Revista Kamchatka, Año
8, Número 15, noviembre 2015, pp. 24-27
Por Leandro Morgenfeld [1]
La (a)normalización en curso de las relaciones
entre Estados Unidos y Cuba, a lo largo del último año implica un giro luego de
más de medio siglo de políticas agresivas contra la isla. De todas formas, este
proceso enfrenta todavía un difícil obstáculo: el bloqueo económico, comercial
y financiero que hace décadas oprime a la sociedad cubana. Qué implicancias
tuvo y tiene esta acción imperialista? Por qué persiste, pese al creciente
rechazo mundial? Cuáles son los desafíos en el futuro inmediato?
Tras más de medio siglo de políticas agresivas contra
Cuba –que incluyeron intervenciones militares, atentados, sanciones económicas
y diplomáticas y una feroz campaña de propaganda- Estados Unidos se vio
obligado a ensayar otra estrategia. El cambio anunciado por Obama en diciembre pasado
responde, como debió reconocer el propio mandatario, al fracaso del imperio
para derrocar a la Revolución. La
impotencia de la principal potencia global para lograr ese objetivo estratégico
se explica, en primer lugar, por la tenaz resistencia del pueblo cubano, que
soportó durante décadas un bloqueo comercial, económico y financiero sin
antecedentes en la historia moderna. En segundo lugar, a la presión de los países de Nuestra
América, que vienen reclamando en la UNASUR, la CELAC y el ALBA, y en las
Cumbres de las Américas, el fin de las sanciones y la readmisión de Cuba en el
sistema interamericano (durante el primer año del gobierno de Obama, se derogó
la resolución de la OEA de enero de 1962, que había determinado la exclusión de
la isla por adherir al marxismo-leninismo). En tercer lugar, al creciente
repudio global: la ONU, año tras año, vota masivamente por el fin del bloqueo
–en la Asamblea General de 2014, adhirieron al rechazo 188 países, mientras que
solamente Israel respaldó a Estados Unidos–. El giro también se explica por intereses económicos –lobby de capitalistas estadounidenses de
sectores vinculados al agro, el turismo y las telecomunicaciones, que quieren
hacer negocios en Cuba– y electorales –la comunidad latina estadounidense
rechaza crecientemente la agresiva y anacrónica política que Estados Unidos
desarrolla contra Cuba desde 1960–.
El 17 de diciembre de 2015 Raúl Castro y
Barack Obama hicieron públicas las negociaciones bilaterales hasta entonces
secretas e iniciaron un proceso de distensión. Tras las reuniones que se
hicieron en La Habana y Washington, en abril se produjo la histórica reunión
entre ambos mandatarios, en el marco de la Cumbre de las Américas realizada en
Panamá. Poco después, Obama cumplió la promesa de retirar a Cuba de la lista de
estados que supuestamente patrocinan el terrorismo. A partir de entonces,
siguieron avanzando las negociaciones. El 1 de julio se anunció la
normalización de las relaciones diplomáticas, que permitió tres semanas después
concretar la apertura de embajadas en ambas capitales. Se cerró así una primera
fase del proceso, que permitió retomar las relaciones diplomáticas, tras casi
55 años. Sin embargo, todavía falta mucho para normalizar (o anormalizar,
teniendo en cuenta que en los dos últimos siglos, lo “normal” fueron las
intervenciones militares, políticas y económicas de Estados Unidos, transformando
a la isla en una suerte de semi-colonia) las relaciones bilaterales, proceso
que es algo mucho más amplio que la mera apertura de representaciones
diplomáticas.
En esta línea, las autoridades cubanas
señalan que persisten amplias diferencias y exigen a Estados Unidos la
devolución de Guantánamo, el fin de la injerencia interna en la política cubana
–financiando a grupos disidentes, transmitiendo desde Miami las señales Radio y TV Martí-, la indemnización por los perjuicios que generó el
bloqueo y, fundamentalmente, el desmantelamiento del mismo.
El bloqueo económico, financiero y
comercial, que eufemísticamente en Estados Unidos llaman “embargo”, se inició
en febrero de 1962, produciendo miles de millones de dólares de pérdida a la
economía de la isla. Fue formalmente
establecido por la administración Kennedy a principios de febrero de 1962 –el
31 de enero Estados Unidos había logrado aprobar la exclusión de Cuba de la
OEA, pese a la oposición de Argentina, Brasil, México, Chile, Bolivia y
Ecuador-, pero las sanciones económicas se iniciaron durante el gobierno de su
antecesor, Eisenhower, con el expreso objetivo de promover “el hambre, la desesperación y el derrocamiento
del gobierno” cubano, tal como rezaba un memorando del Subsecretario de Estado
Lester Mallory del 6 de abril de 1960. Allí se inició la “guerra económica”
contra Cuba, que persiste hasta el día de hoy. De acuerdo
al informe que el gobierno cubano presentó ante la Asamblea General de
la ONU en julio del 2014: “El daño económico ocasionado al pueblo cubano
por la aplicación del bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados
Unidos contra Cuba, considerando la depreciación del dólar frente al valor del
oro en el mercado internacional, asciende a 1 112 534 000 000 [1 billón 112 mil
534 millones] de dólares, a pesar de la reducción del precio del oro en
comparación con el período anterior”[2].
