A un año de la asunción del POTUS 45, el libro “Fuego y
furia” del periodista Michael Wolff sobre la perturbada trastienda de la
Administración Trump bate récords de venta en Estados Unidos. También
están en boga las interpretaciones “psicológicas” sobre el actual
inquilino de la Casa Blanca, cuya salud mental, peligrosidad y/o aptitud
para ocupar el Salón Oval son objeto de acaloradas disputas. No es para
menos. El magnate neoyorkino empuña un gasto militar superior al de las
siguientes ocho potencias juntas. Su triunfo fue un parteaguas en la
historia estadounidense y global. Sin subestimar los rasgos
extraordinarios de la personalidad de Donald J. Trump, proponemos en
este ensayo una recorrida panorámica sobre 12 aspectos clave de sus
primeros 12 meses en la Casa Blanca. En épocas de fake news y “hechos
alternativos”, nuestro punto de partida son 12 datos (¡ciertos!) que
consideramos ilustrativos de su gestión.
9.500 millones de dólares:
La riqueza neta conjunta del gabinete de empresarios y banqueros
millonarios nombrado por Trump, el más acaudalado, masculino y blanco de
los últimos cinco presidentes de Estados Unidos. Junto a políticos
ultra-conservadores y algunos outsiders, su primera línea ejecutiva se
completó con una junta tripartita de militares condecorados en las
posiciones estratégicas de seguridad nacional y defensa, perfil que
mantuvo pese a la elevada rotación de su gabinete (producto de
escándalos e investigaciones judiciales que forzaron a renunciar a sus
más destacados colaboradores). Estos datos van a contramano de su
afirmación de que el 20 de enero de 2017 será recordado como “el día en
que el pueblo volvió a gobernar [la] Nación”. Si bien Trump rompió de
cuajo con todas y cada una de las convenciones del establishment
político de Washington, en su gobierno priman las continuidades por
sobre las aparentes rupturas con el establishment empresarial,
financiero y militar.
38%: El actual nivel de aprobación de Trump, por
lejos el registro más bajo en seis décadas para un Presidente de Estados
Unidos a un año de iniciar su mandato. Una vez más, el “genio muy
estable” bate récords históricos, pero no está solo: la sociedad
estadounidense atraviesa una crisis de representación política sin
precedentes en un escenario de fuerte radicalización. Ambos partidos
están gravemente heridos, y desorientados. Más que una grieta, prima una
fractura, o muchas fracturas. Tan sólo el 5% de los identificados con
el Partido Demócrata aprueba la gestión de Trump. Una “resistencia”
pujante y diversa se fortalece a lo largo del país (especialmente en las
costas), mientras millones claman por el impeachment o se ilusionan con
la llegada a la Casa Blanca de otra celebrity, pero negra y mujer:
Oprah Winfrey. No es alocado: las elecciones recientes en Alabama, Nueva
Jersey, Nueva York y Virginia consagraron a una ascendente camada de
referentes territoriales de aquellos segmentos más denostados por el
Presidente 45 (mujeres, trans, refugiados, latinos). Pero sería un grave
error subestimar a Trump: contra todo pronóstico mantiene un
sorprendente nivel de 82% de aprobación entre aquellos identificados con
el Partido Republicano, a quienes evidentemente satisface su agenda
belicosa, ultra-nacionalista y conservadora, junto a los masivos
recortes de impuestos.
5,6: El promedio diario de afirmaciones falsas o
engañosas emitidas por Trump en su primer año en la Oficina Oval. Apenas
desembarcó en la Casa Blanca, la Administración Trump reafirmó su apego
a la post-verdad cuando su entonces comunicadora estrella, Kellyanne
Conway, defendió la afirmación oficial de que la investidura de Trump
había sido la más concurrida de la historia (algo evidentemente falso),
sosteniendo que el vocero presidencial Sean Spicer no había mentido,
sino presentado “hechos alternativos”. Esta expresión orwelliana fue la
marca de nacimiento del discurso trumpista. Desde entonces, la cobertura
periodística es un campo minado por acusaciones cruzadas de fake news.
Mientras la mayor parte de los medios chequean todas y cada una de las
afirmaciones de Trump, y llevan bases de datos de sus mentiras, el
billonario acusa a su vez de mentirosas a las vacas sagradas de la
prensa norteamericana (CNN, New York Times, Washington Post), mientras
comparte y consume obsesivamente las noticias celebratorias de su
gobierno de la cadena Fox News. No hay lugar para los ingenuos. En un
país fracturado políticamente, la prensa alimenta y a la vez se
beneficia económicamente de la marcada radicalización de las pantallas
televisivas.
