Leandro Albani/El Furgón
– ¿La ex secretaria de Estado Hillary Clinton representa un muro de contención para las políticas más reaccionarias dentro de Estados Unidos? ¿El magnate Donald Trump encabeza un movimiento que busca resolver los problemas internos en un país azotado por la crisis económica? ¿La ex senadora, nacida en Chicago en 1947, intenta llegar a la presidencia prometiendo moderación ante la bravura de su oponente? ¿El candidato republicano, que llegó al mundo en 1946 bajo el paraguas de un conglomerado inmobiliario construido por su padre, es la encarnación misma del racismo y los miedos profundos de la sociedad estadounidense? ¿Ambos candidatos se presentan hostiles hacia América Latina, en particular frente a los procesos progresistas y de izquierda como en Cuba, Venezuela y Bolivia?
A pocos días de las elecciones presidenciales estadounidenses del 8 de noviembre, El Furgón dialogó sobre estos temas con Leandro Morgenfeld, historiador, investigador del CONICET y autor de los libros “Vecinos en conflicto: Argentina y Estados Unidos en las Conferencias Panamericanas, 1880-1955”, “Relaciones peligrosas: Argentina y Estados Unidos” y “El ALCA: ¿a quién le interesa? La posición de sectores socioeconómicos y políticos en Estados Unidos, México, Brasil y Argentina con respecto al ALCA”.
–¿Existen diferencias sustanciales entre Hillary Clinton y Donald Trump?
-Existen diferencias. Pero siempre, en las campañas electorales, se tienden a exagerar las diferencias. En realidad, hay consensos de fondo en el establishment, que se van a mantener gane quien gane. Y esto lo garantiza no sólo el presidente electo, sino el Congreso y la Corte Suprema. O sea, el margen de maniobra del presidente en Estados Unidos es relativamente estrecho. Todo indica que Clinton será la primera mujer presidente, pero si ello no ocurre habrá un reacomodamiento del sistema político y Trump será forzado a mantenerse dentro de los parámetros permitidos. En el proceso electoral, para generar la sensación de que los votantes realmente eligen, se exageran y magnifican las diferencias. Así, parece que va a haber un país radicalmente distinto si gana uno u otro. Eso ocurre en otros países y con otros sistemas electorales y políticos. En Estados Unidos, no. Pero el marketing político, como ocurre con la propaganda comercial, gasta millones para vendernos candidatos con packaging muy distinto, pero contenido similar. La política estadounidense está cooptada por el marketing y depende de los cientos y cientos de millones de dólares que se gastan en construir consenso en torno a los candidatos. En “venderlos”.
-¿La política exterior de Estados Unidos puede variar según qué candidato gane las elecciones?
-Hace décadas, existe un “gobierno permanente” de Estados Unidos, más allá de las diferencias entre republicanos y demócratas, y entre los sucesivos candidatos. El sistema político estadounidense, más que alternancia, garantiza continuidad. Los dos partidos del orden representan dos caras aceptables para el establishment. Nunca se pone en discusión el carácter imperial de Estados Unidos. Pueden discutir si en Siria hay que crear o no una zona de exclusión aérea, o si hay que bombardear más o menos al Estado Islámico, pero no cuestionan el fundamento, el carácter de gendarme planetario que cumple Estados Unidos. En general, se van tamizando los candidatos y el sistema purga a los que quieran romper el consenso bipartidista en materia de política exterior. Bernie Sanders sí proponía una modificación sustantiva de la política exterior, pero no pudo llegar, entre otras cosas porque el aparato del partido –y millones de dólares de las coporaciones– se encolumnó atrás de Hillary, como probaron los emails filtrados por Wikileaks.
-¿Los debates presidenciales entre los dos candidatos son reales o simplemente un espectáculo de televisión?
-Los tres debates presidenciales, y el de los vicepresidentes Pence y Kaine, concitaron mucha atención, especialmente por la figura de Trump. La campaña se caracteriza por el altísimo rechazo que provocan ambos candidatos –reflejo de una crisis del sistema político en Estados Unidos– y por su inusual tono agresivo. Estados Unidos es el país donde la telepolítica, o sea la transformación de la política en un show, alcanzó niveles más desarrollados en las últimas décadas. La particularidad de estos debates es que Trump, en algún sentido, es un outsider y no se aviene a muchas de las reglas del establishment político. Basó su campaña en romper con lo políticamente correcto, para intentar canalizar el rechazo al sistema, y en particular a Hillary, que es una fiel representante del establishment económico y político. Como dijo algún editorialista, Trump será muy malo para la política estadounidense, pero es una máquina de generar rating. Todas las primarias, y ahora la elección general, para bien o para mal, giraron en torno a su figura, sus exabruptos, sus acosos a mujeres. Esto impide que se discuta con mayor profundidad sobre los temas centrales de la política, la economía y la sociedad. Es un factor distractivo importante.
