Columna sobre la muerte de Fidel Castro en En TE
QUIERO / Fede Pais, Sofía Caram, Pancho Muñoz y Valmiro Mainetti. Lunes a
Viernes, de 6 a 9, por AM750. FB: Te quiero AM750 // TW: Tequieroalas10
Sin dar
pruebas, afirmó que "millones votaron ilegalmente" por Hillary Clinton,
arrojando un manto de ilegitimidad sobre el comicio.
El presidente electo Donald Trump
afirmó anoche _sin presentar pruebas_ que ``millones'' votaron
ilegalmente en los recientes comicios, se mofó de los casi dos millones
de sufragios más que Hillary Clinton obtuvo sobre él en
el voto popular, y reiteró su afirmación de campaña de que la contienda
estaba amañada mientras prosigue sus preparativos para ingresar a la
Casa Blanca en menos de dos meses.
Trump y sus
colaboradores censuraron el intento _al que se ha sumado Clinton_ de que
se efectúe un recuento de votos en tres estados (Wisconsin, Michigan y Pennsylavnia) en
los que ningún candidato era favorito, y describieron esa iniciativa
como fraudulenta, obra de ``chillones'' y, según el magnate, ``triste''.
El mandatario electo lanzó una ofensiva en Twitter que se extendió más de 12 horas el domingo, en la que arrojó una sombra sobre la legitimidad de una elección que él ganó.
"Gané
el voto popular si se le resta el de millones de personas que
sufragaron ilegalmente'', tuiteó durante la tarde, antes de argumentar
en un tuit por la noche que hubo ``grave fraude electoral en Virginia,
New Hampshire y California''. Y se quejó de que los medios no
informaran al respecto. El equipo de transición de Trump no respondió a
las preguntas en las que se le solicitó evidencia de las afirmaciones
infundadas.
No ha habido indicios de una manipulación generalizada del
voto, votación ilegal o piratería cibernética que hubiera afectado
sustancialmente el resultado de una manera u otra. Precisamente esa
falta de pruebas deja entrever que el triunfo de Trump posiblemente
prevalezca en el recuento de votos.
Mientras el presidente electo se esforzaba por cubrir los
puestos en política exterior y seguridad nacional de su gabinete, una
colaboradora de alto rango expresó asombro de que el candidato
presidencial republicano de 2012, Mitt Romney, continúe figurando como
prospecto para el puesto de secretario de Estado después de haber
cuestionado durante toda la campaña el carácter, el intelecto y la
integridad del magnate.
Trump colocó en Twitter el
domingo una parte del discurso de concesión de Clinton, en el que ésta
les dijo a sus partidarios que ``Donald Trump va a ser nuestro
presidente'', y fragmentos de los comentarios de ella en los debates,
cuando criticó al candidato republicano por negarse a decir si aceptaría
el resultado de los comicios.
Trump había descrito antes como una ``estafa'' que la candidata del Partido Verde, Jill Stein,
pidiese un recuento de votos en Wisconsin, Michigan y Pennsylvania.
Trump ganó Wisconsin y Pennsylvania y, hasta el miércoles, tenía una
ventaja de casi 11.000 votos en Michigan, cuyos resultados serán
certificados el lunes. La ventaja del presidente electo en Michigan era
marginal, de 0,22%, en los votos del estado. Clinton encabeza el popular por casi dos millones de sufragios, pero Trump ganó 290 votos del Colegio Electoral en comparación con los 232 de Clinton, sin contar Michigan.
La demócrata podría inclinar la balanza del voto del Colegio Electoral
en el remoto caso de que todos los recuentos le fueran favorables.
Trump tenía planeado regresar a Nueva York el domingo después de pasar
el fin de semana del Día de Acción de Gracias en su mansión de West Palm
Beach. Su equipo de transición dijo que el presidente electo programó
una serie de reuniones para hoy lunes con prospectos para integrar su
gobierno.
Entre los puestos que aún tiene por llenar están el del encargado del Departamento de Estado.
La división interna al respecto volvió a quedar ante la opinión pública
el domingo cuando la asesora Kellyanne Conway manifestó su preocupación
respecto a la posibilidad de que Romney obtenga un cargo tan
significativo.
Los partidarios de Trump ``se sienten un
poco traicionados de que Romney ingrese de nuevo allí (al gobierno)
después de todo lo que hizo'', subrayó Conway. ``Ni siquiera sabemos si
votó por Donald Trump. Él y sus asesores no fueron otra cosa que
terribles hacia Donald Trump durante un año''. Conway agregó que ella
solo ``está reflejando lo que la base popular está diciendo''.
Rudy
Giuliani, exalcalde de la ciudad de Nueva York, y el senador Bob Corker
de Tennessee figuran entre posibles candidatos a jefe de la diplomacia
del país.
(Fuente: AP)
Los debates en torno a la muerte de Fidel Castro y el legado que dejará en Cuba y en el mundo ya comenzaron.
A menos de 48 horas de su muerte, simpatizantes y críticos del líder se
muestran expectantes sobre el impacto de la noticia en las relaciones
globales.
En esta línea, mucho se ha dicho este fin de semana sobre la relación entre la muerte de Castro con "el fin del siglo XX". En diálogo con ámbito.com, el profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigador del CONICET, y autor de varios libros Leandro Morgenfeld, se propone cuestionar esta idea y aventura que el legado de Fidel "va a agigantarse a partir de ahora".
Periodista: ¿Cómo impacta la muerte de Fidel en el contexto geopolítico inmediato?
Leandro Morgenfeld:
Más allá de su avanzada edad y de sus públicos problemas de salud, su
muerte generó una conmoción y tristeza a escala global, y en particular
en América Latina y el Caribe, donde Fidel fue y es un símbolo. Desde
2006, cuando tuvo que ser operado por su problema intestinal, fue
organizando la sucesión, para que su eventual muerte no generara una
crisis política en Cuba, de impacto impredecible. Si bien genera
tristeza, su muerte no va a modificar el contexto geopolítico en nuestra América, al menos no en forma inmediata ni lineal. Fidel fue y va a seguir siendo un referente en las fuerzas revolucionarias y de izquierda, y su legado histórico va a agigantarse a partir de ahora.
P.: ¿Considera que con la muerte de Fidel, Cuba cambiará su régimen de gobierno?
L. M.: Por supuesto que la desaparición física de Fidel va a tener una carga simbólica muy fuerte al interior de la isla, por lo que representa su figura. Pero, al
mismo tiempo, como Cuba viene instrumentando una serie de reformas, la
"actualización del modelo económico cubano", normalizando las relaciones
diplomáticas con Estados Unidos y pensando en la renovación
generacional de sus líderes. El gobierno está hace una década comandado por Raúl Castro, quien anunció que eventualmente se retiraría en 2018. Al haberse planificado el paulatino retiro de Fidel (como presidente, comandante de las fuerzas armadas revolucionarias, secretario general del partido), el impacto no genera tanta incertidumbre, como sí hubiera ocurrido hace 15 o 20 años.
P.: ¿Cómo cree que será la relación entre Cuba y Estados Unidos a raíz del deceso de Fidel y la asunción de Donald Trump?
L. M.: La reacción de Trump fue desagradable y lamentable.
Salió a festejar la muerte vía Twitter. Lo calificó como un "brutal
dictador". Poco antes, había homenajeado a ex miembros de la brigada que
invadió Cuba en abril de 1961, con financiamiento y apoyo de la CIA. E
incorporó a su equipo a un reconocido lobista pro-embargo. Trump había
considerado que la política de deshielo impulsada por Obama era
positiva, pero en los últimos meses de la campaña, para capturar el voto
de los cubanoamericanos anti-castristas de Florida, modificó su
posición y prometió dar marcha atrás. Incluso llegó a prometer que
cerraría la embajada en La Habana (reabierta en julio de 2015). Las
señales que está dando son muy preocupantes. El mundo entero le exige a
Estados Unidos que termine con el criminal bloqueo económico, comercial y
financiero que hace décadas aplasta a la isla. Pero Trump responde en
forma agresiva. Esa actitud va a generarle rechazo en nuestra
América y echa por la borda la política impulsada por la saliente
administración Obama. Creo que con Trump va a reflotarse un
sentimiento de rechazo al gobierno de Estados Unidos, por no respetar
los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos.
P.: ¿Comparte la visión de que con la muerte de Fidel termina el siglo XX?
L. M.:
Fidel, junto con el "Che" (Ernesto Guevara), son emblemas de la lucha
revolucionaria antiimperialista y socialista en nuestra América, pero
también en el mundo entero. Fue una figura clave a lo largo de la
segunda mitad del siglo XX. Impulsó una revolución anti-dictatorial en
uno de los países más dependientes y sojuzgados por el imperialismo
estadounidense. Contra toda la lógica, logró transformar esa revolución
en una socialista, resistió la invasión de 1961, organizada al final de
la administración Eisenhower y ejecutada durante la presidencia de
Kennedy, resistió un embargo de más de medio siglo, más de 600 intentos
de asesinato organizados por distintas agencias del gobierno
estadounidense. Colocó un pequeño país de 11 millones de habitantes en
el centro de la historia universal, impulsó a otros movimientos
revolucionarios en América Latina, Asia y África, resistió el colapso de
la Unión Soviética hace más de 25 años. En fin, Fidel encarna una
época. No creo que con su muerte "termine el siglo XX", como tanto se
dijo este fin de semana. Porque tampoco estamos ante un inminente
cambio en Cuba. El pueblo cubano resistió tantas cosas, tantas veces se
pronosticó el colapso de la Revolución en los últimos 50 años, que mejor
es ser prudentes. En 1953, en el juicio tras el asalto al Cuartel
Moncada, Fidel pronunció uno de los alegatos más extraordinarios, que
cerró con el emblemático: "La historia me absolverá". Creo que, más a
allá de los claroscuros de su figura, la historia lo pondrá en un lugar destacado, como la figura quizás más relevante de nuestra América en el siglo XX.
