Los
17 muertos provocados ayer por un tiroteo en una escuela de Florida se
suman a los miles y miles que cada año lamentan los estadounidenses por
la proliferación de armas de guerra en su población civil, gracias a la
política de libre venta de armas. Sólo en los últimos cinco años fueron
291 los colegios afectados por ataques similares. Pero lejos de agotarse
dentro de sus fronteras, el armamentismo norteamericano se reproduce
como en un espejo en su política económica y militar, que termina
exportando muerte y destrucción a todo el mundo.
Días atrás, el presidente Donald Trump dio a conocer su proyecto de presupuesto para 2019 que contempla un enorme déficit fiscal (que tratará de trasladarlo a los demás países, sobre todo a los de la periferia) y un presupuesto militar, eufemísticamente llamado de “defensa”, de 716.000 millones de dólares, según informa la cadena CNBC. Este monto incluye 24.000 millones de dólares destinados a la modernización del programa nuclear que, en algunos comunicados, aparecía desligado del gasto militar, como si se tratara de inversiones para la producción de centrales atómicas.
Estos datos son algunas de las “posverdades” a los cuales nos tiene acostumbrados el imperialismo norteamericano. “Posverdad” o fake news –como gusta decir Donald Trump– porque se oculta la verdadera dimensión del gasto militar de Estados Unidos haciéndoselo aparecer como menor de lo que realmente es en un intento por escamotear ante la vista de la opinión pública el desenfreno militarista de un imperio que debilitado en su hegemonía política, intelectual y moral, como diría Antonio Gramsci, se repliega sobre sus capacidades destructivas para contener por la fuerza su ine- xorable declinación en un sistema internacional que ya ha asumido un formato definitivamente multipolar.
Hace muchos años que el gasto militar se convirtió en el principal motor de la economía norteamericana y fuente de fabulosas superganancias para el complejo militar-industrial-financiero que gira en torno a la producción de armamentos. En una suerte de perversa “puerta giratoria” las ganancias de este complejo se transfieren, en una pequeña porción, a la clase política. Sus empresas y lobbies son los indispensables financistas de las onerosas carreras políticas de representantes, senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo definitivamente el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo las puertas para la constitución de la corrupta plutocracia que hoy gobierna a ese país. Presidentes y legisladores, envueltos en un falso celo patriótico, retribuyen los favores recibidos concediendo jugosas contraprestaciones materiales a las empresas del sector, todo lo cual se traduce en una desorbitada, absurda e innecesaria escalada del gasto militar. Esta corruptela explica que más de la mitad de los miembros del Congreso de Estados Unidos sean millonarios, cuando la proporción de éstos en la sociedad norteamericana es de apenas 1,4% (http://cnnespanol.cnn.com/2014/01/10/la-mayoria-de-los-miembros-del-congreso-de-ee-uu-son-millonarios/).
No es de extrañar, en consecuencia, que desde la Guerra de Corea en adelante Estados Unidos no haya conocido un solo año sin tener tropas combatiendo en el exterior. Tampoco lo es que, pese a los optimistas anuncios oficiales, el gasto militar haya aumentado aun luego de la desaparición de quien durante los largos años de la Guerra Fría fuera su enemigo fundamental: la Unión Soviética. En este sentido, la operación propagandística del imperio pregonando los supuestos “dividendos de la paz” como fuente de una renovada ayuda al desa- rrollo quedó rápidamente al desnudo. Ni se mejoró la asignación de recursos para reducir la pobreza dentro de Estados Unidos ni se los canalizó para facilitar el progreso económico y social de los países de la periferia. Todo lo contrario, la escalada sin techo del gasto militar prosiguió su curso inalterada.
