Por Martín Granovsky
Página/12
Cada vez parece menos crucial que Donald Trump impulse o no un área de libre comercio de las Américas al estilo de George W. Bush. Las políticas de la Argentina y de Brasil hacia Venezuela y el debilitamiento extremo de Mercosur están conformando un ALCA de facto. Un bloque político de Alaska a Tierra del Fuego con cabeza en Washington y pies en Buenos Aires y Brasilia.
El último capítulo fue el choque entre Mauricio Macri y Nicolás Maduro por los golpes que denunció la canciller venezolana Delcy Rodríguez por parte de la Policía Federal.
Maduro dijo que Macri “es un cobarde y un ladrón”.
Macri replicó que “más cobarde es someter a un pueblo”.
Es grave: los que se insultan no son dos fusibles administrativos sino dos presidentes elegidos por el sufragio universal.
El tema de fondo es la ideologización del Mercosur tras los cambios de gobierno. En la Argentina por votos. En Brasil por golpe. Pasó de ser un proyecto de mercado común en desarrollo a un escenario de la polarización entre Venezuela por un lado y Brasil, la Argentina y Paraguay por el otro. Uruguay hizo lo posible por evitar la sangre pero no pudo. Fue más fuerte el impulso de darles proyección continental a las situaciones de excepción, las policías bravas, la precarización del trabajo y el endiosamiento de la economía trasnacionalizada.
La cuestión visible es el nivel de cumplimiento de las normas mercosurianas por parte de Venezuela. La Triple Alianza, como llama Maduro a la Argentina, Brasil y Paraguay usando una licencia histórica, porque la guerra contra el Paraguay de 1865 a 1870 fue entablada por la Triple Alianza de la Argentina, Uruguay y Brasil, sostiene que a Venezuela le faltó cumplimiento a tiempo. Caracas repone que solo le queda por cumplir un siete por ciento de las normas y que cumplió el 93 por ciento restante en solo cuatro años. Los socios del Mercosur primero birlaron a Venezuela la presidencia pro-tempore que le correspondía. Luego justificaron el hecho con un argumento técnico que deberán tratar los cuerpos especializados del bloque. El mecanismo es conocido. Primero la preventiva. Después, que Justicia investigue. La Doctrina Morales sobre Milagro Sala comienza a invadir también el perfil externo de la Argentina.
La refriega que envolvió a Delcy Rodríguez el miércoles último era evitable. La canciller había avisado que vendría a Buenos Aires. Su colega argentina Susana Malcorra hasta terminó recibiéndola en el despacho del piso 13 y discutió con ella cara a cara. Desde allí a la entrada principal del Palacio San Martín, en Arenales entre Esmeralda y Maipú, donde quiso ingresar Rodríguez y al final lo logró, hay solo media cuadra. Más allá de la cuestión de fondo y al margen de cualquier opinión sobre las razones de unos y otros, ¿qué ocurrió para que en solo 50 metros se produjera el peor incidente diplomático de los últimos años?
Opción uno: el Gobierno argentino quiso someter a la canciller venezolana a una vejación física y ordenó a oficiales de policía que la acosaran. Sería una Doctrina Morales dolosa, es decir con intención de cometer el acto ilícito.
Opción dos: el Gobierno argentino ni pensó que debía evitar cualquier fricción callejera. Actuó con negligencia. Como nadie previó los hechos ni planificó la reducción de daños, la policía empujó con sus escudos a dos personas morochas y de baja estatura como Rodríguez y quien la acompañaba en ese momento, el canciller boliviano David Choquehuanca. Un acto ilícito cometido sin intención. La versión culposa de la Doctrina Morales.
Este diario no logró reunir elementos suficientes como para determinar si el miércoles funcionó la variante uno o la dos. Cada lector es libre de imaginar lo que le plazca. La verdad, de todos modos, es que Delcy Rodríguez terminó con un golpe fuerte en el antebrazo derecho, que un médico le inmovilizó la zona, que funcionarios del Palacio San Martín intentaron impedirle la entrada en malos términos, que al final fue conducida a un salón y que, cuando ya estaba sentada, un grupo de empleados comenzó a quitar las banderas y llevárselas adonde de verdad sesionarían los otros cuatro cancilleres. Todo muy bananero.