-¿Qué análisis se puede hacer de las posturas de Clinton y Trump con respecto a América Latina?
–América Latina apareció poco en los debates presidenciales y en la campaña, salvo por dos temas. Inmigración: Trump culpa a los indocumentados de la crisis de empleo y propone endurecer los controles fronterizos y un plan de deportaciones masivas, mientras que Clinton quiere aprobar una reforma migratoria en los papeles más progresista, pero en realidad con Obama se deportaron más de 3 millones de indocumentados en 8 años, un récord histórico; el Acuerdo Transpacífico: ambos dicen oponerse al TPP, aunque Clinton fue la que lo impulsó como Secretaria de Estado, y en privado dijo a financistas de Wall Street que está a favor de este tipo de acuerdos de libre comercio.
En
cuanto al reestablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba y a
la relación con los países bolivarianos, no puede esperarse nada
demasiado nuevo por parte de los dos candidatos. Trump, con un discurso
más aislacionista, insiste en que no hay que gastar recursos
“promoviendo la democracia” en países que no la quieren. Su discurso
xenófobo y anti-hispano cosecha rechazos en América Latina. Por eso los
gobiernos de derecha en la región, a pesar de tener una prédica que a
priori sintonizaría más con las propuestas del magnate inmobiliario,
señalaron que prefieren a Clinton en la Casa Blanca. Clinton
garantizaría la continuidad de las políticas de Obama y tendría mejores
condiciones para avanzar con el TPP, al que miran con esperanzas no solo
los gobiernos neoliberales. Un eventual triunfo de Trump complicaría la
estrategia estadounidense de recuperar el dominio en Nuestra América,
desafiado en los últimos años. La victoria de Clinton, en cambio,
implicaría mayor continuidad, pero más agresiva hacia los gobiernos no
alineados.
-¿El gobierno argentino mantiene afinidad ideológica con alguno de los candidatos en particular?
–Macri tiene una vieja relación de negocios con la familia Trump, y hasta lo alojó personalmente en en su quinta Los Abrojos, hace algunos años. Además, podríamos decir que tiene afinidad electiva por Trump, por ser ambos empresarios y con un discurso neoliberal y promercado. Sin embargo, tanto él como la canciller Malcorra declaran públicamente que prefieren que gane Clinton. Suponen que así habrá continuidad y podrán seguir alineados y subordinados a Washington sin pagar un costo interno. En esa línea, de avanzar el TPP que en su momento impulsó Hillary como Secretaria de Estado, Macri podría llevar al país a sumarse a este mega acuerdo de libre comercio. Trump, como decíamos antes, generaría más rechazo y reflotaría un sentimiento anti-yanqui, con lo cual la subordinación de Macri a la agenda de Washington tendría un mayor costo político interno.
-Tanto Clinton como Trump, ¿tienen políticas concretas para paliar la crisis económica que atraviesa Estados Unidos desde hace varios años?
-En sus discursos, Clinton enfatiza que van por el buen camino y que lo peor de la crisis ya pasó, mientras que Trump señala que Estados Unidos está estancado, no crece hace años, se desindustrializó y perdió millones de empleo. Clinton promete más libre comercio para volver a crecer, mientras que Trump se inclina por una prédica proteccionista. Dice que va a renegociar los tratados de libre comercio y obligar a las empresas estadounidenses a volver a producir en su país, y a la vez insiste con la receta neoliberal de bajar impuestos a los ricos y achicar el Estado, para que las empresas ganen competitividad e inviertan. Ninguno de los dos se enfoca en los aspectos estructurales de la crisis y, como bien señaló el moderador del tercer y último debate, más allá de sus propuestas, las consecuencias de ambos programas serían una escalada aún mayor del déficit fiscal y el endeudamiento público, que ya supera holgadamente el 100% del PBI anual estadounidense. O sea, ninguno tiene un plan para superar el estancamiento estructural de la economía estadounidense. Esto lo señaló Trump en el debate del 19 de octubre: India crece al 8% anual, China al 7% y Estados Unidos al 1%.
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