La
agenda diplomática oficial demuestra el interés que despierta el doble
experimento que se cursa en la Argentina, con un significado de alcance
regional: la transición de un régimen autoritario a otro pluralista, y
de una economía Estado-céntrica a otra más competitiva.
Como
contrapartida de este atractivo, Mauricio Macri concede una importancia
creciente a la política exterior, apostando al protagonismo del país en
varios frentes. Pasado mañana recibirá a François Hollande. Ese día,
Alfonso Prat-Gay partirá a la cumbre de ministros de Economía y
banqueros centrales del G-20, en Shanghai, donde se reunirá con sus
colegas de Alemania, el Reino Unido, Italia y Francia. Mientras ocurran
esas entrevistas, el Presidente estará presentando al papa Francisco, en
Roma, una iniciativa humanitaria para los refugiados sirios, cuya
pesadilla es, acaso, la mayor preocupación internacional del jefe de la
Iglesia. El punto de fuga del cuadro es la llegada de Barack Obama, el
23 de marzo.En la Cancillería temieron que el anuncio de ese viaje eclipsara la recepción a Hollande. La visita del presidente francés es clave para la política de mayor apertura económica de Macri. Francia, cuyo proteccionismo agrícola es legendario, arrastra los pies en las tratativas por un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur. En el Gobierno esperan una señal de Hollande para acelerar el intercambio de propuestas, antes de que las condiciones políticas empeoren. Para julio la presidencia del Mercosur corresponderá a Venezuela, que no participa del acuerdo. Y en 2017 los franceses irán a elecciones. Sería raro que la canciller Susana Malcorra no hubiera analizado estos pormenores con la comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, con la que ayer mantuvo una teleconferencia.
Toda política exterior es política doméstica. También el viaje del presidente de los Estados Unidos se encuadra en esa regla. Sobre todo para Obama, que dedica lo que le queda de mandato a modelar su legado y garantizar a su partido la continuidad en el poder. La estadía en Buenos Aires le proporciona, desde esta perspectiva, varias ventajas. La más inmediata es que equilibra la histórica pero a la vez desafiante visita a Cuba. Con esa iniciativa Obama imprimió una huella perdurable en las relaciones internacionales de su país. Pero ese sello, anacrónico punto final de la Guerra Fría, plantea riesgos en la discusión electoral. La condena a la dictadura de los Castro es una bandera del Partido Republicano. Sobre todo, del candidato Marco Rubio, nieto de exiliados en Florida. El jueves pasado, por ejemplo, cuando Obama excusó su inasistencia al funeral del muy conservador juez Antonin Scalia, desde las filas de Rubio le reprocharon "que pueda hacerse tiempo para ir La Habana". Al día siguiente Obama homenajeó a Scalia en la sede de la Corte.
Extendido a Buenos Aires, el viaje a Cuba se transforma en una gira regional. Obama no aparecerá sólo como el presidente que se acercó a un régimen autocrático. Será también el que concurre a un país que, agotada la aventura populista, se reencuentra con las reglas del Estado de Derecho y del mercado. La reivindicación de los derechos humanos que Macri y Obama encabezarán el 24 de marzo cobra densidad en esta perspectiva. La izquierda nacionalista la interpreta como un malentendido, tan absurdo como fue, para la oposición al kirchnerismo, que la Universidad de La Plata condecorara a Chávez por su lucha por la libertad de expresión.
Hay un problema de traducción. A los que lo critican por su camaradería con los Castro, Obama les devuelve una foto con Macri, quien con el colombiano Juan Manuel Santos integra el exclusivo club de presidentes latinoamericanos que condenan los vejámenes del venezolano Nicolás Maduro a las libertades públicas. La explicación más esclarecedora sobre esa postura la ofreció Malcorra en una presentación ante el Council on Foreign Relations de Nueva York , el pasado martes 9.
Si quisiera personalizar el contrapunto, Obama podría explicar que viaja a la Argentina a vengar a George W. Bush, hermano de un republicano que, hasta anteayer, pretendía sucederlo. En noviembre de 2005 Bush soportó la humillación de Kirchner y Chávez con el aplauso de Lula da Silva. Su sucesor vuelve al escenario de esos maltratos cuando los proyectos de aquellos tres caudillos intentan salvarse del naufragio.
El Departamento de Estado aspira a dar vuelta esa página en un nivel menos anecdótico. Supone que el encanto de Obama, de su esposa, Michelle, y de sus hijas, que lo acompañarán a Buenos Aires, atenuará la animadversión de un sector de la opinión pública hacia los Estados Unidos, que el kirchnerismo agudizó. Otro desafío para traductores: cualquier simpatizante norteamericano de Obama se asombraría de que fuera agasajado por un político clasificado en la derecha, hijo de un ex socio de Donald Trump. Y no por alguien con ensoñaciones izquierdizantes, como Cristina Kirchner. La paradoja se repite con el socialista Hollande.
