LUIS WAINER Y GRETEL NÁJERA*
Cuadernos de Coyuntura
El golpe institucional en Brasil y su impacto en la región. El sistema de elección de congresistas y el arrastre de intereses privados. El voto por el SI: quiénes son los diputados que apoyaron el golpe y cuáles son los intereses que manejan. La pospolítica en tiempos de restauración conservadora.
Para
analizar el proceso de impeachment que avanzó en la Cámara de Diputados
el domingo 17 de abril, es preciso tener algunas nociones muy generales
sobre el funcionamiento de la institucionalidad política brasilera,
cosa que -a priori- no resulta sencillo. El impeachment o
“impedimento” es la figura de juicio político constitucional que puede
realizarse a un mandatario en ejercicio por lo que se conoce como
“crímenes de responsabilidad”. Por ejemplo, en el caso de Collor de
Melo, ese crimen se correspondía con un enredado esquema de corrupción,
lo que condujo a la renuncia de Collor antes de su impedimento. En el
caso de Dilma Rousseff, el proceso avanza bajo la acusación de pedalada fiscal, algo que generalmente muchos gobiernos realizan, en especial, en una situación de crisis como la que Brasil viene atravesando.
Para
comprender este proceso, es necesario clarificar la metodología de
elección de diputados y senadores en Brasil. A diferencia de otros
países, donde se lo hace por medio de lo que se conoce como “lista
sábana”, encabezada por unos pocos dirigentes reconocidos y completada
por otros que no lo son tanto, en Brasil estos son elegidos de forma
individual. Esto supone que el candidato es el que carga consigo una
determinada cantidad de votos en forma personal. Cuando el diputado
obtiene un número superior al necesario, los votos pasan al candidato
siguiente en la lista, por lo que puede ocurrir que varios diputados no
hayan sido votados por nadie y estén ocupando bancas. Este sistema abona
más que otros a la falta de representación política y a la conducta
partidaria general –atravesada por un sinfín de intereses privados- de
un poder legislativo, investido de un modo específico de poder público.
Este sistema abona más que otros a la falta de representación política y a la conducta partidaria general –atravesada por un sinfín de intereses privados- de un poder legislativo, investido de un modo específico de poder público.
Brasil
tiene aproximadamente 35 partidos políticos. Entre estos,
históricamente, los más grandes compusieron alianzas con otros menores, a
los efectos de hacerse del poder o consolidarlo. Es menester recordar
que, en muchos casos, en esas alianzas se condensa el germen de futuras
crisis o al menos fisuras. O, para ser más precisos, se procede a veces
por el modo germinal y otras por los márgenes para administrar tales
alianzas en situación de crisis económica. También sucede que las partes
intervinientes construyen sus propias estructuras al calor de las
tensiones políticas, siempre latentes ante estrategias que buscan
construir unidades que en su interior son profundamente contradictorias.
Ejemplo de
ello fue la última elección, en donde el PT precisó aliarse con el PMDB,
fungiendo como vicepresidente a Michel Temer y dotando, en
consecuencia, de un poder desmesurado a Eduardo Cunha -Diputado Federal
por el Estado de Río de Janeiro y presidente de la Cámara de Diputados-,
uno de los más rancios personajes políticos de Brasil -desaprobado al
unísono por coxinhas y mortadelas. Cunha logró convertirse en
el principal articulador de la agenda política de la oposición, vía
acción parlamentaria. Sobre Cunha, basta decir que se encuentra envuelto
en innumerables casos de corrupción, fraude, cuentas en el exterior,
además de ser un incansable agitador contra los derechos de las
minorías.
En esta
misma línea, podemos describir alguna de las características del
presidente del Senado, Renán Calheiros, también miembro del PMDB por el
Estado de Alagoas, calificado por la publicación Último Segundo
como uno de los 60 personajes más poderosos de Brasil, y quien fuera
Ministro de Justicia durante el mandato de Fernando Cardozo. Hoy, dadas
las alianzas que formaron parte de la llegada al poder de Dilma, preside
el Senado. Si bien no posee el historial delictivo que Cunha ostenta,
Calheiros está envuelto en varios casos de desvío de dinero y
corrupción, que la prensa dio en llamar “renangate”.
Durante el día domingo, la Cámara de Diputados sesionó con trasmisión directa por la Red Globo de Televisión, uno de los principales actos en este golpe. Ni el propio Guy Debord –quien escribiera en 1967 La sociedad del Espectáculo-hubiera
imaginado lo que las pantallas transmitieron. Esos discursos de los
diputados brasileros condensaron con toda fuerza la dimensión ideológica
del golpe: una sociedad profundamente clasista que en tiempos de crisis
económica se manifiesta en expresiones de revanchismo social, después
de 13 años de gobiernos del PT.
