual participan las principales potencias
económicas.
Ninguna de estas “cosas que pasan” han sido una novedad para nadie:
la crisis económica lleva más de una década, la guerra comercial fue
anunciada hace más de dos años durante la campaña electoral de Donald
Trump y el aumento de las tasas de interés de los Estados Unidos ha sido
informado e implementado de manera escalonada por la Reserva Federal
desde mediados de 2016. Justamente, parecería que Macri y sus ministros
se movieran en una dimensión paralela a lo que sucede en el escenario
internacional. Se trata de un verdadero corso a contramano, del cual
esperan que la economía argentina despegue a partir de la demorada
lluvia de inversiones y de un eventual boom exportador, pero en un
contexto de reversión de los flujos de capitales desde la periferia
hacia los países centrales y de creciente proteccionismo. Realmente
contradictorio e inentendible.
Ingenuamente el presidente Macri continúa pensando que poniendo el
campo de juego para las disputas geopolíticas entre las potencias
mundiales va a lograr beneficios para nuestro país: primero fue el
fracaso de la XI Conferencia Ministerial de la OMC y ahora es el turno
de la Cumbre de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales
del G-20; en el medio, sufrió los golpes por el rechazo del ingreso de
nuestro país a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) y la permanente postergación de la firma de un ruinoso
acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea.
En medio de ese corso a contramano, Macri hace las veces de “oso
Carolina” de la economía mundial: al igual que aquel infaltable
personaje de los carnavales porteños de los años 50’s y 60’s –que era
llevado con una cadenita por su cuidador y obligado a danzar a los
saltos al ritmo del tamboril– nuestro Presidente no sólo es conducido
por las grandes potencias sino que ingenuamente ofrece el terreno para
una disputa internacional en donde Argentina resulta claramente de un
convidado de piedra, de la cual ni siquiera ha podido sacar réditos en
materia de apertura de mercados para la exportación o como destino de
las inversiones internacionales.
Si bien es cierto que existen tormentas, turbulencias y aguas
agitadas hace diez años en la economía mundial, la habilidad de un buen
piloto de tormentas consiste en surcar esas dificultades imprimiéndole
un rumbo propio y definido a la embarcación, tratando de sortear el
centro de la tormenta. Por el contrario, Macri y sus ministros han
optado por ir a contramano de una tendencia mundial cada vez más
proteccionista en lo comercial y más caracterizada por un “vuelo hacia
la calidad” en lo financiero. Volviendo al lenguaje náutico, resulta
cada vez más clara la necesidad de un golpe de timón.
* Docente investigador de UNQ y asesor de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la CTA de los Trabajadores (CTA-T).
El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steven Mnuchin, confirmó que el presidente
Donald Trump
vendrá a la Argentina para participar de la Cumbre de Líderes del
G20
, que se realizará el viernes 30 de noviembre y sábado 1º de diciembre en Costa Salguero.
"El presidente Trump va a estar presente acá, donde
seguramente va a participar de reuniones muy productivas con todos los
líderes. Yo lo acompañaré también y será mi tercera visita al país en un
año", comentó Mnuchin.
El funcionario
norteamericano había venido a la Argentina en marzo pasado para
participar de la primera reunión de ministros de Finanzas y presidentes
de bancos centrales. Antes de la Cumbre de líderes, habrá una quinta
reunión ministerial de economía, aunque solamente se tratará de una cena
de trabajo, el jueves 29 de noviembre. En el medio, en octubre, los
funcionarios se encontrarán en una cuarta reunión en Bali, Indonesia.
Hoy, Mnuchin tenía pactada una reunión con el presidente
Mauricio Macri
y con
Nicolás Dujovne,
ministro de Hacienda, pero decidió incluir también en el encuentro
al presidente de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell. Por lo tanto,
del lado argentino se sumaron
Luis Caputo
y Pablo Quirno, presidente y director del BCRA, respectivamente.
"Me había reunido con el presidente Macri muy
brevemente la última vez que estuve acá, por eso aprecio poder reunirme
con él nuevamente. Hasta invité a Jerome Powell, presidente de la Fed,
para que se nos una. Le dijimos que apoyamos las medidas económicas que
implementaron en la Argentina. Sabemos que no ocurren de un día para el
otro, pero apoyamos plenamente la política económica", reiteró Mnuchin
en conferencia de prensa.
Por el lado del Gobierno señalaron que "fue una muy buena
reunión donde expresaron el apoyo a la Argentina por nuestro programa
económico". Además de Mnuchin, Macri y Dujovne mantuvieron reuniones
bilaterales con los ministros de Finanzas, Bruno Le Maire, de Francia, y
con Felipe Larraín, de Chile.
La postura de EE.UU. en el G20
Desde que Trump llegó a la presidencia, las
reuniones ministeriales en el G20 se volvieron una odisea en donde
prácticamente 19 países opinan de una manera y Estados Unidos se
mantiene con otra postura. Ocurrió el año pasado, por ejemplo, cuando
mientras la mayoría secundó el Acuerdo de París, Estados Unidos reiteró
su propósito de abandonarlo.
En el plano económico, si bien el comunicado
final fue firmado por los 20 participantes, todavía sigue habiendo una
disputa entre Estados Unidos, que quiere un comercio "justo y
recíproco", y el resto de los países, que no ven con buenos ojos las
medidas proteccionistas que comenzó a aplicar el gobierno de Trump.
"Quiero aclarar que no me siento aislado. Tuve 14
reuniones bilaterales y por falta de tiempo no pudimos agendar más",
dijo Mnuchin, cuando los periodistas estadounidenses comenzaron a
preguntarle por la relación con los demás países.
Con respecto a la guerra comercial con China, Mnuchin
indicó que simplemente "queremos tener un comercio más balanceado, que
nuestras empresas tengan el mismo acceso al mercado chino como ellos
tienen al nuestro. No es algo específico, es un asunto de comercio.
