Por Carlos Aznárez
Resumen Latinoamericano
Oscar López Rivera, lo sabe todo el mundo, va a recuperar su
libertad en pocos meses, producto de un “indulto” que no es tal sino del
fruto de una aguerrída y masiva movilización popular, tanto en Puerto
Rico como a nivel internacional.
No, nos engañemos: de la misma manera que Obama, el carnicero de
los pueblos de Medio Oriente, bajó la cabeza recientemente ante la
gallardía del pueblo cubano y tuvo que reconocer que el bloqueo sirvió
de poco y nada a los intereses de sus criminales promotores, ahora hay
que ver este logro de la libertad de Oscar en la verdadera dimensión de
lo que significa. Y no es más que una nueva demostración que la férrea
unidad del pueblo boricua, más allá de sus diferencias, ha podido
arrancar de las cárceles yanquis a uno de sus mejores hijos.
Cabe recordar que cuando mencionamos a Oscar como un patriota, lo
planteamos no sólo por las afrentas y dolorosas penalidades sufridas en
prisión en estos últimos 36 años, sino por todo su trabajo en pos de una
sociedad más inclusiva, menos racista y sobre todo, por luchar
denodadamente por romper las cadenas coloniales que atan a su país con
el Imperio. En 1981, Oscar fue detenido por su pertenencia a las
Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y condenado a 55 años de
cárcel, a los que en 1988 se le agregaron otros 15 años adicionales,
como producto de los juicios-farsa que se ejecutan a diario en los
Estados Unidos. Antes de ello, cuando como muchos jóvenes boricuas fue
obligadamente reclutado para combatir en Vietnam, pudo comprobar in
situ lo que significaba la bestialidad descargada por el imperialismo
contra otros pueblos. Pero fue a su regreso a Chicago, cuando, con
militante conciencia comenzó la lucha por los que Fanon denominó
“condenados de la tierra”.
Todas las iniciativas por mayor justicia social, vivienda,
educación, salud para los excluidos de la población latina y
afroamericana tuvieron a Oscar como uno de sus grandes impulsores.
Fogueó su temple emancipador en innumerables actos de desobediencia
civil y de enfrentamiento contra quienes de manera descarada explotaban a
sus hermanos. En cada una de esas ocasiones la respuesta a demandas
pacíficas y más que lógicas, siempre fue la represión, las detenciones,
las torturas a quienes osaban rebelarse allí mismo, en el corazón del
monstruo.
Cuando en 1976 se enrola en las FALN y pasa a la clandestinidad,
Oscar sabía que esa decisión, la de ser un revolucionario, se tomaba
para toda la vida, y que indudablemente podía traer aparejado lo que
luego se descargó sobre su cuerpo. Esa consecuencia, surgida de entender
que la pelea por la independencia exige de grados superiores de
compromiso pero también de dignidad, lo llevó a que en 1999 cuando
Clinton amnistió a varios presos políticos puertorriqueños, Oscar
rechazara esa concesión debido a que otros de sus mejores compañeros aún
deberían permanecer en la cárcel. Con ese fuerte gesto en su mochila,
se dispuso a seguir mostrándole los dientes a los enemigos de su pueblo,
con la confianza que su libertad se produciría por la presión que
pudieran hacer los hombres y mujeres por los que él había entregado
tantos años de militancia.
Como ocurre con esos muros que los poderosos construyen para
separar pueblos o silenciar verdades, la constancia de la movilización
popular comenzó a perforar de a poco lo que aparentaba ser imposible de
derribar. El rostro sonriente de Oscar se entremezclaba con cientos de
banderas puertorriqueñas, las y los jóvenes que en su momento se
lanzaron a las calles a homenajear a Filiberto y a los Macheteros,
supieron organizar miles de actos, marchas, acciones culturales, en los
que el pensamiento de Oscar, sus reflexiones patrióticas ("Amo a mi
patria a pesar de que es la colonia más antigua del mundo. Y es por eso
que sigo diciendo que amar a Puerto Rico no cuesta nada. Lo que sería
costoso es si la perdemos”.) vigorizaba todos ellos y ayudaba para sumar
más y más voluntades tanto adentro como fronteras afuera.
La constante solidaridad de Cuba con la causa puertorriqueña ayudó a
que la campaña mundial por Oscar adquiriera una dinámica que posibilitó
que su caso, en el marco de tantos y tantos prisioneros
antiimperialistas, se comenzara a convertir en símbolo de exigencia de
libertad para todos ellos y ellas. Así fue, que recientemente, cuando
Oscar cumplió 74 años, la movilización popular alcanzó un clímax que ni
el propio patrón del Imperio pudo ignorar. Y de allí, no lo dudemos, de
esa fuerza incontenible que es la de pelear por las causas justas surge
este mezquina concesión de míster Obama, que en vez de abrir ya las
puertas de la prisión, posterga hasta mayo esa alegría que todos hoy
festejamos por anticipado.
Volverás Oscar a tu amada Nación puertorriqueña, lo harás invicto
como los grandes luchadores y luchadoras, y cuando llegues a pisar esa
tierra por la que sigues luchando te confundirás en mil abrazos, y entre
ellos, en primera fila verás a otro guerrero como tú, que también se
alzó en armas y masticó durante décadas la bronca carcelaria y que ahora
sigue batallando sin descanso a pesar de los años. Se llama Rafael
Cancel Miranda, y ha sido uno de los más insistentes con sus escritos y
poemas en reclamar tu libertad a escala internacional. Te bañarás en
multitudes Oscar, en merecidos agradecimientos por haber sido tan fuerte
como un roble, y lo que es más importante, tu nombre será vitoreado por
esas nuevas generaciones que más temprano que tarde serán las llamadas a
conseguir la impostergable independencia, por la que patriotas como tú
fueron marcando el camino. Ese día, desde todos los confines de Nuestra
América, gritaremos: ¡Viva Puerto Rico libre!, no tengas dudas Oscar.
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