Por Leandro Morgenfeld
Ponencia presentada en el Taller “Trump y su impacto en la región”
EDI 15 años– Hotel Bauen - 1 de abril de 2017
La elección en Estados Unidos de un presidente
abiertamente xenófobo, anti-obrero, misógino, unilateralista, negacionista del
cambio climático y militarista supone un gran peligro no sólo para la mayoría
de la población de ese país, sino también para toda Nuestra América. Sin
embargo, la presencia del magnate en la Casa Blanca supone también una
oportunidad para enfrentar ese desafío recuperando la senda de la coordinación
y cooperación política regional, en función de retomar una integración
latinoamericana que impugne no solamente la ofensiva neoliberal restauradora,
sino que adquiera una perspectiva anti-imperialista con proyección
anti-capitalista y socialista.
Si
bien todo lo que sostenemos en esta presentación tiene un carácter
exploratorio, en tanto Trump es presidente hace poco más de dos meses, ya es
posible vislumbrar ciertas tendencias para caracterizar su gobierno.
En primer lugar, Trump
es más débil lo que muchos vaticinaron. Ganó ampliamente el colegio electoral, tiene
mayoría en ambas cámaras, nombró al noveno juez –conservador- para completar la
Corte, los republicanos tienen la mayoría de las gobernaciones, el magnate
ostenta una amplia popularidad y su liderazgo trasvasa las estructuras políticas
tradicionales.
Sin embargo, obtuvo 2,8
millones menos de votos, enfrentó amplísimas protestas desde que asumió, por
segunda vez se paralizó en la justicia el decreto para prohibir entrada de
ciudadanos de algunos países con mayoría musulmana (lo cual ocasionó masivas protestas
en los aeropuertos), el reemplazo del ObamaCare por el TrumpCare fracasó en el
congreso, y el affaire Rusia no cede
(cayó su jefe de la NSA, Mike Flynn, se le pusieron limitaciones al fiscal
feneral Jeff Sessions, su ex jefe de campaña está en la mira por sus vínculos
con Moscú, el jefe del FBI desestimó su acusación de que Obama lo espió y
confirmó los avances en las investigaciones en las investigaciones por
intromisión rusa en la campaña, y hasta su influyente yerno, Jared Kushner, está
investigado por haberse reunido en diciembre con el embajador ruso).
Tras un inicio en el que sobreactuó su impetuoso estilo para mostrarse
como todopoderoso, Trump parece estar en las últimas semanas más acorralado. Ya
no sólo hay una resistencia política sino que la batalla se trasladó al campo
judicial, se agudizó la pelea con los grandes medios de comunicación, y en el
Congreso empezaron a aparecer grietas dentro del establishment republicano y
militar que lo apoya
En síntesis, los datos
de las últimas semanas vuelven relevante algo que muchos nos preguntamos antes
de que asumiera Trump: ¿podrá completar su mandato? Esta caracterización es
necesaria para contextualizar el tema central de esta exposición, sobre Trump y
América Latina. Su elección, en diciembre de 2016, es expresión de la crisis de
la hegemonía estadounidense y del creciente rechazo a la globalización
neoliberal. Los simultáneos frentes
de conflicto que abrió en sus primeras semanas en la Casa Blanca no hicieron
sino ahondar la polarización que caracterizó a toda la campaña. No hay que
descartar, entonces, la posibilidad de
que avance un impeachment, para lo
cual se requeriría el apoyo de un sector del Partido Republicano. Trump,
mientras tanto, se recuesta en su base ultraconservadora –el 24 de febrero fue
aclamado en la Conferencia de la Acción Política Conservadora, junto al
influyente Steve Bannon-, y en Wall Street, no sólo porque colocó a un ex Goldman Sachs como Secretario del
Tesoro, sino por las desregulaciones, las rebajas de impuestos a los ricos y la
reactivación del proyecto de construcción de los oleoductos de Keystone XL y Dakota Access, tras meses de lucha de pueblos originarios y
ambientalistas que se oponían.
En el plano de la política exterior, también hubo novedades y múltiples
escándalos por el (des)trato a los mandatarios de México y Australia. Contra lo
que muchos auguraban, Trump ya mostró que no va a ser aislacionista: nombró a
diversos militares en su gabinete y aumentó 9% el presupuesto militar (54 mil
millones de dólares), reivindicó a las Fuerzas Armadas cada vez que pudo, atacó
a China vía Twitter, bombardeó Yemen
el 29 de enero, impulsa el expansionismo de los asentamientos ilegales en
territorio palestino, recibió al ultraderechista Netanyahu, quien pone en duda
la solución de los dos Estados, amenazó a Irán y agredió a Venezuela incluyendo
al vicepresidente de Maduro en la lista de promotores del narcotráfico y
recibiendo en la Casa Blanca a la esposa de Leopoldo López, incluso antes que a
cualquier mandatario regional. Más que reducir el intervencionismo a escala
global, Trump pretende reimponer el unilateralismo, en detrimento del
multilateralismo y de una conducción imperial más colegiada. Como sus
antecesores, sigue pregonando el excepcionalísimo y la idea de que los
estadounidenses son un pueblo elegido, diferentes al resto.