Tenemos un déficit comercial muy grande y queremos trabajar en eso".
"Mi equipo y yo estamos disponibles para cuando sea que
China quiera negociar cambios significativos en sus prácticas
comerciales", agregó.
Además señaló que los países miembros del G7 están
tomando en serio su llamado a abandonar aranceles, barreras comerciales
no tarifarias y subsidios, y agregó que su gobierno presionará por esos
temas en su diálogo con la Unión Europea la próxima semana.
Las
dos CTA y la CGT, entre otras organizaciones gremiales, sociales y
políticas se movilizan en Las Heras y Pueyrredón en rechazo a la llegada
de Christine Lagarde y en el marco del plan de ajuste convenido con el
gobierno de Macri, al que consideran “la coronación de un modelo
económico fallido y nefasto para la clase trabajadora argentina”
Un momento de la concentración, frente a la vieja Facultad de Ingeniería. Imagen: Prensa ATE Nacional
Diversos
gremios y sectores políticos se movilizan desde este mediodía en Las
Heras y Pueyrredón en rechazo al FMI tras las llegada de su titular
Christine Lagarde, y en el marco del plan de ajuste convenido con el
gobierno de Mauricio Macri. La marcha se hace a metros de donde sesiona,
operativo de seguridad mediante, el conjunto de ministros de Economía y
presidentes del Banco Central del G20.
Desde ATE, su secretaria de Organización, Silvia León, dijo
que “la llegada del G20 está absolutamente ligada a los acuerdos que ha
firmado el Gobierno de Macri con el FMI. Forman parte de una misma
política en la que el Estado se corre de su rol central en la seguridad
social y avanza la privatización de las cajas jubilatorias, lo que se
suma las consecuencias que trae el ajuste al trabajo y la economía”.
"El Acuerdo con el FMI sella la entrega de nuestras vidas a la
dictadura del Mercado. Ratifica un modelo de país dependiente, en el que
se pretende seguir precarizando el trabajo con la reforma laboral y
atacando las jubilaciones con la entrega del Fondo de Garantía a los
especuladores”, agregó el secretario de Organización de ATE, Adolfo
Aguirre, para quien el acuerdo es “la coronación de un modelo económico
fallido y nefasto para la clase trabajadora argentina, que beneficia al
capital especulativo mientras reprime y persigue a quienes luchamos
contra los despidos, por derechos y salarios dignos”.
Por
su parte, Patricia Bullrich "orden, convivencia y respeto por los
vecinos" a quienes se movilicen en contra del Fondo. La ministra de
Seguridad dijo que esperan “que sea una marcha en la que puedan
expresar su punto de vista, pero que no haya violencia. Queremos algo
tranquilo. Si es así, no va a haber ningún problema”.
Lagarde descartó hoy un encuentro con gremios, algo que se quería
desde el movimiento obrero para darle a conocer a la directora gerente
el punto de vista de las centrales. "El FMI siempre se reúne con la
sociedad civil, sindicatos, representantes de la oposición porque lo que
necesitamos es comprender el contexto global en el cual las políticas
se deciden claramente", dijo la conferencia de prensa de esta mañana;
pero aclaró que no vino al frente de “una misión”, por lo cual no habrá
reunión. “Estoy aquí por el G20”, cerró.
Por Gabriel Esteban Merino (UNLP-CONICET) Resumen del Sur
En el
excelente libro Adam Smith en Pekín, Giovanni Arrighi reflexiona que una
crisis de hegemonía en el plano internacional se produce cuando el
Estado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad de
continuar liderando el sistema de estados en una dirección que se
percibe como una expansión, no solo de su poder, sino del poder
colectivo de los grupos dominantes del sistema.Aunque
las crisis no necesariamente resultan en el final de las hegemonías, si
señalan una situación de transición histórica, que necesariamente
implican un desmoronamiento del orden existente, una ausencia de
árbitro, una ruptura de las mediaciones.La
gira de Trump en Europa a propósito de la cumbre de la OTAN, la reunión
con Theresa May y la cumbre con Putin expresan dicha crisis. El
fenómeno Trump no se trata de un elefante en un bazar movido por la
vanidad, con un ego desbordante y la rusticidad de la inexperiencia
sumada al histrionismo. Estos son condimentos de color, pero es
completamente erróneo volverlos elementos explicativos de las relaciones
de poder mundiales. Lo que sucede es que en los Estados Unidos ganaron
otras fuerzas, las cuales impulsan otra estrategia de poder contraria al
globalismo y que se resume en la frase “Estados Unidos primero”.Volviendo
a Arrighi, podemos afirmar que por un lado el Estados Unidos carece de
los medios para liderar el sistema. Estados Unidos quedó “chico” como
poder político y militar para continuar siendo el hegemón del Orden
Mundial (creado por el propio Estados Unidos como vértice del polo de
poder angloamericano), así como para garantizar la acumulación
económica, la valorización sin fin de capital (dominantemente financiero
y transnacional). Ya no puede imponer las reglas de juego.Los
globalistas pretenden resolver dicho problema desde el fortalecimiento
de instituciones globales (OMC, FMI, BM) y mega acuerdos político
económicos (TPP, TTIP, TISA) que impongan las reglas de juego del siglo
XXI frente a la amenaza de China, en alianza con Rusia y expandiéndose
por Eurasia. A ello le agregan la expansión de la OTAN hacia el este,
hasta a frontera rusa, y una alianza militar similar con India, Japón y
buena parte del sudeste asiático que “contenga” a China. Con ello buscan
encerrar el desafiante eje euroasiático chino-ruso. Y a su vez, ello
brindaría en teoría una expansión de los grupos dominantes del sistema
de alianzas del norte global, especialmente de las fuerzas dominantes
del eje germano-francés y de Japón.Las
fuerzas americanistas y nacionalistas de Estados Unidos ven en este
