¿Vuelven las relaciones carnales?: Obama demuestra que quiere que a Macri le vaya bien y hasta lo elogia en la CNN
Por Fernando Gutierrez(www.iprofesional.com)
El episodio quedó inscripto como uno de los mejores en el largo anecdotario de Carlos Menem.
Recién asumido como presidente de una Argentina traumatizada por la hiperinflación y la descomposición social, el ex mandatario viajó a Washington para entrevistarse con el anfitrión, George Bush padre.
"¿Así que usted es el famoso presidente Menem?", lo recibió Bush, curioso por el halo pintoresco del argentino, pero también algo a la defensiva y preparado para escuchar un pedido de urgente ayuda financiera.
Pero Menem lo sorprendió y en vez de comenzar a relatarle las penurias económicas del país, le dijo con su característico desparpajo: "Presidente Bush, encantado, dígame en qué puede ayudar la Argentina a su país".
Bush soltó la carcajada, y en ese mismo momento quedó establecido el tipo de relacionamiento que ambas naciones cultivaron durante una década, más tarde bautizado con el expresivo nombre de "relaciones carnales".
Lo que quedaría demostrado es que la frase de Menem iba más allá de sus típicas humoradas, sino que encerraba toda una concepción de relaciones internacionales: por más que la Argentina se encontrara entonces en uno de sus peores momentos, le estaba haciendo saber a Estados Unidos que podía tener un gran valor como aliado.
Eran tiempos de fin de la guerra fría, de expansión del comercio internacional y de comienzos de la ola globalizadora. Se necesitaban líderes regionales que predicaran el credo de la liberalización de los mercados, las privatizaciones y la apertura a la inversión externa.
Y la Argentina asumió ese rol con entusiasmo, transformándose en el paradigma del llamado "Consenso de Washington".
A cambio, recibió un aluvión de inversiones y un alivio en la deuda externa que le permitió vivir holgadamente durante una década.
Cambio de climaVeinticinco años después, se percibe la repetición de la historia. Y la llegada de Barack Obama en su primera visita al país -junto con la misma comitiva de 800 personas que lo acompañarán a detectar posibles negocios en la Cuba post-castrista- es una demostración de ese punto de inflexión.
La Argentina atraviesa un momento económico complicado y está sincerando la ausencia de capital en una nación que durante la etapa kirchnerista basó su economía en el consumo, esfumando los "colchones" de ahorro e infraestructura previamente generados.
El país, corrido del escenario internacional por haber incurrido en el default de deuda soberana más grande de todos los tiempos y por el gusto k de cultivar una imagen de rebeldía frente a las potencias mundiales, fue rápidamente "frizado" por los gobiernos de Estados Unidos y las potencias europeas.
Obama sólo se había encontrado con Cristina Kirchner en cumbres presidenciales como la del G-20, en reuniones poco más que protocolares y signadas por la frialdad.
Era fuerte el contraste con la cercanía que demostraba hacia otros territorios de la región, especialmente Brasil, Chile y Colombia, que oficiaban como contención al "eje bolivariano".
Entrevistado por la CNN, el mandatario estadounidense señaló que veía habitualmente a la Cristina Kirchner "en los eventos del G-20 o similares", y que tenía "una relación cordial" con ella. Sin embargo, "en lo que respecta a sus políticas de gobierno", dijo que "eran siempre antiestadounidenses".
"Creo que ella recurría a una retórica que data probablemente de los años 60 y 70 y no a la actualidad", afirmó.
Está claro que los tiempos han cambiado y que la región ya no es lo que supo ser. Sumido en una grave crisis política, Brasil está muy distante de cumplir el rol de líder regional que ocupó durante los últimos años.
Hoy parecen muy lejanos aquellos días de 2002 en que la diplomacia estadounidense daba su guiño a la elección de Lula al declarar que, al estilo brasileño, encarnaba el "american dream".
De este modo, se refería a un obrero metalúrgico que con esfuerzo ascendió en la escala social hasta llegar a lo más alto y que, ya experimentado, no exhibía la agresividad de antaño para con las empresas.
Aquel Brasil con aspiraciones de potencia, que recibió de lleno los beneficios del boom de "mercados emergentes", contrasta con el país convulsionado de hoy, que ya no puede liderar a la región.
Y en ese contexto, la Argentina de Macri surge como la renovación. Y, como Menem en 1989, su mensaje entrelíneas es que a Estados Unidos le conviene que a él le vaya bien.
