De las relaciones entre Argentina y Estados Unidos
Relaciones bilaterales frente al proteccionismo de Trump
Por Mario Rapoport
Foreign Affairs Latinoamérica
Abril 2017
En 2008 se desató en Estados Unidos y se extendió al resto del mundo una crisis de dimensiones similares en muchos aspectos a la de 1930. Esta es la explicación de largo plazo del triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses que refleja la desazón de una parte importante del electorado. Producto del dominio del sistema financiero sobre el productivo, de una financiación artificial de la demanda, y de fuertes desequilibrios macroeconómicos, esa crisis golpeó a vastos sectores de la sociedad estadounidense dejados de lado por el ahora caído American way of life.
Las principales corporaciones localizaron en gran medida sus establecimientos en otros países en busca de mano de obra barata o volcaron sus excedentes en las finanzas y no en la actividad productiva. La época en que Ford fabricaba localmente sus autos en parte para el mercado de sus propios trabajadores terminó hace tiempo. La tormenta se dirigió luego hacia otros polos del esquema mundial. Europa entró en una crisis aún más aguda y hoy les toca a los países emergentes.
Donald Trump apeló al electorado de su país prometiendo una recuperación del empleo y del trabajo productivo en los Estados Unidos sobre la base de tres objetivos esenciales: a) cerrar las puertas a la inmigración, lo que se encuentra en contradicción con una potencia cuyo poderío interno se asentó en las corrientes inmigratorias; b) impulsar políticas proteccionistas, lo que para los productos de muchos países como Argentina ya se estaba haciendo y c) realizar tratados y establecer alianzas políticas más fuertes con ciertos países en detrimento de otros rechazando los grandes acuerdos multilaterales.
En el caso de las relaciones entre Argentina y Estados Unidos, éstas siempre fueron dificultosas. Una mirada de largo plazo ayuda a comprenderlas mejor. Están determinadas desde hace más de 150 años por razones estructurales más que por controversias coyunturales, ideológicas o políticas. El factor principal es la escasa complementariedad de las dos economías. El proteccionismo de Estados Unidos agravó en distintos momentos estas relaciones, así como los vínculos predominantemente europeos o más diversificados, del gobierno de Buenos Aires.
Se pueden citar algunos ejemplos de vieja data respecto a las dificultades que encontró Argentina para exportar a los Estados Unidos. Hacia 1867 el parlamento estadounidense cerró virtualmente la importación de lanas argentinas, que representaba una cuarta parte de la compra de esos productos y el primer rubro de exportación argentina, al dictar una ley en torno a la manufactura del producto. Esto se agravó para el país argentino en años posteriores con la elevación de un conjunto de tasas arancelarias, pero también con medidas fitosanitarias.
Por ejemplo, en 1926 el Departamento de Agricultura de Estados Unidos prohibió directamente la entrada de carnes argentinas por considerarlas afectadas por la aftosa aun cuando esos productos eran aceptados en Inglaterra y Europa continental. En diciembre de 1930 el Congreso estadounidense instrumentó otro arancel que impuso los niveles de protección más elevados del siglo XX: la Smoot-Hawley Act por la cual las exportaciones argentinas a Estados Unidos se redujeron en un 75% entre 1929 y 1931.
Un nuevo incidente sucedió durante la implementación del programa de reconstrucción europea en la posguerra (el llamado Plan Marshall), en el que los países latinoamericanos no pudieron participar como proveedores por la negativa de Estados Unidos que financiaba este comercio. En este caso Argentina fue una de las más perjudicadas porque sus principales mercados estaban en Europa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, diferentes leyes agrarias establecieron subvenciones para los agricultores estadounidenses, que para este sector reemplazaron las bajas de aranceles, impidiendo la entrada de productos competitivos en el mercado del norte. Ejemplos recientes con gobiernos de distintos signos fueron las leyes agrarias de 2002 y 2014. La primera de ellas durante el gobierno del republicano George W. Bush, que autorizó gastos de ayuda en los siguientes 5 años por más de 100 000 millones de dólares, incrementado significativamente el monto de los subsidios con respecto a la ley de 1996. Mostrando la concordancia en el tema entre los dos principales partidos políticos, durante el gobierno del demócrata Barack Obama se sancionó la última ley agrícola previéndose un total de 956 000 millones de dólares en 5 años, con precios sostén, seguros de cosechas y subsidios a los productores y al consumo interno. Esto perjudicó directamente a países con una estructura de exportaciones predominantemente agrarias como Argentina, que tiene un déficit comercial anual con Estados Unidos de unos 6000 millones de dólares. Actualmente los limones y las carnes argentinas, pese a que estas últimas fueron liberadas por la Organización Mundial del Comercio del problema de la aftosa, siguen sin poder ingresar en el mercado estadounidense.
