Por Verónica
Gago para Emergente
¿De qué
hablan Barack Obama y Mauricio Macri cuando hablan de Derechos Humanos? ¿Son
los sitios de memoria las tumbas de desaparecidos y desaparecidas como arriesgó
el presidente de Estados Unidos? La Ex Esma, como sitio emblemático está
expuesta a ser el lugar donde se lave de sentido el terror como maquinaria de
aplicación de un sistema económico. Conspirar contra eso es la tarea.
1.
El nuevo
gobierno no va a desarmar la ex ESMA, el mayor ex centro clandestino del país.
Tal vez se proponga algo más efectivo: producir un tipo de desplazamiento
neutralizador. Mejor dicho: banal.
Hay una
hipótesis política en juego: que la ex ESMA se convierta en un campus de
organismos internacionales que hacen de los derechos humanos una ideología global
al mejor estilo ONG.
Sin
embargo, hacer una operación de banalización no es sencillo. Exige trabajar con
elementos de la realidad para alinearlos con un profundo deseo de orden y de
pacificación (la clave es la idea de protocolo). La banalización sería
así la manera más práctica de rasurar todas las espesuras, tensiones y
complejidades que los derechos humanos fueron forjando en Argentina pero de una
manera que no es, como se tiene a veces el reflejo de pensar, por medio de la
clausura directa.
Esta
hipótesis se discute con una escena inaugural de relevancia también global y
que hace al núcleo del asunto: la visita de Barack Obama a la Argentina y el
debate sobre su paso por el ex centro clandestino. La presencia del presidente
norteamericano (vaya o no a la ex Esma o al Parque de la Memoria, finalmente el
debate ya se abrió) redobla la efectividad de la conversión, ya que ésta
proviene de una ambigüedad que habría que registrar: a la vez que banaliza, es
capaz, tal vez, de satisfacer la expectativa de reconocimiento estatal e
internacional del genocidio. El gesto de desclasificación de archivos que
prometen al unísono Estados Unidos y el Vaticano van en este sentido. El punto
es complejo porque traza una suerte de continuidad con un reconocimiento en que
el Estado se empeñó hace años y que no sería simplemente desconocido ni
suspendido. Ahora, los derechos humanos devienen marca global, y un capital
político de integración al orden mundial.
El
contrapunto con tal uso de los derechos humanos, sin embargo, no depende
tanto de los elencos de los gobiernos (¿algunos tendrían más derecho a usarlos
o evocarlos que otros?), sino de una genealogía anterior, de la cual proviene
su fuerza y su criterio de lucha más allá del reconocimiento gubernamental. En
Argentina, los derechos humanos se construyeron en la historia reciente siempre
como experiencia en tensión: entre la bandera de lucha y la victimización,
registrando sus combates y dilemas internos, anudándose siempre con un afuera
que los corre una y otra vez de un confín predeterminado. Constituyeron así un
campo de batalla para las luchas en democracia, aliándose con reclamos e
injusticias que iban más allá de la dictadura, más allá de las militancias
orgánicas y, durante muchos años, más allá del Estado.
Su
inscripción espacial en lo que podría convertirse en una suerte de parque
temático de la corrección política internacional tendría un efecto de
despolitización perdurable: aplanar tal excepcionalidad, esa que hizo que en
Argentina los derechos humanos se nutran de una prosa militante, se conjuguen
con combates callejeros capaces de hacer de la democracia algo más que un
conjunto de procedimientos formales. Los derechos humanos como un humanitarismo
edulcorado y discurso legítimo apto para la escena internacional devienen así
sólo un archivo de víctimas.
2.
El
segundo punto es que esa modalidad de los derechos humanos los vuelve compatibles
con dos políticas-discursos que no lo eran: la seguridad y la lucha contra el
narcotráfico. En la medida en que lo que organiza y estructura es una agenda de
tipo global, esa combinación se hace no sólo posible sino altamente funcional,
al punto que conecta anti-terrorismo con intervención humanitaria colonial,
lavado de dinero con economía popular, etc. Y termina anudada en el horizonte
de los tratados de libre comercio denominados de segunda generación (no es el
regreso, simple y llano, al Consenso de Washington). En esta escena debe
inscribirse también iniciativas empresariales locales que, junto a Interpol y
Google Maps, acaban de lanzar el sitio www.argentinailegal.com para la denuncia anónima
de manteros, ferias “saladitas”, trabajadores “clandestinos”, etc.
