Boletín IADE – Realidad Económica (20 septiembre
2017)
Por Leandro Morgenfeld
(Especial para
sitio IADE-Realidad Económica)
"El gobierno de la Alianza Cambiemos no
modificó su política exterior e intenta mantener el alineamiento con el nuevo
mandatario estadounidense. De aquí en más, subordinarse al imperio acarreará
para Macri costos políticos internos más altos y beneficios aún más
inciertos", analiza el autor.
Como ya señalamos en otras oportunidades, desde
que asumió el 10 de diciembre de 2015, el presidente argentino Mauricio Macri
impulsó una nueva política exterior, subordinando su agenda a la de los
gobiernos de Estados Unidos y Europa. Argumentó que así atraerían inversiones,
facilitarían el crédito externo a tasas más bajas y ampliarían las
exportaciones. A lo largo de su primer año, el nuevo gobierno argentino sobreactuó
el alineamiento con Washington –retomando la senda que supo transitar Carlos
Menem en los años noventa- y se ilusionó con la continuidad que suponía la
previsible llegada a la Casa Blanca de Hillary Clinton. Sin embargo, la lluvia
de inversiones no llegó, se disparó el endeudamiento externo a altas tasas y la
balanza comercial muestra el mayor déficit en muchos años.
La llegada de Donald Trump la Casa Blanca
profundizó el contexto externo negativo y muestra el fracaso de la estrategia
aperturista ensayada por el gobierno argentino, situación que reconocen hasta
los impulsores de la inserción internacional neoliberal. A pesar de estas
evidencias, el gobierno de la Alianza Cambiemos no modificó su política
exterior e intenta mantener el alineamiento con el nuevo mandatario
estadounidense. De aquí en más, subordinarse al imperio acarreará para Macri
costos políticos internos más altos y beneficios aún más inciertos.
El gobierno de Macri pareció no tomar nota de los
cambios en el contexto mundial tras la asunción de Trump, a principios de este año.
Como bien lo sintetiza Tokatlian: “En enero de 2016 el presidente asistió al
Foro de Davos y tuvo diversas citas con CEOs de multinacionales, quienes, según
el mandatario, estaban ‘muy entusiasmados con el cambio’ en la Argentina. Sin
embargo, al pasar los meses se hizo evidente que la llamada ‘lluvia de
inversiones’ no se produciría. Meses después se llevó a cabo el voto del Brexit
y aún así en su visita a Ángela Merkel en Alemania y a las autoridades de la
Unión Europea (UE) en Bruselas el presidente Macri destacó la voluntad a favor
de un acuerdo de libre comercio UE-Mercosur; tema sobre el que nadie parecía
muy interesado en comprometerse en Europa. Algo semejante ocurrió en relación a
la elección presidencial en Estados Unidos: los pronunciamientos oficiales más
importantes se manifestaron a favor de Hillary Clinton, quizás con la
expectativa de que su eventual triunfo confirmaría que la globalización hoy
existente es un fenómeno que debe ahondarse. Triunfó Donald Trump. En síntesis,
y anticipando la conclusión, este texto apunta a subrayar que es hora de que el
gobierno se aboque más sistemática y seriamente a un buen diagnóstico de los
asuntos internacionales. La victoria de Trump debiera ser una nueva llamada de
alerta para dejar atrás posturas ingenuas, voluntaristas, auto-gratificantes,
de corto plazo y dogmáticas”
[1].
Más allá de este cambio de contexto, el gobierno
que encabeza Macri mantiene su discurso. Desde enero de este año buscaron casi
con desesperación un contacto con Trump –ambos mandatarios hablaron por
teléfono brevemente en febrero- y negociaron una visita a la Casa Blanca, que
finalmente se concretó el 27 de abril. Mientras, la nueva administración
estadounidense había revertido en enero algunas de las poquísimas concesiones
que había otorgado Obama a la Argentina: suspendió la entrada de limones
argentinos a Estados Unidos –en diciembre de 2016 se había anunciado el fin de
la restricción fitosanitaria que bloqueaba esas exportaciones hacía 15 años- y
la flexibilización en el otorgamiento de visas a argentinos. Para Trump, la
subordinación casi gratuita de Macri es ganancia pura. Para Nuestra América, un
problema. En vez de solidarizarse con México –que sufre particularmente la
hispanofobia del magnate- e impulsar una coordinación y cooperación política
con los países de la región, para enfrentar las amenazas que plantea el nuevo
gobierno de Estados Unidos, Macri pretende ser el interlocutor predilecto de
Trump, reemplazando a Peña Nieto, Temer o Santos. Ese alineamiento, ya
transitado en los años noventa con Menem, es funcional a la lógica de
fragmentación que Estados Unidos impulsa hace dos siglos en América Latina y
que sólo trajo dependencia y falta de autonomía para los países de la región.