Sorprende entonces la aceptación sin beneficio de inventario de la cifra del presupuesto militar que la Administración Trump anunciara recientemente. Según los cálculos más rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos ya traspasó el umbral considerado –hasta no hace mucho– como absolutamente insuperable, como una frontera escalofriante de un billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial. Tradicionalmente la Casa Blanca ocultaba la verdadera dimensión de su exorbitante presupuesto militar y los medios de comunicación del imperio reproducían esa mentira. En el caso actual aquel va mucho más allá de los 716.000 millones de dólares recientemente declarado por la Casa Blanca. Esa cifra no incluye otros emolumentos derivados de la presencia bélica de EE.UU. en el mundo y que también deben ser considerados como parte del presupuesto militar del imperio. Por ejemplo, la Administración Nacional de Veteranos (VET) que tiene a su cargo ofrecer atención médica a los heridos en combate hasta el fin de sus vidas y de asistir a quienes regresan del frente desquiciados psicológicamente tiene un presupuesto para el próximo año de 198.000 millones de dólares(https://www.militarytimes.com/veterans/2018/02/12/va-spending-up-again-in-trumps-fiscal-2019-budget-plan/). A esta descomunal cifra hay que agregarle otros dos ítems, con datos muy poco transparentes y disimulados en el presupuesto federal: los destinados a la contratación de “asesores” para misiones especiales (vulgo: mercenarios) y los “gastos de reconstrucción” para ocupar o transitar por áreas previamente destruidas por la aviación o los drones de EE.UU. Si se suman todos estos componentes se llega a una cifra que supera el billón de dólares. Para comprobar la irracionalidad criminal de este presupuesto nótese que tan sólo el gasto de la VET equivale a poco menos que el gasto militar total de China, que asciende a 215.175 millones de dólares y que el segundo presupuesto militar del planeta. O con el presupuesto de la Federación Rusa, que es casi tres veces inferior al de la VET: 70.345 millones de dólares; o con el del ultra-enemigo de EE.UU., Irán 12.383 millones de dólares. ¿Cómo justificar tan fenomenal desproporción? Inventando enemigos, como el ISIS, o dando pie a delirantes conspiraciones acerca del peligro que Rusia, China, Irán o Corea del Norte representan para la seguridad nacional norteamericana. Pero la verdad es que el gasto militar ayuda a mover una economía de lento crecimiento y, sobre todo, alimenta al complejo armamentístico que financia a los políticos que convierte en millonarios. Pese a eso la dirigencia estadounidense insiste en la vulnerabilidad de la seguridad nacional norteamericana y no cesa de mantener a su población sumida en el miedo, un efectivo dispositivo de dominación. Por último, con tal brutal desequilibrio de fuerzas en el plano militar Washington reafirma su vocación de seguir siendo el gigantesco gendarme mundial presto a actuar en cualquier lugar del planeta para poner al capitalismo a salvo de toda amenaza. En cualquier lugar, pero sobre todo en Nuestra América, reserva estratégica de un imperio amenazado. La contraofensiva lanzada en los últimos años y la creciente belicosidad en contra de Cuba y Venezuela son pruebas harto elocuentes de esa enfermiza vocación por impedir que la tierra siga girando y congelar la historia en el punto en que se encontraba al anochecer del 31 de diciembre de 1958, en vísperas del triunfo de la Revolución Cubana. Todos estos esfuerzos serán en vano, pero mientras tanto están haciendo un daño enorme y hay que detenerlos antes de que sea demasiado tarde porque la humanidad está en peligro.
Días atrás, el presidente Donald Trump dio a conocer su proyecto de presupuesto para 2019 que contempla un enorme déficit fiscal (que tratará de trasladarlo a los demás países, sobre todo a los de la periferia) y un presupuesto militar, eufemísticamente llamado de “defensa”, de 716.000 millones de dólares, según informa la cadena CNBC. Este monto incluye 24.000 millones de dólares destinados a la modernización del programa nuclear que, en algunos comunicados, aparecía desligado del gasto militar, como si se tratara de inversiones para la producción de centrales atómicas.
Estos datos son algunas de las “posverdades” a los cuales nos tiene acostumbrados el imperialismo norteamericano. “Posverdad” o fake news –como gusta decir Donald Trump– porque se oculta la verdadera dimensión del gasto militar de Estados Unidos haciéndoselo aparecer como menor de lo que realmente es en un intento por escamotear ante la vista de la opinión pública el desenfreno militarista de un imperio que debilitado en su hegemonía política, intelectual y moral, como diría Antonio Gramsci, se repliega sobre sus capacidades destructivas para contener por la fuerza su ine- xorable declinación en un sistema internacional que ya ha asumido un formato definitivamente multipolar.
Hace muchos años que el gasto militar se convirtió en el principal motor de la economía norteamericana y fuente de fabulosas superganancias para el complejo militar-industrial-financiero que gira en torno a la producción de armamentos. En una suerte de perversa “puerta giratoria” las ganancias de este complejo se transfieren, en una pequeña porción, a la clase política. Sus empresas y lobbies son los indispensables financistas de las onerosas carreras políticas de representantes, senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo definitivamente el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo las puertas para la constitución de la corrupta plutocracia que hoy gobierna a ese país. Presidentes y legisladores, envueltos en un falso celo patriótico, retribuyen los favores recibidos concediendo jugosas contraprestaciones materiales a las empresas del sector, todo lo cual se traduce en una desorbitada, absurda e innecesaria escalada del gasto militar. Esta corruptela explica que más de la mitad de los miembros del Congreso de Estados Unidos sean millonarios, cuando la proporción de éstos en la sociedad norteamericana es de apenas 1,4% (http://cnnespanol.cnn.com/2014/01/10/la-mayoria-de-los-miembros-del-congreso-de-ee-uu-son-millonarios/).