La
restauración es novedosa justamente en su producción de banalidad. El código
que circula y aceita la suba de precios y de tarifas, los recortes y despidos,
pero también una larga continuidad de criminalización en los barrios más
populares (¿hay que recordar quién fue el ministro de seguridad de la provincia
de Buenos Aires los últimos años?) tiene tres puntos: la gestión empresarial
(de la vida en su conjunto), la seguridad policial (como gestión de un orden
que también es para-estatal) y la fe en el futuro (los vectores transversales
de la última campaña electoral de todos los candidatos).
3.
La ex
ESMA es emblemática porque funcionando como campo de concentración no dejó de
poner de relieve su palabra escuela –exponía una pedagogía-, porque pasó
a la historia por su ensañamiento especial sobre el cuerpo de las mujeres –como
maternidad clandestina y mecanismo de apropiación de hijxs (hay que recordar
que el Tigre Acosta la denominaba “su Sardá”)– y porque funcionaba como oficina
de prensa –con pretensiones de dar contenido al proyecto político de Massera
con mano de trabajo verdaderamente esclava. Tres líneas (la educación,
el cuerpo femenino, la producción de información) que siguen siendo claves de
todo dispositivo de poder que se construye por el terror.
Algunas
mujeres que pasaron por allí le dieron un nombre específico: ese infierno. Pilar
Calveiro fue la más precisa para trazar la fisonomía del poder desaparecedor y
sus delirios soberanos y religiosos de los militares a cargo: tenían “la
pretensión de ser dioses” (y, claro, curas que los bendecían). Pero
también a la hora de sintetizar la fuerza de la resistencia en las peores
condiciones: “Desde el momento en que el secuestrado conspira, su vida cambia,
comienza a pertenecer a algo distinto del campo y opuesto a él desde adentro”.
Desde su
“recuperación” (en el 2004), la ex ESMA fue objeto de muchas polémicas.
Museográficas, espaciales, arquitectónicas, políticas, artísticas. ¿Qué
significa ocuparla? ¿Cómo un espacio que aun es prueba judicial podría
ser intervenido? ¿Qué modos de estar ahí son a la vez compatibles con una
memoria viva y una sacralidad impuesta por el espesor dramático de su historia?
¿No es más fuerte su vacío que su conversión en museo? ¿Qué engranaje de la
memoria urbana colectiva se guarda en esos edificios a los que hoy balconean
grandes torres de departamentos y que estuvo, como predio, siempre emplazado en
medio de la ciudad?
Pero
porque primero se hizo justicia popular en los barrios de la ciudad, como se
conquistó con los recorridos de los escraches y los mapas que sacaban de la
impunidad a los genocidas gracias a la investigación independiente de vecinxs y
organizaciones sociales, es que se llegó a lugares como la ex ESMA con cierta
noción cartográfica. Una trama de luchas, consignas y apropiaciones del
espacio hacía posible, al menos, abrir espacios del horror al debate público.
4.
La
banalización reconduce todo a una especie de escena pacificada. Como el Nunca
más a la violencia de Macri en la apertura de las sesiones parlamentarias o
como se puede ver en el Facebook de Rodríguez Larreta, que promociona un
video sobre el Parque de la Memoria, con música y sol, diciendo: “En la franja
costera del Río de la Plata hay un parque muy grande dedicado a las Víctimas
del Terrorismo de Estado. Es un lugar para conmemorar a todos los desaparecidos
por la represión estatal y para que aquellas generaciones que no lo vivieron
conozcan su historia”. Mucho más eficaz, de nuevo, que las polémicas al estilo
Marcelo Birmajer que se queja en el diario Clarín de las intervenciones
artísticas en ese predio para, en el fondo, argumentar que las organizaciones
armadas eran organizaciones criminales.
Mientras
el Parque de la Memoria o la ex Esma pueden ser integrados al paisaje
global de los derechos humanos, se cierra sin dudar el área de derechos humanos
del Banco Central, a cargo de investigar la conexión y la responsabilidad de
empresas y civiles en los juicios de lesa humanidad como engranajes concretos
de articulación entre capital financiero, negocios públicos y privados y
control social, ayer y hoy.
¿Qué es
lo que en la ex ESMA se intenta neutralizar y banalizar? Lo que allí se ve como
maquinaria: el uso del terror como fundamento político de la concentración
económica pasada, presente y futura. Una fecha como el 24 de marzo no es un
simple recuerdo de las víctimas. Es un modo de denuncia y de producción de
inteligibilidad social para las continuidades recurrentes entre violencia y
explotación, entre seguridad y criminalización de la pobreza y la protesta,
entre normalización de la diferencia y miedo difuso. Lo que pasará en la ex
ESMA excede sus muros. Concentra un drama mayor que no puede resolverse en otro
lado que no sea en las calles. Conspirar es la clave.
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