Estados Unidos y el golpe de Onganía
Por Leandro Morgenfeld
Notas.org.ar
La reciente visita de Obama reavivó el debate sobre el apoyo estadounidense a las dictaduras latinoamericanas en los años setenta. Menos conocido es el vínculo estadounidense con las dictaduras anteriores. El 28 de junio se cumplen 50 años del golpe de Juan Carlos Onganía contra Arturo Illia. ¿Cómo reaccionó Estados Unidos?
Estados Unidos invadió República Dominicana en 1965 y luego intentó legitimar esa acción unilateral involucrando a la Organización de Estados Americanos (OEA), que creó una Fuerza Interamericana de Paz, al comando de la dictadura brasilera. A pesar de las fuertes presiones del Departamento de Estado, el gobierno de Arturo Illia resolvió finalmente no enviar tropas al país caribeño.
Las fuerzas armadas locales, adherentes a la Doctrina de Seguridad Nacional impulsada por Washington, hicieron pagar un precio muy caro al presidente radical por esta decisión. Onganía, al frente del ejército, abandonó su cargo en noviembre de ese año y empezó a construir las condiciones para el golpe de Estado, que se concretó el 28 de junio de 1966.
La política exterior de Illia, y en particular su relativa autonomía respecto a Estados Unidos, fueron una de las causas del golpe de Estado, encabezado por un general que, a los ojos de la CIA y según prueban documentos desclasificados, era considerado un buen amigo de Estados Unidos -Onganía había pronunciado en agosto de 1964 un discurso en la academia militar de West Point, reivindicando a las fuerzas armadas como garantes del combate contra ideologías foráneas-. Incluso con una política vacilante y ambigua en relación al conflicto de Santo Domingo, la suerte de Illia había sido la misma que la de su par brasilero João Goulart, depuesto por un golpe militar con apoyo estadounidense dos años antes.
En los convulsionados años sesenta, la Casa Blanca no estaba dispuesta a tolerar gobiernos que no desplegaran una acción clara y concreta contra todo lo que Estados Unidos avizorara como una potencial amenaza roja en el continente.
Luego del golpe, Onganía buscó aproximarse a Estados Unidos. Si bien el derrocamiento de Illia fue recibido positivamente por amplios círculos en Washington, descontentos con la política económica y exterior del depuesto presidente, el reconocimiento diplomático al gobierno militar no fue automático, sino que se demoró 18 días, concretándose recién el 15 de julio, tras febriles debates y negociaciones.
Se oponían a aceptar el quiebre constitucional los sectores liberales del gobierno de Lyndon Johnson, por ejemplo el senador demócrata Robert Kennedy, aunque también había resistencias entre los senadores republicanos, como fue el caso de Jacob Javits. La CIA, el Departamento de Estado, el Pentágono y el Congreso tenían distintas tácticas sobre cómo actuar frente al nuevo ocupante de la Casa Rosada, pero en el fondo estaban de acuerdo en que la Revolución Argentina era un freno fundamental al avance de las fuerzas sociales revolucionarias que se multiplicaban en todo el continente, y al retorno del peronismo, o sea la variante local de una oleada nacionalista que preocupaba a Washington.
El acercamiento a Estados Unidos, sin embargo, no estuvo exento de límites y matices. El gobierno de la Revolución Argentina debía pivotear entre sus apoyos provenientes de los nacionalistas, desarrollistas y liberales, lo cual hacía que la relación con Washington tuviera aspectos contradictorios. Mientras que, desde el punto de vista ideológico, había una vocación de acercamiento a los gobiernos anticomunistas (Brasil) y a los que sostenían la Doctrina de Seguridad Nacional, cuando Washington demoró el reconocimiento diplomático, durante las primeras dos semanas, los sectores nacionalistas atacaron a las autoridades estadounidenses.
Tras la noche de los bastones largos (29 de julio), cuando las fuerzas represivas entraron en la Universidad de Buenos Aires para liquidar la resistencia estudiantil contra el golpe, surgió un nuevo conflicto con Washington: Warren Ambrose, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, quien dictaba una cátedra en la UBA, fue golpeado por la policía en la Facultad de Exactas. Este episodio suscitó un pedido de explicaciones por parte del Departamento de Estado y las críticas de Lincoln Gordon, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, y de Dean Rusk, el jefe de la cancillería estadounidense. Recién cuando Onganía se vio forzado a criticar públicamente la represión, recuperando las palabras de Gordon, el Departamento de Estado dio por cerrado el incidente.
Un mes después del golpe, Álvaro Alsogaray partió hacia Washington para aplacar los recelos del Congreso estadounidense en relación al nuevo gobierno militar. En carácter de embajador especial, se entrevistó con los senadores Kennedy y Javits y también participó en un banquete en su honor organizado por la sociedad Panamericana de Estados Unidos y la Cámara de Comercio Argentino-Norteamericana. Allí buscó desestimar los miedos de empresarios y financistas, y las acusaciones contra el gobierno de Onganía por su antisemitismo. Sus declaraciones lograron nada menos que el elogio del ex embajador en Buenos Aires, Spruille Braden, lo cual produjo el repudio de muchos dirigentes gremiales -hubo una declaración de censura por parte del propio comité central de la CGT, el 28 de julio- y nacionalistas argentinos, y el disgusto del propio Onganía, quien no quería perder el apoyo del sindicalismo.
Pero más allá de las diferencias, había una afinidad ideológica con Estados Unidos. Los militares de ambos países profundizaron sus vínculos. Entre 1964 y 1970, más de dos mil oficiales argentinos recibieron entrenamiento en Estados Unidos y en la zona del Canal de Panamá. Una de las manifestaciones de la adhesión a la Doctrina de Seguridad Nacional impulsada por Washington fue la propuesta argentina de institucionalizar un comité consultivo de defensa, un novedoso órgano militar interamericano, a pesar de que la Casa Rosada había resistido este tipo de instituciones supranacionales desde 1947.
El aval diplomático del gobierno estadounidense fue clave para el sostenimiento de la dictadura encabezada por Onganía y un antecedente nefasto para la dictadura que se iniciaría una década después, el 24 de marzo de 1976.
Estados Unidos jugó un rol central en el impulso a los golpes militares en América Latina y el Caribe no sólo en los años setenta, cuando Richard Nixon llegó a la presidencia y Henry Kissinger se transformó en el hombre fuerte del Departamento de Estado, sino en la década anterior, a pesar de que los gobiernos de Kennedy y Johnson decían querer fortalecer las democracias a través de la Alianza del Progreso.
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