La prolongación del viaje a Cuba tiene beneficios ostensibles para Macri. Es el respaldo definitivo de Obama a su gestión para sacar a la Argentina del default. Ese aval ya había sido manifestado por el secretario del Tesoro, Jack Lew, y por las sigilosas gestiones del embajador Noah Mamet y del ministro Kevin Sullivan, representantes de Washington en Buenos Aires. También por el detalle de que Martín Lousteau haya sido recibido por Obama antes de obtener el acuerdo del Senado. El juez Thomas Griesa, influido por el special master Daniel Pollack, se incorporó al nuevo cuadro al anunciar que, apenas se derogue la ley cerrojo, dejaría de considerar a la Argentina en rebeldía. ¿Cuánto influyó en ese éxito de Prat-Gay y del secretario de Finanzas, Luis Caputo, la posición del gobierno estadounidense? Difícil calibrarlo. Pero las declaraciones de Lew figuraron en el reclamo argentino para el restablecimiento del stay. Como adelantó ayer LA NACIÓN, el acuerdo es inminente.
Esta diplomacia financiera podría tener para Obama una agradable proyección local. Sobre todo si le advierten que el líder de los acreedores que aún rechazan el ofrecimiento argentino es Paul Singer, del fondo NML. Es el mayor mecenas de Rubio, el candidato del establishment republicano para frenar el ascenso de Trump y derrotar a los demócratas. De manera que hay un plano subterráneo en el que Obama y Macri pelean contra la misma persona. En el caso de Obama, por la plata que esa persona pone. En el de Macri, por la que pretende sacar.
Así como Obama aprovechará el paso por Buenos Aires para centrarse, Macri lo utilizará para moverse hacia la izquierda. Conversará con su visitante sobre la relevancia de Cuba en el ajedrez de América del Sur. En especial en el acuerdo de paz de Colombia. El papel constructivo de Raúl Castro en esa operación ha sido el principal estímulo para que Washington revea su posición frente a la isla. Macri aspira a contribuir con ese proceso. Malcorra, amiga de su colega colombiana María Ángela Holguín, estudia un programa de cooperación para el aprovechamiento de la tierra por parte de las FARC. Los cubanos están al tanto del proyecto. No debería sorprender que Malcorra acelerara las tratativas con La Habana antes de que Obama pise la Argentina. ¿Hay un insumo más valioso para el marketing progre que cultiva Marcos Peña?
La restauración del vínculo con los Estados Unidos comenzará por el punto del mayor cortocircuito: la política de seguridad. Cristina Kirchner determinó la ruptura el 10 de febrero de 2011, cuando Héctor Timerman irrumpió, alicate en mano, en un avión de la Fuerza Aérea norteamericana para incautar equipos destinados a entrenar a agentes de la Policía Federal. Timerman dijo que quería prevenir un atentado. Pero estaba proporcionando al régimen de Mahmoud Ahmadinejad la prueba de que la reconciliación que había ofrecido en Aleppo, diecisiete días antes, era sincera.
Macri, que identificó el combate contra el tráfico de drogas como uno de sus objetivos, pretende recuperar la colaboración norteamericana, en la línea que siguió con la Metropolitana. La reconstrucción formal del puente comenzará mañana, cuando la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y su vice, Eugenio Burzaco, viajen a Washington para ver a funcionarios del FBI, de la DEA y del Departamento de Seguridad Nacional. Van en busca de respaldo técnico e inspiración para un rediseño del aparato de seguridad que Macri anunciará en el Congreso el 1º de marzo.
El Gobierno prefiere enfatizar las negociaciones económicas. A pesar del carnalismo, las empresas norteamericanas fueron protagonistas secundarias del ciclo menemista. Y retrocedieron con los Kirchner. El viaje de Obama desencadenará anuncios de inversión. Sobre todo en energías alternativas. Alcanza con repasar los intereses del embajador Mamet en su Twitter para advertir la importancia que conceden los demócratas a esa revolución ambiental y geopolítica.
La llegada de Obama no estará acompañada por novedades comerciales estridentes. El Gobierno analiza una revisión arancelaria, pero para el mediano plazo. Abrirá entonces un gran signo de interrogación: ¿Macri impulsará, mediante una flexibilización del Mercosur, un tratado de libre comercio con los Estados Unidos?
El viaje de Prat-Gay a Shanghai será, más allá de las reuniones con colegas, una instancia discreta de otra novedad diplomática: el reajuste de las relaciones con China. En su centro está el contrato por las represas licitadas por Julio De Vido para Santa Cruz. La adjudicataria fue Gezhouba, asociada a Electroingeniería. Macri ordenó al ministro Juan Aranguren reformular el convenio, que carece de un plan técnico. Devidismo explícito. Los chinos negocian con algunas desventajas. El swap monetario se irá volviendo prescindible si la Argentina recompone sus reservas. Además, no quieren repetir su experiencia en México, donde un escándalo forzó la anulación de la licitación del tren Querétaro-DF: sus socios locales habían obsequiado una mansión a la esposa del presidente. Electroingeniería, del ultrakirchnerista Gerardo Ferreyra, está envuelta con De Vido en el affaire de Petrobras.
Curiosa peripecia. Macri tensa la cuerda con el país del que su padre fue lobbista principal durante el kirchnerismo. Un gesto de loable independencia. Y una demostración de que, como en el triángulo con Obama y Trump, las relaciones exteriores pueden ocultar una misteriosa dimensión psicoanalítica.
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