Por Luciana Ghiotto
ALAI
Entre los días 5 y 7 de abril se realizó en Buenos Aires el Foro Económico Mundial, o Foro de Davos,
versión latinoamericana. Por “Davosito” en el Hotel Hilton pasaron 600
empresarios, 60 funcionarios y 3 jefes de Estado. No es la primera vez
que el gobierno de Mauricio Macri convoca a una reunión de este tipo: en
septiembre de 2015 se había desarrollado un foro similar en el Centro
Cultural Kirchner, donde también los CEOs de grandes empresas
transnacionales habían discutido sobre la “cuarta revolución
tecnológica” y la inserción del país en las cadenas globales de valor.
El Foro de abril fue todavía un paso más allá, porque el gobierno argentino lo utilizó además como paraguas para varias reuniones bilaterales con representantes de países de la región. Uno de los encuentros que no pasó desapercibido fue entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur. En especial, porque allí los representantes de ambos bloques acordaron intensificar los esfuerzos a favor del libre comercio en la región y armaron una “hoja de ruta” para avanzar en ese sentido. Las resoluciones adoptadas en esa reunión marcan el espíritu de época de la región en la era Trump. Veamos por qué.
Entre los años 2015 y 2016, lo determinante en la política comercial de la región era la existencia del proyecto del Tratado Transpacífico (TPP). Los países de la Alianza del Pacífico (sin Colombia) firmaron el tratado en febrero de 2016, y comenzaron el proceso de ratificación del mismo, intentando imponer el tratado, que generó numerosas oposiciones internas, como en el caso de Chile. En ese momento, los países del Mercosur, con una postura más “antiimperialista” se oponían a avanzar en la línea planteada por el TPP. A grandes rasgos, esto se debió a las posiciones de los miembros más grandes. En el caso del Brasil de Dima Rousseff, su apuesta principal fue hacia el fortalecimiento del espacio de los BRICS en su rol de global player, y a crear el escenario para el libre movimiento de sus propias empresas transnacionales, por ejemplo con la firma de Acuerdos de protección de (sus) inversiones con varios países del continente como Colombia, México y Chile. En el caso de Argentina, una política mercado-internista había determinado una posición más cauta frente a la apertura indiscriminada de importaciones (por ejemplo, mediante la implementación de las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación frente a ciertas importaciones chinas), así como marcó la instauración de “líneas rojas” en la negociación de un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea que hacia 2012 ya era fuertemente impulsado por Brasil.
Pero el final del año 2016 marcó un giro en la política coyuntural de los dos grandes del Mercosur. Por un lado, el cambio de gobierno en ambos países marcó la profundización en la apertura de sus economías, y un acercamiento notorio hacia la Alianza del Pacífico (AP). En su primer año de gobierno, Macri sumó a la Argentina como observadora de la AP y anunció que avanzaría en la firma de tratados comerciales bilaterales con el fin de poder sumar a la Argentina como miembro pleno del bloque. Por otro lado, la asunción de Trump generó un cimbronazo en el tablero de las alianzas regionales, forzando a México a mirar nuevamente hacia el sur tras anunciarse una posible renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que le resulte perjudicial, y un posible cierre del mercado norteamericano para sus exportaciones. Tanto Temer como Macri señalaron sus intenciones de aprovechar al máximo este renovado interés de México en el sur. Además, este foco en el libre comercio se dio a la par que el Mercosur terminaba de echar a Venezuela del bloque, lo cual simplifica las negociaciones, sea para la “flexibilización” del Mercosur y que cada país firme tratados por separado, o sea para la firma conjunta de TLC.
El año 2017 arrancó con este nuevo escenario, y desde febrero todos los jugadores salieron a la cancha a pre-calentar para el partido. En una reunión en febrero entre Michel Temer (ya fortalecido por la escasa oposición organizada en el escenario interno) y Mauricio Macri se determinó la necesidad de que el Mercosur se abriera hacia el Pacífico. Otra reunión entre Macri y Michelle Bachelet llamó a la realización de la reunión ampliada de los bloques como respuesta a la política proteccionista de EEUU.