Una tentación es sostener que ni siquiera para un gobierno conservador, y ni siquiera en este mundo antidemocrático, conviene ser sede de un incidente físico con una canciller. La tentación se completaría razonando que también es torpe, y no solo injusto, incumplir los reclamos de la ONU y de la OEA sobre Milagro Sala. Sería una actitud aislacionista, para usar la palabra utilizada en una nota sutil publicada en La Nación por Santiago Cantón, secretario de Derechos Humanos bonaerense, que por cierto no comulgó nunca con el chavismo pero comprende el peso histórico del sistema internacional de derechos humanos.
¿Y si no fuera torpeza? ¿O si lo fuera y, a la vez, el deseo de perfilarse en el mundo como un país fieramente neoconservador con un Presidente orgulloso de serlo resultara un elemento superior a cualquier otro? ¿Y si la Argentina se estuviera planteando, otra vez, ser Extremo Occidente?
Mientras los lectores, los analistas y la historia contestan a preguntas que aún no tienen respuesta, el hecho cierto es que la decadencia del Mercosur se acentúa.
Venezuela no fue incorporada como miembro pleno porque Néstor Kirchner, Tabaré Vázquez, Luiz Inácio Lula da Silva y Nicanor Duarte Frutos eran chavistas. Eran amigos de Chávez pero cada uno encabezó un proceso nacional con sus propias características. Sumaron a Venezuela para completar geopolíticamente al bloque, fortalecer la matriz energética y acumular poder para jugar con mayor fuerza en un mundo que el Mercosur deseaba multipolar de veras. Lo mismo sucedió con Bolivia, que desde 2015 es Estado parte del Mercosur y será miembro pleno cuando todos los congresos ratifiquen su incorporación. La diversidad se mantuvo incluso respecto de los Estados asociados al Mercosur: Chile, Ecuador, Colombia, Perú, Guyana y Surinam. Chile, por ejemplo, tuvo primero en La Moneda a Michelle Bachelet, después al conservador Sebastián Piñera y más tarde de nuevo a Bachelet. Colombia pasó de la derecha belicista de Alvaro Uribe al centroderecha pacifista de Juan Manuel Santos. Y no hubo ningún problema.
El jueves último fue presentado en ATE el libro “No al ALCA 10 años después”. El título alude al aniversario, ya cumplido en 2015, de la Cumbre de las Américas de Mar del Plata. Editado por Filosofía y Letras y compilado por Julián Kan, reúne trabajos de investigadores como Luiz Alberto Moniz Bandeira, Lucila Rosso, Leandro Morgenfeld, Alberto Sosa y Alfredo López Rita.
Morgenfeld sostiene allí que el plan de crear un Área de Libre Comercio de las Américas por parte de Washington también buscaba obturar programas alternativos como un Mercosur más fuerte. Con un ALCA habría más concentración y menor importancia relativa del trabajo.
Rosso transcribe la confesión de un funcionario que se pregunta si, cuando iba al FMI, a un FMI que ocupó el centro de las referencias argentinas de política económica hasta el desenganche de 2005, las exigencias no acababan resultando caras aunque quizás algún préstamo tuviera descuento. La investigadora coloca la liquidación de la deuda con el FMI como un escalón en la búsqueda de la autonomía.
Sobre la importancia que hasta hace muy poco tuvo el comercio, escribe López Rita que “quien se disponga, por caso, a considerar los términos de crecimiento a lo largo del bienio 2013/2014, notará que las economías emergentes han tenido una tasa anual promedio de crecimiento tres veces más altas que las de las economías centrales (4,5 por ciento versus 1,5 por ciento), tendencia que replica el ritmo de crecimiento existente con anterioridad a desatarse la crisis”.
Alberto Sosa recuerda en el libro el peligro siempre presente de la desregulación de las industrias de servicios y la ruptura de toda norma proteccionista, nacional o regional, de compras gubernamentales. Y, en un ejemplo de lo que podría haber sido un desarrollo virtuoso del Mercosur, registra que sus miembros y luego los integrantes de Unasur “no privilegiaron -porque no pudieron o no quisieron- la conformación de un gran mercado interno plurinacional o casi continental, en términos bolivarianos o cepalianos”. Tampoco “concedieron particular prioridad al progreso tecnológico conjunto, a través del aumento del stock de conocimiento, o sea, al llamado crecimiento shumpeteriano”, aunque sí enfatizaron el sendero de la división del trabajo aprovechando la demanda asiática de productos.
La Doctrina Morales que ahora jujeñiza toda la política es sencilla. Si antes los gobiernos fallaron en ciertos progresos porque “no pudieron o no quisieron”, ahora está claro que no quieren. Optaron por un ALCA de facto: actúan como si los problemas de la integración se resolverán no con más sino con menos integración.
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