Leandro Morgenfeld |
MEGAFÓN Nº 10/5 - Noviembre 2016 |
El
inesperado triunfo de Trump provocó un terremoto al interior de Estados
Unidos y también en el mundo entero. En Nuestra América crece la
incertidumbre. Mientras la mayoría de los analistas elucubran sobre
cómo será su política hacia la región, en este artículo nos enfocaremos
en cuáles son los desafíos, para los pueblos y gobiernos
latinoamericanos, a partir del arribo a la Casa Blanca del magnate
misógino y racista.
Con Trump
la región se verá afectada fuertemente por una serie de iniciativas:
endurecimiento de la política migratoria, límites al envío de remesas,
deportaciones masivas (el presidente electo prometió expulsar
inmediatamente hasta 3 millones de indocumentados con antecedentes
penales), revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(NAFTA), freno a la política de distensión con Cuba. Al mismo tiempo,
se estima que, si aplica un aumento de las tarifas aduaneras, se
dificultará el acceso al mercado estadounidense, central para algunos
países de la región (el 19% de las importaciones estadounidenses son
latinoamericanas, mayormente de México). Hay incertidumbre sobre qué
pasará con el incipiente diálogo político en Venezuela y cómo se
posicionará la Casa Blanca frente al nuevo acuerdo de paz entre Santos y
las FARC. Los cambios ya empezaron: Obama no insistirá con la
ratificación parlamentaria del Acuerdo Transpacífico (TPP). Ese mega
tratado de libre comercio, una suerte de reedición del ALCA para
contener el avance chino, había sido firmado por tres países de la
región –México, Perú y Chile- y se preveía que podían sumarse Colombia y
Argentina. La mayoría lo da por muerto, dado que fue uno de los
permanentes blancos de ataque de Trump durante toda la campaña.
Más allá de las especulaciones sobre si cumplirá o no lo que prometió, lo que está claro es que el nuevo presidente no abandonará las dos estrategias estadounidenses desde la enunciación de la Doctrina Monroe (1823): alejar a las potencias extra hemisféricas de lo que consideran su exclusiva área de influencia (el despectivamente llamado patio trasero) y fomentar la fragmentación latinoamericana para evitar que proliferen organismos en los que no interviene Estados Unidos, como la UNASUR, la CELAC o el ALBA. O sea, podrán cambiar las tácticas, pero Trump va a intentar mantener la hegemonía estadounidense en el continente americano. Ahora bien, su triunfo plantea cambios geopolíticos, económicos, militares e ideológicos a escala global. Ante este novedoso (y profundamente inestable) escenario internacional, se presentan diversos desafíos para los pueblos y gobiernos de Nuestra América. En primer lugar, con un líder como Trump, crecerán las protestas y grietas internas (movimientos como Black Lives Matter, Not My President o las iniciativas de universidades y ciudades que invocan el sanctuary status, para resistir las deportaciones de indocumentados) y se dificultará la proyección de Estados Unidos como “faro” o guía de las democracias de Occidente. Esta crisis de legitimidad del sistema político estadounidense es una oportunidad excepcional para China, Rusia y la India para avanzar en la construcción de un mundo más multipolar. América Latina debería abandonar la orientación subordinada a Washington, que vienen desplegando presidentes derechistas como Peña Nieto, Temer o Macri, y diversificar los vínculos externos, en función del resurgimiento de otros polos de poder mundial. La única forma de hacerlo en forma no dependiente es recuperando la coordinación y cooperación política en torno a organismos latinoamericanos y avanzando hacia una integración alternativa. Las guerras de monedas y comerciales que se avizoran, a partir del repliegue neoproteccionista que prometió Trump en la campaña, obligan a pensar estrategias económicas que potencien los mercados internos y regionales, a contramano de las lógicas de libre mercado que impulsa la Alianza del Pacífico. O sea, el “modelo” aperturista de Perú y Chile, que tanto alabaron gobiernos neoliberales como el de Macri, deberá ser abandonado. El encarecimiento del crédito externo, a partir de una esperable suba de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal, obliga a los países latinoamericanos a abandonar las políticas de endeudamiento externo y desplegar estrategias que reviertan la desigualdad y dependencia que se profundizaron a partir de la aplicación acrítica de la globalización neoliberal que impusieron desde los centros del capital trasnacional. Como ya no vendrán las inversiones extranjeras que añoran los gobiernos neoliberales, es contraproducente otorgar concesiones para “seducir” a los mercados. Es esperable que el racismo de Trump y su menosprecio por los hispanos incremente el rechazo al gobierno de Estados Unidos. Las derechas vernáculas, que históricamente atacaron a los procesos populares de la región, denigrándolos frente a la democracia modelo estadounidense, hoy están desorientadas: el arcaico sistema electoral permitió que gane un candidato que sacó 600.000 votos menos que su rival. Apenas votó el 56% del padrón. A Trump, en consecuencia, lo eligió sólo el 25% de los 231 millones de estadounidenses que podían sufragar (y un porcentaje menor, si sumamos a los indocumentados que carecen de derechos electorales). La legitimidad del nuevo gobierno está desafiada por miles de manifestantes que se lanzaron a las calles apenas horas después de conocerse el resultado de los comicios. En la vereda de enfrente, los supremacistas blancos están eufóricos: el Ku Klux Klan va a marchar el 3 de diciembre en Carolina del Norte para celebrar el triunfo de Trump. Se avizoran fuertes conflictos sociales, en un contexto de agudización de las tensiones raciales. Ante el descrédito que genera el showman neoyorkino, Nuestra América debe avanzar con una agenda propia: oponerse a los Tratados de Libre Comercio contrarios a los intereses de las mayorías populares, evitar la injerencia de las potencias en los asuntos internos de los países de la región -luego de varios procesos destituyentes y golpes de nuevo tipo (Honduras, Paraguay, Brasil), rechazar la militarización y exigir el retiro de las bases estadounidenses, avanzar con el proceso de paz en Colombia, reclamar el fin del bloqueo a Cuba, evitar un golpe en Venezuela, bregar por un sistema internacional más multipolar y democrático, construir instituciones financieras regionales (como el malogrado Banco del Sur) y retomar la senda de la integración alternativa con un horizonte poscapitalista. En definitiva, descartar las estrategias aperturistas y subordinadas a Estados Unidos que impulsan los gobiernos neoliberales. El fracaso de las socialdemocracias europeas y del Partido Demócrata en Estados Unidos (con un discurso ligeramente más progresista, asumieron las políticas de ajuste neoliberal, permitiéndole a movimientos xenófobos y racistas canalizar a su favor el descontento y hartazgo social) tiene que ser una lección para las fuerzas progresistas, populares y de izquierda de Nuestra América. O se avanza con una crítica radical y se construyen alternativas, o la impugnación a la globalización neoliberal será aprovechada por los líderes neofascistas. El mundo está en un momento de inflexión. Nuestra América aparece como desplazada en la agenda de la política exterior de Trump. Qué mejor que aprovechar esta circunstancia para potenciar una vía alternativa, que cuestione la creciente desigualdad y dependencia que produce el capitalismo y avance hacia una integración fuera de la órbita y el control de Estados Unidos. @leandromorgen |
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