Por Luciana Ghiotto*
En julio, el Grupo de los 20, o G-20, se reunió en la
ciudad alemana de Hamburgo. Este grupo, heredero del G-7 (más Rusia), es
actualmente el foro internacional más relevante en donde se discute el futuro
del mundo. ¿Por qué?
En un contexto de crisis del multilateralismo, como tanto se
habla en la prensa y en la academia, las reuniones anuales del G-20 han pasado
a ser el espacio intergubernamental de mayor peso a nivel mundial. Desde 1991
el Foro Económico Mundial, o Foro de Davos, sostiene un rol similar, en donde
un club selecto de participantes, entre políticos y representantes de las
grandes corporaciones globales, marcan las líneas de la economía mundial.
El G-20 ocupa ese mismo lugar, pero con la diferencia de que
nuclea a presidentes y primeros ministros (e incluso jeques árabes). Entonces,
en lugar de discutir los grandes temas que importan a todos en los foros
multilaterales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o la
Organización Mundial de Comercio (OMC), los representantes de estos países se
recluyen en cumbres de pequeña participación y dudosa legitimidad.
Asimismo, el G-20 tiene dos particularidades. Primero, la
creación de este foro como un espacio más amplio que el histórico G-8 implica
el reconocimiento del peso que los países emergentes tienen en la economía
global. Y esencialmente, China. El G-20 ha sido entonces un modo de incluir a
China en las grandes ligas de debates sin tener que generar un espacio extra,
totalmente nuevo. Este foro fue creado en 1999 y funcionó de modo paralelo al
G-7 hasta que finalmente en 2009 se decidió que lo reemplazara.
La existencia del G-20 significa que se promueve un diálogo
entre los tradicionales países poderosos de la segunda posguerra y los nuevos
países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) e incluso el nuevo grupo
de los países MIKTA (México, Indonesia, Corea del Sur, Turquía y Australia).
Efectivamente, los especialistas concuerdan en que la crisis del
multilateralismo y el avance del G-20 se producen en el marco de una mutación
del poder global, especialmente de sus centros de gravitación.
Segundo, y se desprende del punto anterior, el G-20 incluye
a los países más grandes en términos de su peso real en la economía y el comercio
mundial. Este foro representa más de dos tercios de la población mundial,
el 85% del PBI mundial y el 75% del comercio. Entre el elitismo cerrado del G-7
y la irrelevancia de algunos organismos internacionales como la ONU con sus
inmanejables 193 miembros, el G-20 se presenta a sí mismo como el único foro
que reúne la suficiente legitimidad entre los núcleos de poder económico y
político como para marcar ciertos lineamientos en la gobernanza global. Desde
la mirada de Donald Trump, para qué necesitamos una ONU o incluso una OMC
cuando tenemos un espacio más pequeño en el que podemos discutir política con
los verdaderos jugadores mundiales. El resto, que espere.
El problema es que aun desde esa mirada, la última reunión
del G-20 tuvo serios problemas para avanzar en acuerdos concretos. Las
posiciones de Alemania y de China a favor del libre comercio se plasmaron en
una agenda ambiciosa de negociación desde el inicio de 2017, agenda que los
representantes de EEUU fueron descartando punto por punto. Estas tensiones se
manifestaron en una confusa declaración final, donde se expresa que “continuaremos
luchando contra el proteccionismo incluyendo todas las prácticas comerciales
injustas, pero reconociendo el rol de la defensa comercial legítima en este
sentido”. La frase final se abre a la libre interpretación.
Durante una semana, hubo muchísimas y enormes
manifestaciones pacíficas – pero lo que predominó en los medios y en los
debates posteriores fueron las imágenes de confrontación
Efectivamente, la reunión oficial del G-20 dejó mucho que
desear para quienes esperaban directrices concretas, por ejemplo, en el avance
de la liberalización comercial y las reglas para las inversiones extranjeras.
Sin embargo, el G-20 implica más que la reunión de presidentes. Gravitan a su
alrededor 6 foros de debate de diferentes sectores de la sociedad civil: Business
20 (o B-20), Civil Society 20, Labour 20, Think
20, Women 20 y Youth 20.
Estas reuniones tienen dos características: en primer lugar,
sus eventos se realizan siempre antes del G-20 oficial, no
simultáneamente, por lo cual, y esto lleva al segundo punto, no hay un contacto
real entre estos espacios y la reunión de presidentes, además de que los
resultados de esas reuniones no son vinculantes para la reunión oficial.
