Macri, con Obama y Trump: persisten las dificultades bilaterales
Por Leandro Morgenfeld
Voces en el Fénix
Número 67
El giro en política exterior con Macri y la visita de Obama
Los últimos meses de Obama en la Casa Blanca fueron favorables a los objetivos de Estados Unidos: se produjeron retrocesos de los llamados gobiernos progresistas, al mismo tiempo que el demócrata incrementó su presencia regional, lo cual se materializó en una gira muy significativa.La histórica visita de Obama a Cuba y Argentina, en marzo del 2016, respondió a distintos objetivos, el principal, de carácter geoestratégico. Para reposicionarse en la región, Estados Unidos procura derrotar a los países bolivarianos y también limar las iniciativas autónomas que impulsó el eje Brasil-Argentina. Apuesta a un realineamiento del continente y busca debilitar las iniciativas de coordinación y cooperación política, como la Unasur y la CELAC, reposicionando a la OEA, cuya sede está en Washington, a escasos metros de la Casa Blanca.
El triunfo de Mauricio Macri, en el ballottage de noviembre de 2015, alentó la restauración conservadora en Nuestra América, que continuó con la derrota del chavismo en las elecciones legislativas en Venezuela (diciembre de 2015), el traspié de Evo Morales en su intento de habilitar una nueva reelección en Bolivia (febrero de 2016) y la ofensiva destituyente contra el gobierno de Rousseff en Brasil, concretada luego con su separación del cargo para ungir como presidente al ilegítimo Michel Temer. La derecha regional solo logró recapturar mediante elecciones un nuevo gobierno, en la Argentina, y Obama buscó impulsar a Macri como un líder que terminase de inclinar el tablero político regional, atacando a los adversarios de Washington, como lo hizo el líder del PRO en la cumbre del Mercosur de diciembre de 2015, cuando acusó a Venezuela de no respetar los derechos humanos.
La gira de Obama tuvo como objetivo, también, impulsar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (conocido como TPP, por sus siglas en inglés). Si bien la Argentina no era uno de los 12 signatarios originales de este acuerdo, firmado en febrero de 2016 –y que aguardaba la ratificación de los congresos de cada país, hasta que Trump prácticamente lo sentenció a muerte en enero de 2017 (aunque recientemente, en Chile, se firmó el TPP11, sin Estados Unidos)–, la expectativa, tal como declararon Macri y su entonces canciller Susana Malcorra, era que el país se aproximara a la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile), y eventualmente se sumase al Acuerdo Transpacífico. La incorporación de Argentina como observadora en la Alianza del Pacífico, y la participación del propio Macri como invitado en la cumbre de esa organización que se realizó el 1º de julio de 2016 fueron un avance más en esa dirección. Esa reedición de una suerte de nuevo ALCA, con el que Estados Unidos procura que sus gobiernos aliados horaden la expansión económica y comercial china, habría implicado una mayor apertura económica y una disminución aún mayor del alicaído mercado interno argentino, en beneficio de las grandes transnacionales estadounidenses y en perjuicio de las pequeñas y medianas empresas locales y de los trabajadores en general. Habría provocado, además, un golpe fuerte al Mercosur, que atraviesa un momento de incertidumbre, a partir de la crisis económica y política en Brasil, de la suspensión de Venezuela y de las presiones para flexibilizarlo.
Obama también viajó a la Argentina a promover las inversiones estadounidenses y los intereses comerciales de sus empresas. Su gobierno criticó fuertemente a los Kirchner por el supuesto proteccionismo que limitaba las importaciones, pero en realidad Estados Unidos goza de un amplio superávit comercial con la Argentina y protege a sus productores agropecuarios con medidas paraarancelarias, provocando pérdidas millonarias para nuestro país, que en los últimos años debió recurrir a la OMC para frenar esas arbitrariedades. Como es habitual, el presidente estadounidense hizo lobby para que las empresas de su país –muchas de las cuales dependen de acuerdos con el Estado, como el caso de la petrolera Chevron– obtuvieran tratos preferenciales por parte del gobierno argentino. Con este objetivo, la Cámara de Comercio de Estados Unidos en la Argentina organizó una gran actividad, en las imponentes instalaciones de la Sociedad Rural Argentina, a la cual finalmente Obama y Macri no asistieron para evitar la movilización de agrupaciones populares de izquierda que marcharon allí para repudiarlos.
