sábado, 23 de diciembre de 2017

"La estrategia de seguridad de Trump prepara para una 'guerra larga' sin fin". Por Andrew Bacevich



(21 diciembre 2017) 
Andrew Bacevich es profesor emérito de historia y relaciones internacionales en la Universidad de Boston, autor de “America's War for the Greater Middle East: A Military History”. Nota original en inglés publicada en The Boston Globe

Los autores de la nueva estrategia de Seguridad Nacional del gobierno de Trump, recién publicada esta semana, la resumen con la idea de « realismo de principios ». Sin embargo, el narcisismo beligerante orienta más adecuadamente su contenido.

Al margen de las referencias formales a los derechos de las mujeres y al medio ambiente, la estrategia identifica dos prioridades. La primera es “rejuvenecer la economía estadounidense”, recortando los impuestos, eliminando la regulación, impulsando el suministro de combustibles fósiles y renegociando los acuerdos comerciales. Queda implícita en esta prescripción la convicción de que lo que aflige a la nación más opulenta del mundo es que no es suficientemente rica. Con un crecimiento consistente, los problemas se resuelven solos, un argumento basado en la fe que los Republicanos han estado promoviendo durante una generación.

Ahora bien, aunque enfatiza la prosperidad económica como una panacea, el documento incluye esta tentadora excepción: “las instituciones raras y frágiles del gobierno republicano sólo pueden perdurar si son sustentadas por una cultura que aprecia estas instituciones”. La palabra “cultura” queda suelta. Tanto la elección de Donald Trump como la respuesta generada por su ascenso sugieren que la cultura americana es una cultura profundamente dividida. Lamentablemente, la estrategia no ofrece ningún pensamiento acerca de lo que esa división significa ni un esbozo de sugerencia sobre cómo repararla.

La segunda prioridad estratégica – que quizás no sorprenderá dada la prominencia de los generales entre los asesores de Trump - es confrontar a los adversarios de los Estados Unidos. Esos adversarios son legión, y la estrategia de Trump alude a “un mundo extraordinariamente peligroso, lleno de un conjunto de amenazas que se han intensificado en los últimos años”.

Los autores del documento muestran una sorprendente falta de curiosidad sobre por qué los Estados Unidos se encuentran hoy tan acosados por los peligros. Se refieren vagamente a un período de “autocomplacencia” posterior a la Guerra Fría, cuando “los Estados Unidos comenzaron a ser desplazados” y, al hacerlo “cedieron varias ventajas en áreas clave”. Para corroborar esa opinión, la estrategia ignora las innumerables campañas militares estadounidenses, grandes y pequeñas, emprendidas desde que terminó la Guerra Fría. Tampoco menciona iniciativas como la ampliación de la OTAN hacia el este hasta las fronteras de Rusia. En general, da la impresión de que las amenazas no surgieron por algo que los Estados Unidos hicieron, sino porque no hicieron lo suficiente.

La estrategia clasifica esas amenazas en tres categorías distintas. En la primera están China y Rusia, ambas planteando un “desafío al poder, la influencia y los intereses americanos”. El emparejamiento de Rusia y China como principales competidores estadounidenses es, por decirlo suavemente, extraño. La economía rusa es equivalente en tamaño a la de Italia. China pronto puede convertirse en la mayor pieza del mundo, ayudada en gran medida por el insaciable apetito estadounidense por los productos llevando la etiqueta “made in China”. En otras palabras, mientras que la Rusia de Vladimir Putin puede tener la capacidad de molestar, ni siquiera se aproxima a un competidor parejo. Y mientras China podría estar emergiendo como una superpotencia de pleno derecho, las relaciones entre los Estados Unidos y China combinan rivalidad e interdependencia en partes iguales. Sin embargo, la estrategia nacional de seguridad parece atrapada en una urdimbre del tiempo, como si Stalin todavía gobernara el Kremlin y los revolucionarios maoístas estuvieran mandando en Beijing.

En la segunda categoría de amenazas figuran Corea del Norte e Irán, clasificados como “Estados rebeldes” y “el azote del mundo”. De hecho, Kim Jong Un encarna un peligro inminente, peligro que el Presidente Trump ha relacionado en repetidas ocasiones con la responsabilidad de respuesta de China. En efecto, la administración quiere una amenaza de categoría 1 para abordar una amenaza de categoría 2, ironía que la estrategia de seguridad nacional pasa por alto.

Agrupar a Irán con Corea del Norte, reavivando el “Eje del Mal” de George W. Bush, proporciona a los autores del documento un chivo expiatorio conveniente. Poner el dedo en Irán como fuente de inestabilidad desvía la atención de la catastrófica desestabilización que han causado los Estados Unidos sobre todo invadiendo Irak. Y destacar a Irán por “apoyar a los grupos terroristas” da paso a otros, como Arabia Saudí, que han gastado incontables sumas promoviendo el islamismo radical en todo el Gran Medio Oriente.

La tercera categoría de amenazas tiene que ver con los actores no estatales tales como los grupos yihadistas. La estrategia se refiere a los esfuerzos en curso para derrotar a los militantes islámicos como la “larga guerra”, pero no indica cómo o cuándo terminará esa guerra. El triunfo simplemente persistirá, lo que sugiere que la guerra larga se hará mucho más larga.

Para enfrentar a estos peligros, la estrategia exige un ejército estadounidense más grande y mejor, que permita a sus fuerzas “luchar y ganar” cualquier conflicto en cualquier lugar. La razón por la que los Estados Unidos en las últimas décadas han estado luchando tanto y ganando tan poco es otra cuestión que el documento evade. Reducida a su esencia, la estrategia propuesta se centra en esto: danos más dinero y haremos más esfuerzos.

Por supuesto, los Estados Unidos ya gastan mucho más dinero en su ejército que cualquier otra nación. Con fuerzas diseminadas en todo el planeta, también lleva a cabo más operaciones en más lugares que otra potencia. Al hacerlo, mata a más gente. Y, como principal exportador de armas del mundo, facilita aún más la matanza por parte de otros.

Estos definen los “principios” no reconocidos pero reales que guían la política estadounidense. Si bien estos principios son anteriores a Trump, su Estrategia de Seguridad Nacional los afirma implícitamente, sin preocuparse por evaluar si realmente funcionan. Son simplemente aceptados como fijos y dados. Estos principios descansan en las expectativas, también no reconocidas, de que el mundo se acomodará a los deseos y necesidades estadounidenses, mientras otras naciones ajustarán sus propias expectativas según estos criterios. Esto es lo contrario del realismo.

En su introducción a la nueva estrategia, Trump escribe que su administración está “trazando un rumbo nuevo y muy diferente”. Que esta declaración sea interpretada como un mero “hecho alternativo”.

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