Luego de intensas gestiones, el presidente
argentino fue recibido por su par estadounidense en Washington. El 27 de abril,
Macri finalmente logró la foto con Trump en la Casa Blanca. ¿Por qué el magnate
no le recriminó públicamente su explícito apoyo a Hillary Clinton en las
recientes elecciones? Simplemente porque encuentra en el presidente argentino
el delegado que necesita para reconstituir el poder de Estados Unidos en
América latina, una región que en los últimos años supo coordinar políticas no
siempre subordinadas a Washington. Más allá de la retórica ofensiva que
desplegó en la campaña, el republicano precisa consolidar el dominio que
históricamente su país ejerció en la región. Ante la debilidad política de los
mandatarios de Brasil y México, Macri es el ideal: casi sin pedir nada a
cambio, viene tomando acrítica y pasivamente los puntos de la agenda política,
económica, militar e ideológica de Estados Unidos.
La frase que resume el encuentro es aquella que
pronunció Trump ante los periodistas, antes de reunirse en el Salón Oval: “Él
me va a hablar de limones, yo de Corea del Norte”. Humillante, sí, pero
certera. Y Macri no contestó nada. Es más, apenas pudo colar una palabra ante
los periodistas, ante la verborragia del magnate. Pocos días después, se
confirmaron las magras concesiones: los limones argentinos por fin podrían
entrar al mercado estadounidense (tema negociado hace años y ya anunciado por
Obama en diciembre) y habría cierta facilidad en el trámite migratorio para
argentinos que viajen a hacer negocios a Estados Unidos. La contracara es la
amenaza a las exportaciones de biodiesel argentino al país del norte. Los limones
sumarían apenas 50 millones de dólares. El biodiesel representó en 2016 la
cuarta parte de las exportaciones argentinas a Estados Unidos, por un valor de
1240 millones. O sea, 25 veces más que los limones.
Pero eso no es lo más grave. Macri promete concesiones
a los inversores, que van desde una menor regulación medioambiental, en el caso
de la minería, a rebajas impositivas y del “costo laboral” (flexibilización
mediante). O sea, peores condiciones para la mayoría de la población, además de
una mayor extranjerización de la economía y una profundización del esquema
extractivista. Desde el punto de vista político, Macri apuesta a la OEA, en
detrimento de la UNASUR y la CELAC y ataca a los países no subordinados a
Estados Unidos, como Venezuela. Además, se incrementa la compra de armas y la
injerencia de las fuerzas armadas estadounidenses.
¿Qué más puede pedir Trump? Todo a cambio de una
foto en la Casa Blanca, unas palmadas en la espalda, elogios y algunos limones.
El problema es que ya experimentamos, hace un cuarto de siglo, lo negativas que
resultaron las relaciones carnales con Estados Unidos. Frente a la
crisis y la incertidumbre mundial, quizás es más bien el momento de profundizar
una integración latinoamericana autónoma, y desde allí repensar el vínculo con
el gigante del Norte.
El 14 de agosto, un día después de las PASO, se
produjo la visita del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en el marco
de una gira que incluyó, además de la Argentina, Colombia, Chile y Panamá. El
mandatario estadounidense llegó días después de la temeraria amenaza de Trump
de una intervención militar en Venezuela. Tras el encuentro con Macri, en el
que elogió la política económica que viene implementando, anunciaron un acuerdo
para habilitar el todavía demorado ingreso de limones en Estados Unidos, pero a
la vez para permitir la exportación de carne porcina hacia la Argentina, lo
cual produjo quejas de los productores locales, que denunciaron el riesgo de
perder hasta 35.000 puestos de trabajo.