P.: ¿Cómo cree que impactará la muerte de Fidel en la población cubana en lo cotidiano?
L. M.: La omnipresencia de Fidel en Cuba hace que se muerte tenga un impacto superlativo desde el punto de vista emocional.
Hace décadas que se especula sobre qué va a pasar en Cuba cuando muera
Fidel. No pudieron matarlo, sobrevivió a todo, y terminó falleciendo a
los 90 años, luego de planificar su transición. En ese sentido, creo que no habrá un impacto inmediato en la vida cotidiana, en términos de modificación de la situación económica.
Habrá que ver cómo se procesa el recambio generacional, cómo avanzan
las reformas económicas y cómo sigue la relación con Estados Unidos,
cuando asuma Trump. Es de esperar que con la nueva administración se
haga más lento el fin del bloqueo, pero eso es algo que está por verse.
Los abogados de la demócrata afirman que no han visto ninguna evidencia de pirateo
Sin querer hablar directamente de la posibilidad de irregularidades, el equipo de la demócrata Hillary Clinton
anunció este sábado que participará en el recuento de votos en Estados
en que el republicano Donald Trump se impuso por un estrecho margen en
las elecciones presidenciales. La campaña de Clinton anunció que se suma
a los esfuerzos impulsados por la candidata del Partido Verde, Jill Stein, en Wisconsin, y que podría hacerlo también en Pensilvania y Michigan.
En
esos tres Estados, Trump se impuso por una diferencia de unos 100.000
votos, lo que le permitió sumar los votos electorales necesarios para
ganar los comicios del 8 de noviembre. El republicano movilizó allí
sobre todo a votantes de clase trabajadora gracias a su retórica contra
el libre comercio.
"Esto es un timo del Partido Verde para una elección que ya
ha sido dada por vencida, y los resultados de la elección deberían ser
respetados en vez de desafiados y abusados", señaló Trump este sábado en
un comunicado en que no hace mención a los demócratas.
En un artículo en la publicación Medium, el abogado
de Clinton, Marc Erik Elias, anunció que la campaña de la candidata
demócrata “no ha descubierto ninguna evidencia de pirateo o intentos
exteriores de alterar la tecnología de voto”. Pero explicó que, dado el
estrecho margen de victoria de Trump y las acusaciones de injerencias
rusas contra la demócrata durante la campaña, el equipo de Clinton ha
“tomado silenciosamente varios pasos en las últimas dos semanas para
dirimir si hay o no posibilidades de interferencia exterior en el voto”.
Las dudas sobre hipotéticas irregularidades en el recuento
de voto se han disparado esta semana después de que un grupo de expertos
considerara que, pese a que la posibilidad es remota, no es descartable
que los resultados hayan sido “manipulados o hackeados” en
esos tres Estados clave. La campaña de Stein logró el miércoles los
fondos necesarios para costear esa revisión. Si se hallaran
irregularidades, el equipo de Clinton podría tratar de denunciar el
resultado.
Trump suma 290 votos electorales, 20 más de los que
necesitaba para la presidencia. De esos, 30 los obtuvo gracias a su
victoria en Pensilvania (20 votos electorales) y Wisconsin (10). En
Michigan, que otorga 16 votos electorales, todavía no se ha confirmado
oficialmente su victoria, aunque los recuentos apuntan a que ganaría
pero por apenas 10.000 votos. Pese a que Clinton sigue aumentando la distancia en votos populares —ya supera a Trump en más de dos millones—, consiguió 232 votos electorales, lejos de los 270 que dan la presidencia.
La
victoria de Donald Trump alteró la estrategia del Gobierno de Mauricio
Macri con Estados Unidos y continuar con la política exterior de
megaendeudamiento. El nuevo libro de Mario Rapoport Historia oral de la
política exterior argentina entre 1966 y 2016 es un aporte muy
interesante para entender las dificultades que tuvo el país para
acercarse a Estados Unidos en el último medio siglo y las necesidades
económicas que llevaron a observar paradojas de la historia como el
acercamiento comercial de la última dictadura militar con la Unión
Soviética y China.
“El nuevo Gobierno está yendo a contramano del mundo y se confunde en la
política exterior. Cuando avanza el proteccionismo de los países, acá
insistimos en abrir las importaciones e ingresar a los acuerdos de libre
comercio”, mencionó Rapoport en diálogo con Cash. El libro recibió
financiamiento para la investigación del Conicet y fue editado por la
Fundación Octubre.
¿De dónde surgió el interés por contar la política exterior Argentina?
–Cuando volví del exterior al regreso de la democracia y todavía no
estaban totalmente disponibles los documentos diplomáticos argentinos,
se me ocurrió hacer entrevistas a personalidades que tuvieron relevancia
sobre mi doctorado, que se basó en archivos británicos y
norteamericanos y abarcó los gobiernos de 1930 hasta la II Guerra
Mundial. Eso fue importante como experiencia piloto, ya que había una
sola historia oral, la del Instituto Di Tella, que no se encontraba
fácilmente disponible y no trataba específicamente sobre política
exterior. Pasaron los años y completamos esas primeras entrevistas, con
detalles muy curiosos, como la del canciller Miguel Angel Cárcano, quién
estuvo en el Pacto Roca–Runciman, fue embajador en Londres y Canciller
de Frondizi. Me recibió en una espléndida mansión de Barrio Parque,
donde un hindú vestido con sus ropas tradiciones hacía de mayordomo. Me
parecía vivir la atmósfera de esa época. Lamentablemente esa entrevista
se perdió, porque no llevé grabador y pensaba verlo nuevamente pero a
los pocos meses falleció. ¿Cómo pasó de la idea a hacer un libro de dos tomos con más de 1500 páginas?
–En ese momento ya había entrado al Conicet como investigador y pedí
financiamiento para iniciar más sistemáticamente una serie de
entrevistas que esta vez resultaron exitosas. Hubo charlas con
cancilleres, embajadores y ministros de Economía de la década del ‘30,
pasando por el peronismo e incluyendo a los Gobiernos de Frondizi e
Illia. Pude conseguir testimonios tan relevantes como el del ex
canciller Hipólito Paz, los ministros de Perón Gómez Morales y Cereijo,
el canciller de Frondizi, Carlos Floriat y el radical Lucio García del
Solar, quién consiguió que la Asamblea de la ONU aprobara la resolución
2065 sobre la soberanía de las Islas Malvinas, que obliga a Gran Bretaña
a negociar con la Argentina. También entrevisté a otros dos cancilleres
del Gobierno militar de Onganía y Lanusse, Nicanor Costa Méndez y de
Pablo Pardo. La experiencia de las entrevistas se interrumpió en los
‘90, porque escasearon los financiamientos para estos proyectos y se
reanudaron en los últimos años, desde 2012 hasta el presente, con apoyo
decisivo de Conicet, sin el cual no hubiera podido realizarse. Además
conté con el apoyo de la UBA, del ISEN, cuyos alumnos de la promoción
2014 colaboraron con las nuevas entrevistas que llegan hasta el presente
y, por supuesto, de la Editorial Octubre, que se animó a publicar los
dos tomos en los que se agregaron trabajos míos y de otros académicos. ¿Cuándo se publicó el primer tomo?
–El primero tomo salió en 2015 abarcando los años de 1930 a 1966 y en
estos días sale la segunda parte, desde 1966 a 2016. Hoy que se discute
una mengua en el financiamiento científico y tecnológico, debo señalar
que el apoyo brindado en su momento fue decisivo para realizar las
entrevistas e investigaciones y hacer posible que salga este libro sobre
la política exterior de la Argentina. ¿Cuál fue el vínculo del país con Estados Unidos a lo largo de las décadas?
–Hubo gobiernos que buscaron una relación más carnal y otros que se
mostraron algo más reacios a estrechar vínculos. Los noventa fueron
ejemplo claro de cómo la aceptación a las imposiciones de la potencia
provocaron una crisis aguda en 2001. Las entrevistas con los
cancilleres, no obstante, muestran particularidades de la historia que
son notables. Hubo casos en que los funcionarios eran ideológica y
económicamente liberales pero las necesidades los llevaron a tener
posiciones no convencionales e incluso proteccionistas en la política
exterior. En la relación con los Estados Unidos hay una fuerte paradoja
cuando se revisa el período de la dictadura militar. Los militares
buscaron estrechar la relación con Norteamérica pero nunca tuvieron el
respaldo de la potencia, lo que queda claro en las definiciones sobre el
conflicto de Malvinas. La Unión Soviética se convirtió en el principal
comprador de productos argentinos. Lo interesante sobre la relación con
Rusia es que, una vez llegada la democracia, Alfonsín ya no pudo seguir
profundizando el vínculo porque la Unión Soviética había entrada en la
fase de decadencia. ¿Qué se concluye luego de analizar las estrategias de tantos gobiernos?
–La conclusión es que la política exterior termina siendo un resultado
de las necesidades internas y no de la ideología. Con los Estados Unidos
nunca fue sencillo estrechar las relaciones, porque su economía no es
complementaria con la de Argentina. A diferencia de la conexión
tradicional con Gran Bretaña, Norteamérica no es un país que compre
nuestra producción y por el contrario busca penetrarnos con sus
productos y corporaciones. ¿Están todas las voces?
–El libro tiene la particularidad de expresar los pensamientos de
radicales, peronistas, voces de derecha y voces progresistas. En algunos
casos, como el de Costa Méndez, me reuní más de siete veces y en cada
una de las charlas surgieron nuevas cosas que enriquecen notablemente la
publicación. Cada una de las entrevistas llevó un esfuerzo de
investigación sobre el personaje y el período en que fue funcionario. Es
un aporte que permite entender mejor dónde estamos parados y las
perspectivas, en un mundo muy contradictoria y que está manejado por una
verdadera mafia internacional. ¿Qué perspectiva tiene acerca de la situación internacional?
