La tragedia brasilera
Por Atilio A. Boron
Página/12
Una banda
de “malandros”, como canta el incisivo y premonitorio poema de Chico
Buarque -”malandro oficial, malandro candidato a malandro federal,
malandro con contrato, con corbata y capital”- acaba de consumar, desde
su madriguera en el Palacio Legislativo de Brasil, un golpe de estado
(mal llamado “blando”) en contra de la legítima y legal presidenta de
Brasil Dilma Rousseff. Y decimos “mal llamado blando” porque como enseña
la experiencia de este tipo de crímenes en países como Paraguay y
Honduras, lo que invariablemente viene luego de esos derrocamientos es
una salvaje represión para erradicar de la faz de la tierra cualquier
tentativa de reconstrucción democrática. El tridente de la reacción:
jueces, parlamentarios y medios de comunicación, todos corruptos hasta
la médula, puso en marcha un proceso pseudo legal y claramente ilegítimo
mediante el cual la democracia en Brasil, con sus deficiencias como
cualquier otra, fue reemplazada por una descarada plutocracia animada
por el sólo propósito de revertir el proceso iniciado en el 2002 con la
elección de Luiz Inacio “Lula” da Silva a la presidencia. La voz de
orden es retornar a la normalidad brasileña y poner a cada cual en su
sitio: el “povao” admitiendo sin chistar su opresión y exclusión, y los
ricos disfrutando de sus riquezas y privilegios sin temores a un
desborde “populista” desde el Planalto. Por supuesto que esta
conspiración contó con el apoyo y la bendición de Washington, que desde
hacía años venía espiando, con aviesos propósitos, la correspondencia
electrónica de Dilma y de distintos funcionarios del estado, además de
Petrobras. No sólo eso: este triste episodio brasilero es un capítulo
más de la contraofensiva estadounidense para acabar con los procesos
progresistas y de izquierda que caracterizaron a varios países de la
región desde finales del siglo pasado. Al inesperado triunfo de la
derecha en la Argentina se le agrega ahora el manotazo propinado a la
democracia en Brasil y la supresión de cualquier alternativa política en
el Perú, donde el electorado tuvo que optar entre dos variantes de la
derecha radical.
No está demás recordar que al capitalismo jamás le interesó la
democracia: uno de sus principales teóricos, Friedrich von Hayek, decía
que aquella era una simple “conveniencia”, admisible en la medida en que
no interfiriese con el “libre mercado”, que es la no-negociable
necesidad del sistema. Por eso era (y es) ingenuo esperar una “oposición
leal” de los capitalistas y sus voceros políticos o intelectuales a un
gobierno aún tan moderado como el de Dilma. De la tragedia brasileña se
desprenden muchas lecciones, que deberán ser aprendidas y grabadas a
fuego en nuestros países. Menciono apenas unas pocas. Primero, cualquier
concesion a la derecha por parte de gobiernos de izquierda o
progresistas sólo sirve para precipitar su ruina. Y el PT desde el mismo
gobierno de Lula no cesó de incurrir en este error favoreciendo hasta
lo indecible al capital financiero, a ciertos sectores industriales, al
agronegocio y a los medios de comunicación más reaccionarios. Segundo,
no olvidar que el proceso político no sólo transcurre por los canales
institucionales del estado sino también por “la calle”, el turbulento
mundo plebeyo. Y el PT, desde sus primeros años de gobierno, desmovilizó
a sus militantes y simpatizantes y los redujo a la simple e inerme
condición de base electoral. Cuando la derecha se lanzó a tomar el poder
por asalto y Dilma se asomó al balcón del Palacio de Planalto esperando
encontrar una multitud en su apoyo apenas si vió un pequeño puñado de
descorazonados militantes, incapaces de resistir la violenta ofensiva
“institucional” de la derecha. Tercero, las fuerzas progresistas y de
izquierda no pueden caer otra vez en el error de apostar todas sus
cartas exclusivamente en el juego democrático. No olvidar que para la
derecha la democracia es sólo una opción táctica, fácilmente
descartable. Por eso las fuerzas del cambio y la transformación social,
ni hablar los sectores radicalmente reformistas o revolucionarios,
tienen siempre que tener a mano “un plan B”, para enfrentar a las
maniobras de la burguesía y el imperialismo que manejan a su antojo la
institucionalidad y las normas del estado capitalista. Y esto supone la
organización, movilización y educación política del vasto y heterogéneo
conglomerado popular, cosa que el PT no hizo.Conclusión: cuando se hable de la crisis de la democracia, una obviedad a esta altura de los acontecimientos, hay que señalar a los causantes de esta crisis. A la izquierda siempre se la acusó, con argumentos amañados, de no creer en la democracia. La evidencia histórica demuestra, en cambio, que quien ha cometido una serie de fríos asesinatos a la democracia, en todo el mundo, ha sido la derecha, que siempre se opondrá con todas la armas que estén a su alcance a cualquier proyecto encaminado a crear una buena sociedad y que no se arredrará si para lograrlo tiene que destruir un régimen democrático. Para los que tengan dudas allí están, en fechas recientes, los casos de Honduras, Paraguay, Brasil y, en Europa, Grecia. ¿Quién mató a la democracia en esos países? ¿Quiénes quieren matarla en Venezuela, Bolivia y Ecuador? ¿Quién la mató en Chile en 1973, en Brasil en 1964, en Indonesia y República Dominicana en 1965, en Argentina en 1966 y 1976, en Uruguay en 1973, en el Congo Belga en 1961, en Irán en 1953 y en Guatemala en 1954? La lista sería interminable.
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