La visita pretendió, además, que dependencias del gobierno de Estados Unidos, como el Pentágono o la DEA, recuperaran posiciones y pudieran tener una injerencia mayor en temas internos muy sensibles, como el de la seguridad. Con la excusa del narcotráfico y el terrorismo, en los últimos años Estados Unidos desplegó decenas de bases militares de nuevo tipo por toda Nuestra América. En la mayoría de los países de la región se viene cuestionando este intervencionismo estadounidense, planteando el fracaso de la guerra contra las drogas promovida desde el gobierno de Nixon en los años ’70, objetando instituciones heredadas de la Guerra Fría como el TIAR e impulsando su reemplazo por otras nuevas, como el Consejo Suramericano de Defensa. A contramano de esa tendencia, desde el macrismo se explora un nuevo alineamiento. La ministra de seguridad Patricia Bullrich viajó a Washington en febrero del 2016, donde se reunió con funcionarios de la DEA y el FBI, en función de profundizar la “cooperación”. Parte de los acuerdos bilaterales firmados durante la visita de Obama tienen que ver con avanzar en esa línea. En los últimos meses se multiplicaron los contactos entre funcionarios de los ministerios de Seguridad y Defensa y el Pentágono, la CIA y la DEA.
Con la visita de Obama, entonces, la Casa Blanca procuró transformar a la Argentina, que tantas veces en la historia dificultó sus proyectos hegemónicos a nivel continental, en el nuevo aliado que legitimara el avance de las derechas en la región, tal como ocurrió, por ejemplo, en Chile. El mandatario estadounidense lo repitió varias veces en Buenos Aires: Macri es el líder de la nueva época, el ejemplo a imitar. En octubre de 2017, ya como ex presidente, y pocos días antes de las elecciones legislativas, Obama volvió a la Argentina y se reunió con el líder de PRO, en lo que implicó un nuevo espaldarazo a su figura.
El cambio de escenario con Trump y la dificultad de Macri para recalcular
Desde la asunción de Trump, en enero de 2017, Macri buscó acercarse al magnate, luego de haber apostado por el triunfo de Hillary Clinton en las elecciones de noviembre de 2016. Tras intensas gestiones, el presidente argentino fue recibido por su par estadounidense en Washington el 27 de abril del año pasado. Apenas logró promesas de concretar el ingreso de limones tucumanos al protegido mercado estadounidense.Unos meses más tarde, el número dos de la Casa Blanca viajó hasta Buenos Aires. El 14 de agosto, un día después de las elecciones primarias, se produjo la visita del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en el marco de una gira que incluyó, además de la Argentina, Colombia, Chile y Panamá. El mandatario estadounidense llegó días después de la temeraria amenaza de Trump de una intervención militar en Venezuela. Tras el encuentro con Macri, en el que elogió la política económica que viene implementando, anunciaron un acuerdo para habilitar el todavía demorado ingreso de limones en Estados Unidos, pero a la vez para permitir la exportación de carne porcina hacia la Argentina, lo cual produjo quejas de los productores locales, que denunciaron el riesgo de perder hasta 35.000 puestos de trabajo.
Apenas una semana más tarde, el 22 de agosto, se conoció la decisión del Departamento de Comercio de Estados Unidos de cobrar aranceles prohibitivos (57% en promedio) a las importaciones de biodiesel provenientes de Argentina, ratificada en los primeros días de 2018. Esas ventas significaron en 2016 el 25% de las exportaciones al país del norte. Esta decisión produjo un cimbronazo en el gobierno argentino, quejas de múltiples productores y corporaciones agropecuarias y la muestra cabal del fracaso de la política de alineamiento, que hasta ahora no produjo ventajas económicas en el vínculo bilateral.
La decisión del Departamento de Comercio de aplicar elevados aranceles al biodiesel argentino, anunciada apenas una semana después de la visita del vicepresidente estadounidense, echa por tierra las expectativas de una mayor convergencia comercial bilateral. El gobierno argentino insiste en abrir la economía, pero no logra revertir el proteccionismo agrícola de Estados Unidos y Europa, con lo cual la balanza comercial arroja saldos negativos. El déficit comercial fue récord histórico el año pasado. El 22 de diciembre se anunció el reingreso de la Argentina al Sistema Generalizado de Preferencias –programa de rebaja limitada de aranceles a países “en desarrollo” del que había sido suspendido nuestro país en 2012 por los conflictos con empresas estadounidenses ante el CIADI–, pero hay presiones para que Trump elimine directamente esos beneficios. La buena noticia fue opacada por la confirmación, el 4 de enero de 2018, de un arancel del 72% al biodiesel argentino por parte del Departamento de Comercio estadounidense, bloqueando exportaciones que proyectaban llegar a 1.500 millones de dólares este año.
