LA GIRA DE OBAMA BUSCA UNA NUEVA SUBORDINACIÓN A ESTADOS UNIDOS
Por Leandro Morgenfeld
Cambio, Número 35
(16 de marzo de 2016)
En su segundo mandato, Obama decidió recalcular su estrategia y
avanzar en una nueva ofensiva, con las dos facetas habituales, zanahoria
y garrotes. Por estos días, podemos apreciar ambas: el avance de la
distensión con Cuba y, a la vez, un nuevo ataque contra Venezuela. ¿Cómo
debe leerse esta gira clave, que incluye la histórica visita a Cuba y
la vuelta a la Argentina?
En sus últimos meses como presidente, Barack Obama intensifica la
ofensiva de Estados Unidos para recuperar el liderazgo regional. Si en
la posguerra fría su hegemonía en América Latina y el Caribe parecía
estar exenta de grandes desafíos, en los primeros años de este nuevo
siglo debió enfrentar tanto los proyectos de cooperación política e
integración alternativa que impulsaron los llamados gobiernos
progresistas, como la competencia china, que se transformó en un socio
comercial y financiero indispensable para muchos países.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos consolidó
su dominio regional y llevó a fondo la doctrina Monroe de 1823: América
para los (norte)americanos. Logró erigir un sistema interamericano bajo
su dominio, en torno a la Organización de Estados Americanos (OEA),
cuya sede no casualmente se encuentra en Washington, a escasos metros de
la Casa Blanca (un “ministerio de colonias”, según la caracterizó el
Che) y cuyo instrumento militar, el Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca (TIAR), solo se invocó cuando Estados Unidos lo necesitó y
no, por ejemplo, cuando debió intervenir en favor de la Argentina en el
conflicto con Gran Bretaña, en 1982. Esa hegemonía fue desafiada por la
Revolución Cubana y por los movimientos de liberación nacional y de
izquierda en los años sesenta y setenta. Estados Unidos impulsó la
Doctrina de Seguridad Nacional, entrenó a millares de militares
latinoamericanos en la Escuela de las Américas y apañó golpes militares y
dictaduras, además de esquemas represivos como el Plan Cóndor.
Tras la caída de la Unión Soviética, la guerra fría y el consecuente
peligro rojo ya no pudieron usarse como excusas. Se impuso el llamado
“Consenso de Washington” y el gobierno de George Bush lanzó la
“Iniciativa para las Américas”, que luego se transformaría en el
proyecto del ALCA. Esa iniciativa pretendía consolidar la subordinación
económica latinoamericana y otorgar mejores condiciones al gran capital
estadounidense para competir contra los de otros países y, a la vez,
subsumir más acabadamente el trabajo. La ofensiva neoliberal avanzó
raudamente en la última década del siglo pasado, pero provocó crisis
económicas y levantamientos políticos y sociales. El cambio en la
correlación de fuerzas a nivel continental y el surgimiento del llamado
ciclo progresista o posneoliberal permitió a Nuestra América resistir y
derrotar el ALCA hace una década y, a la vez, construir herramientas
novedosas como la UNASUR, la CELAC o el ALBA. La hegemonía
estadounidense fue doblemente desafiada, con relativo éxito, lo cual
implicó una singularidad histórica.
Obama: promesas rápidamente defraudadas
En 2009, Obama llegó a la Casa Blanca con la promesa de impulsar un
giro radical en la política exterior de su país, en particular hacia
Nuestra América, que tanto había repudiado a su antecesor, George W.
Bush. Sin embargo, más rápido que tarde, las expectativas que había
generado se vieron defraudadas: continuó la militarización (mantuvo la
IV Flota del Comando Sur y la cárcel de Guantánamo, instauró nuevas
bases militares y continuó con la nefasta “guerra contra las drogas”),
el injerencismo (golpes de nuevo tipo en Honduras y Paraguay, intentos
de desestabilización en Venezuela, Ecuador y Bolivia), espionaje contra
gobiernos (denunciados por Edward Snowden) y las agresivas políticas
hacia Cuba (bloqueo económico, comercial y financiero, boicot a su
inclusión en las Cumbres de las Américas, financiamiento de grupos
opositores, campañas políticas e ideológicas contra la isla). Nuestra
América, en tanto, avanzó en la integración regional y profundizó los
vínculos con potencias extra hemisféricas, como China y Rusia,
disminuyendo la subordinación con Estados Unidos.
En los últimos años, sin embargo, la crisis internacional afectó el
precio de los commodities, generando estancamiento y recesión en la
región, luego de una década de acelerado crecimiento y, en marzo de
2013, con la muerte de Chávez, se ralentizó además el proceso de
integración alternativa. Estos cambios económicos y políticos impulsaron
a Estados Unidos a intentar recuperar la hegemonía en lo que
históricamente consideraron su exclusivo “patio trasero”.
Obama inició negociaciones con Raúl Castro para retomar las
relaciones diplomáticas –hito concretado el 20 de julio pasado–, para
disminuir el rechazo que la anterior política agresiva hacia la isla
generó en el mundo entero, pero aún resta mucho para normalizar las
relaciones bilaterales –persisten el bloqueo, la ocupación de
Guantánamo, la injerencia en los asuntos internos y la demanda de
indemnización por las pérdidas multimillonarias que causó el bloqueo. El
saliente mandatario estadounidense busca pasar a la historia como el
primero en visitar la isla en 88 años y, a la vez, apuesta a impulsar la
restauración capitalista en la isla y un movimiento político que
reclame el fin de la revolución. Como esa política de distensión le
generó críticas internas de los sectores más anti-castristas, equilibró
el viaje incluyendo en la gira a la Argentina.
Obama busca realzar internacionalmente la figura de Macri e
impulsarlo como el nuevo líder regional de la restauración conservadora:
en las antípodas del eje bolivariano, impulsor de una política exterior
alineada con Estados Unidos y la Unión Europea, y de una política
económica de matriz neoliberal, en el marco de las exigencias de los
organismos financieros internacionales. Además, pretende que Argentina
se incorpore al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y que la
DEA y el Pentágono trabajen más estrechamente con las fuerzas de
seguridad que comanda Patricia Bullrich.
Aunque con una estrategia distinta a la empleada por Henry Kissinger
en los años setenta para alinear a los dictadores latinoamericanos, la
Casa Blanca sigue procurando mantener su hegemonía regional y evitar que
avancen proyectos de integración alternativa como los que impulsaron
los países bolivarianos en los últimos años. El desafío, para los
movimientos populares de la región, es desenmascarar las políticas
imperialistas, más allá de las distintas formas que adopten. El 24 de
marzo, organismos de derechos humanos, sindicatos, centros de
estudiantes y múltiples agrupaciones políticas repudiarán las
complicidades imperiales con la última dictadura militar, pero también
los intentos actuales para volver a subordinar a una región que sigue a
la expectativa de construir la patria grande que imaginó Bolívar hace
dos siglos.
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