Por su parte, el B-20 sacó recientemente un documento donde
evalúan la declaración final de la reunión presidencial, diciendo que sienten
preocupación por el escaso avance en torno a los puntos acordados en la reunión
de Hangzhou, cuya declaración hacía un fuerte llamado a avanzar en la
liberalización comercial y en la facilitación de las inversiones. Claro, en esa reunión estaba Obama, no
Trump.
Solidaridad sin fronteras en vez de G-20
Entonces, ¿por qué si el G-20 está compuesto por presidentes
y primeros ministros elegidos legítima y democráticamente, esta cumbre suscitó
tanta resistencia en Hamburgo?; ¿por qué si existen espacios de participación
de la sociedad civil, se generó una cumbre alternativa de organizaciones
sociales?; y ¿por qué si el G-20 está destinado a garantizar la gobernanza en
un contexto de crisis del multilateralismo, Hamburgo se convirtió en un caos?
Porque el G-20 no nos representa. Esto se escuchó en el
marco de la Cumbre de Solidaridad de los Pueblos que tuvo
lugar los dos días previos a la cumbre oficial. El diagnóstico general de los
más de 3.000 participantes en la Cumbre fue que el G-20 convalida las políticas
que exigen las grandes corporaciones multinacionales y no la que necesitan los
pueblos y el planeta.
Mientras el G-20 se presenta como un foro democrático, en
muchos de los países miembros no se respetan los derechos humanos básicos: se
criminaliza a los políticos y activistas, no se protege a los más pobres ni a
los desocupados, se aplican políticas que provocan las migraciones forzosas, y
ponen las necesidades de crecimiento económico por encima de la búsqueda de
soluciones al cambio climático.
Durante la Cumbre, Vandana Shiva, premio Nobel Alternativo,
calificó a los países del G-20 de «auxiliares» de los poderes económicos.
También los intelectuales, políticos, activistas de más de 25 países que
participaron en paneles y talleres durante la Cumbre llamaron a construir
alternativas e intercambiaron puntos de vista sobre las estrategias para ponerlas
en práctica.
Los dos días que duró la cumbre oficial, más los cuatro días
previos, la ciudad de Hamburgo se convirtió en un hervidero. Manifestaciones
callejeras pacíficas, performances artísticas, corridas con la
policía. Pero esto era, parafraseando a Gabriel García Márquez, una crónica de
un caos anunciado; si acaso, una provocación. Realizada al lado de dos barrios
obreros y con fuerte tradición anarquista, la cumbre del G-20 implicó la
militarización de la ciudad y el despliegue de 15.000 efectivos policiales.
Un representante del centro cultural anarquista Rote Flora,
ubicado a escasas 10 cuadras de la “zona roja” donde se prohibían las
manifestaciones, se preguntaba “quién tuvo la idea de organizar la reunión justo al lado de
donde vive la izquierda’. Un argumento de seguridad puede ser la cercanía
de Hamburgo con el mar en caso de un atentado o amenaza a la seguridad de los
presidentes. Pero la realidad es que la elección de la ciudad de Hamburgo para
este evento aún resulta un misterio.
Las decenas de miles de personas que dieron la “bienvenida
al infierno” a los presidentes no solo protestaron contra la cumbre del G-20.
Protestaron contra la presencia de Trump, y la presencia del presidente turco
Recep Erdogan; contra una globalización que genera perdedores; contra el
capitalismo y sus injusticias; contra las acciones corporativas que provocan el
cambio climático; entre otras cientos de cosas.
El G-20, con su política cerrada, elitista y poco
transparente corporiza esos reclamos, y se convierte hoy en el eje de protestas
de ciudadanos de todo el mundo. En países como Turquía, con sus 50.000 presos
políticos, o como China, la reacción fue mucho menor. Pero en Alemania, en el
corazón del capitalismo y en una ciudad con alta tradición política de
izquierda, no podía esperarse otra cosa.
Las protestas siguen al G-20 donde quiera que vaya. Y el año
que viene, lo seguirán a Buenos Aires.
*Investigadora del CONICET con sede en la Universidad de
San Martín, Argentina. Miembro de ATTAC Argentina y la Asamblea Argentina mejor sin TLC.
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