Promovió la distención con Rusia, para enfrentar a China. Menospreció a
la Unión Europea y calificó a la OTAN como una alianza obsoleta, aunque luego
el vice Pence, en gira europea, matizó estas consideraciones. Su lema, America First, significaría que no está
más dispuesto a pagar los costes de ser el gendarme planetario. Si Europa y
Japón quieren la “protección” militar estadounidense, argumenta Trump, que
paguen por ello. Esto podría implicar una renegociación del vínculo con sus
aliados.
América Latina fue blanco de ataques durante la campaña y lo sigue siendo
ahora. Trump utiliza a los hispanos como chivo expiatorio y los humilla para
acumular políticamente. México es el gran perjudicado, desde el punto de vista
económico y político. La nueva Administración también intenta revertir la
distensión con Cuba iniciada hace dos años por Obama. En los últimos días la
presión fue contra el gobierno venezolano. Para atacar a los países no
alineados, Trump busca subordinar a los gobiernos neoliberales que quedaron
descolocados por su prédica proteccionista. Si Peña Nieto y Temer no pueden
cumplir hoy cabalmente el rol de alfiles de Washington, los candidatos son
Santos –ahora complicado por el escándalo de Odebrecht-, Kuczynski y Macri. El
peruano fue recibido el viernes pasado en la Casa Blanca y Macri negoció y
logró una escueta llamada telefónica de Trump unos días antes. Allí el
argentino se mostró dispuesto a seguir al pie de la letra la agenda de
Washington. No planteó ni solidaridad con México ni reclamó por la negativa al
ingreso de limones al mercado estadounidense. La única preocupación del
mandatario argentino era lograr que Trump lo recibiera en Washington, cuestión
que ocurriría entre abril y mayo. Como planteó Malcorra, quieren aprovechar las
dificultades de México y Brasil para que Macri se transforme en el interlocutor
regional de Trump.
A pesar de tomar la agenda de Washington, Argentina, en concreto, no logró ni abrir el
mercado estadounidense a sus limones ni facilidades para visas, dos de las pocas
concesiones que había prometido Obama. Es grave la estrategia del gobierno de
aprovechar la desdicha de México y la ilegitimidad de Temer para postularse
como el alumno ejemplar de Trump. Es una vuelta, apenas solapada, a las relaciones carnales de los años noventa.
El único tema concreto que abordaron Macri y Trump en su conversación
telefónica de febrero fue Venezuela. Este semestre, seguramente Macri tenga su
foto con Trump. A diferencia de lo que ocurrió con Obama, el acercamiento a
alguien que genera tanto rechazo va a tener un costo político no menor, en año
electoral.
Con
la visita de Obama, en marzo de 2016, la Casa Blanca procuró transformar a la
Argentina, que tantas veces dificultó sus proyectos hegemónicos a nivel
continental, en el nuevo aliado que legitimara el avance de las derechas en la
región. El mandatario estadounidense lo repitió varias veces en Buenos Aires:
Macri es el líder de la nueva era, el ejemplo a imitar.
Ahora Estados Unidos y
sus aliados intentan desplazar al gobierno chavista de Nicolás Maduro –en
agosto, Brasil, Paraguay y Argentina bloquearon su asunción a la presidencia pro tempore del Mercosur, y unos meses
después suspendieron a Venezuela-, para clausurar el desafío que supo enarbolar
el eje bolivariano. La crisis económica que asola a los países de la región
tras la caída del precio de las materias primas genera condiciones propicias
para este reposicionamiento del país del norte.
La virtual parálisis
del Mercosur, la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) lleva a la Casa Blanca a intentar
reposicionar a la Alianza del Pacífico y a la Organización de Estados
Americanos (OEA), que en los últimos años había sido opacada por los mecanismos
de coordinación y cooperación política exclusivamente latinoamericanos.