–Una de los elementos importantes para seguir hacia adelante es qué
ocurre con los nacionalismos europeos, en donde se destaca el caso de
Francia con la elevada aprobación de Marine Le Penn. No hay que
olvidarse que el nazismo tuvo apoyo popular al mostrarse como una opción
contra el desempleo. La estrategia de campaña del propio Trump se basó
en recuperar el empleo industrial en Estados Unidos. ¿Cómo evalúa la política exterior del Gobierno de Macri?
–La experiencia nos dice que estamos volviendo a caer en el infierno de
la deuda externa y encima no se tienen en cuenta las transformaciones
del mundo. Hoy Estados Unidos ya no ostenta sólo la hegemonía sino que
vivimos en un mundo bipolar, donde China y otros países emergentes han
ganado importancia en las decisiones. Sin embargo, se vuelve a escuchar
los planteos de siempre con una Argentina triangulando sus relaciones
con Estados Unidos y Europa. La clave es que es necesario tener una
política exterior autónoma de las potencias, para evitar que los cambios
en la dirección de los países desarrollados afecte el mercado interno. ¿Cómo puede influir en la relación con Estados Unidos el triunfo de Donald Trump?
–Ahora Estados Unidos se muestra cada vez más propenso a cerrar sus
fronteras y avanzar en una política proteccionista, tras la victoria de
Trump en las elecciones presidenciales. Pero acá la nueva dirigencia se
empecinó en avanzar en la apertura del comercio. Es una clase dirigente
que forma parte del establishment no sólo local sino internacional y
toma decisiones en función de esos grupos, como facilitar la fuga de
capitales. La Argentina es funcional al proceso de acumulación
internacional pero no tiene una estrategia de acumulación local. La
política del gobierno de Macri, de este modo, está generando un fracaso
notable para amplios sectores de la sociedad, aunque resulta exitosa
para algunos grupos reducidos del poder económico. Es necesario repensar
la política exterior para favorecer intereses del conjunto de la
población.
política
exterior
“Cuando avanza el proteccionismo de los países, acá insistimos
en abrir las importaciones e ingresar a los acuerdos de libre comercio.”
“Hubo gobiernos que buscaron una relación más carnal con Estados
Unidos y otros que se mostraron algo más reacios a estrechar vínculos.”
“La política exterior termina siendo un resultado de las necesidades internas y no de la ideología.”
“Con Estados Unidos nunca fue sencillo estrechar las relaciones, porque su economía no es complementaria con la de Argentina.”
“Uno de los elementos importantes para seguir hacia adelante es qué
ocurre con los nacionalismos europeos, en donde se destaca el caso de
Francia.”
“La clave es que es necesario tener una política exterior autónoma de las potencias”.
BUENOS AIRES, 26 nov (Xinhua) -- Estados Unidos, con la presidencia a
partir de enero próximo de Donald Trump, va a endurecer la política
hacia Cuba, tras la muerte del líder revolucionario Fidel Castro,
advirtió hoy sábado el experto argentino Leandro Morgenfeld.
El analista, doctor en Historia y profesor de la Universidad de
Buenos Aires, se refirió, en entrevista con Xinhua, a la situación
política que prevé entre Washington y La Habana tras la muerte de Fidel
Castro.
El fallecimiento del líder cubano "causó, como era de esperarse,
consternación en el mundo entero. Si bien hace una década fue lentamente
retirándose de la conducción política en Cuba, ahora a cargo de Rául,
su desaparición física provocó tristeza en los pueblos y movimientos
sociales, especialmente de nuestra América", remarcó Morgenfeld.
Para el analista, en cambio, "quien tuvo una reacción despreciable es el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump".
"Si bien el magnate neoyorquino había apoyado inicialmente la
política de distensión iniciada por (Barack) Obama hace dos años, (...)
en los tramos finales de la campaña Trump modificó su posición para
alinearse con los sectores anti-castristas de Florida, los llamados
'gusanos'", detalló el experto.
"Fiel a su estilo, pocas horas después de conocerse la noticia de la
muerte de Fidel, Trump lo calificó duramente. 'Hoy el mundo marca el
fallecimiento de un dictador brutal que oprimió a su propio pueblo
durante casi seis décadas'", dijo Morgenfeld citando a Trump.
El experto siguió recordando las palabras del presidente electo: "'El
legado de Fidel Castro se caracteriza por los pelotones de
fusilamiento, el robo, el sufrimiento inimaginable, la pobreza y la
negación de los derechos humanos fundamentales'".
Morgenfeld lamentó el talante de Trump, quien en el mismo comunicado
afirmó que "Cuba sigue siendo una isla totalitaria, espero que el día de
hoy sea un paso para alejarse de los horrores que se han soportado
durante demasiado tiempo. Nuestra Administracion hará todo lo que pueda
para asegurar que el pueblo cubano empiece su viaje a la libertad y la
prosperidad".
Para el coordinador del grupo de trabajo "Estudios sobre Estados
Unidos" del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), la
"temeraria declaración da indicios de que Trump va a endurecer la
política hacia Cuba, volviendo a las agresivas prácticas injerencistas
que Estados Unidos desplegó contra la isla en el último medio siglo".
Además, Trump nombró hace días en su equipo al conocido abogado
cabildero proembargo Mauricio Clever-Carone, uno de los más críticos de
la apertura promovida por Obama y que exige endurecer las sanciones
económicas, para provocar la transición al capitalismo".
"Trump ayer rindió homenaje a los veteranos de la Brigada 2056,
quienes invadieron Bahía de Cochinos en abril de 1961, organizados por
la CIA. Todo esto enciende una señal de alarma", advirtió el historiador
argentino.
Para Morgenfeld, "estas posiciones de Trump van a generar rechazo, e
incluso odio, en los pueblos de nuestra América. Tenemos que estar muy
atentos, en las próximas semanas y meses, para evitar cualquier agresión
contra Cuba, violando el principio de autodeterminación de los pueblos y
el principio de no injerencia", alertó.
"Más allá de las bravuconadas de Trump, Fidel será recordado como un
símbolo de la revolución, del antiimperialismo y de la lucha por la
construcción de un mundo más justo", enfatizó.
Castro, alejado del poder hace poco más de diez años por una grave crisis de salud, falleció este viernes a los 90 años de edad.
Después de dejar el poder en el verano de 2006 tras una grave crisis
de salud que lo puso al borde de la muerte, el líder histórico de la
Revolución Cubana mantenía una presencia política discreta, pero
decisiva por su estatura moral, a través de la columna "Reflexiones".
Más de 400 textos ha publicado el exmandatario en esa columna, en la
que escribía de manera sistemática sobre asuntos internacionales e
históricos.
Dedicado a escribir, Castro estaba lejos de la vista pública y su
última aparición se reportó hace unos quince días, cuando recibió en su
residencia en La Habana al presidente de Vietnam, Tran Dai Quang.
Castro nació el 13 de agosto de 1926, en Birán, una población
oriental cubana, donde su padre, un emigrante español, y su madre, una
humilde campesina, levantaron una plantación que en la actualidad se
conserva como un museo.
Enemigo acérrimo de Estados Unidos, Castro ha sido objetivo de más de
600 planes de atentados dentro y fuera de Cuba, pero siempre escapó sin
problemas por la probada eficiencia de los órganos de seguridad de la
isla.
Sin embargo, fueron los problemas de salud los que le alejaron del
poder, que puso en manos de su hermano más pequeño Raúl, quien en la
actualidad ocupa todos cargos que él dejó.
"La historia juzgará a esta singular figura", dice el presidente saliente, impulsor del deshielo
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El País
La muerte de Fidel Castro,
este viernes a los 90 años, certificó el fin de la era Obama en las
relaciones exteriores. El presidente saliente de Estados Unidos
reaccionó con un medido ejercicio de equilibrio: ni reproches ni halagos
al dictador, sí la mano tendida al pueblo cubano. Menos de una hora
después, su sucesor, el presidente electo, Donald Trump, calificó al
finado de "brutal dictador" y enterró la política de su antecesor en
este viejo conflicto. El deshielo impulsado en 2014 por Obama y Raúl Castro entre el país comunista y su enemigo yanqui quedó herido de muerte.
"Hoy el mundo marca el fallecimiento de un dictador brutal que oprimió a su propio pueblo durante casi seis décadas. El legado de Fidel Castrose
caracteriza por los pelotones de fusilamiento, el robo, el sufrimiento
inimaginable, la pobreza y la negación de los derechos humanos
fundamentales", dijo este sábado. El texto, muy contundente, proseguía
así: "Cuba sigue siendo una isla totalitaria, espero que el día de hoy
sea un paso para alejarse de los horrores que se han soportado durante
demasiado tiempo" e incluía una promesa: "Nuestra Administracion hará
todo lo que pueda para asegurar que el pueblo cubano empiece su viaje a
la libertad y la prosperidad".
Su manifiesto tras la noticia, que por caprichos del destino
le llegó a Trump en su mansión de la anticastrista Florida, apunta
claramente a un giro radical en la actitud de la Administración
estadounidense. Pero estos cambios y puntos de inflexión, en la política
trumpiana, se tornan muchas veces reversibles y esa
posibilidad hay que tenerla en cuenta también esta vez. El presidente
demócrata había impulsado la apertura de la embajada en La Habana y
flexibilizó el envío de remesas, entre otras medidas.
Hay que preguntarse, a nivel práctico, en qué se traducirán
las palabras de Trump. ¿Volverá a prohibir los vuelos comerciales entre
Estados Unidos y Cuba? ¿Endurecerá las restricciones para la actividad
empresarial? Sería una contradicción más en un hombre de negocios que
hace dos décadas confesaba su ilusión por construir uno de sus fastuosos
hoteles en la capital caribeña. “Los cubanos son la mejor gente del
mundo. Me encantaría ayudar a reconstruir su país y devolverlo a su
antiguo esplendor. En cuanto cambien las leyes, estoy dispuesto a
levantar el Taj Mahal en La Habana”, decía el Trump empresario de los
años 90, cuando el presidente Bill Clinton cambió alguna medida de
apertura. Newsweek publicó que el magnate intentó incluso violar el embargo.