Entrevistado por la CNN, Obama señaló que "la Argentina es un buen ejemplo de un cambio que ha ocurrido en cuanto a las relaciones de Estados Unidos con otros gobiernos y otros países en general".
Más aun, hasta se deshizo en elogios, al punto de afirmar: "Macri reconoce que estamos en una nueva era, y que debemos mirar adelante. Y que Argentina, que históricamente era un país muy poderoso, ha visto debilitada su posición relativa en parte por no haberse adaptado a la economía mundial tan eficazmente como hubiera podido".
"El objetivo de Macri es brindar el tipo de apertura, transparencia, competitividad, progreso adentro de Argentina que va a permitir que personas increíblemente talentosas con maravillosos recursos naturales prosperen de un modo que no ha ocurrido por mucho tiempo", expresó.
Por si alguna duda quedaba en la diplomacia estadounidense, las recientes manifestaciones de protesta en Brasil dejaron en claro cuál es el clima actual.
Muchos de los que salieron a la calle sorprendieron al portar carteles con frases como "Menos Venezuela y más Argentina" y al hacer declaraciones de fuerte apoyo al nuevo rol de Macri en la región.
El Presidente debutó en materia de política internacional con una agenda recargada y claras señales de realineamiento.
No había asumido en su cargo cuando ya propuso que Venezuela debería ser suspendida del Mercosur por sus violaciones a los derechos humanos.
Y uno de sus primeros gestos fue el viaje al foro internacional de Davos, el gran evento político-empresarial del cual la Argentina se había mantenido alejada durante 15 años.
Allí no sólo se reunió con el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, y con el premier británico, David Cameron, sino que tuvo una maratón de entrevistas con directivos de multinacionales de la talla de Microsoft, Coca-Cola, General Motors y Dow Chemical.
Al término del foro, el Presidente anunció la próxima llegada de inversiones por un monto de 20.000 millones de dólares. Una cifra que algunos vieron como un exceso de optimismo pero que, en todo caso, deja en claro el propósito de la política exterior del nuevo gobierno.
"Nuestro país ha decidido tomar su lugar en el panorama mundial", fue la definición de Macri ante la prensa extranjera. "Necesitamos empresas importantes del mundo para financiar y construir carreteras, puertos, vías navegables y proyectos energéticos", agregó.
Dio señales de buena voluntad ya en el arranque del Gobierno, con el levantamiento del cepo cambiario.
De esa forma, no sólo liberó la posibilidad de que las empresas instaladas en el país pudieran girar dividendos, sino que se estaba enviando un mensaje claro: quien se instale con un nuevo negocio no será discriminado ni sufrirá interferencias en el movimiento de capitales.
Y, por si faltaba otra señal "market friendly", se acordó en tiempo récord el pago en efectivo y reconociendo el 75% de la deuda completa -capital más intereses y punitorios- a los llamados "fondos buitre".
El guiño del gobierno estadounidense ha sido notorio en las últimas semanas.
No por casualidad, antes de que el juez Thomas Griesa aceptara el acuerdo y el levantamiento del embargo para la Argentina, el secretario del Tesoro Jack Lew ya había dado su opinión en el sentido de que la propuesta que se hizo a los holdouts implicaba "un esfuerzo de buena fe".
Durante la gestión de Cristina Kirchner, a pesar de que los funcionarios estadounidenses formalmente se declaraban neutrales para intervenir en una cuestión judicial, era obvio que avalaban tácitamente el fallo de Griesa y las sanciones.
Hubo, además, otro gesto que se mide en millones de dólares: Estados Unidos, que siempre rechazaba la aprobación de créditos a la Argentina en organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, ahora cambió su voto.
Ya para este año se espera que ingresen u$s1.000 millones, y que el BID otorgue préstamos por u$s5.000 millones en los próximos cuatro años.
Y uno de sus primeros gestos fue el viaje al foro internacional de Davos, el gran evento político-empresarial del cual la Argentina se había mantenido alejada durante 15 años.
Allí no sólo se reunió con el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, y con el premier británico, David Cameron, sino que tuvo una maratón de entrevistas con directivos de multinacionales de la talla de Microsoft, Coca-Cola, General Motors y Dow Chemical.
Al término del foro, el Presidente anunció la próxima llegada de inversiones por un monto de 20.000 millones de dólares. Una cifra que algunos vieron como un exceso de optimismo pero que, en todo caso, deja en claro el propósito de la política exterior del nuevo gobierno.
