Revista Huellas de Estados Unidos Número 11, pp. 98-104,
octubre 2016
Leandro Morgenfeld[1]
Resumen
Los
sectores aperturistas en Estados Unidos impulsan ambiciosas iniciativas
multilaterales, entre las que se destaca el Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica (TPP). Rubricado en Nueva Zelanda en febrero de 2016 por
12 países, tiene como uno de sus objetivos geoestratégicos limitar la creciente
presencia de China en el Pacífico. Es hasta ahora el mayor acuerdo de libre
comercio de toda la historia. Para entrar en vigencia, debe ser ratificado antes
de febrero de 2018 por los congresos de al menos 6 de los 12 países signatarios.
El saliente presidente Barack Obama procura que los congresistas
estadounidenses lo ratifiquen antes de enero de 2017. El problema es que el
candidato republicano, Donald Trump, centra su prédica en la crítica a este
tipo de acuerdos. Hillary Clinton, quien llevó adelante las negociaciones
cuando fue Secretaria de Estado (2009-2013), en los debates de las primarias
tuvo que pronunciarse en contra de este acuerdo, tanto por las objeciones de
Bernie Sanders como por la resistencia de sindicatos cercanos al Partido
Demócrata. Se llegó así a una situación paradójica y de resolución incierta: Obama
intenta avanzar con el TPP, y dejarlo como uno de sus legados, pero los dos
principales candidatos a la presidencia se oponen. ¿Cómo puede afectar esto a
la campaña? ¿Van a crecer las resistencias internas a este acuerdo? ¿Afecta la
hegemonía estadounidense a nivel global? ¿Qué impacto puede tener en Nuestra
América? ¿Cómo se articulan las resistencias a esta ofensiva de los grandes
capitales estadounidenses?
Palabras
clave: Estados Unidos; Elecciones; TTP; hegemonía; libre comercio
¿Qué es el TPP?
Dada
las dificultades para alcanzar un acuerdo global en la Organización Mundial del
Comercio (OMC), y las necesidades de sus capitales trasnacionales de avanzar
para explotar el trabajo a escala mundial en mejores condiciones -sin
regulaciones de los estados- y la creciente competencia con China, el gobierno
de Estados Unidos impulsa distintas iniciativas: el Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica (TPP), el Acuerdo Transatlántico de Comercio e
Inversiones (TTIP) y el Acuerdo sobre el Comercio de Servicios (TISA), cuyos
borradores se conocieron gracias a las filtraciones de Wikileaks.
El TPP es un tratado de libre comercio
multilateral, negociado en secreto durante más de cinco años, fundamentalmente
a partir de la inclusión de Estados Unidos en las discusiones, quien se
transformó en su principal impulsor[2]. Luego del acuerdo
alcanzado en octubre de 2015, el 4 de febrero pasado fue firmado en Auckland
por Estados Unidos, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Brunei, Singapur,
Vietnam, Canadá, México, Perú y Chile. Estos 12 países suman una población de
800 millones de personas y el 40% del PBI global[3].
En sus 30 capítulos, se destacan los
siguientes objetivos: rebajar las barreras
comerciales, establecer un marco común de propiedad intelectual, reforzar
los estándares de derecho del trabajo y derecho ambiental y establecer un mecanismo de arbitraje de diferencias entre inversores y
estados.
Más allá
de ser presentado como un acuerdo de libre comercio, sólo 5 capítulos se
refieren específicamente a las tarifas aduaneras. El resto, abarca inversiones,
telecomunicaciones, propiedad intelectual, medioambiente y derechos de los
trabajadores, entre otros tópicos. Facilita el acceso a los mercados, eliminando los aranceles para el comercio de bienes entre los países miembro,
a través de la creación de una gran área de libre comercio. Además, implica un
conjunto común de reglas de origen y la acumulación de origen (los insumos
originarios de un país miembro incorporados en un bien final exportado por otro
miembro a un tercer miembro se consideran como originarios del país que exportó
el bien final). Procura también aumentar la protección a la inversión
extranjera, a través de disposiciones como “trato nacional”, “nación más
favorecida”, “trato justo y equitativo”, “prohibición de diversos requisitos de
desempeño”, “garantías de compensación pronta y adecuada en casos de
expropiación” y “libertad de repatriación de las utilidades y el capital”,
entre otras. Limita la capacidad de los estados para regular los movimientos de
capital, incluyendo la aplicación de controles transitorios para preservar la
estabilidad financiera de los países.