El tipo de anticastrismo de Trump es, además, de reciente
incorporación. Durante las primarias, el entonces precandidato
republicano había juzgado como "positivo" que se retomaran las
relaciones diplomáticas entre ambos países, aunque consideraba que el
trato no era lo bastante beneficioso para Estados Unidos y se debía
renegociar, una idea que barniza muchas de las posiciones trumpistas.
Pero en la recta final de la campaña, la posición del hoy presidente
electo cambió en busca del voto más anticastrista de Florida, aseguró
que revertiría el decreto presidencial de Obama respecto al país a menos
que el régimen de Castro asumiera las nuevas demandas estadounidenses.
Obama quiso dejar en su legado como presidente estadounidense el deshielo en las relaciones con Cuba
y su comunicado de este sábado refleja esa voluntad. "En la hora de la
muerte de Fidel Castro, extendemos nuestra mano de amistad a los
cubanos. Sabemos que estos momentos embargan a los cubanos -a los de
Cuba y a los que están aquí- de emociones muy fuertes, recordando los
incontables modos en los que Castro alteró el curso de sus vidas, sus
familias y a la nación cubana. La historia guardará y juzgará el enorme
impacto de esta figura singular en la gente y en el mundo", dijo en un
mensaje completamente milimetrado, en las antípodas del de su sucesor.
Trump, el nuevo comandante en jefe de Estados Unidos, tuvo
ayer un recuerdo para los veteranos de la Brigada 2506, la invasión de
Bahía Cochinos que la CIA impulsó sin éxito en 1961. Los anticastristas
no perdonan que Obama viajara a la isla caribeña pese a la falta de
avances palpable en derechos humanos -algo que al inicio de las
negociaciones era un requisito del presidente demócrata- a cambio de
sellar el deshielo. Su imagen en La Habana el pasado marzo pasará a la
historia como la de la primera visita de un presidente de Estados Unidos a Cuba en 88 años. Este sábado cundía la sensación de que tomaría ocho décadas más una fotografía semejante.
Primeras señales de cambio
Raúl Castro,
hermano de Fidel y presidente desde que el dictador enfermó hace una
década, encontró en Barack Obama al primer presidente estadounidense que
decidió probar un plan B, habida cuenta que las normas de
aislamiento y embargo no habían fructificado durante casi 60 años de
conflicto. En octubre, Estados Unidos se abstuvo en la votación de
Naciones Unidas para condenar el embargo contra la isla, una votación que se celebra cada año desde 1991 y en las que la primera potencia siempre tenía la misma respuesta: NO.
Más allá de las
palabras, hay algún gesto que ya indica un cambio de tercio en este tipo
de medidas, muy controvertidas para buena parte de los cubanos en el
exilio norteamericano. Donald Trump ha incluido en su equipo una figura
del lobby proembargo como el abogado Mauricio Clever-Carone,
miembro de la organización Democracia Cuba-EE UU, que reclama una
“transición incondicional de Cuba a la democracia y al libre mercado”.
“La relación con
Cuba ha estado marcada durante 60 años por los profundos desacuerdos
políticos, durante mi presidencia hemos trabajado muy duro por dejar el
pasado atrás”, dijo Barack Obama. El jefe de la diplomacia, John Kerry,
usó un tono similar. El número dos de Trump, el vicepresidente electo,
Mike Pence, dejó claro que todo ha cambiado: “Defenderemos con el
oprimido pueblo cubano una Cuba libre y democrática. ¡Viva Cuba Libre!”.
Entrevista a Leandro Morgenfeld, especialista en estudios internacionales y en relaciones interamericanas.
Por Dolores Amat.
“La izquierda tiene la
oportunidad de transformarse en una alternativa frente a esta
descomposición del sistema político y esta ofensiva neoconservadora”
Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires, docente
universitario e Investigador Adjunto del CONICET, Leandro Morgenfeld se
ha convertido en el último tiempo en una referencia ineludible para
comprender las transformaciones que vienen teniendo lugar en Estados
Unidos y que dieron como resultado el triunfo de Dondald Trump en las
elecciones presidenciales del 8 de noviembre pasado. Morgenfeld
participa de distintos grupos de investigación, es autor de libros y
capítulos de libros, y publicó numerosos artículos y reseñas
bibliográficas en revistas académicas de Argentina, Brasil, México,
Estados Unidos, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay, Venezuela y
Panamá. Consultado por diferentes publicaciones periódicas, radios y
programas de televisión, Morgenfeld ofrece una mirada informada y lúcida
sobre ciertos cambios que no afectan solamente a la mayor potencia
mundial, sino también al resto del planeta.
Amat: Empecemos por la primera pregunta que surge
después de la victoria de Donald Trump: ¿Por qué? ¿Por qué ganó, en
contra de todos los pronósticos?
En un artículo publicado recientemente en la revista Anfibia, Martín
Plot sugiere lo siguiente: “Lo que la interpretación de las tendencias
electorales basadas en modelos demográficos no toma en cuenta es ese
pequeño asunto llamado ‘política’”. Se refiere al entusiasmo político
que generó Trump con sus propuestas antisistema, frente a un electorado
que viene percibiendo hace años a su elite “como exclusiva y crudamente
interesadas en la acumulación y preservación de privilegios políticos y
económicos”. ¿Estás de acuerdo con este diagnóstico?
Morgenfeld: Creo que no hay una única explicación de
por qué ganó Trump. Siendo parte del 1% que concentra riqueza a
expensas del otro 99%, logró presentarse como el candidato anti-sistema
y, más importante, mostró que Hillary Clinton era la preferida de los
lobistas de Washington, los banqueros de Wall Street y las corporaciones
mediáticas. Más que ganar Trump, perdió la candidata demócrata.
El magnate cosechó el apoyo de los sectores más ultraconservadores,
que tradicionalmente votan a los republicanos (y eso explica la decisión
de llevar como compañero de fórmula al cristiano homofóbico Mike
Pence). Son sectores con un claro componente misógino y xenófobo, que no
iban a tolerar tener a una mujer como presidente, después de dos
mandatos de un afroamericano. Se trata de aquella fracción de la
población que en general se manifiesta a favor de la desregulación total
en la tenencia de armas y en contra de la despenalización del aborto.
Pero Trump también terminó ganando en los estratégicos estados del Rust Belt –Ohio,
Pennsylvania, Michigan y Wisconsin-, ubicados en esa región industrial
tan golpeada por la desindustrialización en las últimas dos décadas. Con
su discurso iconoclasta, logró capturar a su favor parte del
descontento con la globalización neoliberal que los Clinton promovieron
desde los años noventa. En este sentido, coincido con Plot en que la
campaña demócrata no entusiasmó a nadie, no sólo por la falta de carisma
de su candidata, sino porque proponía más de lo mismo, es decir,
profundizar políticas que produjeron desigualdad y exclusión. Bernie
Sanders, como decían las encuestas, seguramente hubiera logrado derrotar
a Trump, ya que también era una figura que venía de afuera y siempre
luchó con coherencia contra todo aquello que representaba Clinton.
Por otro lado, yo veo a Trump como un capitalista que logró ganar las
elecciones en el colegio electoral (no en el voto popular) con un
discurso anclado en lo que se conoce como la anti-política. O sea, él se
presentó como alguien que viene de afuera, que va a barrer con los
burócratas y lobistas de Washington. Barack Obama ganó en 2008 también
con esa promesa, pero luego negoció con todos ellos (empezando por la
elección de Hillary como su Secretaria de Estado, después de haberla
criticado durante meses por haber votado a favor de la invasión a Irak
en 2003). Creo que Trump es un emergente del rechazo a la hipocresía del
sistema político. Que él sea parte de ese establishment económico, que
él mismo sea un hipócrita, es otra cuestión. En todo caso, rompiendo
ciertos moldes tradicionales de la política estadounidense, Trump ganó
prometiendo defender a los que habían quedado rezagados. El problema es
que, sabemos, su programa económico no va a lograr cumplir con sus
promesas de campaña. Con lo cual, creo, en el corto o mediano plazo
habrá nuevas y crecientes tensiones en Estados Unidos.
Amat: ¿Qué dice el triunfo de Trump sobre la cultura política actual de Estados Unidos? ¿Qué presagia?
Morgenfeld: Trump ganó a pesar de haber obtenido
casi un millón y medio de votos menos que Clinton. El colegio electoral
es algo anacrónico, antidemocrático. Va a ser muy criticado. Pero no es
lo único ni lo más importante. Hoy hay una plutocracia en Estados
Unidos. Gastaron más de 6.000 millones de dólares en la campaña. La
desregulación de los aportes por parte de corporaciones y lobistas hizo
que se llegara a un extremo injustificable. Fueron las elecciones más
caras de toda la historia. Así y todo, ambos candidatos concitaron
elevadísimos índices de rechazo. Votó poco más de la mitad de la
población. O sea que Trump va a gobernar habiendo obtenido el 25% de los
votos del padrón. 61 millones, en un país que tiene más de 320 millones
de habitantes. El terremoto que generó su aparición cuestiona la idea
de que los establishments de ambos partidos son inexpugnables. Sanders
reclama el fin de los “superdelegados” en el Partido Demócrata.
Distintas fuerzas de izquierda plantean la necesidad de crear un
movimiento o partido por fuera del demócrata. Trump va a profundizar las
tensiones internas en Estados Unidos y, creo, se van a ampliar las
críticas a un sistema político que, hasta hace poco, nos querían vender
como el mejor del mundo.
Amat: ¿Qué puede esperar América Latina de Trump?
¿Un repliegue que disminuya el intervensionismo sobre la región o, por
el contrario, una búsqueda de controlar el continente como su zona de
influencia?
Morgenfeld: Todavía es temprano para darse cuenta.
