Brasil, a un año del golpe
Notas.org.ar
Hace un año en este mismo portal publicábamos un artículo que se titulaba “El Senado destituyó a Dilma y se consumó el golpe de Estado en Brasil”.
Mientras, los principales medios de comunicación argentinos y mundiales
afirmaban que “con Temer arranca otra era en Brasil” o que simplemente
habían “destituido” a la presidenta electa. Pasaron 365 días y la
lectura política sobre lo que había ocurrido, no hizo más que
confirmarse.
“Está claro que el tema de las ‘pedaladas fiscales’ por las que el
Parlamento destituyó a Dilma Rousseff era una mera excusa”, afirmó el
analista internacional Leandro Morgenfeld en diálogo con Notas. Y agregó que se trata “del mismo Congreso acaba de salvar a Michel Temer
del impeachment a pesar de las grabaciones que hizo el empresario del
frigorífico JBS” sobre la implicación del actual mandatario con el pago
de sobornos.
Los objetivos del golpe
En otro artículo
publicado ese 31 de agosto de 2016, decíamos que había habido una
indudable influencia estadounidense detrás del juicio político a
Rousseff y que este tenía un doble objetivo. El primero, poner la
reserva de petróleo y gas pre-sal en manos privadas. El segundo, que el
poder económico volviera a dirigir los destinos de Brasil luego de 12
años del Partido de los Trabajadores en el poder.
Con el correr del tiempo podríamos sumar que un objetivo subyacente
era liquidar la posibilidad de que cualquier gobierno de tinte
progresista volviera en el corto y mediano plazo al Palacio de Planalto:
la ofensiva judicial contra Lula Da Silva, que encabeza todas las encuestas de cara a las presidenciales de 2018, así lo indica.
Morgenfeld suma que en términos de política exterior, el golpe apuntó
a “abandonar cualquier tipo de perspectiva latinoamericanista y
subordinar la agenda externa de Brasil a los dictados de EE.UU.”, lo que
se pudo comprobar en la separación de Venezuela del Mercosur. Se trata
de un intento de “disciplinamiento geopolítico en un continente que
hasta hace dos años mantenía un política de integración regional y de
política exterior no subordinada a EE.UU.”, añade. Y subraya: “Hoy vemos
en todo el continente como se avanza contra todos los gobiernos no
alineados con la perspectiva norteamericana”.
A nivel interno, Temer y sus aliados se encuentran desarrollando “una
política económica completamente regresiva” que sancionó una enmienda
constitucional para congelar el gasto público en salud y en educación, aprobó una ley de flexibilización laboral
“que retrocede varias décadas en cuanto a derechos conquistados por la
clase obrera brasilera” y ahora va a intentar aprobar una regresiva
reforma previsional “que genera una transferencia de recursos hacia los
sectores más concentrados”.
El analista recuerda que se trata de un presidente que “tiene los
índices de aprobación más bajos de la historia”. “Una encuesta reciente
mostró que menos del 5% de la gente lo apoya y siete de cada diez
brasileños consideran pésima su gestión”, agrega.
“A pesar de todo, sus aliados del poder económico lo sostienen porque temen las ‘elecciones directas ya’
que es lo que plantean distintas organizaciones populares y una
eventual elección donde Lula pueda ganar”, concluye Morgenfeld.
Los destinos de Brasil, el gigante latinoamericano que, como describe
el entrevistado es “el país más desigual en la región más desigual del
mundo”, tiene su democracia secuestrada hace 365 días. Un Congreso corrupto
destituyó a una presidenta legítimamente electa y el Poder Judicial no
para de abrir causas contra el ex presidente que articula las esperanzas
del pueblo brasileño. En su mandato arrebatado, Temer avanzó con
reformas a las que la palabra “regresivas” le queda corta. En 2018, las
urnas hablarán.
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