La reunión de abril entre la AP y Mercosur expresó el reordenamiento de los bloques, en un contexto de abierto giro aperturista y crisis de las alternativas de integración. Este contexto tiene su punto cúlmine en el acuerdo por avanzar en una gran área de libre comercio regional. La idea de los gobiernos ha sido la de crear un “Área de Libre Comercio de América Latina y el Caribe” (por su sigla, ALCALC), idea también apoyada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)[1].
¿Se acuerdan del ALCA? Este proyecto, al igual que en los noventa, implica generar una región abierta al mundo. La historia parece repetirse. Pero claro, no hay una vuelta atrás, ya que existen muchos elementos nuevos desde el fracaso de ese proyecto. En primer lugar, porque este ALCA sui-generis sería un área que deja afuera a dos jugadores clave: por un lado a EEUU, por su política de revisión de los acuerdos comerciales y tendencia al proteccionismo en la era Trump. Este primer hecho ya tiene un peso en sí mismo, ya que recordemos que en el proyecto ALCA, las campañas nacionales y continentales se centraron en el rol de “imperialista” del proyecto, aun si este era sostenido por varios sectores de las burguesías regionales[2]. En cambio ahora, sin EEUU, este nuevo proyecto se muestra desnudo: como un modo de imposición del mercado mundial sobre los mercados locales. Es la ley del valor al desnudo aplicada en la región, forzando a los países a aumentar los niveles de productividad y competitividad para insertarse en las cadenas globales de valor[3]; en otras palabras, implica apuntar los cañones contra los sectores trabajadores y exigirles mayor producción a un menor costo (¿y por qué no, si así trabaja la clase obrera asiática?).
El segundo sector que deja de lado es a los países del ALBA, es decir, a los gobiernos “progresistas” (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba). El nuevo ALCA sui-generis termina de acorralar a los países andinos para que dejen de lado sus políticas mercado-internistas y redistributivas y se vuelquen al libre comercio, en una postura más pragmática para su inserción internacional. Este ya fue el caso de Ecuador al entrar en el Acuerdo de Asociación (similar a un TLC) con la Unión Europea, y no debería sorprender que próximamente Bolivia y Venezuela revisen sus posturas hacia organismos como la Organización Mundial de Comercio.
Por otro lado, lo que determina una nueva época para el libre comercio en la región es el fuerte rol de China y el vuelco hacia los países asiáticos, la “zona caliente” del planeta. Cuando se frenó el TPP, Perú y Chile salieron a explorar nuevos horizontes en Asia, incluso comenzando a negociar acuerdos con Rusia y su área de influencia. El ALCA sui-generis probablemente tenga como objetivo confluir en acuerdos con los países del Pacífico, en lugar de concentrarse en las potencias del norte. A esto se suma la existencia de numerosos TLC bilaterales ya existentes entre los países de la AP y de la cuenca Pacífico.
En definitiva, el Foro Económico Mundial versión latinoamericana ha sido un momento clave en la reorganización de alianzas en la región. Pero también deja a las organizaciones sociales una enseñanza: que el fin de un proyecto y su denominación, sea ALCA, o TPP o ALCALC, no implica el fin del proyecto de libre comercio[4]. Por el contrario, lo que estos veinte años de experiencia en la aplicación de tratados nos muestra es que hoy los TLC y las protecciones que otorgan a las grandes corporaciones globales son esenciales a la nueva estructuración productiva del capitalismo. Ayer peleamos contra el TPP; ante-ayer contra el ALCA; hoy contra el ALCALC. Pero mientras desde los sectores anticapitalistas y antiimperialistas no se exploren alternativas de integración profundas, los proyectos que sigan llegando tendrán renovadas siglas y bonitos nombres, pero no lograrán sacarnos de la encrucijada de la crisis civilizatoria del capitalismo.
- Luciana Ghiotto es investigadora del CONICET Argentina, sede Escuela de Política y Gobierno de la Universidad de San Martín. Es miembro de ATTAC Argentina, colaboradora de Transnational Institute (TNI) y miembro de la “Asamblea Argentina mejor sin TLC”.
