Por Federico Larsen
NODAL
NODAL
Al cumplir sus 25 años, el bloque regional vuelve a acercarse a las
lógicas librecambistas con las cuales nació, luego de una década que no
logró dejar su marca indeleble.
Esta semana arrancará en Bruselas el intercambio formal de ofertas entre la Unión Europea y el Mercosur en vista de un posible tratado de Libre Comercio (TLC) entre los dos bloques regionales. Se trata del primer acto formal que reanuda las negociaciones truncadas desde 2012, tras el hundimiento de la novena ronda del Comité Birregional de Negociaciones MERCOSUR – Unión Europea en Brasilia. Desde ese entonces, los representantes de los dos bloques solo se volvieron a ver en dos reuniones ministeriales sin éxito, en 2013 y 2015.
Las últimas ofertas formales presentadas entre los dos
bloques habían sido en septiembre de 2004, cuando los países
sudamericanos ofrecieron abrir en un 87% su mercado, incluyendo algunas
condiciones en productos del agro especialmente sensibles para las
economías de la región. Es a partir de allí que comenzaron las rondas de
negociaciones con la Unión Europea, que propuso liberalizar el 91,5% de
su mercado, y pretendía una ampliación de la oferta suramericana. Pero,
una vez más quedó demostrado que la economía, lejos de la idea liberal
de una entidad irregulable y con vida propia, es subyugue de los
avatares de la política y sus decisiones. El periodo en el cual se
dieron estas negociaciones coincidió con el repudio generalizado a las
recetas que el neoliberalismo proponía para América Latina,
representadas por el acuerdo del Área de Libre Comercio de las Américas
(ALCA), naufragado en Mar del Plata en noviembre de 2005.
Las posibilidades perdidas
Se abrió en ese momento uno de los periodos de mayor
producción de propuestas alternativas al desarrollo neoliberal que se
hayan visto por estas latitudes. No sólo movimientos sociales y partidos
políticos, sino que gobiernos enteros y parlamentos trabajaron en pos
de proponer soluciones y vías hacia el bienestar de los pueblos sin
recaer necesariamente en los vericuetos diplomáticos que se basan en la
pura relación de fuerza con los gigantes del norte. Una
institucionalidad y un sistema financiero alternativo eran
indispensables para avanzar en este impulso, y es así como surgieron
proyectos extraordinarios en América Latina como el ALBA, Petrocaribe,
Unasur o Celac. Pero otra lección que nos ha dejado el proceso de
integración comenzado en esos años es que sin una profunda y real
convicción política, los mejores proyectos quedan en pura retórica. Como
al parecer sucedió, y el rol de los países del Mercosur en aquél
fracaso fue determinante.
Las grandes propuestas de la primera década del 2000 se
pueden resumir en la búsqueda de cierta integración política -de allí la
importancia del Parlatino, Parlasur, asamblea de Celac y Unasur con sus
reuniones ministeriales etc…-, e integración económica. En el primer
caso, se ha actuado en situaciones emblemáticas, como los intentos de
golpe en Ecuador y Bolivia, el golpe en Paraguay, la mediación entre
Colombia y Venezuela o entre las FARC y el gobierno de Uribe y Santos.
Pero es el segundo factor de integración el que ha quedado en el debe
por falta de voluntad política. En varias ocasiones hemos visto sendas
reuniones de lanzamiento del Banco del Sur, algunas inclusive
mediatizadas hasta el hartazgo, empañadas luego por la inoperancia de
equipos de discusión “técnica”. El mismo Pedro Paes Perez, economista
ecuatoriano y principal pensador de la Nueva Arquitectura Financiera
latinoamericana, de visita en los últimos días en Argentina aclaró que
ese proyecto naufragó por oposición de los emisarios de los gobiernos
progresistas a emitir más moneda para financiarlo. La misma filosofía
monetarista con la cual hoy los gobiernos de derecha recortan el
presupuesto estatal y ajustan queriendo bajar la inflación. El naufragio
del Banco del Sur, cuyas características son exactamente iguales al
declive del Banco de los BRICS, también dejó caer la idea de un Fondo
del Sur, pensado para dar estabilidad a nuestros países sin tener que
recurrir a organismos sobre los cuales no tenemos ningún tipo de control
como el FMI. De haberse impulsado seriamente, quizás otra sería la
batalla contra los fondos buitre por ejemplo, con herramientas concretas
más allá de las campañas.
Las falencias concretas tapadas por la retórica de algunos
de los gobiernos latinoamericanos en el ámbito económico fueron
evidentes. Como el anuncio del abandono del dólar en el comercio entre
Brasil y Argentina, que en la práctica representó menos del 1% del
intercambio comercial. Esos mismos países rechazaron de llano
incorporarse al Sistema Único de Compensación Reciproca (Sucre),
ambicioso proyecto con el mismo objetivo, construir una alternativa
comercial solidaria al monopolio del dólar.
En el ámbito diplomático también el proyecto
integracionista dejó mucho que desear. China aún está esperando, hace
dos años, las propuestas de cooperación que debía presentar la Celac en
su conjunto, y para las cuales nunca hubo acuerdo dentro del bloque
latinoamericano, a pesar de que el país asiático no impusiera ningún
tipo de condición a la entrega de fondos de desarrollo alternativos a
los europeos y norteamericanos. Mientras tanto se alababa de manera
declarativa la multipolaridad de un mundo que estaba cambiando
rápidamente hacia condiciones cada vez más adversas para América Latina.
