Estados Unidos y las
Provincias Unidas del Río de la Plata, 1810-1823
Por Leandro Morgenfeld
[Fragmento del capítulo 1 del libro Relaciones Peligrosas. Argentina y Estados Unidos]
En un principio, la relación
bilateral era esencialmente económica. En junio de 1810, la Casa Blanca envió a
Joel Roberts Poinsett a Buenos Aires para fomentar el comercio con el Río de la
Plata. Nunca antes Estados Unidos había nombrado un representante ante un
gobierno no reconocido. En Buenos Aires, la Junta estaba en crisis, se iniciaba
la guerra y Portugal avanzaba sobre la Banda Oriental. El gobierno porteño necesitaba
armas y envió representantes a Londres, pero no consiguieron ni financiamiento
ni pertrechos militares. Surgió, entonces, la alternativa de pedir ayuda a
Washington.
En abril de
1811, Poinsett pasó oficialmente a ser cónsul general en las provincias de
Buenos Aires, Chile y Perú. El gobierno porteño nombró a
Diego de Saavedra y Juan Pedro Aguirre como enviados a Estados Unidos. Si bien
fueron bien recibidos en Washington por el entonces Secretario de Estado Monroe,
quien accedió a que se les vendieran armas a buen precio, éste siempre aclaró
que su gobierno se mantendría neutral en el conflicto de la Junta de Buenos
Aires con España. La Casa Blanca estaba gustosa de hacer negocios vendiendo
armas, pero no dispuesta a comprometerse con un gobierno anticolonial cuya
suerte era incierta. La guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña iniciada en
1812, más los intentos de reconquista española en el resto del continente, reforzaron
la neutralidad del gobierno estadounidense. Resultaron vanos, entonces, los pedidos
de ayuda impulsados por las Provincias Unidas.
Poco después, cuando
se avecinaba la declaración de la independencia, el Director Supremo Ignacio
Álvarez Thomas envió a Martín Thompson a Estados Unidos, con una carta dirigida
al presidente James Madison (1809-1817). Su misión, secreta, era afianzar las
relaciones bilaterales, ofreciendo facilidades comerciales a Estados Unidos. Procuró
comprar armas, contratar oficiales y, además, iniciar relaciones diplomáticas con
México. Estuvo entre mayo y agosto en New York, pero no logró entrevistarse con
el presidente estadounidense, y se dedicó, entonces, a conseguir armamentos sin
autorización del gobierno de Washington. Esto provocó el disgusto de la Casa
blanca y la decisión de Álvarez Thomas de hacerlo retornar a Buenos Aires. La
independencia había sido declarada en Tucumán el 9 de julio de 1816, pero en el
resto de América Latina las tropas realistas avanzaban velozmente, lo que llevó
a Madison a no dar ninguna señal a favor del reconocimiento diplomático de las
Provincias Unidas.
Más allá de esta
postura más bien prescindente, importantes financistas del país del norte
miraban con avidez las oportunidades que florecían en el Río de la Plata. John
Devereux partió rumbo a Buenos Aires como agente comercial, para ofrecerle un
préstamo privado al Congreso de Tucumán. El cónsul Thomas Lloyd Halsey
(1814-1818) le sugirió a su gobierno que apoyara la misión privada de Devereux,
pero Madison no dio el visto bueno, temeroso de otorgar cobertura a una causa
que se vislumbraba como perdida y de hacer peligrar la amistosa relación que
estaba cultivando con España. En 1817, ya con Monroe como presidente, el
Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón (1816-1819) envió a Manuel
Hermenegildo de Aguirre como nuevo agente confidencial a Washington, para hacer
gestiones en función de lograr el reconocimiento diplomático y comprar buques. El
Secretario de Estado Adams se negó a lo primero, pero autorizó a Pueyrredón a adquirir
naves, siempre que lo hiciera como particular, y no como representante formal
del gobierno rioplatense.
En tanto no se
producía el reconocimiento de las Provincias Unidas, el agente especial en
Buenos Aires, John Murray Forbes, hizo gestiones a favor del fortalecimiento de
las relaciones bilaterales. Ya hacia fines de 1821, la relativa “normalización”
de la situación política en el Río de la Plata mejoró las condiciones para el
reconocimiento. El inicio formal del mismo se produjo finalmente el 8 de marzo
de 1822, cuando Monroe solicitó al Congreso los fondos necesarios para enviar
representantes diplomáticos a Buenos Aires, entre otras capitales
latinoamericanas. Así, Estados Unidos reconocía por fin a las Provincias
Unidas, constituyéndose en el primer país fuera de América Latina que
efectivamente establecía relaciones diplomáticas con la nueva nación
independiente.
De todas
formas, el gobierno estadounidense tardó varios meses en cumplir el efectivo
reconocimiento y, recién en enero de 1823, Monroe nombró al ministro
comisionado en Buenos Aires: César A. Rodney. Su desempeño estuvo limitado por
sus inconvenientes de salud y concluyó rápidamente, cuando falleció al año
siguiente. Forbes terminó reemplazando al fallecido Rodney y fue nombrado
encargado de negocios el 10 de junio de 1824, cargo que ocupó hasta 1831.
Buenos Aires también hizo lo propio. Nombró a Carlos María de Alvear como representante
en Washington, quien se desempeñó en ese cargo desde 1824. Luego de muchos años
de idas y vueltas, se iniciaban las relaciones diplomáticas formales entre
ambos países.
Diego de Saavedra y Juan Pedro Aguirre fueron enviados en abril de 1811 a negociar la compra de armas y municiones a los Estados Unidos. No tres años más tarde como señala el autor de este libro.
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