En general, Trump propone un “repliegue selectivo”, o sea, abandonar la
política de “promoción de las democracias” y concentrarse en algunos
adversarios (Irán y China, por ejemplo). Pero nunca van a abandonar
América Latina. Trump nombró recientemente como asesor a un lobista que
se opuso fuertemente a la política de Obama de deshielo hacia Cuba. Va a
hacerse más lento el levantamiento del bloqueo. También habrá gestos
duros hacia el gobierno de Venezuela. Por otra parte, si Trump aplica el
proteccionismo comercial que prometió en la campaña, esto va a afectar
las exportaciones de muchos países de la región, en particular México.
Respecto a la región en conjunto, va a intentar mantenerla dentro de su
área de influencia, pero con una modalidad distinta a la de Obama (menos
multilateral y más bilateral, negociando con cada país).
Amat: Si Estados Unidos se repliega, ¿podrían
gobiernos como el de Argentina, que hasta ahora pretendían privilegiar
las relaciones con los países centrales, verse obligados a buscar
alianzas regionales? ¿Podrían tratar de salvar procesos de integración
como el Mercosur (Mercado Común del Sur), hoy a la deriva, como vos
explicás en la nota que escribiste para Bordes?
Morgenfeld: Esto ya está pasando. Los gobiernos
neoliberales que apostaban a la continuidad con Clinton y a la firma y
extensión de acuerdos como el NAFTA (siglas en inglés para Tratado de
Libre Comercio de América del Norte) y el TPP (Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica, también llamado por sus siglas en inglés), ahora
están recalculando. Se les dificultará seguir con la política de
promoción del libre comercio, endeudamiento externo masivo y concesiones
para atraer inversiones estadounidenses. El contexto internacional va a
ser mucho más adverso. Incluso quedaron sin su “modelo” de democracia y
mercado. Cantan loas a la globalización neoliberal, cuando en Estados
Unidos y Europa está siendo impugnada. En Argentina, por ejemplo, ya
hablan de la necesidad de diversificar mercados y desplegar una política
exterior menos enfocada en Washington y la Unión Europea, justo lo
contrario que hicieron en el último año. Creo que quienes fueron
críticos de este alineamiento, de tomar de manera acrítica la agenda de
Estados Unidos, de promover la neoliberal Alianza del Pacífico, ahora
van a tener más argumentos para defender la necesidad de reconstruir una
integración regional, una coordinación y una cooperación política
alternativas. Hay que recuperar instrumentos como el ALBA (Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), la UNASUR (Unión de
Naciones Suramericanas) y la CELAC (Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños). Un Mercosur flexible y sin Venezuela es
más débil para desplegar una estrategia autónoma. Creo que el contexto
internacional es muy crítico para las economías regionales, lo que va a
hacer más difícil que las nuevas derechas en el poder (en Argentina y
Brasil, por ejemplo) puedan mostrar un supuesto éxito de esta vuelta al
neoliberalismo. Amat: Europa también parece estar virando (el Brexit
parece sólo un ejemplo extremo del cambio de actitud de la población de
ese continente frente a la política aceptada hasta ahora). ¿Se está
terminando la globalización neoliberal como la conocemos? En ese caso,
¿qué papel puede tocarle a América Latina en esta transformación?
Morgenfeld: No sé si se está terminando. Al menos
está en crisis. El problema es que el rechazo está siendo canalizado por
líderes y movimientos de derecha o ultraderecha. Es de esperar que esto
siga en las próximas elecciones en Austria, Italia, Holanda y Francia.
En este contexto, es muy importante que las fuerzas populares y de
izquierda tomen la iniciativa. El fracaso de las opciones
socialdemócratas, que abrazaron los planes de ajuste ortodoxos, es una
oportunidad para construir otro camino. La opción de defender a la
troika europea para evitar el avance de candidatos xenófobos ya mostró
su ineficacia en Gran Bretaña, que votó el Brexit. Algo similar ocurrió
en Estados Unidos y posiblemente siga ocurriendo en Europa. América
Latina venía desplegando, con limitaciones y muchas contradicciones,
otro camino. En los últimos 12 meses se profundizó un giro derechista.
Las elites festejaron el “fin del populismo”, la “vuelta al mundo” y la
adopción de políticas aperturistas. Esos discursos están ahora en
crisis. América Latina tiene el gran desafío de derrotar esta ofensiva
neoliberal y construir una alternativa superadora de lo que ocurrió en
los últimos 15 años.
Amat: El vicepresidente de Bolivia, Álvaro García
Linera, dijo hace poco que la derecha parece estar canalizando el
malestar social en lugares como Estados Unidos y ciertos países de
Europa, en los que la izquierda no ha podido actuar. ¿Estás de acuerdo
con esta interpretación?
Morgenfeld: Sí. Lograron aggiornar su
discurso y conectar con demandas sociales de distintos sectores de la
población. Las izquierdas tienen muchas variantes y es difícil
englobarlas todas en un único diagnóstico. Es necesario, a mi juicio,
construir unidad en la resistencia frente a los embates del capital
contra el trabajo, pero a la vez desarrollar una estrategia autónoma y
no caer en el error de plantear la vuelta acrítica a experiencias
pasadas. La crisis del sistema político y de los partidos tradicionales
en casi toda la región y en Occidente en general permiten ser ambiciosos
en la concepción de novedosas herramientas políticas.
Amat: En este sentido, ¿puede el triunfo de Trump ser, como sugirió Slavoj Žižek, una oportunidad para la izquierda?
Morgenfeld: El triunfo de Trump expresa, en parte,
una crisis del sistema político en Estados Unidos, y también en el mundo
entero. En ese sentido, claro, es una oportunidad para la izquierda.
Pero también es muy peligroso. Está habiendo un reverdecer o
reforzamiento de expresiones racistas, xenófobas, misóginas, homofóbicas
en Estados Unidos y Europa, que pueden extenderse. Aparece claramente
el peligro de una regresión en términos de derechos civiles y
democráticos. La izquierda tiene la oportunidad de transformarse en una
alternativa frente a esta descomposición del sistema político y este
ofensiva neoconservadora.
Amat: ¿Pueden las actitudes de Trump y sus
seguidores en contra de musulmanes y otras minorías despertar más
violencia fuera de los Estados Unidos? ¿Va a servir la violencia de ese
país para que movimientos radicales o terroristas como Estado Islámico
consigan mayor adhesión?
Morgenfeld: En las primeras dos semanas tras el
triunfo de Trump se registraron más de 700 ataques racistas. Un gran
incremento. Las expresiones discriminatorias de seguidores de Trump y de
funcionarios que ya confirmó, como Steve Bannon, Jeff Sessions, Mike
Pompeo o Mike Flynn, contra hispanos, afroamericanos, musulmanes,
mujeres, judíos, gays y lesbianas auguran crecientes tensiones y
conflictos internos. Creo que Trump va a concitar un amplísimo rechazo
internacional, como ocurrió con George W. Bush, o peor. Efectivamente,
su estigmatización de los musulmanes puede alentar la emergencia de
grupos terroristas.
Por Gerardo Tripolone
(Conicet – Universidad Nacional de San Juan)
Revista Bordes
La elección en Estados Unidos y América Latina
El análisis sobre lo que pueda esperarse de la presidencia Donald
Trump desde América Latina depende de al menos dos factores: (i) el
grado de cumplimiento de sus promesas de campaña y (ii) el nivel de
adhesión a la idea que afirma que no importa quién sea el presidente, la
política de Washington es siempre la misma; en otras palabras, de la
supuesta paridad entre cualquier candidato a la Casa Blanca.
La campaña y después
En principio, Trump parece un presidente hostil a los países
latinoamericanos. El ex secretario de relaciones exteriores mexicano
Jorge Castañeda Gutman afirmó hace pocos días que la elección de Trump
es “el inicio de un camino de dificultades”.
Con su victoria se dieron dos fenómenos económicos en principio
perjudiciales para América Latina: el aumento de la tasa de interés y la
devaluación de las monedas en México y Brasil.
A esto debe sumarse los posibles efectos del proteccionismo anunciado
por Trump, lo cual impactaría en las economías regionales. Las
consecuencias repercutirían, sobre todo, en los países de la Alianza del
Pacífico y, de cumplirse la anulación del Nafta, en México.
Desde Argentina, Mauricio Macri y su gabinete consideran la caída del
TPP (Acuerdo Transpacífico, por sus siglas en inglés) como la peor
noticia. Con Trump, Macri ve alejarse la posibilidad de insertar a la
Argentina y al Mercosur en un tratado de libre comercio.
No obstante, es posible ver en esta misma posición proteccionista y
contraria a los tratados de libre comercio una buena noticia. Se conocen
los efectos adversos para la industria nacional de este tipo de
tratados. Por tanto, que Trump cumpla con su promesa de no insistir en
el TPP parece positivo.
La prédica anti intervencionista del nuevo presidente también puede
seducir. Alejado del internacionalismo liberal, en teoría, Trump dejaría
márgenes de actuación mayor para nuestros Estados. De ahí el apoyo de,
por ejemplo, el geopolítico ruso y anti occidental Aleksandr Duguin.
Para Duguin, Trump representa la mejor opción para los intereses de
Moscú. Una de las razones es el discurso contrario a las intervenciones,
en especial las armadas, del presidente electo. Algo similar podría
decirse desde América Latina.
Al intervencionismo declarado de Hillary Clinton se le opone un
(supuesto) aislacionismo de Trump. Parece ser más tranquilizador un
presidente que dejaría de enviar tropas a todo el mundo que una
candidata que festejó la invasión a Irak y la destrucción de Libia.
Sin embargo, el discurso de campaña puede ser engañoso. Es posible
que el anti intervencionismo en Medio Oriente se traduzca en una
profundización de la intervención en América Latina. Como afirmó Leandro
Morgenfeld en Página/12, la profundización de la guerra contra
el narcotráfico en Latinoamérica es uno de los puntos más álgidos donde
Trump puede causar daño.