Para beneficio de
Estados Unidos, refuerza la propiedad intelectual, estableciendo sanciones
penales para la falsificación intencional de marcas y la piratería de derechos
de autor que ocurran en “escala comercial”. En cuanto al sensible rubro de los
medicamentos, Estados Unidos propuso un mecanismo ofreciendo a las compañías
farmacéuticas beneficios si obtienen la autorización para introducir nuevos
medicamentos al mercado dentro de un determinado plazo, denominado la “ventana
de acceso” (extensión de las patentes, duración del período de exclusividad de
los datos de prueba y la vinculación obligatoria de patentes). Esto ha
provocado fuertes críticas.
Estados Unidos
también procuró limitar el accionar de las empresas estatales, garantizando que
no reciban ventajas que excedan las percibidas por las empresas privadas con
las que compiten. Se restringe, además, cualquier prioridad a favor de las
empresas nacionales que los estados puedan establecer, para las contrataciones
públicas.
En síntesis, el
TPP, al otorgar mejores condiciones al capital más concentrado a nivel global,
es beneficioso para las grandes corporaciones, mayormente estadounidenses, a
las que da más herramientas, por ejemplo, para demandar a los estados. Para los
países menos desarrollados, implicará una mayor desindustrialización, apertura
irrestricta de sus economías, pérdida de soberanía económica, peores
condiciones para que los estados establezcan regulaciones, por ejemplo en
materia laboral o medioambiental, o para avanzar en la producción de
medicamentos genéricos. Como los demás acuerdos de libre comercio, otorgan
libertad al movimiento de capitales y mercancías, pero no de personas,
alentando la baja de salarios y la flexibilización laboral. Si los trabajadores
establecen resistencias, se amenaza con la relocalización de las empresas, hacia
entornos donde la flexibilización laboral sea mayor y los salarios más bajos,
como ocurrió en las últimas dos décadas con el NAFTA.
Trump, Clinton y
Obama ante la disyuntiva parlamentaria
Obama
pretende que el TPP sea ratificado por el congreso antes de enero. Para eso,
despliega un fuerte lobby entre legisladores demócratas y republicanos, aunque
el resultado es incierto. Cuando el congreso aprobó, en junio de 2015, el
“fast-track” sobre el TPP –ahora sólo puede aprobarlo o rechazarlo a libro
cerrado, sin introducir modificaciones-, lo hizo por un escaso margen de 10
votos en la Cámara de Representantes. En esa oportunidad, sólo 28 demócratas
acompañaron la propuesta de Obama, y muchos de ellos están siendo ahora
presionados para cambiar su voto. Entre los republicanos, 9 de los que votaron
a favor del fast-track ahora manifestaron públicamente que no aprobarían el
TPP. Muchos de ellos buscan ser reelegidos en noviembre. A esto hay que sumarle
el debate entre los candidatos presidenciales.
Trump, intentando captar el voto de
los trabajadores blancos, insiste recurrentemente en los efectos nefastos que
tuvo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), que entró en
vigencia en 1994, durante la Administración Clinton. Su prédica se apoya en un
dato duro: Estados Unidos perdió 5 millones de empleos fabriles en los últimos
15 años, producto de la relocalización de empresas primero en México y luego en
China. El peso de los votantes disconformes con la economía es clave en estados
con fuerte presencia de la industria automotriz y siderúrgica y algunos de
ellos son swing states, o sea los que
pueden definir el reparto de electores en las generales de noviembre.
Por el lado demócrata, en las
primarias Bernie Sanders fue la gran sorpresa y tuvo posiciones muy críticas
frente al TPP, enfatizando cómo perjudicaría a los trabajadores y cómo
limitaría las regulaciones medioambientales, dándole un poder desproporcionado
a las grandes corporaciones. Su sorprendente performance electoral, a pesar de
no contar con el respaldo del establishment
del partido, obligó a Hillary a modificar su posición respecto al TPP. Si
durante la Administración Clinton, como primera dama, fue una gran defensora
del NAFTA, y como Secretaria de Estado, durante el primer mandato de Obama,
impulsó las negociaciones para firmar el TPP, en la campaña se vio obligada a
señalar que escuchaba los temores de sindicatos, asociaciones de consumidores,
pymes y ecologistas y señaló que no estaba de acuerdo con el TPP, tal como se
había firmado.
Este posicionamiento público de Trump y
Clinton genera una presión a los congresistas de sus respectivos partidos. Y dificulta
los objetivos de Obama. Mark Weisbrot, en un reciente artículo, se preguntaba
hasta dónde el saliente presidente –entusiasta impulsor de la campaña de
Hillary, a quien considera su heredera natural- está dispuesto a arriesgar el
resultado electoral –y por lo tanto su legado- para lograr la aprobación del
TPP[4].
