El populismo de la integración regional
Por Alejandro Frenkel* y Nicolás Comini** (Página/12)
Durante la
etapa del denominado “giro a la izquierda” en América Latina, el
“populismo” constituyó uno de los calificativos vedettes en la retórica
política y mediática de los más fervientes detractores de estos procesos
políticos. Mucho más repetido que definido, los significantes del
populismo atravesaron por un amplio abanico de enunciaciones. Por lo
general, ellos asumieron una connotación peyorativa. Apelar a las masas
pasando por alto a las instituciones; privilegiar el corto plazo por
sobre las políticas de largo alcance a costa de obtener popularidad;
prometer soluciones facilistas sobre la base de demagogia, relatos y
ficciones igualitaristas, fueron algunas de las enunciaciones más
comunes. “Les hicieron creer que podían…”, sentenciaría un afamado
economista liberal.
No obstante, el mote de populistas no se agotaría en las valoraciones
sobre los gobiernos nacionales. Los procesos de integración regional
surgidos o reformulados por aquellos años habrían de correr la misma
suerte. Desde esta visión, el Mercosur post 2001, la Unasur, el ALBA o
la CELAC eran asumidos por estos sectores como modas pasajeras diseñadas
por líderes que, bajo una retórica antimperialista, creaban foros y
organismos a la medida de sus objetivos políticos. Al igual que en los
marcos domésticos, en el seno de estos bloques las voluntades de los
gobernantes de turno primaban por sobre las instituciones y el corto
plazo de los proyectos grandilocuentes hacía lo propio por sobre las
políticas de Estado a largo plazo.
Sobre este diagnóstico, el populismo era presentado como un mal al
que había que combatir, en tanto causa y consecuencia del rumbo errático
que estaba llevando la región a una crisis inevitable. Cual flautistas
de Hamelín, los líderes populistas nos conducían como ratones hacia un
abismo que pocos podían ver. Por suerte para algunos, los cambios de
gestión en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, sumado a los reveses
sufridos por los gobiernos de Ecuador, Bolivia y Venezuela, lograrían
frenar el cataclismo.
Ahora bien, si asumiéramos que estas dinámicas dan sentido a la idea
de populismo en su sentido más negativo, podríamos asegurar que, aunque
suene paradójico, la integración regional en América del Sur estaría
atravesando en la actualidad por una etapa cargada de populismo. El
argumento de peso en que nos basamos para sostener esta afirmación tiene
que ver con el reimpulso al regionalismo abierto, flexible y “a la
carta” que se concentra en la cuestión comercial como modelo de
vinculación intra y extra-regional.
Hoy en día, es la Alianza del Pacífico (AP) la cual condensa esa luz
de esperanza. En tan solo un año, Uruguay manifestaría su intención de
convertirse en miembro pleno del bloque y Argentina se adheriría como
Estado observador. Incluso Brasil se expresaría en favor de acercarse a
la Alianza.
En este marco, seducidos como por cantos de sirenas, dirigentes y
funcionarios gubernamentales, académicos y empresarios de los países de
la región vienen repitiendo de manera alegórica las “camisas de fuerza”
que representan hoy el Mercosur o la Unasur, o la necesidad de “negociar
en múltiples velocidades” (esto es, cada uno por su cuenta) acuerdos
con terceros, como el caso del tratado Mercosur-Unión Europea. En esta
lógica, flexibilizar lo máximo posible los organismos de integración y
cooperación contribuiría a mitigar, o directamente eliminar, las
supuestas ataduras –normativas e institucionales– que impiden a los
Estados de la región integrarse de manera efectiva en el sistema
internacional. De por sí, esto resulta erróneo, ya que todos los
organismos regionales les permiten a los países miembros negociar con
terceros actores sobre múltiples sectores.
Lo particular es que el (re) posicionamiento de estos esquemas de
integración y vinculación con el mundo flexibles, monocomerciales y
orientados casi exclusivamente a insertarse en los mercados globales y
las cadenas de valor se basan en una visión extremadamente cortoplacista
en donde el “otro” es percibido únicamente como un “socio” para hacer
negocios. Arraigada en un paradigma de eficiencia comercial, la
flexibilidad se presenta casi como una fórmula mágica de resultados
inmediatos.
En definitiva, el populismo de la integración regional no hace más
que revalorizar las simples zonas de libre comercio en detrimento de los
proyectos con perspectivas más ambiciosas, como pueden ser la
conformación de un mercado común o la generación de políticas públicas
regionales en otras agendas más allá de las económico-comerciales. De
igual forma, la existencia de instituciones y organismos que obligan a
los Estados a articular posiciones en forma conjunta parecen ser un
lastre del cual mejor prescindir si ello implica cerrar una ventana al
mundo. Como sea, evidentemente, los extremos caracterizan una manera
preponderante de observar y describir los procesos sociales. Los tiempos
de lo inmediato no parecen ser los mismos tiempos que requiere la
consolidación de instituciones y proyectos capaces de afrontar momentos
de escasa bonanza y lidiar con las ambiciones circunstanciales de cada
gobierno.
* Politólogo (UBA).
** Doctor en Ciencias Sociales (UBA).
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