El Foro de abril fue todavía un paso más allá, porque el gobierno argentino lo utilizó además como paraguas para varias reuniones bilaterales con representantes de países de la región. Uno de los encuentros que no pasó desapercibido fue entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur. En especial, porque allí los representantes de ambos bloques acordaron intensificar los esfuerzos a favor del libre comercio en la región y armaron una “hoja de ruta” para avanzar en ese sentido. Las resoluciones adoptadas en esa reunión marcan el espíritu de época de la región en la era Trump. Veamos por qué.
Entre los años 2015 y 2016, lo determinante en la política comercial de la región era la existencia del proyecto del Tratado Transpacífico (TPP). Los países de la Alianza del Pacífico (sin Colombia) firmaron el tratado en febrero de 2016, y comenzaron el proceso de ratificación del mismo, intentando imponer el tratado, que generó numerosas oposiciones internas, como en el caso de Chile. En ese momento, los países del Mercosur, con una postura más “antiimperialista” se oponían a avanzar en la línea planteada por el TPP. A grandes rasgos, esto se debió a las posiciones de los miembros más grandes. En el caso del Brasil de Dima Rousseff, su apuesta principal fue hacia el fortalecimiento del espacio de los BRICS en su rol de global player, y a crear el escenario para el libre movimiento de sus propias empresas transnacionales, por ejemplo con la firma de Acuerdos de protección de (sus) inversiones con varios países del continente como Colombia, México y Chile. En el caso de Argentina, una política mercado-internista había determinado una posición más cauta frente a la apertura indiscriminada de importaciones (por ejemplo, mediante la implementación de las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación frente a ciertas importaciones chinas), así como marcó la instauración de “líneas rojas” en la negociación de un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea que hacia 2012 ya era fuertemente impulsado por Brasil.
Pero el final del año 2016 marcó un giro en la política coyuntural de los dos grandes del Mercosur. Por un lado, el cambio de gobierno en ambos países marcó la profundización en la apertura de sus economías, y un acercamiento notorio hacia la Alianza del Pacífico (AP). En su primer año de gobierno, Macri sumó a la Argentina como observadora de la AP y anunció que avanzaría en la firma de tratados comerciales bilaterales con el fin de poder sumar a la Argentina como miembro pleno del bloque. Por otro lado, la asunción de Trump generó un cimbronazo en el tablero de las alianzas regionales, forzando a México a mirar nuevamente hacia el sur tras anunciarse una posible renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que le resulte perjudicial, y un posible cierre del mercado norteamericano para sus exportaciones. Tanto Temer como Macri señalaron sus intenciones de aprovechar al máximo este renovado interés de México en el sur. Además, este foco en el libre comercio se dio a la par que el Mercosur terminaba de echar a Venezuela del bloque, lo cual simplifica las negociaciones, sea para la “flexibilización” del Mercosur y que cada país firme tratados por separado, o sea para la firma conjunta de TLC.
El año 2017 arrancó con este nuevo escenario, y desde febrero todos los jugadores salieron a la cancha a pre-calentar para el partido. En una reunión en febrero entre Michel Temer (ya fortalecido por la escasa oposición organizada en el escenario interno) y Mauricio Macri se determinó la necesidad de que el Mercosur se abriera hacia el Pacífico. Otra reunión entre Macri y Michelle Bachelet llamó a la realización de la reunión ampliada de los bloques como respuesta a la política proteccionista de EEUU.
La reunión de abril entre la AP y Mercosur expresó el reordenamiento de los bloques, en un contexto de abierto giro aperturista y crisis de las alternativas de integración. Este contexto tiene su punto cúlmine en el acuerdo por avanzar en una gran área de libre comercio regional. La idea de los gobiernos ha sido la de crear un “Área de Libre Comercio de América Latina y el Caribe” (por su sigla, ALCALC), idea también apoyada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)[1].