Esto es apenas una muestra de la necesidad de converger con los demás países latinoamericanos para negociar con las potencias extrarregionales desde una posición de mayor fortaleza. Negociando individualmente con una gran potencia, la Argentina tiene todas las de perder. En cambio, hay ejemplos históricos de negociaciones exitosas cuando se alentó la convergencia con otros países similares. En la reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) realizada en Cancún, en 2013, convergieron los países exportadores de bienes primarios y se pusieron de acuerdo para paralizar las negociaciones en tanto no se discutieran los subsidios agrícolas de Estados Unidos, Europa y Japón. La liberalización del comercio no puede abarcar solamente a la industria y los servicios. Algo similar ocurrió dos años después, cuando los países del Mercosur, más Venezuela, impidieron que avanzara el proyecto del ALCA.
Desgraciadamente, la estrategia de Macri parece ir en otro sentido. Asume acríticamente la agenda que las corporaciones pretenden imponer en ámbitos como la OMC, evita articular una política común con los demás países latinoamericanos –incluso en diciembre filtró a la prensa la voluntad de abandonar la Unasur–, promueve una apertura comercial que estimula la desindustrialización local y alienta acuerdos de libre comercio, como el que están negociando la Unión Europea y el Mercosur, que profundizarían los desequilibrios.
Los gobiernos neoliberales que apostaban a la continuidad con Clinton y a la firma y extensión de acuerdos como el TLCAN-NAFTA y el TPP, ahora están obligados a recalcular su inserción internacional. Se les dificulta seguir con la política de promoción del libre comercio, endeudamiento externo masivo y concesiones para atraer inversiones estadounidenses. El contexto mundial está siendo mucho más adverso. Cantan loas a la globalización neoliberal, cuando en Estados Unidos y Europa está siendo impugnada. En Argentina, por ejemplo, representantes del gobierno ya hablan de la necesidad de diversificar mercados y desplegar una política exterior menos enfocada en Washington y la Unión Europea, justo lo contrario que hicieron en los dos últimos años.
La política externa desplegada por Macri profundiza la inserción dependiente. Apenas es beneficiosa para una minoría concentrada: los bancos, los socios menores del gran capital transnacional y los grandes exportadores, beneficiados por la baja de retenciones y por la megadevaluación de diciembre de 2015. Sin embargo, hubo un análisis erróneo del contexto internacional. Se promovió una apertura comercial en función de avanzar con tratados de libre comercio, justo cuando las potencias occidentales avanzan en sentido contrario. Se pagó lo que exigían los fondos buitre, elevando enormemente el endeudamiento externo. Sigue cayendo la actividad (el PBI retrocedió 2,3%en 2016, según el INDEC), aumentan la pobreza y la desigualdad, la inflación no cede y la deuda externa se dispara.
En marzo de 2018, Trump anunció la suba de aranceles a las importaciones de acero (25%) y aluminio (105), sentando un precedente para lo que podría derivar en una guerra comercial a escala global. El 6 de marzo renunció Gary Cohn como jefe de asesores económicos, privando a la Casa Blanca de un referente del establishment pro-libre comercio. Estas medidas tendrían un enorme impacto en la economía argentina, que ya cerró el 2017 con el peor déficit comercial de la historia en términos nominales (8.471 millones de dólares, según el INDEC), y en particular con un enorme desbalance con Estados Unidos. El año pasado, la Argentina exportó a Estados Unidos 1.438 millones de dólares en biodiesel, aluminio y acero y derivados, según la consultora abeceb. De aplicarse estas medidas, se verían afectadas nada menos que el 32,5% de las exportaciones al país del norte. La política de Macri de alinearse con la Casa Blanca, al menos en el plano comercial, no está mostrando resultados positivos.
En enero de este año se profundizó el rojo comercial que encendió las alarmas a fines de 2017: 986 millones de dólares.
Conclusiones
Analizar los cambios en la relación entre la Argentina y Estados Unidos, desde la asunción de Macri el 10 de diciembre de 2015, es sumamente importante no sólo para comprender el vínculo bilateral, sino por el impacto interamericano. Obama apostó, en su segundo mandato, a reposicionar a Estados Unidos en la región, aprovechando algunas condiciones más favorables a los intereses de Washington, luego de una década de relativo relajamiento del dominio estadounidense en su patio trasero y de la decepción regional que provocó en sus primeros cuatro años. Si el gobierno encabezado por Cristina Kirchner fue un obstáculo en ese intento, la llegada de Macri fue vislumbrada como una oportunidad, en tanto planteaba un acercamiento hacia la Casa Blanca, sin pedir casi nada a cambio.La canciller argentina Susana Malcorra señaló, en diciembre de 2015, que desplegarían una política exterior “desideologizada”, cuyos objetivos serían la atracción de capitales, la toma de préstamos y la apertura de nuevos mercados para los exportadores. Desde que asumió, Macri no ahorró señales hacia el gran capital financiero, pero sobre todo hacia Estados Unidos.