“nuevo imperialismo” global, la licuación del poder estadounidense. Y,
por ello, pretenden recuperar el poder para retomar la hegemonía de
Estados Unidos, aplicando una suerte de neo-reaganismo, aunque teniendo a
gran parte del establishment en contra (entre otras diferencias). En
este sentido, Trump expresa que ya no tiene la “voluntad” de liderar el
sistema de Estados tal como está y el sistema de alianzas de Estados
Unidos, profundizando la crisis del Orden Mundial y poniendo en crisis
la institucionalidad globalista. Para el trumpismo la reproducción del
sistema tal como está implica, como tendencia, la decadencia de Estados
Unidos.La estrategia Estados Unidos primero consiste en: 1)
fortalecer unilateralmente el polo angloamericano comandado por Estados
Unidos; 2) impulsar una profundización proteccionista para fortalecer la
producción industrial de los Estados Unidos frente a China pero también
frente a aliados como Alemania y Japón, y asimismo para reequilibrar el
déficit comercial, reforzar la “seguridad nacional” y negociar a partir
de allí cuestiones políticas y estratégicas; 3) presionar a los aliados
de Europa y Japón a que aumenten sus gastos militares y redefinir el
sostenimiento de la OTAN; 4) redefinir la geoestrategia frente a las
potencias re-emergentes (China y Rusia), dejando de lado las grandes
alianzas comerciales en las periferias Euroasiáticas; 5) recuperar para
los Estados Unidos la capacidad de establecer monopolios.Desde
esta perspectiva debemos interpretar las tensiones con la zona euro,
con la primera del Reino Unido, Theresa May, y los intentos de
establecer algún acercamiento con Rusia.Veamos
la cuestión con la zona euro. Trump afirma que “la Unión Europea es
posiblemente tan mala como China, sólo que más pequeña”. Se refiere a la
cuestión comercial. Y apunta particularmente al acero, el aluminio y
los automóviles, entre otras cuestiones, buscando, en realidad,
restablecer la primacía industrial y tecnológica americana (además de
equilibrar el comercio) a través de la política. De esta forma, como en
los años ochenta del siglo pasado, Estados Unidos pretende eliminar las
presiones competitivas de sus aliados (esto incluye a Japón) y hacerles
pagar el costo de la primacía norteamericana. En este sentido, la guerra
comercial no es meramente contra China, aunque el gigante asiático
constituya el gran desafío estratégico.En la búsqueda de que
Alemania no se convierta en una plataforma industrial desafiante del
poder angloamericano, también rechaza Estados Unidos rotundamente el
gasoducto ruso-alemán Nord Stream 2. En ello coincide todo el arco
político estadounidense, aunque sopesan diferentes las razones de unos y
otros: para los poderes que expresa Trump, el gas barato ruso provisto
directamente por un gasoducto sin pasar por algún país tapón que ponga
en riesgo el aprovisionamiento, le da a Alemania un tremendo poder
industrial, reduciendo una de sus mayores debilidades, el
aprovisionamiento de energía. Para las fuerzas globalistas, si bien ello
es considerado, el problema central es que el gasoducto profundiza los
lazos entre Alemania y Rusia, con enorme influencia geopolítica para
Eurasia.Por otro lado
está la discusión por la OTAN. Todo el espectro político angloamericano
presiona para que los países lleguen al 2% de gasto militar sobre el
PIB. Ese es el compromiso acordado para el 2024, ya alcanzado por Grecia
(2,29%), Estonia (2,14%), Reino Unido (2,1%), Letonia (2%). Pero
Alemania, la gran potencia económica que paso a paso se está
consolidando como el gran poder europeo para su proyección continental,
sólo se comprometió a llegar al 1,51% del PIB para 2024, reafirmando su
estrategia de avanzar desde el plano económico. Además, su ministro de
defensa llamó a construir un “ejército” europeo propio, con su
correspondiente complejo industrial-militar, que implicaría una mayor
autonomización del Pentágono, hacia donde fluyen buena parte de los
recursos puestos en defensa por parte de los países de la OTAN. Un
desafío total a Estados Unidos.Para
Trump, incluso el 2% del PIB en defensa es poco y llamó a invertir el
4%. Estados Unidos quedó chico, ya no puede solventar a la OTAN y Trump
además pide que los aliados sostengan parte del impresionante
presupuesto de Defensa de Estados Unidos (67,5% del total de la OTAN),
para poder aplicar un profundo keynesianismo militar que reactive la
economía estadounidense, como en los años ochenta.Por
lo tanto, Estados Unidos ya no puede liderar el sistema de estados en
una dirección en la cual la expansión de su poder signifique la
expansión del poder colectivo de los grupos dominantes y aliados del
sistema. La estrategia que expresa Trump exacerba esta crisis de
hegemonía en la búsqueda de recuperarla.Las tensiones con Teresa
May, la primera ministra británica, tampoco son producto de que Trump
sea un “bribón”. Las fuerzas que expresan Trump son las que jugaron al
Brexit en el Reino Unido. Y a lo que se opone el Trumpismo,
fervorosamente a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea,
es a un Brexit light. Por eso renunció el canciller británico, Boris
Johnson, quien estaba a favor de un Brexit fuerte. Y por eso Trump dice
que Johnson sería un gran primer ministro.Como
señalamos más arriba, el “americanismo” que expresa la figura de Trump
en realidad es un profundo continentalismo anglosajón, es decir, busca
fortalecer unilateralmente dicho polo de poder (que incluye a Israel) y
“recuperar” la identidad anglosajona frente al multiculturalismo
globalista, para desde ahí librar las pujas por la reconfiguración del
Orden Mundial. Por eso Trump insiste desde que asumió la presidencia en
avanzar rápidamente en un acuerdo comercial con el Reino Unido y juega
en contra de cualquier acuerdo comercial del Reino Unido con la Unión
