Leandro Morgenfeld * (Especial para sitio IADE-RE)
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"A gobiernos derechistas, como los de Macri, Temer o Peña Nieto, alinearse con el impopular Trump les hará pagar un costo político interno más alto. Nuestra América debe avanzar con una agenda propia, descartar las estrategias aperturistas y subordinadas a Estados Unidos", indica el autor en su análisis.
"A gobiernos derechistas, como los de Macri, Temer o Peña Nieto, alinearse con el impopular Trump les hará pagar un costo político interno más alto. Nuestra América debe avanzar con una agenda propia, descartar las estrategias aperturistas y subordinadas a Estados Unidos", indica el autor en su análisis.
Cuando llegaron a la Casa Rosada,
Macri y Malcorra impulsaron una nueva política exterior, subordinando su agenda
a de los gobiernos de Estados Unidos y Europa. Argumentaban que así atraerían
inversiones, facilitarían el crédito externo a tasas más bajas y ampliarían las
exportaciones. A lo largo de su primer año, el nuevo gobierno argentino
sobreactuó el alineamiento con Washington –retomando la senda que supo
transitar Menem en los noventa- y se ilusionó con la continuidad que supondría
la previsible llegada a la Casa Blanca de Hillary Clinton. Sin embargo, la
lluvia de inversiones no llegó, las tasas para tomar créditos no disminuyen y
la balanza comercial empeoró. El triunfo de Trump profundiza el contexto
externo negativo y muestra el fracaso de la estrategia aperturista, situación
que reconocen hasta los impulsores de la inserción internacional neoliberal. De
aquí en más, subordinarse al imperio acarreará para Macri costos políticos
internos más altos –para muestra, ver lo que está ocurriendo con Peña Nieto en
México- y beneficios aún más inciertos.
En abril de 2015, meses antes de las elecciones presidenciales,
se hizo público el documento “Reflexiones sobre los desafíos externos de la
Argentina: Seremos afuera lo que seamos dentro”, del autodenominado “Grupo
Consenso”, integrado por referentes de la oposición al kirchnerismo, que
planteaba cuáles eran los desafíos, en materia política exterior que debía
abordar quien sucediera a Cristina Fernández.
Lo más llamativo del texto son algunas omisiones
fundamentales para comprender la última década. Por ejemplo, no da cuenta del
“No al ALCA” en Mar del Plata (2005), que permitió la aparición posterior de
nuevas instancias de integración (ALBA) y de coordinación y cooperación
política (UNASUR y CELAC) en América Latina y el Caribe. Ninguna de estas
herramientas es siquiera mencionada, lo que configura un claro ocultamiento.
¿Se puede escribir un documento con tamañas pretensiones y no mencionar a la
unión de 33 países de América Latina y el Caribe, que ha tomado forma bajo la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños? ¿Se puede mencionar a la ONU
como foro privilegiado en la escena internacional -como se hace en reiterados
pasajes- sin mencionar al G77+China, el principal bloque dentro de esta
organización, donde precisamente la Argentina participaba con gran peso junto
al resto de la región? Justamente Macri, desde que asumió, decidió ningunear
estas organizaciones alternativas, y privilegiar otras, como el Foro Económico
de Davos (al que asistió personalmente en enero de 2016) o la Organización de
los Estados Americanos (a la que reivindicó con Obama, en la declaración
conjunta del 23 de marzo).
El documento del Grupo Consenso pedía “insertar
adecuadamente” a la Argentina en el mundo, que el país se transformara en un
actor global “responsable”, partiendo de nuestra “identidad occidental” y
defendiendo las “instituciones republicanas, la división de poderes, la
libertad de expresión, los derechos humanos y las garantías
individuales”. Llamaba a consolidar los valores de una “sociedad abierta,
moderna y respetuosa del ordenamiento internacional”. En síntesis, había que
volver a ser un país “normal” y “serio”, como venían proclamando muchos de los
firmantes en los últimos años. O sea, asumir nuestra condición periférica y
evitar cuestionar el rol de gendarme global que hace décadas ejerce Estados
Unidos, con Europa y Japón como socios.
En ese texto se planteaba, además, la necesidad de
establecer una “adecuada convergencia entre el Mercosur atlántico y la
promisoria Alianza del Pacífico”, pero sin dar cuenta de que, precisamente,
esta última -impulsada por México, Colombia, Perú y Chile, que firmaron
Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos tras la derrota del ALCA- era una
herramienta para intentar una restauración conservadora y para imponer una
agenda neoliberal.
Además, bajo la idea de “fortalecer nuestras
tradicionales relaciones con Europa y EEUU”, se pedía al futuro gobierno
encarar una política exterior diferente a la kirchnerista, que precisamente se
había caracterizado por estrechar acuerdos con los BRICS -Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica-, sin dejar de lado históricas relaciones del país. En
definitiva, se demandaba una “apertura” del Mercosur, orientada a la UE y EEUU,
una idea sobre la cual las derechas latinoamericanas venían trabajando con
fuerza en los últimos años.