De cualquier manera, hay una cuestión más general sobre sus promesas
de campaña: ¿podrá Trump hacer todo lo que anunció? Sea la continuación
del muro fronterizo con México, la reindustrialización, la expulsión de
inmigrantes, la generación de empleo, el aislacionismo o la derogación
de los acuerdos de libre comercio, hay razones para pensar que no será
capaz de imponer su voluntad en todos los aspectos.
Existen ejemplos en la historia mundial de dirigentes ajenos a la
elite política que transformaron radicalmente sus países. Pero nunca un
personaje similar ganó en Estados Unidos y logró un giro de esas
características. Confiado en la historia, Max Boot, republicano que se
opuso a Donald Trump, afirma que el nuevo presidente no podrá llevar a
cabo todo lo que prometió. De hecho, “quizás no sea tan mal presidente”.
Tanto los encandilados con la política estadounidense como los
críticos más acérrimos coinciden en afirmar que el presidente de Estados
Unidos no es el órgano más poderoso. Si los primeros justifican la
aserción en el sistema constitucional y las virtudes cívicas, los
segundos lo hacen en el poder económico que domina el sistema político.
Unos afirman que el Congreso y el Poder Judicial frenarán a Trump, otros
que lo hará la industria militar, el poder financiero u otros actores
económicos. De esta idea surge la supuesta igualdad entre Trump y
Clinton, el segundo factor que quisiera analizar.
Trump y Clinton “son lo mismo”
Si para los críticos Trump representa la ostentación, la xenofobia,
los privilegios y las desigualdades económicas en Estados Unidos, para
los opositores a Clinton, ella es la imagen viva de la corrupción
política, los halcones de Washington y la ineptitud del diletante,
probada en su paso por la Secretaría de Estado.
Existiría una paridad valorativa entre Trump y Clinton. Sin embargo,
ciertas posiciones van más lejos y afirman que sin importar quién sea el
presidente, la política de Estados Unidos será siempre la misma.
Para esta teoría, el gobierno de Estados Unidos estaría guiado
totalmente por las corporaciones y no por los políticos. Que haya ganado
Trump no tiene ninguna relevancia. Lo único seguro es la continuidad de
la política que importa a los grupos económicos dominantes.
Trump o Clinton “dan lo mismo”. Ellos no gobiernan en verdad. Los
intereses de Washington sobre América Latina no cambiarán porque cambie
el nombre del presidente. Sea quien sea que gobierne, Estados Unidos
seguirá buscando la hegemonía en la región porque así lo desea el poder
económico.
En verdad nadie desconoce el peso de este factor de poder. Se hace
sentir desde la financiación de la campaña hasta el control de las
decisiones políticas. Pero si el poder económico se esfuerza tanto por
colocar un candidato en la Casa Blanca, entonces es porque le interesa
tener a ese representante y no a otro. No le da lo mismo cualquier candidato.
De ahí el pavor de Wall Street por Donald Trump y el apoyo a Hillary
Clinton durante la campaña. La candidatura de Clinton se presentó como
garantía del status quo del sistema financiero y económico.
Hillary era el seguro del TPP, del Nafta y las metas de déficit fiscal
que parecen no importarle a Trump.
Reflexiones finales
En definitiva, las predicciones sobre lo que vendrá con Donald Trump
dependen de si se cree o no en su discurso y si se piensa o no que un
presidente en Estados Unidos tiene real incidencia en la política de
aquel país.
Sobre el segundo punto, para mí es claro que los presidentes y, en
general, las elites políticas sí son trascendentes en Estados Unidos o
en cualquier país. Esto es así aun cuando las capacidades de acción no
sean absolutas.
Ningún Estado tiene plena autonomía. Todos se insertan en una red de
poderes globales, desespacializados y que no responden a ningún Estado,
ni siquiera a Washington. Pero de eso no se deriva que cualquier
presidente sea lo mismo o que no tenga poder de decisión en ningún tema.
Predicar la igualdad entre cualquier candidato me parece simplista.
En relación al primer punto, no creo que sea posible estar seguro
sobre el cumplimiento o no de sus promesas de campaña y sobre la
capacidad para llevarlas a cabo. Ya comprobamos la habilidad de Trump
para imponerse en la interna republicana y triunfar en las elecciones.
Sin embargo, me parece casi imposible anticipar qué puede venir de su
gobierno a partir del 20 de enero de 2017. No encuentro un ejemplo ni
una analogía válida en la historia norteamericana que permita pensar qué
se avecina para nuestro continente. Por tanto, no puede decirse mucho
sobre las consecuencias y la adaptabilidad de los países
latinoamericanos en un escenario totalmente novedoso.
El triunfo de Trump generó
una conmoción mundial mucho mayor al Brexit, la decisión de Gran Bretaña,
hace apenas 5 meses, de abandonar la Unión Europea. Ambas elecciones
expresan el creciente rechazo que está generando la globalización
neoliberal impulsada desde los centros financieros. Mientras líderes
xenófobos están, por ahora, canalizando a su favor el hartazgo social,
crece la incertidumbre internacional y se teme que en las próximas
elecciones en Austria, Italia, Francia, Holanda y Alemania se profundice
esa línea y la propia Unión Europea se sumerja en un declive
irreversible.
Ante este nuevo contexto, es
necesario repensar la geopolítica de Nuestra América y cómo se va a
plantear el siempre conflictivo vínculo con Washington a partir del
próximo 20 de enero, cuando el magnate neoyorkino pase a ocupar la Casa
Blanca. Más allá de los interrogantes sobre el rumbo que tomará su
gobierno y de las apuestas sobre en qué medida el establishment lo
disciplinará o, en cambio, se iniciará una era “trumpista” más
disruptiva, en este artículo aventuraremos algunos posibles escenarios
para la región.
Trump va a cumplir parte de sus
promesas de endurecer la política migratoria. En su primer reportaje
luego de ganar las elecciones, anunció que expulsará inmediatamente a
entre 2 y 3 millones de indocumentados, la mayoría hispanos, luego
avanzará en reforzar el muro y, finalmente, decidirá qué hacer con los
otros 8 o 9 millones de indocumentados. El nombramiento del racista Jeff
Sessions como futuro Fiscal General da una pista de su compromiso
xenófobo. Este tipo de discursos y políticas, que pretenden culpar a los
inmigrantes por la desocupación, pobreza y criminalidad, augura
crecientes tensiones sociales internas, así como un rechazo en todo el
continente latinoamericano. El presidente Peña Nieto, por ejemplo, se
derrumbó en las encuestas tras haber recibido al candidato Trump luego
de haber denostado a los mexicanos durante meses.
Esto obliga a los gobiernos
derechistas a recalcular su política exterior y, en particular, su
vínculo con la Casa Blanca. La mayoría de los mandatarios se mostraron a
favor de Hillary Clinton, suponiendo que iba a continuar con la
política pro TLC, a pesar de lo que había dicho en la campaña. Trump, en
cambio, señaló que renegociaría el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (NAFTA) y que no ratificaría el Acuerdo Transpacífico (TPP).
La caída de este último mega-acuerdo, que en la región habían firmado
México, Perú y Chile, pero al que aspiraban a ingresar Argentina,
Colombia y Brasil, echa por tierra la estrategia aperturista a la que
apostaron los presidentes neoliberales de la región. La Alianza del
Pacífico va a entrar en proceso de redefinición, se trabaron los TLC con
Estados Unidos, no va a llegar la “lluvia de inversiones” que Macri y
otros vienen prometiendo y se encarecerá el crédito externo, con lo cual
la estrategia de endeudamiento encontrará un límite más temprano que
tarde.
El Brexit y la elección de Trump
cuestionan la idea de que la globalización neoliberal es un camino
inexorable y sin retorno. El discurso de la “vuelta al mundo” y la
apuesta a una política exterior subordinada a Estados Unidos muestran
sus límites como nunca antes. Tal fue la sobreactuación de la
subordinación a Estados Unidos por parte de algunos gobiernos
latinoamericanos que quedaron descolocados al día siguiente de las
elecciones. El caso argentino fue elocuente: presidente, canciller y
embajador en Estados Unidos manifestaron explícitamente su preferencia
por Hillary Clinton hasta el día mismo de la elección. Recibieron
fuertes críticas por este error diplomático, incluso entre analistas y
medios de comunicación que siempre festejaron el alineamiento con la
Casa Blanca.
El triunfo de Trump augura tensiones
en Estados Unidos. Las expresiones discriminadoras contra hispanos,
afroamericanos, musulmanes, mujeres, gays y lesbianas están produciendo
reacciones y movilizaciones, en particular entre los jóvenes. Habrá que
ver cómo estas luchas se articulan con las de los trabajadores cuando
perciban que las promesas de campaña de Trump –recuperar millones de
empleos, reconstruir el sueño americano de la movilidad social
ascendente– no se cumplan. La política de rebaja masiva de impuestos a
los ricos y recortes en salud y educación simplemente va a profundizar
la desigualdad que hace cuatro décadas hace más rico al 1% en detrimento
del resto de la población. Esa situación debilitará la pretensión
estadounidense de presentarse como “faro” de las democracias y primera
potencia global, lo cual puede reactivar un escenario más multipolar.
¿Aislacionismo?
La duda, para Nuestra América, es si
eso derivará en un repliegue de Estados Unidos (Trump coqueteó con
ciertos postulados “aislacionistas”), enfocando su política exterior a
limitadas confrontaciones externas (Estado Islámico, Irán y China eran
los enemigos predilectos en sus discursos de campaña) o bien en una
negociación con China y Rusia para el reparto de áreas de influencia. En
el primer escenario, no habría un incremento del injerencismo en la
región. En el segundo, Estados Unidos buscaría reforzar su presencia en
lo que consideran su patio trasero, obstaculizando las iniciativas más autónomas y alejando a potencias extra hemisféricas.
Más allá del inestable escenario
geopolítico que se despliega a partir del terremoto Trump, lo cierto es
que Estados Unidos no abandonará la región. Habrá que ver cómo se
posiciona frente a la normalización de las relaciones con Cuba, el
diálogo en Venezuela y el proceso de paz en Colombia. Cuál será la
modalidad de intervención, nunca prescindente.
