“El
gran problema hoy no es solamente resistir, sino organizarnos mejor.
Hay que entender muy bien cuáles son los retos que tenemos para hacer de
América Latina una región más justa, más democrática y más
igualitaria”, dice Pablo Gentili, uno de los compiladores junto a
Nicolás Trotta de América Latina. La democracia en la encrucijada,
edición en homenaje a la visita de la presidenta Dilma Rousseff a la
Argentina –que dará una conferencia magistral este jueves a las 17 en
Sarmiento 2037–, publicado conjuntamente por la editorial Octubre, la
Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET) y el
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), que PáginaI12
ofrecerá con el diario de mañana en compra opcional de 70 pesos. Los
ensayos del libro proponen analizar los desafíos que enfrentan los
países de la región ante un presente complejo y perturbador, con amplios
sectores de la sociedad que no votan o, cuando lo hacen, eligen
gobiernos que “claramente se contraponen a los derechos que afirman su
reconocimiento como sujetos ciudadanos”. Hay textos indispensables de
Ignacio Ramonet, Daniel Filmus, Alejandro Grimson, Julio C. Gambina,
Leandro Morgenfeld, Pablo González Casanova, Theotônio dos Santos,
Cecilia Nahón, Boaventura de Sousa Santos, Antonio Elías, Fernando
Mayorga, Darío Salinas, Casandra Castorena Sánchez; un trabajo conjunto
de Yamandú Acosta, Verónica Giordano y Lorena Soler; y una entrevista al
filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas.
Después del golpe institucional contra Dilma Rousseff en Brasil, el
futuro de América Latina, ante un nuevo ciclo conservador que se cierne
sobre la región, demanda una gran dosis de creatividad política para
fortalecer alternativas democráticas que puedan superar un modelo de
exclusión que multiplica la injusticia social en el continente. “América
Latina vivió un período de grandes transformaciones democráticas en los
últimos años, pero hoy se enfrenta a algunas evidencias que son
preocupantes. El triunfo de Mauricio Macri significó la regresión de
algunas de las conquistas más importantes que se habían logrado y un
aumento de la desigualdad y de la pobreza: hay casi cinco millones
nuevos de pobres que ha creado el gobierno de Macri, una gran
inestabilidad económica, un profundo endeudamiento externo del país con
más de 45 mil millones de dólares de deuda nueva contraída en un año.
Argentina ha dado un paso atrás enorme, lo que ha significado perder en
un muy pocos meses lo que tardamos muchísimo tiempo en construir”,
plantea Gentili a PáginaI12. “En Brasil estamos viviendo las
consecuencias de un golpe de Estado que puso al país al borde del abismo
de la ilegalidad, con un gobierno deslegitimado y que tiene como
principal salida a la crisis congelar el gasto público por veinte años.
Colombia ha tenido un gran avance con el proceso de paz, pero el
plebiscito lo derrotó y ahora trata de recomponerse, aunque hay cada vez
más dudas sobre la efectividad que tendrá el proceso de paz. América
Latina hoy está en una verdadera encrucijada democrática, donde lo que
parecía ser un tiempo atrás un gran laboratorio de experimentación de
políticas progresistas y de promesas de justicia social ha regresado al
pasado de forma muy vertiginosa”, advierte Gentili, secretario ejecutivo
de Clacso y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro
(UERJ).
–Las democracias en la región están en un momento de mucha
fragilidad, especialmente por la baja participación de la ciudadanía a
la hora de votar. ¿Por qué crece el abstencionismo en América Latina?
–Los altísimos niveles de abstinencia electoral reflejan un cierto
agotamiento de la democracia para un significativo sector de la
población. En el marco de la democracia representativa, delegativa,
liberal, republicana, el momento más importante de realización de la
responsabilidad ciudadana es elegir a los representantes. La democracia
es, o debería ser, mucho más que votar. Sin embargo, lo básico de la
democracia que es votar cada vez despierta menos interés en los
ciudadanos y ciudadanas, en buena medida porque reconocen que no es a
partir de ahí que se cambian de manera significativas las cosas. En
Colombia, el 66 por ciento de la sociedad no votó y de los que votaron
el 19 por ciento le dio el triunfo nada más y nada menos que al “No” a
los acuerdos de paz. Cuando se dice que en Colombia ganó el “No”, esto
es falso; en Colombia ganó el “no te metás”, “eso no tiene que ver
conmigo”, expresiones que manifiestan un alejamiento de los ciudadanos
de la participación política más elemental que es el ejercicio del voto.