Europea.Por último,
también debemos entender las relaciones con Rusia como parte de este
juego. Por un lado Trump presiona a Europa para que rompa relaciones con
Rusia, llegando a decir que “Alemania está totalmente controlado por
Rusia” por continuar la construcción del Nord Stream 2, rechazar las
sanciones de Estados Unidos contra Rusia y mantener importantes vínculos
estratégicos. Ello lo comparte con los globalistas: hay que romper los
vínculos “peligrosos” de la Unión Europea con Rusia y que en todo caso
los mismos se hagan a través de la OTAN bajo el mando de los Estados
Unidos y el Reino Unido. Pero por otro lado Trump quiere, a diferencia
de los globalistas, un acercamiento con Rusia.En
este sentido Trump “traiciona” la estrategia anglosajona desde 1815,
cuando fue vencida la desafiante Francia: impedir que el espacio medio
Euroasiático (Rusia) controle dicha masa continental. Por eso el
establishment globalista se altera sobremanera ante la estrategia del
“trumpismo”, que trastoca los principios geoestratégicos formalizados
por Halford Mackinder. Lo que sucede es que para parte del americanismo y
de algunos estrategas realistas de los Estados Unidos, es hora de
establecer un acercamiento con Rusia para poder ir contra China.Tantos
intereses y estrategias cruzadas, con un sistema político cada vez más
polarizado producto de una grieta en el bloque de poder dominante en los
Estados Unidos, genera esta imagen cercana al “caos” y al desquicio en
materia de política exterior. Pero lo que opera como telón de fondo es
una crisis de hegemonía que siempre va atada a una crisis de
acumulación. ------------------------------------------------------------
El G-20 se reúne en Buenos Aires y
Christine Lagarde nos visitará nuevamente estos días. Desde el acuerdo
que la Argentina firmó con el FMI, su presencia casi familiar adquiere
ahora otras connotaciones. Cumplir con las condiciones pactadas con el
Fondo genera una fuerte tensión en todo el sistema político. En el
exterior surgen interrogantes respecto de la cuestión de la
gobernabilidad, incluyendo la fortaleza y sustentabilidad de Cambiemos.
¿Cómo impactará la austeridad fiscal en la dinámica electoral? ¿Qué
posibilidades reales hay de un retorno populista? La figura de Cristina
Fernández de Kirchner genera escozor en la comunidad de negocios, dentro
y fuera del país. "Si regresan al poder, me tengo que ir de la
Argentina", reconoció, abatido, uno de los principales empresarios
nacionales.
Esta mezcla de desilusión e incertidumbre no es en
absoluto un fenómeno local. En las últimas semanas, la comunidad
internacional quedó conmocionada por el periplo europeo de Donald Trump,
decidido a demoler el (des)orden de posguerra que su país, como líder
indiscutido de la Alianza Atlántica, había pacientemente edificado con
pilares fundacionales como la promoción del libre comercio, el apoyo a
los procesos de democratización y la contención/disuasión de conflictos
entre (y en el interior de) países inestables que violaran los
principios humanitarios fundamentales.
La lamentable e
inédita performance de Trump, que se vio por primera vez obligado a
admitir un error luego de la escandalosa conferencia de prensa conjunta
con Vladimir Putin, pone de manifiesto que los días de gloria de la
"nación indispensable" se han acabado tal vez para siempre. Ese
concepto, acuñado por Madeleine Albright, entonces secretaria de Estado
de Bill Clinton, apuntaba a la capacidad de los Estados Unidos para
conducir los destinos del mundo casi a su antojo. Parecía que la
globalización constituía un fenómeno imparable. Y que la hegemonía
norteamericana sería incuestionable por mucho tiempo.
Poco quedó de ese romántico espejismo kantiano: solo una
multiplicidad de organismos internacionales que continúan inercialmente
con su rutinario reunionismo. Hoy el mundo está gobernado por la cruda,
casi brutal, política del poder, y cada país debe procurarse su propia
seguridad en un contexto de reglas cambiantes y recursos escasos. De la
sorpresa inicial hemos pasado a la desconfianza permanente; y la
cooperación, antes dominante al menos como principio, se ha vuelto
contingente, acotada, casi efímera.
Washington actúa en el plano internacional como
un poder secundario, de acuerdo con dos principios elementales: la
seguridad y el bienestar económico de los estadounidenses,
America First. El supuesto, al menos cuestionable, es que ambos
pueden garantizarse al margen, o incluso ignorando, lo que ocurre
fronteras afuera. Trump cree que la globalización fue un pésimo negocio
para su país. Así, los europeos se habrían aprovechado en términos
militares; los chinos, en los económicos, y los mexicanos, en los
migratorios. Pero soplan vientos de cambio y los estadounidenses, al
menos hasta las elecciones de noviembre, ya no parecen dispuestos a
desempeñar el papel de "hegemón benigno": ser el sostén económico y
militar del orden liberal internacional de posguerra. Detrás de esa
decisión hay también un default en términos ideológicos y morales.
Durante el encuentro del G-7 de junio pasado en Quebec,
Trump afirmó que hará "lo que sea necesario" para que Estados Unidos
logre relaciones comerciales "justas" con otros países. Es la primera
vez que un imperio se siente víctima: los días en que las demás naciones
se aprovechaban de su país "se han acabado".
En la reciente cumbre de la OTAN, su discurso fue
similar, esta vez enfocado en cuestiones de defensa. Su presupuesto para
2018 es de 2700 millones de dólares. En los últimos veinte años, la
contribución de los EE.UU. subió del 58 al 72%. Angela Merkel argumenta
que, más allá de lo estrictamente militar, en términos de la ayuda al
desarrollo (vital para mejorar la seguridad global), su país dedica el
0,7% del PBI versus el 0,2% que invirtió Washington.
