La demora del acuerdo Transpacífico pone a prueba la influencia de EE.UU. en Asia
El gobierno de Obama ha presentado el pacto como un contrapeso al ascenso de China.
Durante años, los funcionarios estadounidenses han presentado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) entre 12 países como una pieza central del reacomodamiento de recursos militares y de otro tipo de EE.UU. en Asia. Pero con la creciente oposición, tanto de derecha como de izquierda, las probabilidades de que este tratado sea ratificado por el Congreso parecen sombrías.
El fracaso en este punto, según los expertos, podría mellar la credibilidad del país en todos los frentes, desde el comercio a su compromiso con una región cuya seguridad ha sido apuntalada por Washington desde la Segunda Guerra Mundial.
“Por la sencilla razón de que EE.UU. invertido tanto en él, el acuerdo ha adquirido una especie de valor totalizador que va mucho más allá de sus méritos económicos”, dijo Euan Graham, ex funcionario de cancillería del Reino Unido que estudia la seguridad regional en el Instituto Lowy de Política Internacional, en Sídney. “Dejar a los socios asiáticos en el aire sería desastroso para el liderazgo EE.UU. en la región”.
La administración aún tiene esperanzas en la aprobación del TPP. “Estamos a un voto de cimentar nuestro liderazgo en la región o de entregar las llaves del castillo a China”, dijo Mike Froman, el representante comercial de EE.UU.
Pero ese argumento no ha ayudado a solidificar el respaldo en el Congreso, donde la mayoría de los demócratas se opone al acuerdo y los legisladores republicanos que por años han defendido el TPP y otros acuerdos comerciales han dejado de apoyarlo. Los dos principales candidatos presidenciales también han atacado el acuerdo.
La semana pasada, el senador republicano Pat Toomey, expresidente
del Club para el Crecimiento, un bastión de la economía de libre
mercado, se pronunció en contra del TPP, en un intento por ganarse a los
votantes de clase trabajadora en su peleada carrera por la reelección
en Pensilvania. Al mismo tiempo, la candidata presidencial
demócrata Hillary Clinton, quien ha dicho que se opone al pacto en su
forma actual, está bajo una creciente presión de la izquierda para que
repudie abiertamente el acuerdo, que antes apoyó cuando era la
secretaria de Estado de Obama. El acuerdo, que implica un giro de
EE.UU. a Asia, fue dado a conocer en 2011 y refleja la preocupación por
la ambición de China por convertir su poder económico en poder duro en
una región con creciente importancia. Las tensiones han ido en aumento
con una China que ha puesto a prueba el dominio militar de EE.UU. con
sus reclamos sobre el Mar del Sur de China y sus protestas por la
instalación de baterías antimisiles de EE.UU. en Corea del Sur. El
pacto propuesto, que los gobiernos socios cerraron el año pasado,
eliminaría o reduciría unos 18.000 aranceles para un grupo de naciones
de la cuenca del Pacífico en América, Asia y Oceanía, un área que
representa el 40% de la economía mundial. China, que no forma
parte del acuerdo Transpacífico, está negociando un acuerdo por separado
en Asia sin la participación de EE.UU. y prometiendo más préstamos
regionales a través de un nuevo banco y un fondo de US$40.000 millones
para la llamada Ruta de la Seda. Muchos expertos en comercio
internacional dicen que la administración Obama exagera al presentar al
TTP como una cuestión de vida o muerte para saber si será EE.UU. o China
la potencia que establezca las reglas del comercio mundial. El acuerdo
respaldado por China no crea nuevos marcos comerciales. Es más bien un
ejercicio convencional de reducción de aranceles, y menos ambicioso que
el TTP. Los dos pactos no son mutuamente excluyentes; las naciones
asiáticas siempre tuvieron la intención de unirse a ambos. Pero
la recarga del TTP con implicaciones geopolíticas ha elevado las
apuestas. “Para los amigos y los socios de EE.UU., la ratificación [del
TPP] es una prueba de fuego de la credibilidad y seriedad de propósito”
