Hace exactamente 10 años, el 5 de noviembre de 2005, en el medio de una movilización multitudinaria de organizaciones sociales y políticas de todo el continente, para repudiar el proyecto del ALCA y la política agresiva del gobierno de Bush, se terminó para siempre con una iniciativa para liberalizar el comercio en el continente, que hubiera implicado una consolidación y profundización de la hegemonía estadounidense en la región.
A lo largo de todo ese año realicé, con una beca CLACSO, una investigación sobre quiénes apoyaban y quiénes se oponían al ALCA en Estados Unidos, México, Brasil y Argentina, que terminó con mi Tesina de Especialización en Historia Económica, presentada en diciembre de ese año en la FCE-UBA. Unas semanas antes, en Mar del Plata, habíamos participado en la Cumbre de los Pueblos y en la movilización continental contra ese proyecto de dominación estadoundiense.
Esa tesina se convirtió, en marzo de 2006, en mi primer libro. Comparto acá las Conclusiones:
Conclusiones
A modo de síntesis, se
exponen aquí algunas tendencias que, de acuerdo a lo desarrollado en esta
Tesina, parecieran confirmarse en relación con el ALCA. En términos generales,
el ALCA se enmarca en las tres contradicciones principales del capitalismo
contemporáneo: la contradicción capital-trabajo, la contradicción entre países
centrales y países dependientes y la contradicción entre distintas potencias a nivel
mundial por el dominio del llamado Tercer Mundo (en este caso, América Latina).
El ALCA implicaría un avance del capital sobre el trabajo. Al mismo tiempo,
profundizaría la dependencia de los países latinoamericanos. Por último, esta
dependencia se profundizaría en relación a Estados Unidos, en disputa con otras
potencias europeas y asiáticas.
En primer lugar, el
ALCA implica una ofensiva del capital sobre el trabajo. Otorgando mayor
movilidad a los capitales y a las mercancías, pero no así a la fuerza de
trabajo, el capital tiene mejores condiciones para explotar al trabajo. A lo
largo de este trabajo se intentó mostrar cómo el NAFTA, antecedente del ALCA,
afectó los reclamos sindicales en Estados Unidos y cómo los empresarios de ese
país amenazaron a sus trabajadores con relocalizar las empresas en México,
donde las condiciones de trabajo son muchos más duras y los salarios más bajos.
Las inversiones extranjeras que llegaron a México, por otra parte, se
orientaron al sector de las maquilas, meras industrias de ensamblaje orientadas
a la exportación, que no hicieron sino profundizar el trabajo informal,
precario y flexible. En el caso de América del Sur, y de Argentina y Brasil en
particular, la apertura comercial llevaría al cierre de las empresas locales
que no puedan competir con las estadounidenses o con las exportaciones de las
maquilas mexicanas –también, mayoritariamente, de capitales estadounidenses-,
lo cual aumentaría las ya elevadas tasas de desocupación y subocupación,
presionando a los trabajadores ocupados con un mayor ejército de reserva y, por
lo tanto, peores condiciones para luchar por sus derechos laborales. Además, al
quitarle al estado herramientas para intervenir y para eventualmente establecer
regulaciones laborales, un acuerdo como el ALCA flexibilizaría aún más las
condiciones laborales. La década de 1990 ya demostró cabalmente tanto en Brasil
como en Argentina que la afluencia de capitales extranjeros no era sinónimo de
desarrollo ni mucho menos de mejoramiento de las condiciones de vida para la
mayoría de los trabajadores. Más bien trajo desocupación, subocupación, aumento
de la flexibilidad laboral y del trabajo en “negro” y niveles de pobreza e
indigencia inéditos. Es por esto que el movimiento obrero organizado de cada
país fue tomando conciencia de las consecuencias que tendría un acuerdo de este
tipo y organizó distintas resistencias frente al ALCA, tanto a nivel nacional
–y en forma coordinada con otros actores sociales- como continental
(Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur, Alianza Social Continental)
y mundial (Foro Social Mundial).
En segundo lugar, el
ALCA responde a la necesidad de Estados Unidos de ejercer un dominio y una
explotación más acabada y con el aval institucional que cristalizaría una
realidad que se viene plasmando en las últimas décadas con el desenvolvimiento
del capitalismo. El proyecto del ALCA se inscribe en un proceso de largo plazo
que, desde fines del siglo XIX, muestra cómo Estados Unidos intentó consolidar
a nivel político, jurídico y militar la superioridad económica y la hegemonía
que mantuvo y mantiene en la región, aún en disputa con otras potencias y con
Europa en particular. El análisis del conflicto entre Estados Unidos y la Argentina en las
Conferencias Panamericanas –como se expuso en la primera parte de esta Tesina-
muestra los antecedentes directos de la actual disputa en torno del ALCA y la
potencialidad de los países sudamericanos para limitar los proyectos
estadounidenses. Estados Unidos, para lograr consolidar su amplio “patrio
trasero”, precisa avanzar en el viejo proyecto de unión panamericana –que se le
niega hace más de un siglo, desde el primer intento en la Conferencia de
Washington de 1889- y, fundamentalmente, obturar cualquier proceso de
integración alternativa como podría ser el Mercosur, el Pacto Andino o la más
reciente Comunidad Sudamericana de Naciones. No es casual que el ALCA fuera
lanzado en el marco del Consenso de
Washington y cuando Brasil y Argentina, los “gigantes” del sur, estaban por
fin iniciando el viejo proyecto de unión sudamericana. El ascenso de Chávez en
Venezuela, su radicalización política y su permanente intento de retomar el
viejo proyecto de Bolívar, a partir de su propuesta de ALBA, encienden una luz
de alarma en el gobierno estadounidense. Más aún cuando, en la
XV Cumbre Iberoamericana se anunció que
Venezuela se incorporaría como miembro pleno del Mercosur en diciembre de 2005.
Como en los últimos dos siglos, la capacidad de Estados Unidos para establecer
un dominio sobre América Latina depende de que no se constituya una integración
latinoamericana o sudamericana que se resista a aceptar los mandatos de la
potencia del norte. El ALCA sería un instrumento fundamental para abortar esa
alternativa –la profundización de la Comunidad Sudamericana
de Naciones- y para aislar a Venezuela y Cuba, los vecinos más díscolos del
continente, consolidando la dependencia de los países latinoamericanos.
En tercer lugar, la
concepción del ALCA responde a la necesidad de Estados Unidos y sus capitales
más concentrados de competir con los otros bloques económicos. Estados Unidos,
con el ALCA, pretende contrarrestar el proceso de conformación de bloques en
Europa y Asia, estableciendo un área donde su hegemonía se consolide. Por su
creciente déficit comercial y fiscal y por el excesivo endeudamiento, Estados
Unidos necesita revertir ciertas tendencias económicas de los últimos años. Los
sectores financieros, los grandes exportadores y las empresas estadounidenses
más concentradas son las bases de apoyo del ALCA. Este acuerdo responde a la
necesidad del capital estadounidense de apropiarse de un área que
históricamente estuvo disputada con Europa, consolidando la supremacía del
dólar. Este acuerdo profundizará las condiciones del capital para explotar el
trabajo y del capital estadounidense frente al de otros países, lo cual es
clave cuando la Unión Europea
está en pleno proceso de expansión –e intenta profundizar la penetración en
América Latina a partir del acuerdo Mercosur- Unión Europea y de las Cumbres
Iberoamericanas- y nuevas potencias como China vienen estableciendo importantes
acuerdos comerciales con la región en los últimos meses. El ALCA otorgaría
mejores condiciones al capital estadounidense para avanzar, en América Latina,
frente al europeo y asiático.
¿Qué le espera a
América Latina de concretarse el acuerdo de libre comercio? El ALCA permitiría
una apertura comercial sin precedentes, una liberalización de la actividad
financiera y una privatización en áreas sensibles como la salud y la educación,
que llevarían a disminuir aún más la capacidad de los estados latinoamericanos
de establecer políticas económicas para el desarrollo. La constitución del ALCA
llevaría a una reprimarización de las economías latinoamericanas y a una
consolidación de las políticas económicas establecidas en los años noventa,
profundizando el proceso de desindustrialización, concentración y
extranjerización que afectó a muchos países de la región. Ampliaría las áreas
bajo el dominio del capital estadounidense (el más concentrado), al mismo
tiempo que restringiría los instrumentos de los estados para aplicar políticas
económicas que puedan regular el mercado.
Como ya fue ampliamente
señalado, el objetivo del ALCA no es sólo económico. Este acuerdo permitiría a
Estados Unidos, además, avanzar en el control geopolítico y militar de
Sudamérica -Plan Colombia, Plan Puebla-Panamá, inmunidad y bases militares
estadounidenses en varios países-. Por eso las organizaciones sociales y
políticas que se oponen al ALCA y a los demás acuerdos de libre comercio
señalan que el ALCA viene de la mano de la militarización y la deuda externa.
El ALCA acentuaría la dominación financiera sobre los países latinoamericanos,
quitándoles herramientas para negociar en forma conjunta el cada vez más
acuciante problema de la deuda externa, al mismo tiempo que favorecería el
traspaso de la banca pública a manos privadas (con el consiguiente riesgo para
muchos pequeños y medianos productores agropecuarios de perder sus tierras, por
ejemplo en la Argentina,
en donde tienen hipotecadas millones de hectáreas en bancos públicos) y la
extranjerización del sistema financiero, como ocurrió en México tras la firma
del NAFTA.
Asimismo, y pese a las
expectativas de los grandes exportadores latinoamericanos, el ALCA no traería
significativos beneficios comerciales para los países de la región, dado que
Estados Unidos no tiene altos aranceles aduaneros y basa su proteccionismo en
medidas no arancelarias que se resiste, entre otras razones por motivos
electorales y por los lobbies, a
levantar. Así, mantendría los subsidios al sector agrícola y a parte del sector
industrial, que incluso fueron incrementados desde el 2002, a partir de la nueva
Ley Agrícola. Salvo para un pequeño segmento de empresarios exportadores, los
que puedan acceder al protegido mercado estadounidense, el ALCA perjudicaría a
la mayor parte de los sectores económicos y sociales de los países
latinoamericanos.
En
relación al futuro de las negociaciones, diversos analistas latinoamericanos
destacan las dificultades en las conversaciones sobre del ALCA. Jorge Sienra,
un experto negociador uruguayo, planteó lo siguiente: “El ALCA ha quedado
inmerso desde hace un buen tiempo en una suerte de detención programada. Tanto
Estados Unidos como Brasil, sus actuales Co-Presidentes, parece que han llegado
a un punto que no les permitió seguir el proceso de negociación, hasta que se
destraben algunos puntos centrales. Pero como esos puntos centrales también
están siendo objeto de estudio y negociación en el ámbito internacional, nadie
querría arriesgar en el ámbito regional más avances o retrocesos. Mercosur no
está negociando con Estados Unidos. Se advierte un acercamiento bilateral de
integrantes del Mercosur con los Estados Unidos. Y esa es una decisión que el
Mercosur no ha tomado, pero que en la práctica, todos lo observamos. Con la Unión Europea hay
una agenda de trabajo después de octubre del 2004, con un nuevo equipo
negociador de la UE.
También debemos advertir que el nuevo jefe de la OMC –que asumirá en
septiembre/octubre de 2005- era el ex negociador comercial de la UE”[1]. Este análisis muestra
lo difícil que será avanzar, no sólo en un acuerdo con Estados Unidos, sino
también con la Unión
Europea. Los intereses contradictorios, incluso de los
sectores económicamente más poderosos, crean dificultades en las negociaciones
en curso. Luiz Alberto Moniz Bandeira también expresa sus reticencias en
relación con la posibilidad de que se arribe a algún acuerdo en el futuro: “La implantación del ALCA llevaría al fin del Mercosur, porque acabaría
el arancel común, que caracteriza toda unión aduanera. Con respecto al ALCA, en
Brasil ni siquiera se habla de ese asunto. Está muerto. No hubo estancamiento,
sino colapso, en virtud, principalmente, de los intereses económicos contradictorios
y, claro, de la resistencia de la sociedad civil. El interés principal de
Estados Unidos en el ALCA era, sobretodo, el Mercosur y, dentro del Mercosur,
Brasil, que representa alrededor de 70% de la economía de la región. Brasil no
está dispuesto a permitir que su parque industrial se torne una chatarra. Así,
cualquiera que fuese el gobierno, Brasil no podría aceptar las cláusulas que
Estados Unidos querían imponer. Y, se aceptase, el tratado difícilmente sería
aprobado, en virtud de la oposición de la sociedad civil. Si en el futuro
empiezan otras negociaciones ya serán de tipo diferente y no más para la
‘Iniciativa de las Américas’. Veo remotas las posibilidades que las
negociaciones avancen con EEUU y con la Unión Europea, mientras haya el problema de los
subsidios agrícolas. No creo que Estados Unidos los vayan a abolir temprano y
tampoco la Unión Europea,
debido sobre todo a Francia”[2]. En el proceso de
negociaciones, hoy prácticamente suspendido, operan en forma diversa las tres
contradicciones mencionado más arriba. Hoy en día, la posibilidad de avanzar
con el acuerdo hemisférico depende de los resultados de las negociaciones en la
OMC. El 13 de diciembre de 2005 está
previsto que se retomen en Hong Kong las negociaciones de la Ronda de Desarrollo de Doha
(que se iniciaron en 2001 y que deberían
finalizar dentro de un año) para definir las modalidades de la liberalización
comercial en agricultura, servicios y acceso a los mercados de productos
industriales, entre otros. El Grupo de los Veinte países en desarrollo (G-20)
pretende que el tema de los subsidios agrícolas y las diversas formas de
protección ejercidas por Europa y Estados Unidos sea el eje de la negociación.
Si no se llega a un acuerdo satisfactorio, sostienen sus representantes, no se
podría avanzar en otros temas.
El estancamiento del
ALCA, como ya fue señalado, no se explica solamente a partir de las
contradicciones entre diferentes grupos de interés al interior de cada uno de
los países americanos y de la reticencia de Estados Unidos a recortar sus
subsidios, sino también por la creciente oposición política en Latinoamérica:
por el cambio de signo de los gobiernos de distintos países latinoamericanos
(Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Uruguay), por las
sublevaciones populares -Ecuador (1999), Perú (2000), Argentina (2001) y
Bolivia (2003-2005)-, por la creciente movilización anti-ALCA (Foro Social
Mundial, Alianza Social Continental, Cumbres de los Pueblos), por la
movilización continental y mundial contra el libre comercio que incluso
favoreció la confluencia de países exportadores del G-20, que se oponen a los
subsidios agrícolas de Estados Unidos y la Unión Europea (que, entre otros factores, llevó
al fracaso de la Cumbre
de la OMC en
Cancún en 2003) y por el proyecto de integración alternativa que significa el
ALBA, impulsado por Venezuela y Cuba y tomado como bandera por diversas
organizaciones de la sociedad civil de otros países. Al mismo tiempo, aunque
aún con poco desarrollo real, se constituyó en los últimos meses la Comunidad Sudamericana
de Naciones, que en septiembre de 2005 realizó su primera cumbre presidencial.
En este sentido, el futuro del ALCA y el tipo de integración y/o acuerdo
comercial que vaya a concretarse dependerá en buena medida de la movilización
de la sociedad civil y de su capacidad para profundizar los proyectos
alternativos de integración.
Hoy, ante al avance de
Estados Unidos y su intento de implementar el ALCA y de profundizar su
presencia militar en la región –logrado en parte al obtener la inmunidad para
sus tropas en Paraguay en 2005-, sin duda se constituye como una estrategia
vital la consolidación de una unión latinoamericana que exceda los acuerdos
meramente comerciales. Al mismo tiempo, es hora de abandonar la idea de que el
mejor horizonte posible para Brasil, Argentina o cualquier otro país
latinoamericano es constituirse como satélite privilegiado de la potencia de
turno -“realismo periférico”-. Estas naciones, por el contrario, están llamadas
a consolidar un eje alternativo al proyecto de Estados Unidos de establecer una
hegemonía total en América Latina. Los países del Cono Sur tienen la necesidad
de establecer algún margen de autonomía mayor, en el contexto de un mundo
multipolar en el cual las principales potencias incrementan la presión para
controlar sus áreas de influencia. La inserción internacional, entonces, debe
tener como objetivo potenciar el desarrollo de sus pueblos, que permita el
crecimiento según las necesidades de la población y no que se limite, como
plantea la perspectiva “comercialista”, a establecer un “regionalismo abierto”
que solo utilice la “integración” como un trampolín para las colocaciones de
ciertos productos exportables en el mercado mundial.
México debe realizar un
balance de la década que lleva en el NAFTA. O se subordina cada vez más a
Estados Unidos, o se integra a América Latina. Es fundamental profundizar los
estudios sobre los resultados del NAFTA, ya que a partir de un buen diagnóstico
sobre la situación del México actual se pueden establecer críticas a la unión
comercial como la que integró en la última década, similar al proyecto
estadounidense del ALCA. Brasil, actualmente en una crisis política, se debate
también entre profundizar el modelo económico heredado o plantarse firmemente
frente a Estados Unidos. La crisis de la coalición gobernante muestra las
limitaciones de la política desarrollada hasta ahora. Brasil, hasta el momento,
impidió la conformación del ALCA, pero no avanzó en el desarrollo de
alternativas. Por otra parte, en los últimos tiempos morigeró su retórica anti
ALCA y ya no plantea una oposición tan fuerte. La Argentina debate su
política exterior en el marco de las permanentes presiones que recibe tanto
para integrarse al ALCA como para estrechar lazos con la Unión Europea.
Tiene la oportunidad de alejarse de la doctrina del “realismo periférico” que
estructuró su inserción internacional en los últimos años.
Por fuera de estas
alternativas “realistas” aparece la “otra integración posible” que se plantean
los distintos actores sociales y políticos que construyen la resistencia al
ALCA. Esta integración se basa en una integración de los pueblos, en el respeto
a los derechos de los trabajadores, en una superación de la integración al
servicio de los capitales (y dentro de ellos, de los más concentrados –la
mayoría, de los países desarrollados, aunque también comparten sus intereses
los sectores intermediarios de los países no desarrollados-). Por supuesto, la
unidad en la resistencia a la integración que propone Estados Unidos no se traduce,
como también pudo apreciarse a lo largo de la historia del proceso americano,
en un único proyecto de integración. Mientras ciertos sectores se oponen a la
subordinación a Estados Unidos porque tienen mayores vínculos económicos y
políticos con otras potencias (Europa, China, Rusia), otros sectores -pequeñas
y medianas empresas, productores orientados al mercado interno- defienden sus
intereses burgueses o pequeñoburgueses, que se verían vulnerados por la
ampliación de la competencia estadounidense y por el retiro del estado. Por
otra parte, los obreros y campesinos se oponen, a través de sus organizaciones,
a una integración que ampliaría la concentración y centralización del capital
en detrimento del trabajo. Si bien muchos de los sindicatos y organizaciones
campesinas plantean proyectos alternativos reformistas, en alianza con sectores
de las burguesías de cada país, también existen diversas tendencias políticas
que entienden que la “otra integración posible”, para estas mayorías, requiere
de un proyecto de superación del régimen social vigente.
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