691.700 millones de dólares: El presupuesto militar
que propuso Trump para el año fiscal 2018, 12% más alto que el anterior.
Mientras acrecentó el gasto del Pentágono, su Administración avanzó en
debilitar al Departamento de Estado. Según la American Foreign Service
Association, que reúne a los diplomáticos estadounidenses, en los
primeros 10 meses, el Departamento de Estado perdió el 60% de sus
embajadores de carrera y más de 100 diplomáticos de primer nivel
solicitaron bajas voluntarias. Más que reducir el intervencionismo a
escala global, Trump pretende reinstalar el unilateralismo bajo una
fuerte impronta militar, en detrimento de una conducción multilateral
más colegiada. Una muestra cabal de este enfoque es el anuncio,
cumpliendo una promesa de campaña, del retiro de Estados Unidos del
Acuerdo climático de París, desentendiéndose de los compromisos de
reducción de las emisiones de dióxido de carbono. Otro ejemplo fue la
decisión unilateral de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de
Israel o haber dispuesto, como hizo Reagan en 1984, la salida de Estados
Unidos de la UNESCO. Como sus antecesores, sigue pregonando el
excepcionalismo y la idea de que los estadounidenses son un pueblo
elegido, diferentes al resto. Una novedad es la caracterización de Trump
según la cual Estados Unidos venía siendo sistemáticamente abusado y
estafado por los demás países en el escenario global, pretendiendo
justificar con esta insólita victimización sus recurrentes atropellos a
nivel bilateral y multilateral.
3: Las reuniones de Trump con el ex Secretario de
Estado Henry Kissinger. La primera fue días después de su elección, y
las otras dos ya como presidente, en mayo y octubre de 2017. Durante la
campaña, Trump sugirió que propiciaría la distensión con Rusia, para
enfrentar a China –su obsesión a lo largo de toda la contienda
electoral-, intentando emular, aunque en sentido inverso, la estrategia
geopolítica de Kissinger en los años setenta para profundizar la grieta
entre Moscú y Pekín. Su lema, America First, significaría que no está
más dispuesto a financiar los costes de ser el gendarme planetario,
aunque sí a mantener el gran negocio de la venta de armas. Si en sus
primeros 100 días en la Casa Blanca Barack Obama pidió autorización para
vender armamento por 713 millones de dólares, en igual período Trump lo
hizo por 6.000 millones. Pero si Europa y Japón quieren la protección
militar estadounidense, argumenta Trump, deben pagar por ello –en
concreto, les exige que aumenten significativamente sus presupuestos
militares-. Esto implica una tensa renegociación del vínculo con sus
aliados, lo cual generó muchos cortocircuitos con líderes de Europa y en
la OTAN. Además, Trump reniega de las instancias multilaterales y
aspira a mantener el alicaído liderazgo estadounidense a través de las
negociaciones a nivel bilateral.
200.000: Los salvadoreños a quienes la
Administración Trump podría deportar en los próximos 18 meses si
concreta la amenaza de eliminar el programa que les brindaba cobertura
legal. Son parte de los 11 millones de indocumentados –la mitad de ellos
mexicanos- que enfrentan el actual endurecimiento de las políticas
migratorias. Ya durante la campaña, Trump capitalizó el descontento
social recurriendo a la xenofobia y a los ataques recurrentes contra las
minorías, en particular a los que profesan el islamismo y a los
inmigrantes hispanos. La vigencia del Programa DACA, del que dependen
800.000 dreamers, es utilizado cruelmente por Trump como prenda de
negociación para presionar por los fondos para consumar su mayor
obsesión y promesa: la construcción de un muro transfronterizo con
México cuyo costo se estima en 18.000 millones de dólares. Cultor de la
mano dura, Trump se jactó durante la campaña de ser el primer candidato
presidencial en contar con el apoyo masivo de los guardias que custodian
la frontera, una patrulla de 21.000 agentes en proceso de expansión
desde el gobierno de George W. Bush y que ha sido peligrosamente
empoderada tras la asunción de Trump.
45%: El recorte del presupuesto del Departamento de
Estado para “ayuda” en América Latina. Esta reducción va de la mano de
una militarización de la política hacia la región, reflejada en las
intensas gestiones para la venta de armamento y la mayor “cooperación”
con las fuerzas armadas y de seguridad, bajo el paraguas de la supuesta
lucha conjunta contra el narcotráfico y el terrorismo. La nueva
orientación se cristaliza en la elección de un veterano de la CIA (Juan
Cruz) como el Director de Asuntos del Hemisferio Occidental en el
Consejo Nacional de Seguridad. La retórica hispanofóbica de Trump, junto
a sus expresiones abiertamente injerencistas y agresivas contra
Venezuela y Cuba, generan una dificultad adicional para reposicionar a
Estados Unidos en la región, tal como venía haciendo Obama desde 2013.