El documento resaltaba como positiva la
especialización en la producción de alimentos y energía, alentando un esquema
reprimarizador y extractivista que genera exclusión y destruye el medio
ambiente, permitiendo ganancias extraordinarias para un núcleo reducido de la
clase dominante -y los grandes capitales externos con los que se asocia- y un
escasa diversificación productiva. Retomando la agenda de Estados Unidos,
señalaba que los principales enemigos a escala global eran el terrorismo, el
narcotráfico y el crimen organizado. No decía nada de cómo esas “amenazas” se
utilizaron para dar sustento a invasiones militares unilaterales ni a campañas
de desestabilización de gobiernos adversarios de Estados Unidos.
El “Consenso” que promovían, por los dichos y las
omisiones mencionadas, parecía más cercano al “Consenso de Washington” de los
90, cuando la política económica de nuestros países era determinada por los
organismos multilaterales de crédito, al calor de una indiscutible hegemonía
estadounidense a nivel mundial. Con cierta nostalgia de las “relaciones
carnales” que primaron en aquella década, y utilizando un lenguaje aggiornado, los firmantes de este
documento apuntaban a una restauración conservadora en la política exterior
argentina e impulsan la vuelta a una inserción internacional dependiente. ¿Por
qué lo recordamos ahora? Porque la política exterior desplegada en el último
año comparte sus premisas.
Inserción
internacional aperturista y política exterior subordinada
Desde
que asumió, el gobierno encabezado por Macri siguió los lineamientos del Grupo
Consenso. Malcorra señaló, en diciembre de 2015, que desplegarían una política
exterior “desideologizada”, cuyo objetivo es la atracción de capitales, la toma
de préstamos y la apertura de nuevos mercados para los exportadores Macri no
ahorró señales hacia el gran capital financiero, pero sobre todo hacia Estados
Unidos.
Desde su concepción liberal, la vía para dar
seguridad jurídica a los inversores externos es firmar Tratados de Libre
Comercio (TLC). Viajó a Davos, se reunió con líderes europeos y recibió a
Obama. En julio visitó Chile para participar por primera vez de la cumbre
presidencial de la Alianza del Pacífico, donde insistió en que el Mercosur
estaba congelado y debía sellar un tratado comercial con ese bloque; luego voló
a Francia, Bélgica y Alemania, para relanzar las negociaciones de un “acuerdo
de asociación” con la Unión Europea; y culminó su periplo en Estados Unidos,
para reunirse con los CEOs de empresas de telecomunicaciones y servicios.
“Argentina volvió al mundo”, declaró en Berlín, eufórico ante empresarios
teutones.
Macri y Patricia Bullrich
permitieron a Estados Unidos avanzar nuevamente en materia militar y de
inteligencia, con la excusa del terrorismo y la lucha contra el narcotráfico.
Hay planes de adiestramiento de tropas, venta de armamento y también viene
hablándose de una base en Misiones, cerca de la Triple Frontera, y otra en
Tierra del Fuego, cerca de la Antártida. Se las enmascara como bases
humanitarias o científicas, pero son emplazamientos militares de nuevo tipo.
El gobierno de Cambiemos decidió impulsar las
negociaciones comerciales en tres direcciones: intentar sellar un acuerdo
Mercosur-Unión Europea, procurar un tratado de libre comercio con Estados
Unidos y avanzar en una convergencia con la Alianza del Pacífico, como primer
paso para sumarse al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP). Macri
abandonó una política exterior de orientación latinoamericanista y que apuntaba
a los BRICS, y está reeditando una suerte de “relaciones carnales” con los
Estados Unidos. Su apoyo a Hillary Clinton en las elecciones estadounidenses tenía
que ver con mantener ese alineamiento, con la esperanza de que así llegarían
las inversiones y créditos a tasas más bajas. La posición pro acuerdos de libre comercio de
Clinton era convergente con la política exterior que impulsa el actual gobierno
argentino.
Malcorra, por su parte, cerró el 2016 acumulando
críticas de diversos sectores. A su fallida carrera por la Secretaría General
de la ONU (muchos cuestionaron la incompatibilidad con el cargo de canciller),
se le suma el bochornoso Acuerdo con Gran Bretaña y el varias veces explícito
apoyo a Clinton. Sin embargo, el mayor fracaso de su gestión es que el cambio
de contexto internacional a partir del triunfo de Trump echa por la borda con
el núcleo de la política exterior de Cambiemos. Abren la economía e impulsan
tratados de libre comercio cuando hay un repliegue proteccionista en Estados
Unidos y Europa. Apuestan al crédito externo cuando va a tender a encarecerse
el acceso al dinero y dan concesiones para atraer inversiones, cuando los
capitales se van a refugiar en los países centrales, ante tanta incertidumbre
global.