"Nuestro país ha decidido tomar su lugar en el panorama mundial", fue la definición de Macri ante la prensa extranjera. "Necesitamos empresas importantes del mundo para financiar y construir carreteras, puertos, vías navegables y proyectos energéticos", agregó.
Dio señales de buena voluntad ya en el arranque del Gobierno, con el levantamiento del cepo cambiario.
De esa forma, no sólo liberó la posibilidad de que las empresas instaladas en el país pudieran girar dividendos, sino que se estaba enviando un mensaje claro: quien se instale con un nuevo negocio no será discriminado ni sufrirá interferencias en el movimiento de capitales.
Y, por si faltaba otra señal "market friendly", se acordó en tiempo récord el pago en efectivo y reconociendo el 75% de la deuda completa -capital más intereses y punitorios- a los llamados "fondos buitre".
El guiño del gobierno estadounidense ha sido notorio en las últimas semanas.
No por casualidad, antes de que el juez Thomas Griesa aceptara el acuerdo y el levantamiento del embargo para la Argentina, el secretario del Tesoro Jack Lew ya había dado su opinión en el sentido de que la propuesta que se hizo a los holdouts implicaba "un esfuerzo de buena fe".
Durante la gestión de Cristina Kirchner, a pesar de que los funcionarios estadounidenses formalmente se declaraban neutrales para intervenir en una cuestión judicial, era obvio que avalaban tácitamente el fallo de Griesa y las sanciones.
Hubo, además, otro gesto que se mide en millones de dólares: Estados Unidos, que siempre rechazaba la aprobación de créditos a la Argentina en organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, ahora cambió su voto.
Ya para este año se espera que ingresen u$s1.000 millones, y que el BID otorgue préstamos por u$s5.000 millones en los próximos cuatro años.
En definitiva, se van acumulando las señales sobre una nueva etapa en la relación bilateral Argentina-Estados Unidos.
La renegociación de la deuda y el arribo del presidente Obama son sus puntos simbólicos más altos. Pero ahora falta lo más importante: las inversiones.
Esto, en un contexto en el que Estados Unidos perdió en los años 90 su rol de principal inversor extranjero en el país. Primero a manos de España, que lideró el proceso de privatizaciones. Luego, en los 2000, el protagonismo le tocó a Brasil, que inició un plan de expansión regional y adquirió empresas en varios rubros industriales y del sector agro-ganadero.
Las multinacionales de origen estadounidense se quedaron, aunque replegadas y con bajos niveles de compromisos.
En los 90, había ocurrido una llegada de capitales por la vía de los fondos de "private equity", que adquirían empresas familiares y las reconvertían para acelerar su crecimiento. Pero esa experiencia no tuvo mucho vuelo tras el colapso del plan de convertibilidad.
Luego, el plan de economía cerrada con sustitución de importaciones que impulsó el kirchnerismo, y encima con controles cambiarios, no fueron el entorno más amigable.
No obstante, ante la retracción de brasileños y españoles, las empresas estadounidenses están recuperando el primer lugar que habían ostentado tradicionalmente.
La intención del gobierno de Obama es volver a jugar un rol protagónico en la infraestructura, luego de que fuera nada menos que China la que avanzara en los últimos años.
Esto se ha visto reflejado en sus inversiones en trenes, en la generación eléctrica, en puertos, en el campo de las finanzas (Banco ICBC) y, para preocupación estadounidense, una base de observación espacial de 200 hectáreas en la Patagonia, que podría tener usos militares.
Una "relación win-win"
La conclusión parece muy clara: pocas veces una relación amistosa entre la Argentina y Estados Unidos resultó tan beneficiosa para ambos gobiernos.
Como dirían los funcionarios macristas de origen empresarial, un "acuerdo win-win".
Macri, con minoría parlamentaria y el pesado legado del "rojo" fiscal de 7% sobre sus espaldas, necesita la ayuda de un socio poderoso para estabilizar las finanzas y generar empleo en el sector privado.
Obama necesita un nuevo líder sudamericano, que le sirva para "poner en orden el vecindario".
Es decir, que ayude a reducir los movimientos "anti-imperialistas", que apuntale el regreso a las políticas aperturistas tras la década de populismo basado en los altos precios de las materias primas.
En Estados Unidos saben que un fracaso de Macri complicaría ese proceso y podría determinar una profundización del intervencionismo económico.
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