Detrás de la discusión presupuestaria, yace el
debate de fondo sobre el futuro de la OTAN. El miedo europeo ya se había
manifestado en la cumbre de mayo de 2017, cuando Trump se negó a
ratificar la cláusula de defensa colectiva mutua. Esa doctrina,
consagrada en el artículo 5 del Tratado de la Alianza, tiene una
importancia crítica para sostener la credibilidad de la estrategia de
disuasión, en relación con Rusia.
La reciente cumbre de Helsinki entre el propio Trump y
Vladimir Putin mostró una asimetría sin precedente a favor de Moscú.
Irónicamente, en un documento liminal firmado por el propio presidente
en diciembre de 2017, la Estrategia de Seguridad Nacional, dice que
"Rusia tiene como objetivo debilitar la influencia de Estados Unidos en
el mundo y dividirnos de nuestros aliados y socios. Rusia considera la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea
(UE) como una amenaza". El papelón más notable tuvo como epicentro el
escándalo por el involucramiento ruso en las elecciones norteamericanas.
Es la primera vez que un presidente contradice a sus servicios de
inteligencia para apoyar a una potencia extranjera sospechada de
agresión. Bastante similar a lo que hizo Cristina Fernández de Kirchner
con el memorándum con Irán.
En el mundo de la realpolitik es concebible que potencias
como China y Rusia quieran promover un mundo antitético con los valores
y los intereses de Estados Unidos. Pero la geografía del poder
internacional actual es más compleja y difusa. Por ejemplo, durante la
reciente cumbre de líderes de China y la Unión Europea celebrada en
Pekín los representantes de ambas partes rechazaron las políticas
proteccionistas de Trump, que llevaron a la guerra comercial actual,
abogando por una reforma pactada de la Organización Mundial de Comercio
(OMC) que evite un caos en el sistema político y económico
internacional. Es que más allá de las habituales diferencias sobre
aranceles, inversiones, acceso a mercados o derechos de propiedad, se
están desarmando las bases que sostienen el orden comercial mundial.
Lo mismo ocurrió en el encuentro entre Trump y el líder
norcoreano Kim Jong-un en Singapur el pasado mes de junio: reconocer a
un
rogue state (Estado canalla) que apuesta a la carrera nuclear
implicó de hecho el abandono de los esquemas y objetivos globales de no
proliferación, lo que abrió, en simultáneo, la puerta para que otros
Estados, como Japón, Egipto o Arabia Saudita, reconsideren sus planes al
respecto.
¿Cuáles son hoy los valores e intereses estadounidenses?
¿La libertad comercial, la democracia política, los derechos humanos?
Todos ellos parecen estar pereciendo, más por la mano de los gobiernos
en Washington, Roma y otras capitales europeas que por el avance de las
opciones no liberales. La era de la Pax Americana parece agotada:
estamos experimentando un punto de inflexión histórico. La crisis actual
del sistema internacional implica la agonía del acervo de reglas y
organizaciones para la gobernanza global. Uno de ellos es el G-20, que
se reúne en estas horas en Buenos Aires, y cuya cumbre a fines de este
año tanta expectativa genera en el gobierno del presidente Macri.
El 8 de noviembre de 2016 Donald Trump le puso la sepultura
al Siglo XX. Con ese enunciado categórico el director del Instituto
Internacional de Estudios Estratégicos, François Heisbourg, inicia una
reflexión publicada por el diario Le Monde sobre la forma caprichosa y
virulenta con la cual el presidente norteamericano se cargó el sistema
de alianzas construido hace 70 años. Ese mundo nació en San Francisco el
24 de Octubre de 1945 cuando se creó la ONU bajo la filosofía del
“nunca más”. Trump ha dado vuelta esa cultura. Las relaciones de fuerza y
la brutalidad retórica contra la regulación mundial constituyen las
semillas de su estrategia. La canciller alemana Angela Merkel es tal vez
la que mejor sabe qué significa esa estrategia asumida por un hombre
que, por más energúmeno que parezca, sabe muy bien a donde va. En la
última cumbre del grupo de los 7 (G7), Trump le arrojó a la cara un
caramelo Starburst mientras le decía: “tomá, así no vas a poder decir
que no te di nada”. Estos atropellos tienen, sin embargo, dos zonas
protegidas: Rusia primero y, sorpresivamente, luego de la elección del
candidato progresista Andrés López Obrador, México. Ante el presidente
ruso Vladimir Putin Donald Trump fue un osito dócil y mimoso mientras
que, con México, Trump mandó a sus diplomáticos a la capital mexicana
donde se portaron como tigres domados y sumisos.
Hasta ahora, Trump ha tenido 6 enemigos declarados: México, la Unión
Europea, la OTAN, la Organización Mundial del Comercio, el TLC (Tratado
de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México) e Irán. Un trío
de organismos multilaterales, un acuerdo y dos países. Al primero lo
humilló, lo pisoteó hasta el asco durante la campaña electoral que
condujo a su elección. Luego continuó diciendo una indecencia tras otra.
Con Irán rompió el pacto nuclear negociado durante varios años y
firmado en 2015. Además de destruir el acuerdo, la administración Trump
adoptó una serie de medidas para sancionar a cualquier empresa (sea cual
fuere el país) que hiciera negocios con Irán, con el fusil apuntando
sobre todo a la Unión Europea. Recién el pasado 16 de junio los 28
miembros de la UE adoptaron un instrumento de protección jurídica que
actúa como un paraguas de las empresas del Viejo Continente presentes en
Teherán. En resumen, los europeos rehusaron aislar a Irán como lo
exigía la batuta trumpista y con ello fueron fieles a la filosofía
definida por el francés Jacques Delors, ex presidente de la Comisión
europea y ex ministro de Economía, cuando decía: “los europeos son una
máquina de fabricar compromisos”.