Lo interesante del proceso
eleccionario en Estados Unidos es que desnuda las contradicciones de una
sociedad que está lejos de ser el modelo de democracia, pluralismo y
tolerancia con el que nos insisten las derechas vernáculas. La crisis en
el centro, en Estados Unidos y Europa es un riesgo pero también una
oportunidad para retomar los caminos alternativos, apostar a un mundo
más multipolar, agudizar las críticas al imperialismo y al capitalismo y
reconstruir una integración regional alternativa que, necesariamente,
debe abandonar cualquier alineamiento con la Casa Blanca.
*Docente UBA e Investigador Adjunto
del IDEHESI-CONICET. Co-Coordinador del GT CLACSO “Estudios sobre
Estados Unidos”. Dirige el blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com. Esta nota fue enviada por el autor como colaboración para Cambio.
Columna de Política Internacional, de Leandro
Morgenfeld En TE QUIERO / Fede Pais, Sofía Caram, Pancho Muñoz y Valmiro
Mainetti. Lunes a Viernes, de 6 a 9, por AM750. FB: Te quiero AM750 //
TW: Tequieroalas10
En
los inicios de una contrarreforma. Consecuencias políticas de la
economía. Contradicciones que queman. La nueva ola de gabinetes sui
generis. Demagogia y programa.
El triunfo de Trump expresa el inicio de un giro político altamente significativo para Estados Unidos y probablemente para el mundo. “La era Trump”
es la frase de tapa del semanario británico The Economist mientras
Financial Times no deja de lamentar lo que intuye como las ulteriores
desventuras de la globalización. Comparando las victorias de Trump y el
Brexit con aquellas de Thatcher y Reagan de fines de los años ’70
principios de los ’80, el periodista argentino Siaba Serrate concluye
que si en aquel entonces nació el “modelo neoliberal”, los triunfos de
hoy anuncian una “contrarreforma” en la que los “protestantes” buscan
reescribir las reglas de la globalización.
Un outsider en la Casa Blanca es expresión de que las consecuencias
sociales y políticas de una convulsión económica contenida y no
catastrófica pero lacerante, empiezan a limitar la estrategia de control de la crisis gestionada por el establishment desde la caída de Lehman. El Brexit resultó sin dudas un anticipo, salvo que ahora las consecuencias de la economía transformadas en política
toman la posta en el país más importante del mundo. En lo inmediato se
trata de investigar cuáles serán –al menos en el período próximo
inmediato- los verdaderos caminos de Donald Trump.
Dada la situación de desesperación y repudio a la élite política que
llevó a sectores de obreros blancos tradicionalmente demócratas del Rust Belt –el cinturón industrial en decadencia del Medio Oeste norteamericano y en particular los estados de Ohio, Pennsylvania y Michigan-
y hasta a algunos negros y chicanos así como a sectores propietarios de
pequeña y mediana industria a encumbrar a Trump, es bastante impensable
que el nuevo gobierno norteamericano deje en pura demagogia el conjunto
de sus promesas de campaña. Entre la demagogia de Donald Trump y su
programa de gobierno seguramente habrá un punto medio que se puede
arriesgar analizando el estado de las principales contradicciones de la
situación económica y política.
Alta tensión
La principal y más amplia de aquellas contradicciones
es la que enfrenta las necesidades de las élites económicas
–globalofílicas- con amplios sectores sociales golpeados por la
globalización. Esta tensión expresa una diferencia significativa respecto de los años ’30
cuando las fracciones hegemónicas del capital viraron rápidamente al
proteccionismo. El salto en la globalización del capital y el hecho de
que a diferencia de la Gran Depresión la crisis fue contenida pero a
costa de un muy débil crecimiento económico, explica en gran parte
aquella tensión.
Trump captó el sentir de millones con un discurso –nacionalista,
proteccionista y xenófobo- dirigido a los desplazados de la
globalización. Prometió reindustrializar Estados Unidos expulsando a los
inmigrantes, eliminando los tratados de libre comercio, bajando los
impuestos a las corporaciones para alentar el retorno de capitales y
subiendo los aranceles a la entrada de productos chinos y mexicanos para
sustituir importaciones. Llegó a insinuar el apoyo a incrementos del
salario mínimo y el repudio al sistema financiero y las extraordinarias
ganancias bursátiles asociadas a las bajas tasas de interés.
Sin embargo este programa, considerado en su conjunto, no es
compatible con la élite económica norteamericana que, no por casualidad,
apoyó contundentemente a Hillary. Grandes fábricas de origen
estadounidense se encuentran relocalizadas en México o en China precisamente por la diferencia salarial –incluso en los últimos añosmuchas empresas se trasladaron de China a México
o a Vietnam, entre otros destinos, debido al incremento de los salarios
chinos. Gran parte de las importaciones chinas y mexicanas que Trump
dijo querer arancelar al 45 y 35% respectivamente, provienen de
capitales norteamericanos localizados en esos países. Incluso gran parte
de los insumos de la industria radicada en Estados Unidos proviene de
China y México al igual que una porción significativa de los bienes de
consumo. Un aumento arancelario a la escala prometida por Trump, no sólo
significaría una declaración de guerra a todas estas empresas sino que
colateralmente produciría una escalada inflacionaria con el consecuente
desbarranque del salario real y el incremento de los costos de
producción. Por otra parte sectores productores medianos o pequeños
–que apoyaron a Trump- no simpatizan en general con la expulsión de
inmigrantes debido a que están establecidos en territorio norteamericano
y suelen superexplotar mano de obra extranjera indocumentada.
La voz de la conciencia (o Dr. Jekyll y Mr. Hyde)
Trump –un magnate inmobiliario enriquecido él mismo con la
especulación financiera- no puede –ni quiere- gobernar contra los
sectores hegemónicos del capital norteamericano, incluidos Wall Street y
la élite tecnológica congénitamente globalofílica como Apple, Google,
Facebook, entre otras.
En principio la ruptura entre Trump y el establishment Republicano
comienza a cerrarse. Así lo muestra la reciente designación de Reince
Priebus –presidente del comité nacional del Partido Republicano y figura
de amplio consenso en el partido- como jefe de gabinete de su gobierno.
Mientras a la vez y reafirmando su “identidad”, Trump nombró al racista
Steve Bannon –ex jefe del portal de noticias de extrema derecha
Breitbart- como principal estratega y asesor de la Casa Blanca. Por otra
parte, el actual presidente republicano de la Cámara de Representantes,
Paul Ryan, resultó reelecto por unanimidad y tras haberse diferenciado
múltiples veces de Trump durante la campaña, afirmó ahora que lo pasado,
pisado…y que conversa con Donald “prácticamente todos los días”. Y así
sigue entretejiéndose un equipo de insiders y outsiders -incluido el ex
jefe de Goldman Sachs que, se dice, podría ir al Departamento del
Tesoro.Las tensiones por la conformación del equipo continúan y estarían desatando una suerte de guerra interna al interior del Partido Republicano.
El resultado de aquella guerra terminará arrojando definiciones más
claras pero lo que se conoce hasta ahora del armado –que salvando las
distancias recuerda un poco al ornitorrinco que terminó comandando el Brexit-
hace pensar que Trump gobernará para las fracciones dominantes sin
olvidar del todo sus promesas de campaña. Los outsiders del
establishment –muchas veces insiders de la élite económica- parecen
estar operando como una suerte de voz de la conciencia de las élites
políticas en tiempos “extraños”, obligándolas a conformar gabinetes
mixtos. Esta síntesis parece descartar tanto la ejecución del “programa
máximo” como la idea de que el conjunto de las promesas electorales
quede en pura demagogia. Resulta clave entonces arriesgar algunos
elementos de lo que podría ser el “programa de acción”.
Intermezzo
Es probable que el programa efectivo de Trump busque responder al
escenario intermedio de múltiples combinaciones que caracteriza la
situación actual norteamericana. Un vasto desarrollo de fenómenos
políticos -con más poder por derecha como resultado, en parte, de la
subordinación de Sanders al Partido Demócrata- y un reverdecer de
movimientos sociales por un lado, con escasa lucha de los trabajadores,
por el otro. Una conjunción de estancamiento económico sin crisis
catastrófica, que redunda en variados contrastes. Entre ellos, un
crecimiento del PBI norteamericano del 2,2% promedio durante los últimos
ocho años, claramente superior al de Europa o Japón aunque
significativamente inferior a su promedio histórico superior al 3%.
Una baja desocupación en términos de población económicamente activa
–disminuyó desde el 10% en 2009 al 4,9% en la actualidad- pero nuevos
trabajos creados de baja calidad, empleos de medio tiempo y una
desocupación estructural arrastrada durante las últimas décadas
–resultado de la combinación de deslocalización y cambio tecnológico. La
restricción de acceso al crédito por parte de las familias que llegaron
a la crisis de 2008 con un endeudamiento equivalente al 130% de sus
ingresos, completa el cuadro. Esta última condición obstruyó la
posibilidad de un boom de consumo semejante al que operó en los años ’90
o ‘2000, a pesar de las extremadamente bajas tasas de interés.La combinación de estos elementos desnudó el alza extraordinaria de la desigualdad y las posiciones perdidas en décadas anteriores.
El ala neokeynesiana del establishment económico demócrata o pro
demócrata, incluyendo a Lawrence Summers, Paul Krugman, Martin Wolf, el
FMI y el sector hegemónico de la propia Reserva Federal norteamericana,
hace tiempo está indicando la necesidad de trocar gradualmente las actuales medidas expansivas monetarias por políticas fiscales –de aliento a la obra pública y gasto en infraestructura. Y aparentemente no son los únicos: según un estudio de la National Association of Business Economics
–parte interesada, si la hay- el 43% de los “expertos” considera que el
gasto del gobierno norteamericano es demasiado restrictivo comparado
con un 29% que pensaba de igual modo hace un año. Hacen falta
“Carreteras, puentes, alcantarillas, agua. Lo que sea, nos estamos
rezagando”, decía hace unos pocos meses
el presidente de la firma de inversiones Cumberland Advisors quien a su
vez estimaba que Estados Unidos necesita entre tres y cuatro billones
de dólares de gasto en infraestructura. Por su parte, las tasas de interés extremadamente bajas
sostenidas durante tanto tiempo, comienzan a perjudicar las ganancias
de los bancos, anulan la política monetaria como contratendencia frente a
muy probables recesiones y crean tensiones financieras potencialmente
explosivas.