Apenas una semana más tarde, el 22 de agosto, se
conoció la decisión del Departamento de Comercio de Estados Unidos de cobrar
aranceles prohibitivos (57% en promedio) a las importaciones de biodiesel
provenientes de Argentina. Esas ventas significaron el año pasado el 25% de las
exportaciones al país del norte. Esta decisión produjo un cimbronazo en el
gobierno argentino, quejas de múltiples productores y corporaciones
agropecuarias y la muestra cabal del fracaso de la política de alineamiento,
que hasta ahora no produjo ventajas económicas en el vínculo bilateral. La
Cámara Argentina de Biocombustibles (Carbio) rechazó el argumento del
Departamento de Comercio estadounidense, en cuanto a la existencia de subsidios
en beneficio de las exportaciones de biodiesel y consideró “llamativo que luego
de la visita del vicepresidente de Estados Unidos, que expresó la voluntad de
incrementar el comercio bilateral, nos llegue esta noticia tan negativa”
[2].
Esta decisión del Departamento de Comercio de
aplicar elevados aranceles al biodiésel argentino, anunciada apenas una semana
después de la visita del vicepresidente estadounidense, echa por tierra las
expectativas de una mayor convergencia comercial bilateral. El gobierno
argentino insiste en abrir la economía, pero no logra revertir el
proteccionismo agrícola de Estados Unidos y Europa, con lo cual la balanza
comercial arroja saldos negativos. El déficit comercial del primer semestre de
este año, por ejemplo, fue el peor en los últimos 23 años
[3].
Además, pueden seguir sumándose malas noticias en
materia comercial. Los productores locales de acero temen sufrir el mismo tipo
de medidas que alcanzó a las exportaciones de biodiésel. El 20 de abril Trump
firmó un memorándum en el que instruye al Departamento de Comercio a investigar
si el acero importado pone en riesgo la seguridad nacional estadounidense. En
esa oportunidad, el magnate, junto a ejecutivos de las más grandes empresas
siderúrgicas de ese país, declaró: “El acero es crítico tanto para nuestra
economía como para nuestro aparato militar; ésta no es un área donde podamos
depender de países foráneos”
[4].
El Secretario de Comercio, Wilbur Ross, parece dispuesto a ampliar el
proteccionismo selectivo, y más en el rubro del acero, que sobra hoy en el
mundo.
Esto es apenas una muestra de la necesidad de
converger con los demás países latinoamericanos para negociar con las potencias
extra regionales desde una posición de mayor fortaleza. Negociando
individualmente con una gran potencia, Argentina tiene todas las de perder. En
cambio, hay ejemplos históricos de negociaciones exitosas cuando se alentó la
convergencia con otros países similares. En la reunión ministerial de la
Organización Mundial del Comercio (OMC) realizada en Cancún, en 2013,
convergieron los países exportadores de bienes primarios y se pusieron de
acuerdo para paralizar las negociaciones en tanto no se discutieran los
subsidios agrícolas de Estados Unidos, Europa y Japón. La liberalización del
comercio no puede abarcar solamente a la industria y los servicios. Algo
similar ocurrió dos años después, cuando los países del Mercosur, más
Venezuela, impidieron que avanzara el proyecto del ALCA.
Ante la llegada de Trump, los mega acuerdos de
libre comercio –el TransPacífico, el TransAtlántico y el TISA- entraron en un
compás de espera, con lo cual las burguesías más internacionalizadas buscan
relanzar la Organización Mundial de Comercio como ámbito para debatir las
nuevas reglas de la economía mundial: “la OMC busca abrir una nueva frontera de
negocios como salida -siempre precaria- a la crisis global. De la mano de la
revolución tecnológica en curso, las
grandes multinacionales pretenden que la OMC en Buenos Aires sea sede de una
globalización ‘recargada’ donde se consolide la regulación de los ‘nuevos
temas’ como el comercio de servicios o la propiedad intelectual. En este
sentido, uno de los puntos más peligrosos en curso es que se busca lograr una
suerte de desregulación preventiva del comercio electrónico y del tráfico de
datos”
[5].