El gobierno de Macri,
en tanto, pareció no tomar nota de los cambios en el contexto mundial tras su
asunción. Como bien lo sintetiza Tokatlian: “En enero de 2016 el presidente
asistió al Foro de Davos y tuvo diversas citas con CEOs de multinacionales,
quienes, según el mandatario, estaban ‘muy entusiasmados con el cambio’ en la
Argentina. Sin embargo, al pasar los meses se hizo evidente que la llamada
‘lluvia de inversiones’ no se produciría. Meses después se llevó a cabo el voto
del Brexit y aún así en su visita a Ángela Merkel en Alemania y a las
autoridades de la Unión Europea (UE) en Bruselas el presidente Macri destacó la
voluntad a favor de un acuerdo de libre comercio UE-Mercosur; tema sobre el que
nadie parecía muy interesado en comprometerse en Europa. Algo semejante ocurrió
en relación a la elección presidencial en Estados Unidos: los pronunciamientos
oficiales más importantes se manifestaron a favor de Hillary Clinton, quizás
con la expectativa de que su eventual triunfo confirmaría que la globalización
hoy existente es un fenómeno que debe ahondarse. Triunfó Donald Trump. En
síntesis, y anticipando la conclusión, este texto apunta a subrayar que es hora
de que el gobierno se aboque más sistemática y seriamente a un buen diagnóstico
de los asuntos internacionales. La victoria de Trump debiera ser una nueva
llamada de alerta para dejar atrás posturas ingenuas, voluntaristas,
auto-gratificantes, de corto plazo y dogmáticas”[2].
Más allá de este cambio
de contexto, el gobierno que encabeza Macri mantiene su discurso. Desde enero
de este año buscan casi con desesperación un contacto con Trump y negocian una
visita a la Casa Blanca, prevista para abril. Mientras, la nueva administración
estadounidense revirtió en enero algunas de las poquísimas concesiones que
había otorgado Obama a la Argentina: suspendió la entrada de limones argentinos
a Estados Unidos –en diciembre de 2016 se había anunciado el fin de la
restricción fitosanitaria que bloqueaba esas exportaciones hacía 15 años- y la
flexibilización en el otorgamiento de visas a argentinos. Para Trump, la
subordinación casi gratuita de Macri es ganancia pura. Para Nuestra América, un
problema. En vez de solidarizarse con México e impulsar una coordinación y
cooperación política con los países de la región, para enfrentar las amenazas
que plantea el nuevo gobierno de Estados Unidos, Macri pretende ser el
interlocutor predilecto de Trump, reemplazando a Peña Nieto, Temer o Santos.
Ese alineamiento, ya transitado en los años noventa con Menem, en funcional a
la lógica de fragmentación que Estados Unidos impulsa hace dos siglos en
América Latina y que sólo trajo dependencia y falta de autonomía para los
países de la región.
Posiciones como las de
Macri son un peligro para la desarrollar una perspectiva de integración
regional más autónoma. Pero, como señalamos más arriba, alinearse con alguien
como Trump tiene un enorme costo para las derechas gobernantes. Trump es un
líder neofascista que está siendo enfrentado por mujeres, inmigrantes,
afroamericanos, latinos, musulmanes, estudiantes, ecologistas, sindicatos,
organismos de derechos humanos y la izquierda en Estados Unidos. Propone más
poder y presupuesto a las fuerzas armadas, rebaja de impuestos a los más ricos,
ataca a los sindicatos y pretende horadar los derechos laborales y cualquier
regulación medioambiental. No tiene nada de progresista y cualquier comparación
con los llamados “populismos” latinoamericanos es improcedente.
Hace un año, repudiábamos
la visita de Obama, que coincidió con el 40 aniversario del golpe del 24 de
marzo, y tuvimos que soportar el enorme embelesamiento mediático con la familia
Obama. Imagino que si Trump todavía es presidente a mediados de 2018, cuando deba
visitar la Argentina para asistir a la Cumbre Presidencial del G20, va a
enfrentar en las calles argentinas concentraciones similares a las que se
produjeron en Mar del Plata en noviembre del 2005, con las consignas No al ALCA
y fuera Bush de Argentina y América Latina.
En síntesis, Trump es
un gran peligro, pero a la vez una oportunidad, por el rechazo que genera, para
retomar la integración latinoamericana con una perspectiva antiimperialista y
anticapitalista, y al mismo tiempo ampliar la coordinación y cooperación política
con las organizaciones de las clases populares que lo enfrentan en Estados
Unidos.
[1] Dr. en Historia. Profesor UBA e
Investigador Adjunto del CONICET. Correo electrónico:
leandromorgenfeld@hotmail.com.
[2] Tokatlian, Juan Gabriel 2017 “La
Argentina y Trump” en Archivos del
Presente (Buenos Aires) marzo, p. 22.
un articulo esclarecedor con una compilacion de eventos que ubican al lector en la actualidad de la politica internacional y nos abre los ojos a resistir al dominio de ultras derechas en nuestra america del sur. muy bien recopilado y planteado.
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