Una encuesta de Latinobarómetro de diciembre último mostró que los
habitantes al Sur del Río Bravo calificaron la gestión de Trump con un
magro 2,7 (de 0 a 10), la nota más baja desde que se realiza esta
medición en 2005. Esta pésima reputación genera interrogantes sobre las
dos visitas que debería realizar este año a nuestra región: a Lima en
abril (VIII Conferencia Panamericana) y a Buenos Aires en noviembre
(Cumbre Presidencial del G20).
83%: El porcentaje de los beneficios impositivos que
se apropiará el 1% más rico de Estados Unidos hasta 2027, gracias a la
reforma tributaria profundamente regresiva recientemente aprobada en el
Congreso. Luego de sucesivos fracasos legislativos para derogar el
Obamacare, la mayoría parlamentaria republicana (ningún legislador
demócrata votó a favor) otorgó a Trump su más ansiado presente de
Navidad: un masivo recorte de impuestos en favor de las corporaciones y
los millonarios, que fue una de sus principales promesas de campaña.
Junto con simplificaciones impositivas varias, el corazón de la mayor
reforma impositiva en 30 años es la reducción permanente del impuesto a
las sociedades del 35% al 21% y la duplicación del piso del impuesto a
la herencia (que por supuesto ahorrará al clan Trump decenas de millones
de dólares), aunque también incluye reducciones temporarias de
impuestos a la clase media y trabajadora para endulzar sus efectos en el
corto plazo. El credo conservador promete mayor crecimiento, aumento de
la competitividad y derrame vía mayores empleos, pero las evidencias
históricas y los análisis bipartidistas son concluyentes: una vez
implementada plenamente (en 2027) la reforma implicará mayores impuestos
para el 53% de los trabajadores, 13 millones de estadounidenses (más)
sin seguro de salud, y un déficit fiscal adicional de entre 1,5 y 2
billones de dólares que los republicanos pretenden compensar con más
ajuste en la seguridad social y los programas de salud Medicaid y
Medicare.
24.719: El récord histórico que alcanzó a fines de
2017 el Índice Industrial Dow Jones de la bolsa de valores de Nueva
York, luego de un raid alcista de 25% anual impulsado por la reforma
impositiva y la desregulación financiera, laboral y ambiental en marcha
bajo la Administración Trump. Estas súper ganancias explican el apoyo
fáctico que el Presidente republicano mantiene entre los círculos
financieros y empresariales (especialmente el complejo militar
industrial), a pesar de su catarata de exabruptos y escándalos. También
la bonanza en la economía real acompañó a Trump en su primer año de
gestión (se estima una expansión del PIB de 2,3% para todo 2017), un
resultado marcadamente superior a 2016 (1,5%), aunque por debajo de los
dos años previos de Obama (con crecimientos de 2,6% y 2,9%,
respectivamente, en 2014 y 2015). Con buenas perspectivas para 2018, la
economía estadounidense aceleró su trayectoria de crecimiento previa en
un contexto global de auge financiero, y mientras Trump celebra que “Las
cosas van realmente bien para la economía”, crecen las voces de alerta
por los riesgos de la nueva burbuja financiera que irradia desde Wall
Street.
2.052.000: Los empleos creados en Estados Unidos en
2017, ensalzados por el Presidente Trump como supuesta prueba del
cumplimiento de sus promesas de campaña (Jobs! Jobs! Jobs!). Si bien el
desempleo descendió nuevamente el año pasado llegando al 4,1% (un nivel
récord en 17 años), más que la anunciada revolución de empleos, el
primer año de Trump exhibió continuidad con la recuperación sostenida,
lenta y desigual vigente en el mercado laboral estadounidense desde
2010. En rigor, en 2017 se crearon 171 mil empleos promedio por mes, el
menor valor desde 2010 y uno que esconde las profundas brechas
territoriales, raciales y de género en materia de empleo y salarios en
Estados Unidos (así como a los trabajadores “desalentados”). Trump sí
puede vanagloriarse, en cambio, de la mayor creación de empleos
industriales en su primer año en la Casa Blanca (184 mil) vis-à-vis los
últimos dos años de Obama, pero tampoco corresponde entusiasmarse
demasiado: entre 2011 y 2014 hubo varios años con registros similares
que de todos modos languidecen frente a la pérdida de 5 millones de
empleos manufactureros desde el 2000. Son estas brechas justamente las
que generan que en la primera potencia mundial haya 44 millones de
pobres y que se haya reducido la expectativa de vida por segundo año
consecutivo. Es que, a pesar de la reducción del desempleo, los salarios
promedio se mantienen prácticamente estancados, consolidando a Estados
Unidos como la economía desarrollada más desigual del mundo. En la
actualidad, el salario promedio de los 500 CEOs principales es 347 veces
el salario promedio de los trabajadores, un ratio que era de 42 veces
en 1980 y que probablemente se agudice por los efectos regresivos de la
reforma impositiva.