Desgraciadamente, Macri asume acríticamente la agenda que las corporaciones van a
pretender imponer en la reunión ministerial de la OMC que se realizará en
diciembre en Buenos Aires, evita articular una política común con los demás
países latinoamericanos, promueve una apertura comercial que estimula la
desindustrialización local y alienta acuerdos de libre comercio, como el que
están negociando la Unión Europea y el Mercosur, que profundizarían los
desequilibrios.
Macri recibirá a Obama en octubre, a la OMC en
diciembre y a Trump el año que viene, en la Cumbre presidencial del G20, para
mostrar que el gobierno argentino está comprometido con la globalización
neoliberal y que aspira a ingresar a la OCDE y a adecuarse a los lineamientos
del FMI. Mientras tanto, en el país crece la articulación de una resistencia
contra esa inserción internacional. En el Encuentro Nacional contra la OMC
realizado en la Universidad de Buenos Aires, el 24 de junio pasado, se acordó
la primera Declaración del nuevo espacio: “Comprendemos también que veinte
años de tratados de ‘libre’ comercio (TLC) en la región muestran los
efectos nefastos de la desregulación y del avance de los privilegios
corporativos sobre nuestros pueblos y el medio ambiente. Frente a esto,
es hora de avanzar en las alternativas sociales,
políticas, económicas, feministas y ambientalistas que pongan fin a
la impunidad corporativa, den primacía a los derechos humanos y garanticen la
armonía con el medio ambiente. También es necesario revertir el desguace de las
políticas e instituciones, como el ALBA-TCP, el CELAC, la UNASUR, que de
diversos modos intentaron favorecer una mayor integración y complementariedad
regional. Rechazamos la agenda de ‘libre’ comercio y protección de
inversiones en todas sus formas, sea mediante acuerdos bilaterales o
inter-regionales (como el tratado entre la UE y el Mercosur, que se
intenta cerrar para diciembre de este año) por medio del ámbito multilateral
como la OMC o por decisión de grupos como el G-20. Proponemos avanzar en
la re-articulación de las agendas y las campañas de las organizaciones sociales
y políticas, tanto en nuestro país como en la región y a nivel global. Es
por esto que, desde este Encuentro Nacional, realizamos un
llamamiento a todas las organizaciones y pueblos de Argentina y del
mundo, a participar activamente en la organización y desarrollo de la
Cumbre de los Pueblos en Buenos Aires entre los días 10 y 13 de diciembre de
2017, para oponernos al régimen que la OMC impulsa a nivel
global y pensar y discutir alternativas al capitalismo desde
nuestros pueblos. Juntos/as, podemos construir esos otros mundos posibles”
[6].
El próximo jueves 28 de septiembre, de 18 a 20,
habrá una Audiencia Pública en el Senado de la Nación. Al día siguiente, una
jornada de formación sobre el libre comercio y el sábado 30 de septiembre, de
10 a 17, en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA (Santiago del Estero
1029, CABA, Aula HU107), el Segundo Encuentro Nacional preparatorio contra la
OMC. Estas iniciativas son parte de las actividades organizadas de cara a la
crucial cita que en diciembre tendrá lugar en Buenos Aires. Por un lado, la
agenda de las corporaciones para relanzar la OMC. Por el otro, la resistencia
de los pueblos que plantean que otra integración es posible.
*
Profesor UBA. Investigador Adjunto del
CONICET. Co-Coordinador del Grupo CLACSO “Estudios sobre EEUU”. Autor de
Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas;
de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos y del blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com
[1]
Tokatlian, Juan Gabriel 2017 “
La Argentina y Trump” en
Archivos
del Presente (Buenos Aires) marzo, p. 22.
[2] Página/12
2017 (Buenos Aires) 23 de agosto, p. 14.
[3] Infobae
2017 (Buenos Aires) 25 de julio.
[4] La
Nación 2017 (Buenos Aires) 1 de septiembre.
[5]
Cantamutto, Francisco y Treacy, Mariano 2017 “Organización Mundial de Comercio,
recargada”, en
La Izquierda Diario (Buenos Aires) 12 de agosto.