Como lo hacía en antaño con el Reino Unido —con el que había establecido una relación especial— para comprar los productos manufacturados, bienes intermedios y bienes de capital de alta tecnología que provee Estados Unidos, Argentina debería colocar sus exportaciones en otros mercados o endeudarse. Esta cuestión siempre estuvo en el fondo de los enfrentamientos políticos y económicos entre ambos países, tanto con gobiernos de derecha, militares o populistas en Argentina como con gobiernos republicanos o demócratas en Washington.
Se expresaron en casi todas las conferencias panamericanas y otros foros internacionales. En la primera de esas conferencias en 1889, los representantes argentinos, dos futuros presidentes, no aceptaron la creación de una unión aduanera continental, primer antecedente de lo que sería el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), proclamando la vocación europeísta su país. Los problemas políticos se agravaron durante las dos guerras mundiales por la política de neutralidad argentina en ambos conflictos con gobiernos de distinto signo y luego con el primer peronismo. Pero una de las mayores fricciones se produjo con la última dictadura militar anticomunista que privilegió el comercio con la antigua Unión Soviética, atentó contra los derechos humanos y desató la Guerra de las Malvinas.
En cambio, el mayor intento de aproximación fue durante la presidencia de Carlos Menem, aquello que se denominó “relaciones carnales”, con la liberalización de la economía —acorde a los consejos del Consenso de Washington— su cuasi dolarización y el incremento del endeudamiento externo. Esto culminó en el 2001, ya bajo la presidencia de Fernando de la Rúa, produciendo la mayor crisis económica y social de la historia del país.
En las últimas 2 décadas, Argentina había optado bajo los gobiernos kirchneristas por una política de desendeudamiento y diversificación comercial para eludir estos problemas, apostado, con aciertos y errores, a una mayor integración regional en el marco del Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y al comercio con China y otras economías emergentes. Esto explica el rechazo al ALCA, que fue realizado conjuntamente por cinco países que integraban la región, quienes veían en ese acuerdo ventajas notorias para los capitales, servicios y manufacturas estadounidenses sin un compromiso de abrir mercados a los productos locales. Pero también representaba en el caso argentino, ahora con otra visión, una continuidad de su oposición a este tipo de acuerdos que viene desde 1889. En otros aspectos, las relaciones con Estados Unidos se mantuvieron en un distanciamiento relativo. Se aplicaron políticas de control de la economía y dirigidas al mercado interno, criticadas por Washington en su momento, que procuraron amparar sin poder lograrlo plenamente la economía interna de la crisis internacional.
La política exterior del gobierno macrista se planteó como objetivo una nueva reinserción en el mundo. Para ello, se lanzaron señales de confianza al capital financiero, especialmente de la potencia del norte, para traer inversiones, facilitar la toma de préstamos y abrir nuevos mercados para las exportaciones. El pago a los holdouts, que reclamaban un monto de compensación extraordinario por una deuda comprada a precios irrisorios, pensando que eso iba mejorar la financiación internacional, no se tradujo por el momento en ventaja alguna. Se abogó por la firma de tratados de libre comercio con Europa y Estados Unidos, se entró como observador a la Alianza del Pacífico, se pidió flexibilizar el Mercosur y se alejó de organismos como la Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Volver al mundo para el nuevo gobierno era recuperar vínculos tradicionales, cambiando la agenda en materia económica (apertura del mercado interno, concesiones al capital extranjero), política (reivindicación de la Organización de Estados Americanos, aval al golpe institucional en Brasil), militar (acuerdos para entrenamiento de tropas argentinas y compra de armamentos, y guerra contra las drogas), e ideológica (aceptación de la globalización neoliberal evitando cualquier perspectiva de un orden mundial multilateral).
Mauricio Macri imaginó que se sumaría a los tratados de libre comercio, pero no leyó bien los cambios geopolíticos que se manifestaron con el brexit primero y con el triunfo de Trump después. El apresurado apoyo a Hillary Clinton en las elecciones estadounidenses fue un paso en falso.
Hoy es poco realista el deseo del presidente de que Argentina se transforme en un gran hipermercado mundial, como llegó a plantear. En las relaciones con Estados Unidos habrá que barajar y dar de nuevo recordando mejor el pasado y buscando un equilibrio comercial. El cierre de empresas locales y el consiguiente desempleo, en parte como consecuencia un nivel más alto de importaciones, obliga a repensar las actuales políticas económicas. Para una economía como Argentina es necesario encontrar un punto medio que defienda el mercado interno y diversifique y amplíe el comercio y las relaciones internacionales. De otra manera, los conocidos péndulos que van de un extremo al otro del espectro político vuelven a repetirse y las democracias se resienten.
MARIO RAPOPORT es doctor en Historia por la Universidad de París I y licenciado en Economía Política por la Universidad de Buenos Aires. Es profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires y profesor del Instituto del Servicio Exterior de la Nación en Argentina. Sus libros más recientes son Historia oral de la política exterior argentina, Volumen I (1930-1966) e Historia oral de la política exterior argentina, Volumen II (1966-2016).
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