¿Se acuerdan del ALCA? Este proyecto, al igual que en los noventa, implica generar una región abierta al mundo. La historia parece repetirse. Pero claro, no hay una vuelta atrás, ya que existen muchos elementos nuevos desde el fracaso de ese proyecto. En primer lugar, porque este ALCA sui-generis sería un área que deja afuera a dos jugadores clave: por un lado a EEUU, por su política de revisión de los acuerdos comerciales y tendencia al proteccionismo en la era Trump. Este primer hecho ya tiene un peso en sí mismo, ya que recordemos que en el proyecto ALCA, las campañas nacionales y continentales se centraron en el rol de “imperialista” del proyecto, aun si este era sostenido por varios sectores de las burguesías regionales[2]. En cambio ahora, sin EEUU, este nuevo proyecto se muestra desnudo: como un modo de imposición del mercado mundial sobre los mercados locales. Es la ley del valor al desnudo aplicada en la región, forzando a los países a aumentar los niveles de productividad y competitividad para insertarse en las cadenas globales de valor[3]; en otras palabras, implica apuntar los cañones contra los sectores trabajadores y exigirles mayor producción a un menor costo (¿y por qué no, si así trabaja la clase obrera asiática?).
El segundo sector que deja de lado es a los países del ALBA, es decir, a los gobiernos “progresistas” (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba). El nuevo ALCA sui-generis termina de acorralar a los países andinos para que dejen de lado sus políticas mercado-internistas y redistributivas y se vuelquen al libre comercio, en una postura más pragmática para su inserción internacional. Este ya fue el caso de Ecuador al entrar en el Acuerdo de Asociación (similar a un TLC) con la Unión Europea, y no debería sorprender que próximamente Bolivia y Venezuela revisen sus posturas hacia organismos como la Organización Mundial de Comercio.
Por otro lado, lo que determina una nueva época para el libre comercio en la región es el fuerte rol de China y el vuelco hacia los países asiáticos, la “zona caliente” del planeta. Cuando se frenó el TPP, Perú y Chile salieron a explorar nuevos horizontes en Asia, incluso comenzando a negociar acuerdos con Rusia y su área de influencia. El ALCA sui-generis probablemente tenga como objetivo confluir en acuerdos con los países del Pacífico, en lugar de concentrarse en las potencias del norte. A esto se suma la existencia de numerosos TLC bilaterales ya existentes entre los países de la AP y de la cuenca Pacífico.
En definitiva, el Foro Económico Mundial versión latinoamericana ha sido un momento clave en la reorganización de alianzas en la región. Pero también deja a las organizaciones sociales una enseñanza: que el fin de un proyecto y su denominación, sea ALCA, o TPP o ALCALC, no implica el fin del proyecto de libre comercio[4]. Por el contrario, lo que estos veinte años de experiencia en la aplicación de tratados nos muestra es que hoy los TLC y las protecciones que otorgan a las grandes corporaciones globales son esenciales a la nueva estructuración productiva del capitalismo. Ayer peleamos contra el TPP; ante-ayer contra el ALCA; hoy contra el ALCALC. Pero mientras desde los sectores anticapitalistas y antiimperialistas no se exploren alternativas de integración profundas, los proyectos que sigan llegando tendrán renovadas siglas y bonitos nombres, pero no lograrán sacarnos de la encrucijada de la crisis civilizatoria del capitalismo.
- Luciana Ghiotto es investigadora del CONICET Argentina, sede Escuela de Política y Gobierno de la Universidad de San Martín. Es miembro de ATTAC Argentina, colaboradora de Transnational Institute (TNI) y miembro de la “Asamblea Argentina mejor sin TLC”.
[2]
Sin embargo, diez años después del fracaso del ALCA, han surgido
algunos análisis que sostienen, basados en declaraciones oficiales y
periodísticas, que el ALCA era en realidad buscado por ciertos grupos
económicos sudamericanos, y que empujaron el proceso de negociación
incluso en contra de algunos sectores internos en los EEUU. Ver tesis
doctoral de Rodrigo F. Pascual: https://www.academia.edu/25870863/LA_ARGENTINA_Y_EL_ALCA
[3]
Ver artículo Rodrigo F. Pascual y Luciana Ghiotto: “Reconceptualizando
lo político: Estado, mercado mundial, globalización y neoliberalismo”,
2010, Revista Argumentos (México); en: https://www.academia.edu/11428054/Reconceptualizando_lo_pol%C3%ADtico_Es...
[4] Ver artículo Luciana Ghiotto y Evelin Heidel “Muerto el TPP, ¡viva la liberalización!” en Revista ALAI: http://www.alainet.org/es/articulo/182379
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