Esos discursos de los diputados brasileros condensaron con toda fuerza la dimensión ideológica del golpe: una sociedad profundamente clasista que en tiempos de crisis económica se manifiesta en expresiones de revanchismo social, después de 13 años de gobiernos del PT.
No
podemos pasar por alto el hecho que desde hace tres años Brasil detuvo
su crecimiento económico, al tiempo que se produjo un sustancial avance
del desempleo, junto al descontento social en aumento –reforzado por las
políticas económicas de ajuste del último año. Tampoco que, tras las
movilizaciones del 2013 se diera un cambio en la relación fuerzas de
seguridad/sociedad civil: aquellas ya no sólo comenzarían a reprimir la
periferia popular (circunstancia que paulatinamente, por su propia
pulsión de revancha, las clases acomodadas celebran más) sino que desde
entonces lo hacen sobre sectores medios movilizados. Se ha ido generando
así una atmósfera que impide la proliferación de ideas de cambio
social, en una sociedad como Brasil que más allá de los sustanciales
avances en términos de integración social, no deja de ser el país más
desigual de la región, económica, social y culturalmente. Esto al mismo
tiempo que la derecha logra incorporar modelos de lucha de calles, bien
propios de la tradición de izquierda.
Se ha ido generando así una atmósfera que impide la proliferación de ideas de cambio social, en una sociedad como Brasil que más allá de los sustanciales avances en términos de integración social, no deja de ser el país más desigual de la región, económica, social y culturalmente.
América
Latina ha iniciado, desde sus propias crisis neoliberales, innumerables
avances en términos de reparación social, más allá de –o con- los
líderes que los han encarnado. Allí, frente a la crisis económicas como
las que vive Brasil actualmente, se fracturan alianzas de notable
fragilidad, al tiempo que afloran, en la medida que se inicia un proceso
de regresión política y social, un conjunto de valores que remiten a un
entramado ideológico más profundo, que tienen la capacidad de fracturar
la inédita emergencia de enunciados posneoliberales, anti injerencistas
o antiimperialistas, como sustento de las políticas de recuperación de
las capacidades del Estado. Los discursos que se escucharon el pasado
domingo tienen lugar en un momento de crisis del acervo ideológico del
Partido de los Trabajadores como aglutinador de los múltiples eslabones
que han compuesto a los gobiernos de Lula y Dilma.
Atender los
símbolos que ofrece la reacción siempre es una invitación para
comprender qué tipo de salidas pueden esperarse. Diputados enfundados en
la bandera de Brasil -como capa restauradora de una civilidad añorada-
en una exhibición de lo que muchos denominan como pospolítica en tiempos
de restauración conservadora: una política que en su reedición importa
atributos de la vida personal, colocando intereses que además de lo
clasista buscan referir la vida pública a la privada: “por un futuro
mejor para todos”, “por la felicidad del pueblo”, “por amor al país”,
“Gloria a Dios”, por “los evangélicos”, “por mis padres y abuelos”, “por
los sueños”, “por la juventud”, “por la recuperación económica”,
“atendiendo a los pedidos de las redes sociales”, “por mi grupo de
amigos”, “por la restauración”, “por los militares del 64 y el Tenientre
Brilhante Ustra, pavor de Dilma”, “contra un gobierno que desde el
comienzo intentó destruir la familia”, “por la Policía Militar”. Todos
símbolos de una parte de la sociedad que vela por la recomposición de
valores, podemos decir, pre-democráticos. Por todo eso se votó por el SI
en Brasil.
Diputados enfundados en la bandera de Brasil -como capa restauradora de una civilidad añorada- en una exhibición de lo que muchos denominan como pospolítica en tiempos de restauración conservadora: una política que en su reedición importa atributos de la vida personal, colocando intereses que además de lo clasista buscan referir la vida pública a la privada.
Como
sabemos, la post política no ofrece nada de post en cuanto a su
programa. Muchos de quienes aducen dichos argumentos, eran parte del
movimiento político que el PT conducía. Habrá que preguntarse por qué lo
dejó de conducir. Una primera respuesta posible es que dejó de hacerlo
cuando la derecha (encarnada en los principales grupos económicos,
fundamentalmente la Federación de Industrias de San Pablo, el Poder
Judicial y el complejo de medios comunicacionales) no quiso negociar más
porque era imprescindible, no sólo recolonizar la vida institucional
brasilera, sino además cerrar la grieta echando al PT de la escena
política. Brasil sufrió un golpe, un enorme retroceso para toda la
región.
Gretel Nájera. Socióloga UBA. Maestrando en Cs. Humanas y Sociales (PCHS-UFABC, São Paulo)
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