El unilateralismo cubre hoy toda la política de la Casa Blanca. Los
atentados anti compromisos del trumpismo arrogante han sido constantes,
empezando por la destrucción del acuerdo sobre el clima alcanzado en
París (COP 21) en 2015. En lo que toca a la Unión Europea, la Alianza
Atlántica (OTAN) y la OMC, el jefe del Estado norteamericano ha dicho
hasta la saciedad que son sus tres enemigos. En julio de 2018, justo
cuando se iniciaba la cumbre de la OTAN en Bruselas, Trump escribió un
tuit donde decía: “Estados Unidos gasta mucho más para la OTAN que
cualquier otro país. No es ni justo ni aceptable”. El 26 de junio, en un
acto celebrado en Dakota, Trump vociferó: “La Unión Europea fue creada
para aprovecharse de Estados Unidos”. En cuanto a la Organización
Mundial del Comercio, este ente multilateral compuesto por 164 países ha
sido calificado por el mandatario de “completo desastre”. Frente al
riesgo de naufragio, China (la segunda economía del mundo) salió al paso
para exhortar a Washington a proteger el sistema de comercio
multilateral. En esa lógica destructora se inscriben los aranceles de
25% al acero y del 10% al aluminio provenientes de Unión Europea, México
y Canadá. Trump le declaró a sus aliados una guerra comercial
repentina. Su primer acto de ruptura fue justamente poner en tela de
juicio la pertinencia y la permanencia del Tratado de Libre con México y
Canadá, TLC. Sobre esto ha dicho de todo y prometido truenos e
infiernos.
Este perfil guerrero tiene sin embargo dos “privilegiados”: son
México y Rusia. De pronto, el país maltratado y la potencia enemiga se
convirtieron en sus aliados de lujo. Luego de haber abochornado a
México, humillado a su presidente, Enrique Peña Nieto, a la diplomacia
mexicana y al pueblo de México, Trump se despertó un día como un perrito
faldero y obediente que regresa a casa rasgando la puerta. Su
jupiteriana fanfarronería se desvaneció de golpe. Cuando ni siquiera
habían pasado dos semanas del triunfo de Andrés Manuel López Obrador
Trump mandó a la plana mayor de su diplomacia a la capital mexicana: el
secretario de Estado norteamericano, Michael Richard Pompeo; del
Tesoro, Steven Mnuchin; de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, así
como el asesor de la Casa Blanca y yerno del mandatario estadounidense,
Jared Kushner, acudieron a México con un perfil de lo más cauto. Obrador
los hizo incluso desplazarse hasta la casa de la transición, en la
Colonia Roma, donde el equipo de Obrador prepara el futuro. En términos
de protocolo, el gesto es excepcional. Y no sólo los hizo desplazar a la
Roma sino quien fue el mismo Obrador quien fijó el término de las
relaciones futuras. El presidente electo le entregó a los diplomáticos
(Mike Pompeo) “una propuesta de bases de entendimiento con los Estados
Unidos” para los próximos años. El texto trata sobre cuatro temas
centrales: Tratado de Libre Comercio, migración, Seguridad y desarrollo.
El manual de instrucciones partió de México y no de Washington. La
evidencia es manifiesta: Andrés Manuel López Obrador dirige, por ahora,
la orquesta. “Estamos teniendo excelentes sesiones con México y con su
nuevo presidente, que ganó las elecciones rotundamente” dijo Trump hace
unas horas. Su lógica unilateralista no ha variado por ello. Su obsesión
por destruir el multilateralismo en beneficio de acuerdos “personales”
(bilaterales) lo condujo a la idea de elaborar un acuerdo comercial
“independiente” con México, es decir, fuera del TLC. Ello equivaldría a
un certificado de defunción del TLC. La estructura trilateral quedaría
en el recuerdo. Pero una nuevo perfil emerge: México manda. El primer
destello de símbolos es inédito.
Lo de Rusia y Vladimir Putin resultó igualmente un momento sublime.
Trump el vociferante parecía un pollito recién nacido al lado del
triunfante gallo Vladimir Putin, quien es hoy, en lo visible y lo
invisible, el verdadero amo del mundo (foto). Si la Argentina y Brasil
tuviesen una diplomacia en serio y gobiernos soberanos con capacidad de
anticipación y acción mucho se podría aprender de estas anemias del
acorazado Trump. Hay mucha sabiduría para extraer de estos rumbos
cambiantes: Trump no pone en tela de juicio la supremacía rusa ni menos
aún le resta legitimidad a la aplastante victoria popular de López
Obrador. Dos pistas oriundas de canales distintos señalan los puntos
flotantes del trumpismo: la de la gran potencia rusa y la de la no menos
potencia mexicana. Para nosotros, América Latina, la clave empieza a
cifrarse en esa frontera del Río Bravo (Río Grande) que separa a Estados
Unidos de la otra América. Carecemos de medios económicos y militares
para plantear una relación de igual a igual. Incluso quienes, en
Occidente, los detentan (la Unión Europea) no han sido capaces de salir
del laberinto salvaje del trumpismo aplanador. En el artículo antes
citado, François Heisbourg escribe: “los Estados Unidos son cada vez
menos aliados y cada vez más mercenarios”. Y todo mercenario, como se
sabe, tiene un precio. La inteligencia diplomática está allí para
encontrarlo. Se mueve en el dilatado territorio que va de Moscú a
Washington, de Tijuana a Ushuaia.