Este acuerdo, pensado como un
contrapeso de China en Asia y América Latina, puede terminar en un rotundo
fracaso para la política exterior de Washington: “Durante años, los
funcionarios estadounidenses han presentado el Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) entre 12 países como una
pieza central del reacomodamiento de recursos militares y de otro tipo de
EE.UU. en Asia. Pero con la creciente oposición, tanto de derecha como de
izquierda, las probabilidades de que este tratado sea ratificado por el
Congreso parecen sombrías. El fracaso en este punto, según los expertos, podría
mellar la credibilidad del país en todos los frentes, desde el comercio a su
compromiso con una región cuya seguridad ha sido apuntalada por Washington
desde la Segunda Guerra Mundial”[5].
Mike Froman, representante comercial
de Estados Unidos, mostró que aún tiene esperanzas sobre la ratificación
parlamentaria, aunque también advirtió los riesgos: “Estamos a un voto de
cimentar nuestro liderazgo en la región o de entregar las llaves del castillo a
China”[6]. Sin embargo, esa suerte
de chantaje no estaría funcionando entre representantes que procuran ser
reelectos en noviembre. Un ejemplo: a mediados de agosto, el senador
republicano Pat Toomey, ex presidente del “Club para el Crecimiento” -bastión
de la economía de libre mercado-, se pronunció en contra del TPP, para intentar
ganarse los votos de la clase trabajadora de cara a la contienda electoral en
la que busca su reelección en Pensilvania. Mitch McConnell, líder de la mayoría
republicana en el Senado, expresó a fin de agosto que el TPP no se sometería a
votación este año.
Obama impulsó el TTP como el brazo económico
de su estrategia de reposicionamiento en Asia. El problema es que este enfoque
geopolítico descuidó el frente interno. En consecuencia, el acuerdo corre el
riesgo de no ser refrendado en el Congreso porque priorizó la política exterior
y no lo suficientemente los beneficios económicos. Así lo explicó Michael R.
Wessel, miembro de la Comisión de Revisión de Economía y Seguridad EEUU-China
del Congreso, quien ha trabajado para muchos demócratas y con los sindicatos,
que tradicionalmente se han opuesto a los acuerdos comerciales: “El argumento
cambió muy tempranamente, de puestos de trabajo a la necesidad de apoyar los
objetivos de política exterior [de Washington] en la región. Bueno, el
trabajador estadounidense estaba harto de ceder puestos de trabajo por los
objetivos de política exterior”[7].
La situación se resolverá entre el 9 de noviembre
y el 3 de enero, cuando quienes no consigan ser reelectos en sus bancas, deberán
abandonarlas. Como explica Weisbrot en el artículo citado, Obama sabe que
decenas de ellos, ya sin las consecuencias electorales de aprobar un tratado
rechazado por las mayorías, se convertirán en lobistas, a cambio de un
suculento salario. En ellos radica su esperanza. Son los que pueden vender su
voto, sin consecuencias políticas. Y con interesantes beneficios materiales.
Así funciona la democracia estadounidense, que más bien debería ser
caracterizada como una plutocracia. Pero, en las próximas semanas, y ante una
elección que todavía no está definida -las principales encuestas de mediados de
septiembre muestran un empate técnico entre Trump y Clinton-, habrá que ver
hasta dónde Obama está dispuesto a arriesgar el otrora previsible triunfo de la
candidata de su partido, en pos de insistir públicamente para que los congresistas
ratifiquen el TPP.
Las resistencias al TPP y el desafío a la
hegemonía de Estados Unidos
Dada
la amenaza que implican los Tratados de Libre Comercio (TLC), en distintos
países del continente, como ocurrió hace más de una década con el ALCA, se
están organizando iniciativas contra el TPP. En Argentina, por ejemplo, el 11
de mayo se reunió por primera vez la Asamblea “Argentina Mejor sin TLC”, que
reúne a organizaciones sindicales, sociales, políticas y de derechos humanos. En
su primera declaración, explicó por qué este tipo de acuerdos son
perjudiciales: “Después de veinte años de firma masiva de TLC en la región,
sabemos que estos tratados no son meros acuerdos sobre aranceles, ya que incluyen además temáticas
sensibles como la propiedad intelectual (patentes de medicamentos, semillas,
software, etc.), los servicios (donde quedan incluidos salud y educación), las
compras públicas, las telecomunicaciones, la agricultura, las inversiones y
también las cláusulas que otorgan la posibilidad a los inversores extranjeros
de demandar al país en centros arbitrales internacionales como el CIADI. Estas
cláusulas aseguran los derechos de propiedad de los inversores extranjeros,
mientras impactan negativamente sobre los aparatos económicos nacionales,
especialmente sobre las pequeñas y medianas empresas, generando así aumento del
desempleo. Se trata además de acuerdos que se negocian en total secreto y sin
ningún acceso de la sociedad civil a los borradores de los textos”[8].
