Friends to be friends Argentina: ¿puerta de entrada para el nuevo patio trasero de Estados Unidos?
El macrismo le permite a Estados
Unidos rebalancear su poder en América Latina, mientras la izquierda se
debilita en todo el continente.
Abril 2016
«Es el comienzo de una etapa de relaciones maduras», anunció Mauricio Macri junto a Barack Obama. «Está en su casa», completó el presidente argentino, agasajando a su colega estadounidense. Una nueva era se inició el mes pasado tras la visita del jefe de la Casa Blanca. Fue también el puntapié inicial para que Estados Unidos reordene su patio trasero: la Argentina macrista le permitió a Washington impulsar estratégicamente su rol hemisférico luego de una década de desencuentros que encontraron su pico de mayor tensión en la cumbre del ALCA realizada en 2005. Curiosamente, es en suelo argentino donde se produce la transición que va de aquel George Bush desencajado en Mar del Plata a este Obama sonriente en Buenos Aires. Se podría decir, por lo tanto, que Macri tranformó la doctrina Monroe, aquella que sentenciaba que «America es para los americanos», para asegurar ahora que «América es para los norteamericanos».
No se trata de un fenómeno nuevo. La relación bilateral entre Argentina y Estados Unidos siempre ha tenido un impacto regional. Fue la diplomacia de la Generación del 80, cuya figura más trascendente fue Julio Argentino Roca, la que enfrentó a Washington en las Cumbre Panamericanas de las últimas décadas del Siglo XIX y primeras del Siglo XX. Luego sería la diplomacia de Hipólito Yrigoyen la que plantearía un nuevo desafío a Estados Unidos cuando se opuso a la presión norteamericana de participar de la Primera Guerra Mundial. Y, más tarde, sería la diplomacia de Perón la que terminaría de instalar el mayor encono hacia la injerencia de la Casa Blanca en los asuntos americanos, con aquella famosa síntesis de «Braden o Perón». El embajador estadounidense Spruile Braden señalaba los nexos entre el peronismo y el nazismo pero su declarada oposición a Perón terminó beneficiando al caudillo militar, que hizo del antiamericanismo y del intervencionismo norteamericano su principal bandera.
Realismo periférico
Perón cuestionó la influencia norteamericana en la región, pero no pudo disimular el cada vez más creciente peso que Estados Unidos fue cosechando en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, cada gobierno argentino que aspira a llegar al poder plantea su política exterior mirando a la Casa Blanca. En ese esquema, han surgido gobiernos proamericanos, generalmente, los militares, y gobiernos antiamericanos, generalmente, los nacionales y populares. Y ese péndulo argentino en relación a Washington fue también marcando el compás de la región con Estados Unidos.
El caso más contradictorio se produjo en los 90, cuando en medio del Consenso de Washington la política exterior argentina empujó a América Latina a la cabaña del Tío Sam. Se trató de un modelo de inserción internacional denominado «realismo periférico», para la discusión académica, o «relaciones carnales», en forma menos retórica. El autor intelectual de ese seguimiento acrítico de la hegemonía de Estados Unidos en un mundo postguerra fría fue Carlos Escudé.
En su ya clásico libro Principios de Realismo Periférico, Escudé postula que los países que no tienen poder deben conformarse con ser meros súbditos de los poderosos. Y, sin ninguna vergüenza para la Argentina, se autopostuló como el principal aliado de Estados Unidos en Latinoamérica. El resultado fue penoso porque cuando «el mejor alumno» del neoliberalismo solicitó ayuda para enfrentar la peor crisis de su historia, ningún salvataje se hizo presente y el estallido de 2001 fue catastrófico.
Más tarde, durante el kirchnerismo se defenestró ese esquema de posicionamiento internacional y dibujó una estrategia de confrontación antiamericana, apoyada en Hugo Chávez en Venezuela y los primeros años de Lula da Silva en Brasil. La Patria Grande que le ponía un freno a Estados Unidos se ufanó en la Argentina reciente.
Mejores amigos
Pero parece que quedaron atrás los años de tensión con Estados Unidos. Ahora el macrismo le permite a Estados Unidos rebalancear el poder que había encontrado un freno en el Eje Bolivariano. Ya lo habían anticipado los ahora funcionarios de Macri cuando presentaron en la campaña presidencial el documento titulado «Reflexiones sobre los desafíos externos de la Argentina», firmado por las principales espadas diplomáticas del macrismo: Fulvio Pompeo, secretario de Asuntos Estratégicos en la Jefatura de Gabinete; Diego Guelar, embajador en China; y Rogelio Pfirter, embajador en el Vaticano.
El documento es una clara crítica a la política exterior kirchnerista, que hizo de la discusión con Washington su principal motor regional. El paper se subtitula «Seremos afuera lo que seremos adentro» y allí se pide «orientar nuestro accionar externo y trabajar para fortalecer nuestras tradicionales relaciones con Estados Unidos». Y por si quedaban dudas, el documento concluye: «Argentina se encuentra en una etapa de transición, en la que un ciclo político culmina para que comience otro. Proponemos revalorizar nuestras relaciones con los países que son los centros de decisión internacional que más nos afectan utilizando para ello el diálogo y entendimientos. Que en cada caso sepamos construir con cada uno de esos actores internacionales claves, de forma de potenciar emprendimientos surgidos de nuestra propia iniciativa».
Argentina vuelve a amigarse con Estados Unidos. Y esa cercanía le permite a Washington reubicarse en la región. Porque, en definitiva, amigos son los amigos.
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