Doctor en Historia de la
Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Profesor de la misma universidad e
Investigador Adjunto del CONICET. Co-Coordinador del Grupo CLACSO “Estudios
sobre EEUU”. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en
las conferencias panamericanas; de Relaciones peligrosas. Argentina y
Estados Unidos, de Bienvenido Mr. President y del sitio www.vecinosenconflicto.com
La reciente vuelta de
Argentina a tomar deuda con el FMI no fue producto de una coyuntura económica
internacional adversa o de alguna circunstancia inexplicable, sino que es
absolutamente consustancial con la política exterior diseñada por Macri y sus
asesores.
En
abril de 2015, meses antes de las elecciones presidenciales que marcarían el
ascenso al poder de la Alianza Cambiemos, se hizo público el documento
“Reflexiones sobre los desafíos externos de la Argentina: Seremos afuera lo que
seamos dentro”, del autodenominado Grupo
Consenso, integrado por referentes de la oposición al kirchnerismo, que
planteaba cuáles eran los desafíos, en materia política exterior, que debía
abordar quien sucediera a Cristina Fernández[1].
Lo más
llamativo del texto son algunas omisiones fundamentales para comprender la
última década. Por ejemplo, no da cuenta del “No al ALCA” en Mar del Plata
(2005), que permitió la aparición posterior de nuevas instancias de integración
(ALBA) y de coordinación y cooperación política (UNASUR y CELAC) en América
Latina y el Caribe. Ninguna de estas instituciones es siquiera mencionada, lo
que muestra el desdén hacia la región. ¿Se puede escribir un documento con
tamañas pretensiones y no mencionar a la unión de 33 países de América Latina y
el Caribe, que ha tomado forma bajo la CELAC? ¿Se puede mencionar a la ONU como
foro privilegiado en la escena internacional -como se hace en reiterados
pasajes- sin mencionar al G77+China (integrado por 134 países), el principal
bloque dentro de esta organización, donde precisamente la Argentina participaba
con gran peso junto al resto de la región? Justamente Macri, desde que asumió,
decidió ningunear estas organizaciones alternativas, y privilegiar otras, como
el Foro Económico de Davos (al que asistió personalmente en enero de 2016 –y
repitió este año-) o la OEA (a la que reivindicó con Obama, en la declaración
conjunta firmada durante su visita).
El
documento del Grupo Consenso pedía
“insertar adecuadamente” a la Argentina en el mundo, que el país se
transformara en un actor global “responsable”, partiendo de nuestra “identidad
occidental” y defendiendo las “instituciones republicanas, la división de
poderes, la libertad de expresión, los derechos humanos y las garantías
individuales”. Llamaba a consolidar los valores de una “sociedad abierta,
moderna y respetuosa del ordenamiento internacional”. En síntesis, había que
volver a ser un país “normal” y “serio”, como venían proclamando muchos de los
firmantes en los últimos años. O sea, asumir nuestra condición periférica y
evitar cuestionar el rol de gendarme
global que hace décadas ejerce Estados Unidos, con Europa y Japón como
socios.
En ese
texto se planteaba, además, la necesidad de establecer una “adecuada
convergencia entre el Mercosur atlántico y la promisoria Alianza del Pacífico”,
pero sin dar cuenta de que, precisamente, esta última -impulsada por México,
Colombia, Perú y Chile, que firmaron Tratados de Libre Comercio con Estados
Unidos tras la derrota del ALCA- era una herramienta para intentar una
restauración conservadora e imponer una agenda neoliberal.
Además,
bajo la idea de “fortalecer nuestras tradicionales relaciones con Europa y
EEUU”, se pedía al futuro gobierno encarar una política exterior diferente a la
kirchnerista, que precisamente se había caracterizado por estrechar acuerdos
con los BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-, sin dejar de lado
históricas relaciones del país. En definitiva, se demandaba una “apertura” del
Mercosur, orientada a la Unión Europea y Estados Unidos, una idea sobre la cual
las derechas latinoamericanas venían trabajando con fuerza en los últimos años.
El
documento resaltaba como positiva la especialización en la producción de
alimentos y energía, alentando un esquema reprimarizador y extractivista que
genera exclusión y destruye el medio ambiente, permitiendo ganancias
extraordinarias para un núcleo reducido de la clase dominante -y los grandes
capitales externos con los que se asocia- y una escasa diversificación
productiva. Retomando la agenda de Estados Unidos, señalaba que los principales
enemigos a escala global eran el terrorismo, el narcotráfico y el crimen
organizado. No decía nada de cómo esas “amenazas” se utilizaron para dar
sustento a invasiones militares unilaterales, violar el derecho internacional o
instrumentar campañas de desestabilización de gobiernos adversarios de Estados
Unidos.
El consenso que promovían, por los dichos y
las omisiones mencionadas, parecía más cercano al “Consenso de Washington” de
los años noventa, cuando la política económica de buena parte de los países no
centrales estaba fuertemente condicionada por los organismos multilaterales de
crédito, al calor de una indiscutible hegemonía estadounidense a nivel mundial.
Con cierta nostalgia de las relaciones
carnales que primaron en aquella década, aunque utilizando un lenguaje aggiornado, los firmantes de este
documento –entre los que se destacan el actual canciller, Faurie, y quien es
indicado como el “canciller en las sombras”, Pompeo- apuntaban a una
restauración conservadora en la política exterior argentina e impulsan la
vuelta a una inserción internacional dependiente.
La
primera canciller de Macri, Susana Malcorra señaló, en diciembre de 2015, que
desplegarían una política exterior desideologizada,
cuyo objetivo era la atracción de capitales, la toma de préstamos y la apertura
de nuevos mercados para los exportadores. Desde que asumió, Macri no ahorró señales
hacia el gran capital financiero, pero sobre todo hacia Estados Unidos.
