La trampa de la OCDE
Por Leandro Morgenfeld (BAE)
Después del fracaso de la Ministerial de la OMC, la nueva
gran apuesta de Macri es el ingreso de Argentina en la Organización para
la Cooperación y del Desarrollo Económico (OCDE). Esa intención
responde a necesidades políticas y económicas de corto y largo plazo. Y
es un equívoco y otra trampa de su política exterior. ¿Qué es la OCDE y
cuáles son las condiciones y las consecuencias del ingreso en ese
selecto club?
Desde que asumió, Macri insiste con la “vuelta al mundo”, que en sus
términos es plegarse a las políticas que impulsan Estados Unidos y las
potencias europeas, firmar megaacuerdos de libre comercio, subordinar la
política económica a los dictados del FMI y aceptar las reglas que las
corporaciones trasnacionales pretenden imponer en la OMC. Los objetivos
explícitos de esta orientación son la atracción de inversiones,
favorecer las exportaciones y el acceso al crédito externo. La tan
mentada lluvia de inversiones no llega, el 2017 cerró con un déficit
comercial récord (la apertura indiscriminada de la economía y el retraso
cambiario provocaron una avalancha de importaciones). Hubo un
espiral de endeudamiento externo, que financió más bien la fuga de
capitales. La apuesta de Macri, luego de la falta de resultados de la Ministerial
de la OMC realizada del 10 al 13 de diciembre y de la imposibilidad de
anunciar allí el siempre postergado acuerdo económico entre el Mercosur y
la Unión Europea, es apurar el ingreso de Argentina en la OCDE.
La OCDE
Organismo multilateral fundado en 1960, hoy está integrado por 35
países. Defiende políticas económicas ortodoxas. La intención de Macri
de impulsar la membresía de Argentina tiene un cuádruple objetivo. Uno,
sumar un galardón más -el ingreso en el club de los países ricos- que
refuerce la idea de que ahora sí somos un “país normal”. “Reingresamos
al mundo” titularán, si esto se concreta. Supuestamente así aumentará la
confianza en el país y vendrían más inversiones. Dos, se intentará
usufructuar esa noticia para su acumulación política interna (“otro
éxito de la política exterior de Macri”). Tres, se utilizará para
avanzar con reformas regresivas: achicamiento, ajuste y desregulación,
no porque el Gobierno sea neoliberal, sino porque lo demanda la normativa
de la OCDE (algo de esto ya ocurrió, cuando se quiso justificar la
reforma previsional, amparándose en las críticas que realizó esta
institución al actual sistema jubilatorio). Cuarto, y más importante,
porque las reformas que consiga el Gobierno, si doblega la resistencia
popular, serán más difíciles de revertir. Claro que, más allá de las
intenciones de Macri, el proceso de ingreso en la OCDE será largo y
lleno de obstáculos.
El fracaso de la política exterior: de la OMC al G20
Hasta ahora, Macri puede mostrar pocos éxitos en cuanto a su política
exterior, más allá del discurso autocelebratorio, acompañado por los
principales medios de comunicación. Asume acríticamente la agenda que
las corporaciones impulsan en ámbitos como la OMC, evita articular una política
común con los demás países latinoamericanos -incluso en diciembre filtró
a la prensa la voluntad de abandonar la Unasur-, promueve una apertura
comercial que estimula la desindustrialización local, y alienta acuerdos
de libre comercio, como el que están negociando la Unión Europea y el
Mercosur, que profundizarían los desequilibrios. En enero viaja una vez
más al Foro Económico de Davos y faltará nuevamente a la Cumbre
presidencial de la CELAC.
Tras la XI conferencia ministerial de la OMC, la mirada del mundo
volverá hacia Buenos Aires a fines de año, cuando se realice la cumbre
presidencial del G20. Enfrentamos grandes desafíos. Tanto los promotores
de la globalización neoliberal como los nuevos líderes xenófobos de las
potencias centrales, defienden los intereses de las grandes
corporaciones. Más “libre comercio” no equivale a más desarrollo, ni a
menos pobreza ni a menor desigualdad. Las opciones que nos ofrecen los
defensores de la OMC y los críticos como Trump son en realidad
funcionales a distintas fracciones de las clases dominantes de los
países centrales. Frente a ese escenario, la salida no es optar por esa
falsa disyuntiva, ni limitarse a aceptar meras reformas cosméticas de la
OMC, sino avanzar en la construcción de un orden social menos desigual y
depredador.
Posiciones como las de Macri son un peligro para desarrollar una
perspectiva de integración regional más autónoma. Parecen haberse
consolidado en los últimos meses, pero enfrentan serios desafíos
internos y también externos. Alinearse con alguien como Trump tiene un
enorme costo para las derechas latinoamericanas. Trump es un líder
neofascista que está siendo enfrentado por mujeres, inmigrantes,
afroamericanos, latinos, musulmanes, estudiantes, ecologistas,
sindicatos, organismos de derechos humanos y la izquierda en Estados
Unidos. Propone más poder y presupuesto para las fuerzas armadas, rebaja de
impuestos a los más ricos, ataca a los sindicatos y pretende horadar
los derechos laborales y cualquier regulación medioambiental (el anuncio
de su salida del Acuerdo de París, por ejemplo, le granjeó duras
críticas dentro y fuera de Estados Unidos). Tiene una pésima imagen en
el exterior. En estos primeros días del año tuvo que suspender la
proyectada visita a Londres, ante la alternativa de tener que enfrentar
masivas movilizaciones de repudio a su presencial, y se vio envuelto en
un escándalo diplomático internacional al haber calificado a Haití, El
Salvador y países africanos como “países de mierda”.
En marzo de 2016, en Argentina, se repudió la visita de Obama, que
coincidió con el 40° aniversario del golpe de Estado del 24 de marzo.
Hubo que soportar el enorme embelesamiento de la prensa hegemónica local
para con la familia Obama: cubrieron sus actividades como si se tratara
de una estrella internacional de rock. Con Trump, si viene a Buenos
Aires el 30 de noviembre a la cumbre del G20, Macri la va a tener más
complicada ya que la situación será distinta. Probablemente Trump deba
enfrentar masivas movilizaciones de rechazo, como sufrió Bush Jr. en Mar
del Plata en el 2005. Será, entonces, una prueba de fuego para la
política exterior del gobierno de Cambiemos.
A partir de su análisis de los desaciertos de la política exterior argentina, ¿cuáles deben ser los pasos a seguir por parte del gobierno actual en búsqueda de aliados internacionales?
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