Las tasas de abstención son grandes en Chile y en Brasil, donde a pesar
de ser el voto obligatorio miles de brasileños y brasileñas no votan.
Esto es un síntoma de una realidad sobre la que tenemos que reflexionar
porque no está solamente en crisis la democracia participativa. La
ciudadanía simplemente no se expresa y los pocos que se expresan lo
hacen a favor de políticas regresivas o reaccionarias, lo cual también
es más perturbador.
–Esta indiferencia, ese “no te metás”, parecía una peculiaridad de
gobiernos autoritarios o dictaduras que ejercen el terror, pero hoy es
una característica de las democracias en el mundo. ¿Qué fue lo que pasó?
–Este es uno de los grandes temas que hay que discutir y analizar de
manera urgente, porque la falta de interés en la participación está
originada en el no reconocimiento de la gente del valor que tiene
ejercer el derecho a elegir de manera eventual. ¿Por qué la gente no
vota? Evidentemente no confía más en esta promesa de que votando puede
cambiar la realidad, que la puede mejorar, que puede construir un
horizonte nuevo para sus demandas y necesidades. En Colombia, el
abstencionismo de más del 66 por ciento de la población revela que la
mayoría de la población no creía que el plebiscito era un mecanismo
legítimo y eficiente para contribuir a eso que debería ser un principio
esperado por toda la sociedad que es la paz. ¿Por qué la gente no confía
en la democracia? Debe ser como consecuencia de la mala gestión de los
políticos y también del nivel cada vez más subalterno que ha tenido la
participación popular en la toma de decisiones de los grandes asuntos
públicos en América Latina, donde se llama a la gente a votar cada dos
años, pero no se la llama a opinar, a decidir, a discutir espacios más
activos para el ejercicio de los derechos ciudadanos.
–Una cuestión acuciante tiene que ver con un interrogante que emerge
a la par del triunfo de gobiernos de derecha en la región: ¿por qué los
ciudadanos, cuando votan, votan contra sus propios intereses?
–En el caso de la Argentina es una cuestión que deberíamos examinar
especialmente los que hemos defendido el proceso de cambio que vivió
nuestro país en la última década. La derecha ha tenido capacidad para
organizarse y reaccionar después de las conquistas progresistas. Al
mismo tiempo, los sectores más conservadores han logrado reposicionarse
en la batalla política y dar una respuesta que les permitió llegar al
poder. Hay un factor que tuvo que ver con la debilidad, con la
incapacidad o con los límites que ha demostrado el progresismo para
mantenerse en el poder. Cuando se pierden espacios en la política, se
pierden por los aciertos que tienen unos y por los errores que tienen
otros. Acá la derecha consiguió acertar, para desgracia del progresismo,
el tono en las campañas, el mensaje, la narrativa que ha elaborado
acerca de cómo estábamos y hacia dónde deberíamos ir. Pero también hubo
una cierta incapacidad por parte de los sectores populares, nacionales,
progresistas, de poder expresar una alternativa que sea más confiable,
que genere más adhesión e interés por parte de la sociedad. Por eso creo
que es necesario hacer una autocrítica desde el campo del progresismo
de los errores que se cometieron y que nos llevaron a estar como
estamos, para no llegar a una posición un poco cínica de pensar que
nuestra derrota se debe sólo a la capacidad que tenía la derecha de
organizarse. Esta es una parte de la historia, pero hay otra parte que
tiene que ver con nosotros y es bueno que la indaguemos para evitar
cometer los mismos errores en el futuro.
–¿Cuáles serían los errores más importantes?