Y el rumbo político latinoamericano también debió conciliarse con ese
cambio.
La vuelta a las raíces no la trae sólo la derecha
Rodolfo Nin Novoa, canciller uruguayo y actual presidente
pro témpore del Mercosur, afirmó la semana pasada que es tiempo de
“flexibilizar” el bloque, en alusión a la posibilidad de que se levante
la prohibición a los estados miembros de negociar acuerdos comerciales
con terceros fuera del Mercosur. No es la primera vez que Uruguay
desliza esa posibilidad. Inclusive algunos funcionarios de Brasil lo
habían planteado ante el estancamiento de las negociaciones del TLC con
la Unión Europea provocado por el gobierno argentino. Hoy todo ha
cambiado. Ni el progresismo uruguayo-brasilero es tan enemigo de las
aperturas económicas y los proyectos conservadores, ni el gobierno
argentino pone trabas a las negociaciones.
A tal punto que, en el caso del TLC con la UE, la única
esperanza para volver a frenar el acuerdo parece venir de Europa, y no
de Nuestramérica. En las últimas semanas el gobierno francés consiguió
el apoyo de Polonia, Austria, Grecia, Irlanda, Hungría, Rumanía,
Lituania, Estonia, Letonia, Chipre, Eslovenia y Luxemburgo para retrasar
la discusión sobre las ofertas y supeditarlas a una auditoría sobre el
impacto que la apertura comercial tendría sobre la agricultura europea.
Hollande, que en marzo en Montevideo y Buenos Aires pareció entusiasta
con la posibilidad del TLC, está en realidad preocupado por la
incapacidad de competir de su industria avícola frente a los precios de
los productos latinoamericanos. La misma preocupación expresó París la
semana pasada con respecto al Tratado de Libre Comercio Transatlántico
entre la UE y EEUU, del cual el del Mercosur es sólo un pálido
antipasto. Las críticas de Fancia y sus aliados se han expresado ya
oficialmente con una carta a la Comisión Europea, y que hizo enojar a
los negociadores de España, Alemania, Italia, Portugal, Reino Unido y
Suecia. Éstos, quieren sellar el acuerdo cuanto antes. La fecha prevista
para el cierre sería la segunda mitad de julio, antes de que la
presidencia del Mercosur caiga en manos de Venezuela. Si bien Caracas no
participaría del TLC, por haberse negociado antes de su ingreso al
bloque, pondría seguramente paño frío en un asunto que retomó impulso
luego de la reunión Celac-UE de fines del año pasado, y eso justifica
hoy la prisa de los europeos.
A esto se le suma el exhorto que varios funcionarios
latinoamericanos, con la canciller argentina Susana Malcorra a la
cabeza, han hecho en las últimas semanas para que el Mercosur se acerque
a la Alianza del Pacífico, bloque netamente neoliberal y alineado con
Washington del que Uruguay y Paraguay son miembros observadores. Para el
próximo 20 de mayo está prevista una reunión entre los países del
Mercosur para preparar “propuestas de convergencia” con la Alianza del
Pacífico, que serán luego discutidas en una reunión oficial entre los
dos bloques en Lima entre junio y julio de este año. Este acercamiento
no es nuevo. Desde hace dos años se discute la creación de un corredor
bioceánico impulsado por Chile, Argentina, Paraguay y Brasil, que acercó
posiciones entre los dos bloques. La semana pasada en Antofagasta se
presentó el proyecto oficial, elaborado entre otros por el gobierno de
Cristina Kirchner y Dilma Rousseff, para unir el Mato Groso con los
puertos del norte chileno, pasando por el Chaco paraguayo y las
provincias argentinas de Salta y Jujuy. En la práctica un proyecto a
medida para la exportación de materia prima hacia el Pacífico, donde
EEUU acaba de firmar uno de los TLC más importantes de la historia, el
TPP, al que Chile pertenece y al que se quieren sumar los países de la
Alianza. En carpeta de la cancillería argentina también está el
acercamiento a ese acuerdo comercial para el cual la Alianza del
Pacífico parecería la llave de entrada.
El panorama de la integración ha cambiado por completo
desde la primera década de los 2000 hasta hoy, y achacarle la culpa
exclusivamente a las intromisiones extranjeras y el crecimiento de las
derechas locales sería obtusamente ciego y hasta cínico. La
transformación de América Latina, como en la mayoría de los procesos en
el continente, topó con las ineficiencias y falta de voluntad interna,
más que con palos en la rueda puestos desde afuera. Es lógico que la
crisis del precio del petroleo y del precio de los alimentos no
favorecieron en absoluto el consolidarse de un proyecto alternativo
desde 2010 en adelante. Pero aquellas posibilidades efectivas que
nuestros gobiernos tenían para avanzar se perdieron, y cada vez son más
pequeñas de cara al futuro.
En este contexto el Mercosur avanza hacia una integración
marcada por las tradicionales pautas del desarrollo económico liberal,
con una oposición interna hoy débil y una inserción en el mercado global
netamente sometida frente a los poderes económicos globales.
Fuente: https://t.co/KS1wAo0b8v
*Periodista y docente, conductor de L’Ombelico del Mondo,
en Radionauta FM de La Plata y periodista internacional de Miradas al
Sur y Notas, y medios internacionales.
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