Trump y Clinton frente a América Latina
Por Leandro Morgenfeld
Notas.org.ar
En pocos días se
sabrá quién sucederá a Barack Obama: Hillary Clinton o Donald Trump.
Además, se definirá si el nuevo Congreso estadounidense seguirá
controlado por los republicanos o tendrá mayoría demócrata. ¿Qué rol
juega América Latina en esta elección? ¿Cómo impactará en la región la
elección de uno u otro? ¿Qué pasará con la inmigración hispana, el
bloqueo a Cuba, el Acuerdo Transpacífico (TPP), las “amenazas” del
narcotráfico y el terrorismo y la relación con Venezuela?
El creciente peso demográfico de la comunidad hispana en Estados
Unidos -55 millones de personas, la mitad de los cuales están
habilitados para votar- hace que sean un target electoral cada vez más
codiciado. Las bravuconadas de Trump contra los mexicanos y sus
propuestas para ampliar el muro que separa la porosa frontera sur de
Estados Unidos y expulsar a los más de 11 millones de indocumentados
hacen esperar que la gran mayoría de esa “minoría”, históricamente
renuente a involucrarse en las compulsas electorales, termine volcando
la elección a favor de Clinton, sobre todo en Estados clave como la
Florida. Pero América Latina y el Caribe cuentan no solamente por la
población de ese origen que reside en Estados Unidos, sino porque es el
área de influencia más próxima del imperio: su “patio trasero”.
Obama, en su segundo mandato, está logrando recuperar el dominio
regional que su país ejerció en la región desde la posguerra e impulsa
una profundización del giro político que sepulte el desafío que supo
desplegar el bloque bolivariano y el eje Argentina-Brasil en la última
década.
La discusión sobre los tratados de libre comercio en la región y las críticas de ambos al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica
(TPP), que aguarda su ratificación en el Congreso estadounidense, hacen
que esta elección tenga especial interés para Nuestra América. También
está en juego el proceso de normalización de las relaciones con Cuba y
la reversión (o no) de la “guerra a las drogas”. Esta última, excusa,
junto a la lucha contra el terrorismo, para la perpetuación del
injerencismo militar en la región -una extensa red de bases militares se
ampliaron durante las presidencias de Obama-. Al mismo tiempo, está en
juego qué vínculo mantendrá Estados Unidos con el gobierno de Nicolás
Maduro y con los demás países no alineados -Bolivia, Ecuador,
Nicaragua-.
La inmigración
Uno de los tópicos sobre los que giró la campaña, al igual que está
ocurriendo en Europa, es el de los inmigrantes ilegales. A pesar de que
el capital se nutre de los millones de indocumentados, para
superexplotarlos, también los utiliza para canalizar contra ellos el
malestar social, producto del desempleo y la creciente pobreza, que se
dispararon tras la crisis de 2008.
Así, el discurso xenófobo de Trump encuentra eco en trabajadores
industriales blancos que empeoraron sus condiciones de vida en los
últimos años. La burguesía estadounidense descarga su responsabilidad
por la crisis y a la vez logra fragmentar la solidaridad de clase de los
trabajadores, incentivando las tensiones étnicas o raciales.
Clinton, en cambio, si bien desde un discurso progresista, a favor de
la diversidad y en defensa de los inmigrantes, promete continuar con la
política migratoria de Obama y omite un dato clave de la realidad:
durante la actual administración hubo tres millones de indocumentados
deportados, promediando 400 mil por año.
Más allá de que el debate mediático gira en torno a los exabruptos de
Trump, a la propuesta de ampliar el muro -que ya existe- en la frontera
y a un improbable programa de expulsiones masivas, en los hechos ya se
viene aplicando una dura política expulsiva. El temor a ser echados del
país es aprovechado por los empresarios estadounidenses para contratar
trabajadores indocumentados, con nulos derechos laborales y salarios más
bajos.
El TPP y los Tratados de Libre Comercio
Otro de los temas controvertidos de la campaña, al que se aludió en el primer debate presidencial,
fue el TPP, firmado por 12 países en febrero pasado, pero que para
entrar en vigencia debe ser ratificado por los congresos de los países
signatarios.