La firma de este tipo de acuerdos tiene, para las
mayorías populares, efectos nocivos en el mediano y largo plazo, muy difíciles
de revertir una vez que entraron en vigencia. Por eso es fundamental el debate
amplio y democrático sobre qué implican los TLC, cómo afectarían a cada sector
de la economía y en qué medida limitarían la capacidad regulatoria del Estado,
restringiendo la soberanía económica nacional.
Por estos motivos, el lunes 11 de julio, se realizó
en Buenos Aires la primera Audiencia Pública sobre los TLC en la Cámara de
Diputados (Sala 1 del Anexo). Legisladores de distintos bloques, junto con
académicos especialistas en el tema y representantes sindicales y
organizaciones políticas, sociales y derechos humanos desmitificaron los
supuestos efectos positivos de estos acuerdos y explicaron los costos sociales
que suponen. Tomando
las exitosas experiencias pasadas contra el ALCA y las que ahora se están
desarrollando en diversos países latinoamericanos –como Chile, México y
Colombia-, se están organizando, además, espacios de formación, jornadas y
materiales de difusión.
El próximo 4 de noviembre, en ocasión de un nuevo
aniversario del No al ALCA, se realizará una jornada continental de lucha
contra el libre comercio. El desafío, una vez más, será articular las
resistencias internas en Estados Unidos y en el resto del continente.
Como advertimos respecto al ALCA, este tipo
de acuerdos implican otorgarle beneficios al capital, en detrimento del
trabajo, cercenan la posibilidad de los estados de establecer regulaciones,
refuerzan la capacidad de los países centrales de cobrar marcas y patentes (en
desmedro, por ejemplo, de la producción de medicamentos genéricos por parte del
sector público) y generan mecanismos para alentar la concentración económica a
escala global, para beneficio exclusivo de las grandes multinacionales[9].
Contra las promesas de mayor acceso a mercados,
nuevas inversiones extranjeras y financiamiento externo que publicitan los
partidarios de los TLC, es preciso advertir los efectos regresivos que
producirían estos tratados para la mayoría de la población.
Las elecciones en Estados Unidos, el próximo
8 de noviembre, no sólo elegirán al sucesor de Obama, sino también a los
diputados y senadores que asumirán en enero de 2017. Habrá que prestar mucha
atención, durante los dos meses que transcurren entre la elección y la asunción
del nuevo Congreso, si se impone la presión de Obama en favor del TPP, o se
traba su ratificación, lo cual tendrá consecuencias geopolíticas, económicas y
sociales a nivel interno y global. En Nuestra América, mientras tanto, se
articula la resistencia contra esta nueva ofensiva imperial y del capital
contra el trabajo, y se construye, desde abajo, esa otra integración que
reclaman y necesitan los pueblos.
[1] Doctor en Historia.
Docente UBA. Investigador Adjunto del IDEHESI-CONICET. Integra el GT CLACSO
“Estudios sobre Estados Unidos”. Autor de
Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias
panamericanas, de Relaciones
peligrosas. Argentina y Estados Unidos, de El ALCA: a quién le interesa?
y del blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com.
Correo: leandromorgenfeld@hotmail.com
[2] Más allá de las
presiones internacionales para lograr un “TPP abierto”, las negociaciones
fueron herméticas y se desarrollaron entre gobiernos y lobbies, sin la participación de las comunidades de los países
afectados. La única información pública se obtuvo mediante las filtraciones de
los capítulos de Propiedad Intelectual, Inversiones y Medio Ambiente.
[3] Para información
oficial, ver el sitio gubernamental de Estados Unidos sobre El TPP: https://ustr.gov/tpp/ y también esta otra
plataforma crítica: https://ar.tppdebate.org/es/
[4] Weisbrot, Mark, “Obama’s New Campaign for the TPP Could Drag Down Democrats” (22 de agosto de 2016). En <https://ourfuture.org/20160822/obamas-new-campaign-for-the-tpp-could-drag-down-democrats>.
[5] Lyons, John, “La demora del acuerdo Transpacífico pone a prueba la influencia de EE.UU. en Asia”, Wall Street Journal, 22 de agosto de 2016
[6] Ibídem.
[7] Ibidem.
[8] Las declaraciones de
la Asamblea, en: <https://www.facebook.com/argentinamejorsinTLC>
[9] Morgenfeld,
Leandro, 2006, El ALCA: ¿a quién le
interesa?, Buenos Aires, Ediciones Cooperativas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario