Cambios en la región
Por Augusto Taglioni
Resumen del Sur
El 5 de noviembre de 2005 fue una fecha fundacional para el Mercosur. La negativa a las imposiciones que venían desde la Casa Blanca para comenzar una dinámica de intercambio propio con bases sustentadas a las realidades de nuestros pueblos fue lo que permitió esta década dorada para la región.
Paradójicamente, una década después, aquel proyecto rechazado por Néstor Kirchner, Lula y Hugo Chávez, muy probablemente retorne. Y esto es así porque la región vive un momento de turbulencias en el eje vertebrador de esa unidad sudamericana. La victoria de Mauricio Macri, los intentos destituyentes en Brasil y la debilidad del gobierno de Venezuela para hacer frente a la ofensiva de la derecha ponen en jaque los grandes avances en materia de integración regional.
Es importante pensarlo y analizarlo desde la perspectiva internacional para entender cuáles son los rumbos de cada uno de estos procesos políticos.
En ese sentido, la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada permite que la estrategia de la restauración conservadora en el Mercosur se acelere. El presidente electo expresa los intereses del capital trasnacional, el mismo que opera detrás de las candidaturas opositoras que vienen ganando terreno, producto del estancamiento de los gobiernos populares de los últimos años.
Macri propone una agenda internacional basada en tres pilares fundamentales: Endeudamiento externo, multilateralidad económica y desideologización de la región.
Respecto al endeudamiento, sus principales asesores económicos repitieron la idea de que la mejor manera de solucionar la falta de divisas producto del estrangulamiento externo generado por la crisis internacional es “ir a buscar dólares al mundo”. Esta idea de “volver al mercado de capitales” o que “el mundo está lleno de dólares” responde al manual básico del endeudamiento, tal vez no con el FMI únicamente sino con entidades privadas. El contacto ya está hecho a partir del rápido llamado de Alfonso Prat Gay al Secretario del Tesoro de los Estados Unidos una vez que la alianza Cambiemos ganó el balotaje del 22 de nomviembre. No obstante, hay un dato que no se dice pero es central, y que tiene que ver con el ajuste monetario que se llevó a cabo en el Sistema de Reserva Federal (Fed, por sus siglas en inglés) que hará más tortuoso el acceso a los dólares: la suba de tasas de interés que afectará a todo el sistema financiero. Por eso, el endeudamiento no solo será más caro sino que afectará a las materias primas y a los precios del petróleo.
El segundo punto tiene que ver con el posicionamiento en el mundo actual. Suele decirse que el próximo gobierno volverá a las relaciones carnales con Estados Unidos. Error: las relaciones con Estados Unidos serán muy buenas, claro, pero el mundo de hoy es diferente al de los inicios del gobierno de Menem. En 1989 apenas empezaba a desmoronarse la Unión Soviética y el fin del mundo bipolar daba inicio a un solo centro de poder mundial: Estados Unidos. El contexto actual es diferente, la diputa por la hegemonía mundial expresa la existencia de otros centros de poder que tranquilamente se sentarán con el gobierno argentino a conversar sobre futuros acuerdos comerciales. Hoy existe la Unión Europa y China, dos bloques con quienes cualquier gobierno querrá fortalecer vínculos y aprovechar oportunidades de negocios. La intervención aquí será específicamente comercial, por eso decimos que estamos frente a una multilateralidad económica que incluye endeudamiento y apertura de importaciones. En este contexto, Argentina abandonará un importante rol en la multipolaridad política diseñado por las naciones emergentes (Brics+Mercosur) para contrarrestar la hegemonía política y económica de Estados Unidos y los organismos multilaterales de crédito.
El último punto es la desideologización de la política exterior. Este eufemismo apunta a las relaciones internacionales en general, pero al Mercosur en particular. Mauricio Macri no es el creador de esta idea en la política exterior, lo vienen utilizando los países nucleados en la Alianza del Pacífico a modo de diferenciación del Mercosur y como argumento para firmar Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, único motivo de existencia de esa alianza regional.
Pero para hablar de desideologización habría que preguntarse qué sería aquello que debería desideologizarse. Para estos sectores, la defensa de la industria nacional, la decisión de funcionamiento del Mercosur como bloque, ponerle condiciones a Estados Unidos y la Unión Europea, defender los procesos democráticos y hablar alguna que otra vez de Patria Grande, es exceso de ideología, es populismo y y es anacrónico.
Brasil y Venezuela en problemas
El gobierno de Dilma Rousseff se encuentra en una encrucijada. Desde la ajustada victoria en la segunda vuelta, Dilma cedió a las presiones de los grandes grupos económicos expresados en gran parte por la poderosa burguesía industrial paulista. La designación de Joaquim Levy en el Ministerio de Economía fue el primer gesto hacia esos sectores que paralelamente organizaban movilizaciones callejeras y generaban las condiciones para avanzar con el proceso de juicio político contra la presidenta.
En el medio, la recesión, ajuste y el escándalo de corrupción de la petrolera estatal Petrobras profundizaron la crisis.
Por otro lado, a la crisis económica se le sumó la frágil alianza del PT con el Partido del Movimiento Democrático Brasilero. El PMDB tiene la vicepresidencia de la Nación y la presidencia de ambas cámaras (diputados y senadores) y una importante porción de legisladores. Esta alianza siempre estuvo atada con alambres y hoy pende de un hilo luego de que el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, habilitara el proceso de impeachment que finalmente, al momento del cierre de esta nota, fue frenado por la justicia.
Dilma está debilitada, si el proceso de juicio política avanzara y los números en el parlamento no son demasiado confiables. El dilema está entre la profundización o la claudicación y el as bajo la manga, pensando en 2018 es Lula Da Silva.
En el caso de Venezuela, la derrota del chavismo puede explicarse en tres puntos. En primer lugar, la baja de los precios del petróleo puso a la economía venezolana al borde del precipicio. El país bolivariano depende de la renta petrolera y no pudo diversificar su matríz productiva, importa el 70 por ciento de los alimentos. El crecimiento del petróleo de esquisto más conocido como “Fracking” operó fuertemente en la caída estrepitosa de los commodities, más aun teniendo en cuenta que el principal comprador del petróleo venezolano era Estados Unidos, impulsor de esta metodología que busca convertirse en productor del oro negro. A este complejo panorama se le suma la guerra económica, agudizada desde la asunción de Nicolás Maduro al poder. Esta guerra sin cuartel afecta directamente el acceso a cuestiones elementales de la cotidianidad de los venezolanos como el abastecimiento de alimentos y otros productos básicos. El último punto fuerte que explican este momento del proceso bolivariano es la ausencia de Hugo Chávez. Esto que parece una obviedad grafica la importancia de su liderazgo y la complicada tarea de reemplazar el ejercicio de la conducción.
El proceso bolivariano deberá lidiar con una derecha fortalecida y con mucho poder, aceitar los mecanismos de diálogo con el pueblo para que, en caso de que la oposición lo logre, pueda atravesar un hipotético referéndum revocatorio o, si esto no sucede, llegar fortalecido para las próximas elecciones.
El panorama es complejo. Con Dilma Rousseff en Brasil arrinconada por una oposición envalentonada que busca efectivizar el impeachment para destituirla, la misma derecha venezolana que gestó el golpe de estado a Chávez en 2002 controlando la Asamblea Nacional para condicionar a Maduro; y Mauricio Macri como punta de lanza de la vuelta al proyecto de los grupos económicos trasnacionales y las potencias que siguen gestionando la crisis de financierización, podemos decir que el proyecto de Mercosur de la última década está en peligro. Hace diez años decíamos “no al ALCA”, hoy, después de una década de triunfos, tenemos que escuchar a la Canciller, Susana Malcorra, decir que “el ALCA no es una mala palabra”. Es el pasado en copa nueva.
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