Desde
su concepción liberal, la vía elegida para dar seguridad jurídica a los
inversores externos era avanzar hacia la firma de Tratados de Libre Comercio
(TLC). Desde enero de 2016, el líder del PRO puso en marcha la nueva
orientación de la política exterior: viajó a Davos, se reunió con líderes
europeos y recibió a Obama. En julio visitó Chile para participar por primera
vez de la cumbre presidencial de la Alianza del Pacífico, donde insistió en que
el Mercosur estaba congelado y debía sellar un tratado comercial con ese
bloque; luego voló a Francia, Bélgica y Alemania, para relanzar las
negociaciones de un “acuerdo de asociación” con la Unión Europea; y culminó su
periplo en Estados Unidos, para reunirse con los CEOs de empresas de
telecomunicaciones y servicios. “Argentina volvió al mundo”, declaró en París y
repitió en Berlín, eufórico, ante empresarios teutones[2].
Hasta ahora, Macri puede mostrar pocos éxitos en
cuanto a su política exterior, más allá del discurso auto-celebratorio,
acompañado por los principales medios de comunicación. Asume acríticamente la
agenda que las corporaciones en ámbitos como la OMC, evita articular una
política común con los demás países latinoamericanos -incluso en diciembre
filtró a la prensa la voluntad de abandonar la UNASUR, paso que se concretó,
con otros gobiernos derechistas, en abril, justo cuando la presidencia pro témpore recayó en Bolivia-, promueve
una apertura comercial que estimula la desindustrialización local y alienta
acuerdos de libre comercio, que profundizarían los desequilibrios. En enero
viajó una vez más al Foro Económico de Davos, como en 2016.
Pese a las claras señales, Macri insiste en el rumbo.
Hasta el propio Sergio Berensztein, quien ponderaba positivamente la política
exterior de Cambiemos, reconoce que hay un claro desfase temporal entre la
estrategia internacional de Macri y el escenario actual[3].
Como señala Tokatlian, “el Gobierno debería plantearse su fe en la
globalización tal como la concibe. Aquello que el Gobierno tenía como líneas
directrices entra en entredicho en la medida en que sus objetivos no se
realizan. Sin embargo, se sigue insistiendo en una visión plena de la
globalización, en la presunción de que el libre comercio es la solución y en
una expectativa de que en algún momento vendrán los capitales. Lo cierto es que
los que están más interesados en hacer inversiones son países no europeos, como
China y Rusia; además, el proteccionismo no es una cuestión que se pueda
resolver inmediatamente. La Argentina debería tener una política mucho más
diversificada, que vaya más allá de Occidente. No veo que eso esté en la
agenda”[4].
Desde hace un año, cuando Jorge Faurie reemplazó a
Malcorra al frente de la Cancillería, se acentuó lo que el citado analista
denomina el unilateralismo periférico
concesivo, o sea la realización de concesiones a Estados Unidos para
salvaguardar los intereses propios. Del pragmatismo inicial se habría pasado a
una sobreactuación del alineamiento con Washington, más ideológica y menos
cautelosa. En las votaciones en la ONU, la coincidencia aumentó
significativamente[5].
Posiciones como las de Macri son un peligro para
desarrollar una perspectiva de integración latinoamericana más autónoma.
Parecían haberse consolidado en los últimos meses, pero ahora enfrentan serios
desafíos internos y también externos. El reciente triunfo de Andrés Manuel
López Obrador en México, quebrando la hegemonía del PRI y el PAN, parece ser
una muestra de ello. En el caso de Argentina, hubo una mega devaluación de más
del 50% de su moneda en el primer semestre de 2018, lo cual volvió a disparar
la inflación, provocó una recaída en la recesión y llevó al gobierno de Macri,
después de 12 años, a volver a negociar un acuerdo stand by con el FMI, con el cual tomó una deuda récord de más de
50.000 millones de dólares.
Sin embargo, la situación difiere de la de finales de
los años noventa, en tanto hay una clara memoria histórica de la crisis que se
desató en diciembre de 2001 por aplicar las recetas del FMI. Todas las
encuestas registran un rechazo mayoritario al acuerdo con el Fondo, lo cual se
expresó en las calles masivamente, por ejemplo, el pasado 9 de julio. El 21 y
22 de julio llegará al paísla directora
del organismo, Christine Lagarde, para participar de la Tercera reunión de
ministros de Finanzas y presidentes de Bancos Centrales en el contexto del G20,
en el Centro de Exposiciones y Convenciones de la Ciudad. Pocas horas antes, el
sábado 21, desde las 12hs, habrá una enorme movilización con la consigna “Nunca
Más FMI, Deuda fraudulenta y G20!”. La política exterior y la inserción
internacional, está visto, no se define solamente dentro del palacio. Las
calles también cuentan.
Buenos Aires, julio de 2018
[1] Entre los firmantes del primer
documento, se distinguen referentes y asesores en materia internacional del PRO
–Fulvio Pompeo, Diego Guelar y el hoy canciller Jorge Faurie-, la UCR -Jesús
Rodríguez y Mario Verón Guerra-, el Frente Renovador -Andrés Cisneros- y el
Peronimo Federal -Juan Pablo Lohlé-. Adhirieron, además, políticos como Alfredo
Atanasof y Alieto Guadagni, académicos como Roberto Russell y hasta el
cuestionado dueño del periódico La Nueva Provincia, Vicente Massot –y tío de
Nicolás Massot, actual jefe del bloque del PRO en la Cámara de Diputados-.
Asistieron a la presentación el ex presidente Fernando De la Rúa (quien fue
canciller en su gobierno, Adalberto Rodríguez Giavarini, ofició como
presentador del grupo) y el gobernador de Córdoba y precandidato presidencial,
José Manuel De la Sota. Puede consultarse completo en
<http://www.cari.org.ar/pdf/documento_grupoconsenso.pdf>.