Desde su concepción liberal, la vía para dar seguridad jurídica a los inversores externos es firmar tratados de libre comercio (TLC). Viajó a Davos, se reunió con líderes europeos y recibió a Obama. En julio visitó Chile para participar por primera vez de la cumbre presidencial de la Alianza del Pacífico, donde insistió en que el Mercosur estaba congelado y debía sellar un tratado comercial con ese bloque; luego voló a Francia, Bélgica y Alemania, para relanzar las negociaciones de un “acuerdo de asociación” con la Unión Europea, y culminó su periplo en Estados Unidos, para reunirse con los CEOs de empresas de telecomunicaciones y servicios. “Argentina volvió al mundo”, declaró en Berlín, eufórico ante empresarios teutones.
Macri y Patricia Bullrich permitieron a Estados Unidos avanzar nuevamente en materia militar y de inteligencia, con la excusa del terrorismo y la lucha contra el narcotráfico. Hay planes de adiestramiento de tropas, venta de armamento y también viene hablándose de una base en Misiones, cerca de la Triple Frontera, y otra en Tierra del Fuego, cerca de la Antártida. Se las enmascara como bases humanitarias o científicas, pero son emplazamientos militares de nuevo tipo.
El gobierno de la Alianza Cambiemos decidió impulsar las negociaciones comerciales en tres direcciones: intentar sellar un acuerdo Mercosur-Unión Europea, procurar un tratado de libre comercio con Estados Unidos y avanzar en una convergencia con la Alianza del Pacífico, como primer paso para sumarse al TPP. Macri abandonó una política exterior de orientación latinoamericanista y que apuntaba a los BRICS, y está reeditando una suerte de “relaciones carnales” con los Estados Unidos. Su explícito apoyo a Hillary Clinton en las elecciones estadounidenses –manifestado por el Presidente, la canciller y el embajador argentino en Washington– tenía que ver con mantener ese alineamiento, con la esperanza de que así llegarían las inversiones y créditos a tasas más bajas. La posición pro acuerdos de libre comercio de Clinton era convergente con la política exterior que impulsa el actual gobierno argentino.
Con la visita de Obama, en marzo de 2016, la Casa Blanca procuró transformar a la Argentina, que tantas veces dificultó sus proyectos hegemónicos a nivel continental, en el nuevo aliado que legitimara el avance de las derechas en la región. El mandatario estadounidense lo repitió varias veces en Buenos Aires: Macri es el líder de la nueva era, el ejemplo a imitar.
Más allá del cambio de contexto que se produjo luego del Brexit y el triunfo de Trump, el gobierno que encabeza Macri mantiene su discurso. Desde enero de 2017 buscaron casi con desesperación un contacto con Trump –ambos mandatarios hablaron por teléfono brevemente en febrero– y negociaron una visita a la Casa Blanca, que finalmente se concretó el 27 de abril. Mientras, la nueva administración estadounidense había revertido en enero algunas de las poquísimas concesiones que había otorgado Obama a la Argentina: suspendió la entrada de limones argentinos a Estados Unidos –en diciembre de 2016 se había anunciado el fin de la restricción fitosanitaria que bloqueaba esas exportaciones hacía 15 años– y la flexibilización en el otorgamiento de visas a argentinos. Todo esto se vio opacado por el posterior bloqueo al biodiesel y las restricciones recientemente anunciadas al aluminio y al acero.
Macri recibió nuevamente a Obama en octubre de 2017, a la OMC en diciembre y espera desplegar la alfombra roja a Trump en noviembre de este año, en la Cumbre presidencial del G20 en Buenos Aires, para mostrar que el gobierno argentino está comprometido con la globalización neoliberal y que aspira a ingresar a la OCDE y a adecuarse a los lineamientos del FMI, cuyas autoridades visitaron el país en marzo.
Para Trump, la subordinación casi gratuita de Macri es ganancia pura. Para Nuestra América, un problema. En vez de solidarizarse con México e impulsar una coordinación y cooperación política con los países de la región, para enfrentar las amenazas que plantea el nuevo gobierno de Estados Unidos, Macri pretende ser el interlocutor predilecto del magnate, reemplazando a Peña Nieto, Temer o Santos. Ese alineamiento, ya transitado en los años noventa con Menem, es funcional a la lógica de fragmentación que Estados Unidos impulsa hace dos siglos en América latina y que sólo trajo dependencia y falta de autonomía para los países de la región. Y ni siquiera genera beneficios comerciales.
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