550.000 millones de dólares: El déficit comercial de
la economía estadounidense estimado para el año 2017, el más alto de
los últimos cinco años. Luego de salirse de un portazo del Acuerdo
Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) en su primer día hábil en
la Casa Blanca, Trump mantuvo una fuerte retórica proteccionista, de
ataque a la OMC y de difamación de sus socios comerciales, pero en su
primer año el déficit comercial se deterioró 11,6% (datos a Noviembre).
No será sencillo para el magnate cumplir con sus atrevidas promesas de
campaña, especialmente por el fuerte lobby de las corporaciones
estadounidenses para frenar sus impulsos de guerra comercial. 2018 será
la prueba de fuego del pilar comercial de America First, según cómo se
resuelvan la negociación en marcha con México y Canadá por el Tratado de
Libre Comercio, la amenaza de boicot de Estados Unidos al sistema de
solución de controversias de la OMC, y las medidas anti-dumping hacia
China. No obstante, según anticipa Joseph Stiglitz, más allá de las
medidas proteccionistas, podría ser la macroeconomía bajo Trump
(especialmente la reforma impositiva) la impulsora de mayor déficit
comercial de la mano del mayor déficit fiscal.
6.100: El número de “crímenes de odio” en Estados
Unidos según el último informe disponible (2016), un aumento de
alrededor del 5% anual por segundo año consecutivo. Ya no caben dudas de
que Trump incita al odio al interior de la clase trabajadora,
inflamando las divisiones raciales, religiosas, étnicas, culturales y
por orientación sexual. El Presidente 45 lanzó su candidatura llamando
delincuentes y violadores a los mexicanos, y tan sólo hace unos días,
ante representantes parlamentarios, parece haberse referido a Haití, El
Salvador y los países de África como “de mierda”. Poco antes, legitimó
la violencia racial de grupos supremacistas blancos en la ciudad de
Charlottesville, Virginia; despreció a los ciudadanos de Puerto Rico; y
respaldó al candidato republicano a Senador por Alabama (Roy Moore) aún
luego de una miríada de acusaciones sexuales en su contra. En
contraposición a este repugnante ascenso del odio y la misoginia, el
“otro” Estados Unidos resiste, denuncia y se organiza, destacándose la
potencia del movimiento de mujeres que luchan junto a los ecologistas,
sindicatos, inmigrantes, afroamericanos, pueblos originarios y
movimientos de derechos humanos en todo el país.
***
Más desigualdad, más multipolaridad. Una mirada de
conjunto de los datos aquí expuestos desaconseja lecturas apresuradas o
simplistas sobre el primer año del magnate anaranjado en la Casa Blanca.
Si quizás su extravagante personalidad pueda ser elucidada por
renombrados psicoanalistas, las características y consecuencias de su
gobierno aún se están dirimiendo en un escenario cambiante, de pujas,
marchas y contramarchas en el orden doméstico e internacional.
Proponemos dos conclusiones, no obstante, de los 12 puntos aquí
presentados.
En términos internos, la Presidencia de Trump se
encamina furiosamente a provocar un nuevo salto olímpico en materia de
desigualdad y fragmentación (económica, social, cultural) en la primera
potencia mundial. Más allá de la retórica, las reformas estructurales en
marcha (rebajas impositivas, ajustes en salud y educación,
desregulación financiera y medioambiental, ofensiva contra los
sindicatos e inmigrantes) impulsan una masiva transferencia de recursos
desde los sectores trabajadores y medios hacia el 1% más rico del país.
No es casual que Wall Street viva de fiesta aunque, como reconoce hasta
el propio FMI, la sustentabilidad de dicha euforia sea debilitada por la
impúdica desigualdad que incuba.
En términos internacionales, la política exterior unilateralista,
militarista y agresiva en marcha generan una creciente inestabilidad e
incertidumbre a nivel geopolítico que descoloca tanto a los aliados
(notablemente a los países europeos) como a los adversarios (caso Corea
del Norte). Contrario a lo que vislumbra Trump, este nuevo Estados
Unidos en la órbita internacional fortalece a otras potencias emergentes
como China y, en mucha menor medida, India, acortando el camino hacia
la multipolaridad. Es, quizás, paradójico que la Presidencia de Donald
J. Trump sea a la vez el resultado de, y el vehículo hacia, una mayor
desigualdad y multipolaridad.