El programa neokeynesiano -consejero del capital con fuertes lazos
globales- machaca sobre la necesidad de contener al menos parcialmente
la sed de ganancias de las multinacionales permitiéndole recuperar
cierta sensación de “poder” a los sectores más perjudicados por la
globalización. Estos lineamientos, complementarios con privilegiar las
políticas fiscales frente a las monetarias, persiguen el objetivo de
salvar la globalización, realizando algunos cambios impostergables para
que finalmente nada cambie.
En general todo suena muy tibio en términos estratégicos para el
cuadro que se está gestando. Sin embargo, en la actual situación
“intermedia”, es probable que el programa de Trump termine impulsando
por derecha -o sea, con fuertes elementos
xenófobos, racistas, represivos y antisindicales, amén de profundas
reducciones impositivas- aspectos claves del programa neokeynesiano.
“Increíblemente irónico”
Martin Wolf señalaba
hace unos pocos días que “sería increíblemente irónico que Trump
aplicara, con el apoyo republicano en el Congreso, precisamente el tipo
de estímulo fiscal keynesiano al que los legisladores de su partido
rotundamente se opusieron cuando la administración de Barak Obama lo
sugirió en 2009”. No tan irónico…Uno de los miembros del equipo económico
de Trump apuntaba que “podemos cerrar la brecha de la riqueza en
América reemplazando los niveles de tasas de interés de emergencia por
estímulo fiscal”. El asesor agregaba que teniendo ahora a la cámara de
representantes y el senado, se incrementan las probabilidades de que el
plan fiscal se aprobado por el Congreso.
Hay pocas dudas respecto de que la administración Trump implementará
enérgicas rebajas impositivas. Se habla de una reducción de entre 15 y
20 puntos porcentuales a las corporaciones, una tasa de repatriación
única del 10% a las ganancias obtenidas en el extranjero y la completa
eliminación de los impuestos federales sobre herencias y donaciones.
Según uno de los asesores económicos
de Trump, una reducción impositiva de 15 puntos porcentuales
representaría un monto cercano a los 600 mil millones de dólares. Una
reducción de los ingresos fiscales de alrededor del 4% del PBI, según
The Economist. El asesor afirma a la vez que Trump propone un plan de
infraestructura de 1 billón de dólares –aunque otros hablan de 550 mil
millones- financiado mediante una combinación de deuda y asociación de
capitales públicos y privados. En cualquier caso se trata del doble o
bastante más del doble respecto de la promesa de Hillary. Probablemente
aspiren a que al menos parte de esa suma sustraída al fisco, se vuelque a
la construcción de infraestructura lo que podría incluir políticas para
expandir la producción de gas, petróleo y carbón, la creación de nuevos
gasoductos y la apertura de tierras públicas a nuevas perforaciones de
minería, como también señala The Economist. Y no es para nada impensable que para ello el estado se comprometa a garantizar una ganancia mínima.
Con bastante sentido común Martin Wolf apunta
que “la unión del populismo de Trump con la obsesión por recortes
fiscales de los republicanos, podría ocasionar enormes y permanentes
aumentos en los déficits fiscales”. The Economist sugiere
que probablemente haya que esperar de Trump algo intermedio entre
Ronald Reagan –bajos impuestos, baja regulación y libre mercado - y un
proyecto más nacionalista, populista e incluso estatista con cuestiones
de ley, orden, identidad y tradición cultural al estilo de los políticos
demagógicos europeos. Vale recordar que Reagan combinó fuertes recortes
impositivos con un acelerado gasto en defensa y por ello muchos hablan
de un giro “ronaldreaganesco”
en la política fiscal norteamericana. Como también señala el semanario
británico, aunque gran parte de los republicanos preferirían la opción
liberal, Ryan agradeció a Trump por proporcionar los lazos electorales
suficientes para crear el primer gobierno republicano unificado desde
2007. Si Ryan y sus compañeros líderes del congreso van a sobrevivir a
este nuevo orden, tendrán que abrazar algunas posiciones desconocidas,
concluye The Economist.
La política de “normalización” de tasas de interés –también una
recomendación neokeynesiana- es esperable que ocupe un lugar destacado
–al menos tendencialmente- en la “era Trump”. Tanto como necesidad
asociada a los factores señalados más arriba, como al mayor ingreso de
capitales necesario para financiar un endeudamiento que se percibe
creciente y a un posible incremento de la inflación vinculado a
modificaciones arancelarias –seguramente más moderadas que las
prometidas en campaña. Por supuesto la política de tasas tendrá
importantes repercusiones en el escenario internacional y en el latinoamericano, en particular.
A su vez, la especulación financiera desenfrenada, vinculada en gran
parte a las políticas monetarias de estos últimos años, no son bien
vistas por gran parte de la población. La demagogia de Trump incluyó la
promesa de restaurar la ley Glass Steagall –que separa la banca
comercial de la banca financiera- implementada por Roosevelt en 1933 y
anulada por Clinton en 1999. Como también indica Wolf, no se sabe si la
ley Dodd Frank –una regulación light implementada pos Lehman y detestada
por las instituciones financieras- “sería reemplazada por una
alternativa más eficaz o por un regreso a la situación anterior a la
crisis en la que todo estaba permitido.” Aunque es probable que ni el
mismo Trump lo sepa, la cuestión se hará más prístina a medida que se
resuelva la guerra del gabinete. Wolf afirma no obstante y con cierto
pesar que “Sin embargo, en materia de regulación financiera, a
diferencia de en materia de comercio, el populismo de Trump podría
proteger a Estados Unidos de los peores instintos desreguladores de los
legisladores republicanos, en lugar de lo opuesto”.
¿No global?
Con respecto a los acuerdos comerciales, resulta bastante impensable un retroceso significativo en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(NAFTA). Aún cuando no pueden descartarse modificaciones, parece
altamente improbable un incremento de aranceles de la magnitud prometida
por Trump que redundaría en un ataque violento a las empresas
norteamericanas radicadas en México con consecuencias impensables sobre
los precios y el empleo al interior de Estados Unidos. El Acuerdo Transatlántico (TTIP), a ciencia cierta, nunca vio la luz y es muy probable que Trump retroceda claramente con el Acuerdo transpacífico (TPP).
Como el TPP es un “arma” diseñada para acorralar a China, no es
descabellado especular con que su retiro podría ser empuñado como
instrumento de negociación con el Gigante Asiático. Trocando por ejemplo
la eliminación del Acuerdo por la modificación selectiva de algunos
aranceles e incluso la eventual exigencia de una mayor apertura china al
capital norteamericano. Desde que China comenzó a dejar atrás su rol de
receptor de capitales presentándose cada vez más como un competidor por los espacios mundiales de acumulación,
asoma crecientemente como un factor que cuestiona a su turno la
legitimidad del statu quo norteamericano. En principio no puede
descartarse una política –al menos en un primer período- en la que
Estados Unidos trate de mejorar su posición relativa frente a China
apelando a instrumentos de negociación. Hay que tener en cuenta –entre
otros aspectos- la dependencia de Estados Unidos del financiamiento
chino -principal tenedor de Bonos del Tesoro- cuestión que se presenta
como más apremiante si se piensa en un panorama de mayor endeudamiento
estatal.
Abordamos aquí el costado económico de una cuestión que no sólo
tendrá consecuencias internacionales sino que hace parte de una extensa
ristra de asuntos políticos y geopolíticos –aún indefinidos- que podrían
alterar el mapa en el período próximo.
Con todo, aún hay más interrogantes que certezas. Pero si hay algo
que presenta pocas dudas es la imposibilidad –al menos bajo las actuales
condiciones- de recrear un proceso de reindustrialización estructural
en Estados Unidos con un reverdecer del “sueño americano”. A decir
verdad ni el New Deal de Roosevelt –que a diferencia del engendro
trumpista, estuvo acompañado por múltiples aspectos progresistas- logró
el incremento del gasto suficiente como para impulsar un enérgico
ascenso de la economía cuyo auge estuvo finalmente asociado al inicio del armamento norteamericano para su entrada en la segunda guerra mundial. Incluso Robert Gordon, a quien mencionamos en múltiples oportunidades,
sugiere en The Rise and Fall of American Growth que también el auge de
posguerra hubiera sido impensable sin el impulso de la guerra.
Lo que quedó demostrado con el triunfo de Trump –por si faltaba un
botón- es que el proceso de globalización –que es en gran parte el de
exportación de capitales e importación de mano de obra barata-
característico de la “revolución” neoliberal, operó como un temible
instrumento de división de las filas de los trabajadores. La
desocupación estructural, la precarización del trabajo y el descenso en
el nivel de vida de amplios sectores en los países centrales es
contracara de la superexplotación externa e interna de mano de obra extranjera pero también de la perversa utilización capitalista de los avances tecnológicos.
Si la primera cuestión se presenta hoy como el arma central de las
derechas xenófobas –que las élites políticas tradicionales aprovechan-
para fomentar el odio bajo la forma del nacionalismo proteccionista en
los países centrales, la segunda reaparece como amenaza permanente bajo
la forma de la “humanización de las máquinas” o la robótica.
Resulta urgente que los trabajadores y los sectores pobres enfrenten
estas formas de engaño múltiple y peleen por conquistar el arma más
poderosa: la unidad de sus filas. Cuestión que incluye también la
batallapor poner al servicio de las grandes mayorías ese gran logro de la humanidad toda que representan los avances de la ciencia y la tecnología.