Los desafíos ante
el triunfo de Trump
Los gobiernos neoliberales que apostaban a la continuidad con Clinton y
a la firma y extensión de acuerdos como el NAFTA y el TPP, ahora están
recalculando. Se les dificultará seguir con la política de promoción del libre
comercio, endeudamiento externo masivo y concesiones para atraer inversiones
estadounidenses. El contexto internacional va a ser mucho más adverso. Cantan
loas a la globalización neoliberal, cuando en Estados Unidos y Europa está
siendo impugnada. En Argentina, por ejemplo, ya hablan de la necesidad de
diversificar mercados y desplegar una política exterior menos enfocada en
Washington y la Unión Europea, justo lo contrario que hicieron en el último
año.
La política externa desplegada por
Macri profundiza la inserción dependiente. Apenas es beneficiosa para una
minoría concentrada: los bancos, los socios menores del gran capital
trasnacional y los grandes exportadores, beneficiados por la baja de
retenciones y por la mega-devaluación inicial. Sin embargo, hubo una evaluación
errónea del contexto internacional. Se promovió una apertura comercial en
función de avanzar con tratados de libre comercio, justo cuando las potencias
occidentales avanzan en sentido contrario. Se pagó lo que exigían los fondos
buitre, elevando enormemente el endeudamiento externo. Sigue cayendo la
actividad, aumentan el desempleo, la pobreza y la desigualdad, la inflación no
cede y la deuda externa aumenta como nunca antes.
Ante la radicalidad del giro en materia de política exterior, es
necesario recordar que la posibilidad de ampliar la autonomía nacional y
regional depende de mantener una relación no subordinada con Estados Unidos,
justo lo contrario del embelesamiento que mostró Macri con Obama y que ahora
pretende reconstruir con Trump (la elección como ministro de Hacienda de
Nicolás Dujovne, cuñado del socio local del magnate neoyorkino, parece ir en
esa línea). Potenciar la integración latinoamericana, hoy en crisis, es condición
necesaria, aunque no suficiente, para desplegar iniciativas que amplíen el
margen de maniobra, como la creación de mecanismos de defensa o financiamiento
regional. Si se siguen resquebrajando los mecanismos latinoamericanos de
cooperación y coordinación política, como la UNASUR y la CELAC –ninguneados por
el gobierno que encabeza Macri-, y de integración alternativa, como el ALBA, en
función de recomponer los vínculos subordinados con Estados Unidos y las demás
potencias, Argentina seguramente recorrerá el sendero que ya tantas veces en la
historia la llevó a crisis económicas, ajustes sociales y tensiones políticas.
La única forma de hacerlo en forma
no dependiente es recuperando la coordinación y cooperación política en torno a
organismos latinoamericanos y avanzando hacia una integración alternativa. Las
guerras de monedas y comerciales que se avizoran, a partir del repliegue
neoproteccionista que prometió Trump en la campaña, obligan a pensar estrategias
económicas que potencien los mercados internos y regionales, a contramano de
las lógicas de libre mercado que impulsa la Alianza del Pacífico. O sea, el
“modelo” aperturista de Perú y Chile, que tanto alabaron gobiernos neoliberales
como el de Macri, deberá ser abandonado.
El encarecimiento del crédito, a
partir de una esperable suba de la tasa de interés por parte de la Reserva
Federal, obliga a los países latinoamericanos a abandonar las políticas de
endeudamiento externo y desplegar estrategias que reviertan la desigualdad y
dependencia que se profundizaron a partir de la aplicación acrítica de la
globalización neoliberal que impusieron desde los centros del capital
trasnacional. Como ya no vendrán las inversiones extranjeras que añoran los
gobiernos neoliberales, es contraproducente otorgar concesiones para “seducir”
a los mercados. Macri no parece tomar nota del cambio de escenario. En su
primera conferencia de prensa del año, el 17 de enero, declaró: “No creo que
las políticas proteccionistas de Donald Trump nos perjudiquen. Espero que le dé
importancia a la relación con Argentina, creo que hay un enorme camino para
recorrer juntos. Tenemos mucho por mejorar en esta ruta que trazamos con Barack
Obama y que esperamos continuar con Donald Trump”.
En la región, es esperable que el
racismo de Trump y su menosprecio hacia los hispanos incremente el rechazo al
gobierno de Estados Unidos. A gobiernos derechistas, como los de Macri, Temer o
Peña Nieto, alinearse con el impopular Trump les hará pagar un costo político
interno más alto. Nuestra América debe avanzar con una agenda propia, descartar
las estrategias aperturistas y subordinadas a Estados Unidos. El fracaso de las
socialdemocracias europeas y del Partido Demócrata en Estados Unidos, que a
pesar de su prédica progresista implementaron el ajuste neoliberal, tiene que
ser una lección para las fuerzas populares y de izquierda. O se avanza con una
crítica radical y se construyen alternativas, o la impugnación a la
globalización neoliberal será aprovechada por los líderes neofascistas.
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