La ultraderecha
gana terreno en Estados Unidos y Europa ante el descontento con la
globalización y el estancamiento económico. Rebrote de nacionalismos,
xenofobía y racismo en el centro del mundo. Puede ser el cambio
occidental más importante desde la caída del muro de Berlín. Cómo puede
seguir el panorama.
Europa
vive un ascenso de las derechas radicales como no se conocía desde la
década de 1930. Al mismo tiempo, Donald Trump llega a la presidencia de
los Estados Unidos con la promesa de deportar 11 millones de
indocumentados, construir un muro en la frontera con México y "hacer
grande otra vez América", entre otros anuncios de ese tono.
Desde
ambos lados del océano Atlántico, crece el rechazo contra la
globalización, la inmigración y los partidos políticos tradicionales. Y
gana terreno el ultranacionalismo. Como señalan sociólogos y
politólogos, en amplios sectores de esas sociedades crece el sentimiento
antisistema. Algo así como el "que se vayan todos" en la Argentina de
2001, pero en una versión recargada.
Olivier Dabène, politólogo e
investigador del Instituto Sciences Po de Paris, explica: "La ola
antiestablishment claramente tiene que ver con la magnitud de la crisis
económica que sufrimos desde hace casi 10 años; y con la perspectiva de
una profundización de la globalización, que produce ese tipo de crisis".
En
diálogo desde París, Dabène señala que los gobiernos nacionales y los
órganos regionales no han estado a la altura de esos desafíos: "Se
advierte una cierta impotencia para imaginar soluciones eficientes. Hay
un trasfondo de mucha frustración de cara a esa incapacidad de reactivar
el crecimiento y de luchar contra el desempleo. Es una mezcla muy
peligrosa. Creo que hay un problema de gobernabilidad".Aunque
los fundamentos ideológicos, la retórica y el nivel de extremismo
político difieren de un país a otro, existen rasgos comunes. Los
ultranacionalistas europeos repudian las instituciones regionales. Trump
dijo que eliminará los tratados de libre comercio. Todos defienden la
idea de cerrar las fronteras y, como muestran los sondeos en Europa y
las elecciones en Estados Unidos, su respaldo social está en aumento.
En Francia, el ultraderechista Frente Nacional de
Mariane Le Pen
lidera las intenciones de voto para las elecciones presidenciales de
2017. En Hungría, el movimiento de extrema derecha Jobbik (ver nota
aparte) se convirtió en el principal partido de la oposición, al igual
que el Partido Liberal Austríaco, que es tachado de filonazi. También en
Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Eslovaquia, Bulgaria, Finlandia,
Suecia e Italia la derecha radical se consolida.
Lecciones del Brexit
En junio pasado,
el referéndum en Gran Bretaña terminó de encender las alarmas.
El triunfo de la opción por la salida de la zona euro puso en evidencia
tres cuestiones: la primera, el desgaste del bipartidismo
Laborista-Conservador, que hizo campaña por la continuidad en la Unión
Europea. Luego, el ascenso del ultraderechista Partido de la
Independencia de Reino Unido (Ukip), promotor del Brexit, que agitó el
rechazo a la inmigración y la xenofobia. Por último, el Ukip prometió
recuperar el poderío económico británico del pasado, una suerte de
"política de la nostalgia" que encontró una buena acogida en ciudades
pequeñas castigadas por la desindustrialización (y el desempleo) y en
zonas rurales. Con matices, estos componentes aparecen en el discurso de
los pares continentales de la extrema derecha británica.
"En
Europa, 'antiglobalización' significa 'anti Unión Europea e integración
regional'. Es una tendencia muy fuerte que el Brexit agravó. Si se
acentúa o no, dependerá precisamente de lo que pase en Gran Bretaña. Si
su economía repunta, seguramente otros países seguirían el mismo camino,
de lo contrario probablemente no", aventura Dabène.
Tiempo de cambios
Para
Diana Tussie, directora de la maestría en Relaciones Internacionales de
Flacso, los países centrales están embarcados en fuertes
transformaciones sociopolíticas. "Creo que es un cambio tan grande como
en su momento fue la caída del Muro de Berlín. Pero a diferencia de ese
episodio, el proceso actual no tiene un rumbo fijo. La disolución del
bloque soviético postulaba un rumbo: el Consenso de Washington, el
mercado y la globalización. Había además una idea libertaria y de que
todo iba ir mejor", afirma Tussie.
"Lo que vivimos en la
actualidad –continúa- es muy diferente. Hay una colisión entre la
política y la economía, que tiende a la unificación, la interdependencia
y la globalización. Los procesos democráticos se están plantando contra
estas dinámicas. Entran en colisión las lógicas de los mercados
globales con la decisión de los votantes".
Contra la austeridad
Las
posturas radicales son la contracara de la alicaída economía, el miedo
al desempleo y el declive del Estado de Bienestar. Pese a la inyección
de miles de millones de dólares en el sistema financiero después del
crac de 2008, las perspectivas económicas parecen poco prometedoras para
los países centrales, que enfrentan una fase de contracción más
prolongada que la 1929-1933.