Obama lo impulsó como el brazo económico de su estrategia de
reposicionamiento en Asia y América Latina, para contener el avance
chino. El problema es que este enfoque geopolítico descuidó el frente
interno. En consecuencia, el acuerdo corre el riesgo de no ser
refrendado en el Capitolio, con lo cual no entraría en vigencia.
Trump, intentando captar el voto de los trabajadores blancos
descontentos, insiste recurrentemente en los efectos nefastos que tuvo
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), que entró en
vigencia en 1994, durante la Administración Clinton, y promete que
enterrará el TPP. Por el lado demócrata, en las primarias Bernie Sanders
obligó a Hillary a modificar su posición pública respecto a este mega
acuerdo. La candidata demócrata se vio forzada a señalar que, ante los
temores de sindicatos, asociaciones de consumidores, PyMEs y
ecologistas, ahora no estaba de acuerdo con el TPP tal como se había
firmado.
Sin embargo, la semana pasada, Wikileaks filtró parte de los
discursos de la candidata -por los que Goldman Sachs le pagó
700 mil dólares- ante banqueros de Wall Street: allí Clinton se ufana de
sostener posiciones distintas en público y en privado y tranquiliza a
los financistas, aclarándoles que en realidad ella seguirá apoyando un
acuerdo de libre comercio en todo el continente. Si esta filtración no
la afectó gravemente es porque la atención pública giró en torno al
audio en el que Trump, una vez más, dejaba en claro su vergonzosa misoginia.
Más allá de lo que digan los candidatos, Obama despliega un fuerte
lobby para ratificar el TPP antes del recambio parlamentario de enero.
Si Estados Unidos no lo refrenda antes de febrero de 2017, ese mega
acuerdo de libre comercio se cae.
La relación con América Latina
En cuanto al reestablecimiento de las relaciones diplomáticas con
Cuba y a la relación con los países bolivarianos, no puede esperarse
nada demasiado nuevo por parte de ninguno de los dos candidatos. Trump,
con un discurso de cuño más aislacionista, pregona que no hay que gastar
recursos “promoviendo la democracia” en países que no la quieren.
Su hostil discurso hacia la comunidad hispana seguramente reflotaría
un sentimiento anti-yanqui, como el que en su momento generó George W.
Bush. Por eso los gobiernos de derecha en la región, a pesar de tener
una prédica que a priori sintonizaría más con las propuestas del magnate
inmobiliario, señalaron que prefieren a Clinton en la Casa Blanca. Ella
garantizaría la continuidad de las políticas de Obama y tendría mejores
condiciones para avanzar con el TPP, al que miran con esperanzas no
solo los gobiernos neoliberales de México y Perú, que ya lo firmaron,
sino los de Brasil y Argentina, que aspiran a incorporarse.
Macri, quien en el pasado hizo negocios con Trump, y hasta lo alojó
en más de una oportunidad en su quinta Los Abrojos, declaró públicamente
que se inclina por la demócrata. Supone que así podrá seguir
desplegando la política de seducción con la Casa Blanca y sumarse a los
nuevo tratados de libre comercio impulsados por Estados Unidos tras el
fracaso del ALCA.
En síntesis, un hoy improbable triunfo de Trump complicaría la
estrategia estadounidense de recuperar el pleno control en Nuestra
América, desafiado de múltiples formas en lo que va del siglo XXI. La
victoria de Clinton, en cambio, colocaría en la Casa Blanca a una fiel
representante del establishment económico y político que hace más de
tres décadas gobiernan en Washington. Habrá continuidad, pero más
agresiva hacia los gobiernos no alineados.
Hillary es más propensa a ceder ante las presiones del complejo
militar, tal como demostró como senadora y secretaria de Estado. En
consecuencia, Nuestra América, más que depositar esperanzas por lo que
pueda ocurrir en las urnas el 8 de noviembre, tiene el desafío de
reconstruir el camino de la integración autónoma, fuera de la órbita
estadounidense.
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