–Los sectores progresistas en toda América Latina consiguieron
alcanzar algunas victorias democráticas muy significativas: reducir la
pobreza, ampliar y aumentar la esfera de derechos, poner a los pobres en
el centro de las prioridades de la política pública, generar mayores
espacios de participación, afirmar derechos que históricamente fueron
negados –también nuevos derechos que fueron conquistados mediante las
luchas, que los Estados reconocieron mediante leyes que significaron un
inmenso avance democrático en nuestras sociedades–, pero a la vez hubo
una gran dificultad para poder mostrar qué venía después de todo esto en
Brasil, en Argentina, en Venezuela, y probablemente en Bolivia y en
Ecuador. Hay una gran dificultad para poder construir un discurso que
permita que la ciudadanía entienda que lo que hemos vivido es la primera
etapa de un proceso de cambio y no “el” cambio. Quizá hemos exagerado
mucho el énfasis en que lo que hemos vivido fue una gran transformación,
que la tarea ya se había cumplido, pero en realidad lo que hicieron
nuestros gobiernos populares fue el primer paso de un proceso de
democratización sustantiva de nuestra sociedad que necesitaba
consolidarse con nuevas reformas. La derecha fue mucho más inteligente
porque ni Macri ni un gobierno golpista como el de (Michel) Temer niegan
que hay que hacer políticas sociales, no dejan de enfatizar que
disminuir la pobreza y la desigualdad es un gran desafío. Han
incorporado este discurso con una gran tranquilidad, aunque no pase de
una retórica que sirve más para legitimar que para describir lo que
hacen. Si los gobiernos progresistas no tienen condición para demostrar
que estas transformaciones que realizaron son la primera etapa de un
proceso de cambio y de reforma social, política, cultural y educativa
más profunda y más duradera, de lo que se trata en definitiva es ver
quién está en mejores condiciones para mantener lo que se logró. Eso es
lo que la derecha supo aprovechar. La propuesta de Macri, que para nada
cumplió, fue el programa “pobreza cero”, que lo lanzó como promesa y
generó en su primer año de gobierno cinco millones de pobres. Lo que
Macri entendió es que la polarización no se tenía que hacer en torno a
los que creaban o no pobreza porque iba a ser un pésimo negocio decir
que iba a generar más pobreza en el país. Al mismo tiempo, lo que no
deja de ser un problema es que no haya habido capacidad por parte de los
sectores progresistas para mostrar que la agenda de la transformación
es mucho más larga, mucho más compleja y necesita de un compromiso de la
gente y de los gobiernos para afianzar los cambios que se vivieron,
para fortalecerlos y radicalizarlos. Si la promesa electoral del
progresismo es mantener lo que se conquistó, y en definitiva todo el
mundo promete mantener lo que se conquistó, cómo diferenciamos griegos
de troyanos, si todo acaba pareciendo lo mismo. Y si todo acaba
pareciendo lo mismo, la gente puede tender a confiar también en lo que
parece nuevo.
–¿Cómo impactará la próxima presidencia de Donald Trump en la región?
–La situación es muy compleja porque la propuesta de Trump es la
construcción de un muro en la frontera con México que muestra el
profundo desprecio y la visión prejuiciosa y autoritaria que tiene
respecto de América Latina. Pero al mismo tiempo preanuncia también una
relación militarizada que va a tener los Estados Unidos con la región,
revirtiendo algunos de los muy tímidos avances que ha habido en relación
a Cuba. Hay algunas coincidencias que son bastantes sorprendentes en la
intervención que los Estados Unidos parece estar teniendo en algunos de
los procesos de desestabilización democrática que ha habido en América
Latina, en la crisis de nuestros propios procesos de integración
regional, que tiene motivos propios como lo estamos viviendo ahora en el
Mercosur, que son producto de nuestras incapacidades para mantener los
espacios que construimos de cooperación, de intercambio y de integración
regional; pero también es una crisis en la cual los Estados Unidos
operan y se benefician notoriamente. Esto está ocurriendo ahora con el
gobierno de Barack Obama; con el gobierno de Trump todo indica que será
muchísimo peor, al menos en lo que se refiere a América Latina. El libro
expresa algunas de estas preocupaciones, que van mucho más allá de la
retórica xenófoba, machista y racista que tiene Trump, que es sin lugar a
dudas importante, pero que no puede ser utilizada solamente para
describir la enorme gravedad que significará para la región tener como
presidente de la principal potencia del planeta, que ocupa una buena
parte de nuestro continente, a un energúmeno como Trump.
No hay comentarios:
Publicar un comentario