No es de extrañar, en consecuencia, que desde la Guerra de Corea en adelante Estados Unidos no haya conocido un solo año sin tener tropas combatiendo en el exterior. Tampoco lo es que, pese a los optimistas anuncios oficiales, el gasto militar haya aumentado aun luego de la desaparición de quien durante los largos años de la Guerra Fría fuera su enemigo fundamental: la Unión Soviética. En este sentido, la operación propagandística del imperio pregonando los supuestos “dividendos de la paz” como fuente de una renovada ayuda al desa- rrollo quedó rápidamente al desnudo. Ni se mejoró la asignación de recursos para reducir la pobreza dentro de Estados Unidos ni se los canalizó para facilitar el progreso económico y social de los países de la periferia. Todo lo contrario, la escalada sin techo del gasto militar prosiguió su curso inalterada.
Sorprende entonces la aceptación sin beneficio de inventario de la cifra del presupuesto militar que la Administración Trump anunciara recientemente. Según los cálculos más rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos ya traspasó el umbral considerado –hasta no hace mucho– como absolutamente insuperable, como una frontera escalofriante de un billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial. Tradicionalmente la Casa Blanca ocultaba la verdadera dimensión de su exorbitante presupuesto militar y los medios de comunicación del imperio reproducían esa mentira. En el caso actual aquel va mucho más allá de los 716.000 millones de dólares recientemente declarado por la Casa Blanca. Esa cifra no incluye otros emolumentos derivados de la presencia bélica de EE.UU. en el mundo y que también deben ser considerados como parte del presupuesto militar del imperio. Por ejemplo, la Administración Nacional de Veteranos (VET) que tiene a su cargo ofrecer atención médica a los heridos en combate hasta el fin de sus vidas y de asistir a quienes regresan del frente desquiciados psicológicamente tiene un presupuesto para el próximo año de 198.000 millones de dólares(https://www.militarytimes.com/veterans/2018/02/12/va-spending-up-again-in-trumps-fiscal-2019-budget-plan/). A esta descomunal cifra hay que agregarle otros dos ítems, con datos muy poco transparentes y disimulados en el presupuesto federal: los destinados a la contratación de “asesores” para misiones especiales (vulgo: mercenarios) y los “gastos de reconstrucción” para ocupar o transitar por áreas previamente destruidas por la aviación o los drones de EE.UU. Si se suman todos estos componentes se llega a una cifra que supera el billón de dólares. Para comprobar la irracionalidad criminal de este presupuesto nótese que tan sólo el gasto de la VET equivale a poco menos que el gasto militar total de China, que asciende a 215.175 millones de dólares y que el segundo presupuesto militar del planeta. O con el presupuesto de la Federación Rusa, que es casi tres veces inferior al de la VET: 70.345 millones de dólares; o con el del ultra-enemigo de EE.UU., Irán 12.383 millones de dólares. ¿Cómo justificar tan fenomenal desproporción? Inventando enemigos, como el ISIS, o dando pie a delirantes conspiraciones acerca del peligro que Rusia, China, Irán o Corea del Norte representan para la seguridad nacional norteamericana. Pero la verdad es que el gasto militar ayuda a mover una economía de lento crecimiento y, sobre todo, alimenta al complejo armamentístico que financia a los políticos que convierte en millonarios. Pese a eso la dirigencia estadounidense insiste en la vulnerabilidad de la seguridad nacional norteamericana y no cesa de mantener a su población sumida en el miedo, un efectivo dispositivo de dominación. Por último, con tal brutal desequilibrio de fuerzas en el plano militar Washington reafirma su vocación de seguir siendo el gigantesco gendarme mundial presto a actuar en cualquier lugar del planeta para poner al capitalismo a salvo de toda amenaza. En cualquier lugar, pero sobre todo en Nuestra América, reserva estratégica de un imperio amenazado. La contraofensiva lanzada en los últimos años y la creciente belicosidad en contra de Cuba y Venezuela son pruebas harto elocuentes de esa enfermiza vocación por impedir que la tierra siga girando y congelar la historia en el punto en que se encontraba al anochecer del 31 de diciembre de 1958, en vísperas del triunfo de la Revolución Cubana. Todos estos esfuerzos serán en vano, pero mientras tanto están haciendo un daño enorme y hay que detenerlos antes de que sea demasiado tarde porque la humanidad está en peligro.
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