estadounidenses, dijo este mes en Washington el primer ministro de
Singapur, Lee Hsien Loong. Los observadores interpretaron que Lee
hablaba en nombre de otros firmantes asiáticos del TTP como Japón,
Vietnam, Malasia y Brunei, mientras que Indonesia, Corea del Sur y otros
países están considerándolo. EE.UU., por cierto, está
profundamente integrado con Asia a través de sus grandes relaciones
comerciales con China y otras economías, así como por los tratados de
defensa con Japón, Corea del Sur y Filipinas. Es poco probable que esos
lazos cambien, independientemente del destino del pacto comercial, dicen
muchos expertos. Pero los líderes asiáticos que gastaron capital
político para apoyar el TTP estarán probablemente menos dispuestos a
volver a hacerlo si el acuerdo se diluye, según los expertos. Los países
más pequeños, que buscan un equilibrio en sus relaciones con China y
EE.UU., pueden volverse más desconfiados de Washington y más
complacientes con Beijing. “Obama se dedicó a convencer a estos
países de que hicieran las cosas como parte de un esfuerzo para
demostrar que de alguna manera podemos hacer frente a China”, dijo Yukon
Huang, ex jefe del Banco Mundial para China y asociado sénior de la
Fundación Carnegie para la Paz Internacional. “Pero ahora, si [el
acuerdo] no es aprobado, aquellos [países] van a adoptar un enfoque
mucho más escéptico.” Vietnam, por ejemplo, es visto como un gran
ganador del acuerdo, que traería a su economía un impulso estimado en
11% para 2025. Cuatro décadas después de haberse enfrentado en una
guerra, EE.UU. y Vietnam se están acercando cada vez más, unidos por las
preocupaciones comunes por la expansión de Beijing en el Mar del Sur de
China en aguas cuya soberanía Vietnam también reclama. Este año, EE.UU.
levantó la prohibición de venta de armas letales a Vietnam. La nación
comunista logró concesiones especiales para unirse al pacto. “Todavía
tenemos la esperanza de que Obama será capaz de ratificar el acuerdo
durante sus últimos meses en el cargo”, dijo Luong Van Tu, ex-ministro
de comercio de Vietnam. Pero nadie tiene más en juego que Shinzo
Abe, el primer ministro de Japón, el aliado más cercano de EE.UU. en la
región. Abe hizo del TTP una pieza fundamental de su estrategia nacional
y externa, y se enfrentó con una significativa oposición del poderoso
sector agrícola japonés y otros intereses sectoriales. Las
“abenomics”, el plan económico de Abe para sacar de su largo letargo a
la tercera economía más grande del mundo se basa en el TPP como un motor
de crecimiento y reforma económica. En el ámbito internacional, el
acuerdo también es clave para su estrategia de contención de China a
través de una alianza de las naciones de Asia oriental bajo el paraguas
de la influencia económica de EE.UU. Si el TTP falla, “habrá un
impacto muy negativo desde el punto de vista de la seguridad económica”,
dijo Yorizumi Watanabe, un ex funcionario de comercio japonés y
profesor de la Universidad de Keio, en Tokio. Cuando se iniciaron
las conversaciones, bajo la presidencia de George W. Bush, el TTP era
poco más que un juego estratégico. Incluso China consideró unirse en
algún momento. Esto cambió a medida que China comenzó a enviar señales
agresivas hacia el exterior. El gobierno de Obama adoptó entonces el TTP
como un ancla económica de su reforzada estrategia asiática. Irónicamente,
el acuerdo ahora se tambalea porque se enfocó demasiado sobre política
exterior y no lo suficiente sobre los beneficios económicos, dice
Michael R. Wessel, miembro de la Comisión de Revisión de Economía y
Seguridad EE.UU.-China del Congreso. “El argumento cambió muy
tempranamente, de puestos de trabajo a la necesidad de apoyar los
objetivos de política exterior [de Washington] en la región”, dijo
Wessel, que ha trabajado para muchos demócratas y con los sindicatos,
que tradicionalmente se han opuesto a los acuerdos comerciales. “Bueno,
el trabajador estadounidense estaba harto de ceder puestos de trabajo
por los objetivos de política exterior”.
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