El periodista de la BBC Paul Mason escribe en su libro Postcapitalismo
(Paidós, 2015): "Según la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (Ocde), el crecimiento en el mundo desarrollado
será 'débil' durante los próximos 50 años. La desigualdad aumentará un
40 por ciento. Incluso en los países en vías de desarrollo, el dinamismo
actual estará agotado para 2060. Aunque no lo digan los economistas de
la Ocde, podemos afirmar que la época dorada del capitalismo ya es
historia en el mundo desarrollado, y en el resto, lo será también en muy
pocas décadas".
Es cierto que el sistema financiero se
estabilizó, pero el costo fue un aumento exponencial de la deuda
pública, que en muchos países supera el 100 por ciento del Producto
Interno Bruto. Ante ello, los gobiernos de la Unión Europea adoptaron
políticas de austeridad que implicaron recortes en prestaciones
sociales, trabajadores públicos y pensiones. En los países más
afectados, los sistemas de pensiones quedaron prácticamente destruidos,
se retrasó la edad jubilatoria y se privatizó la educación.
Con
este trasfondo, crece el desencanto y la bronca en amplios sectores de
la sociedad, que ven cómo se paga la crisis a costa del deterioro de su
calidad de vida. A diferencia de los partidos de izquierda como Syriza
(Grecia) y Podemos (España), que pese a ser muy críticos de la Unión
Europea no proponen hacerla saltar por los aires, la ultraderecha
apuesta a la vuelta de las monedas nacionales y a la recuperación de la
soberanía cedida a los órganos supranacionales. Cuestionan la
pertenencia a una identidad europea común y, en su lugar, pretenden la
reafirmación de las identidades nacionales anteriores a la unificación.
Como
se vio en el Brexit, la llegada masiva de inmigrantes es otro foco de
tensiones. Los trabajadores provenientes de Europa del Este agigantaron
el miedo de sus vecinos del oeste a la pérdida del empleo o a la caída
del salario. Al mismo tiempo, las prestaciones estatales, que en muchos
casos sufren el congelamiento o el recorte de fondos públicos por las
políticas de austeridad, deben redoblar sus esfuerzos para atender a más
gente. Estos temores fueron hábilmente utilizados por los partidarios
del Brexit, que elevaron los niveles de xenofobia y nacionalismo como
hacía mucho tiempo no se veía.
A lo que se agrega la crisis de los
refugiados –cientos de miles huyen de los conflictos bélicos de Medio
Oriente y África-, sumando tensión al ya de por sí regresivo clima
social que se vive en el viejo mundo.
¿Lo que vendrá?
La
desregulación financiera, el retroceso del Estado, la apertura y
transnacionalización de las economías y las construcciones
supranacionales, entre otras medidas impulsadas tras la caída del Muro
de Berlín, dieron forma al orden global que hoy está bajo presión. "Creo
que hay un malestar con la globalización neoliberal que se impone hace
30 o 40 años y que produce cada vez más desigualdad, exclusión y
pérdidas de derechos sociales para las mayorías. El problema es que
hasta ahora ese descontento está siendo canalizado en favor de
candidatos y propuestas xenófobas, socialmente regresivas", acota
Leandro Morgenfeld, coordinador del Grupo de Estudios sobre "Estados
Unidos, perspectivas América Latina y Argentina" de Clacso e
Investigador del Conicet.
"El desafío para las fuerzas políticas
populares, progresistas y de izquierda –prosigue- es recuperar la
iniciativa. Hay experiencias, como algunas de las que se produjeron en
América Latina y Europa en los últimos años. También en Estados Unidos,
donde surgió hace cinco años el movimiento Occupy, y se plasmó en estas
elecciones en el enorme apoyo que cosechó la candidatura de Bernie
Sanders entre los jóvenes. En este momento de crisis del neoliberalismo,
hay condiciones para impugnar esa ofensiva del capital sobre el trabajo
y construir una alternativa progresista".
Con todo, se trata de
un escenario abierto. Como se vio semanas atrás en las elecciones
generales de Austria, con el triunfo del candidato ecologista por sobre
la extrema derecha, la llegada al poder de las alternativas radicales no
es un trámite.
De hecho, Dabène cree que el rebrote de estos
grupos no será duradero. Aunque hay motivos para el pesimismo, el
politólogo pone fichas a la (en su opinión) incipiente recuperación
económica en algunos países de la Unión Europea.
"Si esta
tendencia se consolida –indica-, los partidos tradicionales se
fortalecerán. Lo que pasó en España (la formación del nuevo gobierno a
cargo del Partido Popular) es muy emblemático; luego de tres elecciones y
meses de parálisis, Rajoy vuelve al poder, superando el desafío de
Podemos o de los partidos de centro. Creo que algo similar pasa en otros
países, donde las fuerzas tradicionales no desaparecen y están tratando
de frenar los progresos de los partidos radicales y progresivamente lo
están haciendo".
Como sea, en 2017 habrá elecciones generales en
Holanda, Francia y Alemania. En los dos primeros, la ultraderecha luce
fortalecida y su triunfo en alguno de estos países supondría el fin de
la Unión Europea. En Alemania, la canciller Angela Merkel domina la
escena, pero los sectores radicales están en ascenso.
La última palabra la tendrá el voto popular. Como el mes pasado en Estados Unidos.