El bloqueo fue
profundizándose con el correr de los años. Si al principio Estados Unidos dejó
de comprarle azúcar a Cuba (allí se dirigían el 70% de las ventas exteriores de
este producto hasta la Revolución), luego se prohibió la exportación de
cualquier bien desde la isla hacia su ex metrópoli. Tampoco se permitió a Cuba
realizar transacciones en dólares. Estas sanciones,
incrementadas a través de las leyes Torricelli y Helms-Burton en la década de
1990, determinaron que ninguna empresa de ningún país puede venderle a Cuba un
producto si el mismo contiene más de un 10% de componentes estadounidenses.
Así, se inhibe a Cuba de incorporar una infinidad de bienes y desarrollos
tecnológicos –incluyendo medicamentos esenciales, por ser las patentes de
origen estadounidense-. Tampoco se permite a ninguna empresa vender en Estados
Unidos productos elaborados en Cuba –por ejemplo, si una compañía europea o
japonesa pretende exportar un automóvil al mercado estadounidense, tiene que
probar que no contiene níquel cubano –éste es
actualmente el segundo producto de exportación de la isla-.
De acuerdo a las leyes Torricelli y
Helms-Burton, cualquier buque extranjero que atraca en un puerto cubano tiene
prohibida la entrada a Estados Unidos por seis meses. Se impuso además la
retroactividad a la extraterritorialidad, sancionando a cualquier empresa que
se instalara en propiedades confiscadas a estadounidenses en la isla tras la
revolución –de hecho empresarios estadounidenses siguen reclamando a Cuba la
indemnización por las expropiaciones realizadas por la Revolución-, y condicionando la normalización de las relaciones
bilaterales a que se produjera un cambio del régimen cubano. Por último, Estados Unidos ejerce
presión sobre el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Interamericano de Desarrollo para evitar que Cuba reciba créditos, fomentando
el ahogo financiero de la economía de la isla. Esta es sólo una muestra del ahogo
que el bloqueo produjo en las últimas décadas en la economía cubana, cuyos
efectos se profundizaron tras la caída de la Unión Soviética.
Si bien Obama tomó algunas
medidas para suavizar las sanciones económicas contra Cuba –la última de las
cuales fue anunciada en ocasión de la llegada del Papa Francisco a Cuba-, el
mandatario sostiene que el levantamiento del “embargo” le corresponde al
Congreso, donde debe sortear la oposición de legisladores de ambos partidos
–hasta ahora, los legisladores cubanoamericanos fueron los que ejercieron el
“monopolio” de la política hacia la isla-. En su discurso ante la última
Asamblea General de la ONU, el 28 de septiembre pasado, el presidente
estadounidense aprovechó para presionar al Congreso de su país, señalando que
el “embargo” ya no tenía sentido y que su levantamiento era “inevitable”. Lo
hizo en el ámbito multilateral donde más rechazo generó esa política en los
últimos 20 años.
Raúl Castro, ese mismo día,
aprovechó su primera intervención en la reunión de mandatarios de Naciones
Unidas para reivindicar la resistencia del pueblo cubano contra las agresiones
por parte de Estados Unidos y para aclarar que, en lo que hace a las relaciones
bilaterales, recién se había abierto “un largo y complejo proceso”, que
recién terminará cuando se levante el bloqueo. Exigió además la devolución de
Guantánamo, el cese de las transmisiones radiales y televisivas que pretenden
generar desestabilización en la isla y la compensación por los daños humanos y
económicos que produjo el bloqueo.
Al
día siguiente de sus respectivas alocuciones públicas, hubo un encuentro entre
ambos mandatarios, el segundo luego del realizado en abril, donde se conversó
sobre los próximos pasos a seguir en el proceso de “deshielo”. El mandatario
cubano insistió en esa oportunidad, según su canciller, en la necesidad
imperiosa de desmontar el bloqueo.
Cuba
cuenta con el apoyo de la mayor parte de la comunidad internacional. Si el
rechazo al bloqueo cosechó “apenas” 59 apoyos la primera vez que se sometió a
votación en la Asamblea General de Naciones Unidas en 1992 – hubo 71
abstenciones y 3 rechazos-, dos décadas después llegó a 188 votos –sólo Israel
y Estados Unidos votaron en contra en 2014-. En todos los foros regionales,
además, Estados Unidos debió escuchar la exigencia del fin de las sanciones
contra Cuba y el reclamo por su readmisión en el sistema interamericano.
El
giro de Estados Unidos hacia Cuba
impulsado por Obama presenta desafíos. En Estados Unidos, el saliente
presidente intentará sortear las resistencias internas, para lo cual cuenta con
el apoyo internacional y de buena parte de la opinión pública estadounidense,
incluyendo a la comunidad latina. La histórica visita del Papa en septiembre,
además, supuso un espaldarazo a su política de distensión hacia la isla. La
duda es cómo se desmontará el complejo entramado legislativo que construyó el
bloqueo económico más extenso y severo de la historia moderna en Occidente. Para
Cuba, en tanto, el desafío es que esta apertura a las inversiones, el comercio,
los dólares y el turismo estadounidenses no impulsen una restauración
capitalista, que algunos críticos avizoran como inevitable.
Para Nuestra América, por su parte,
los desafíos tampoco son menores. Fue un triunfo haber doblegado las presiones
de Estados Unidos contra la soberanía de Cuba, pero a la vez esta nueva
política –más “amigable” en las formas- pretende debilitar los argumentos del
bloque bolivariano. Estados Unidos sigue interviniendo para desestabilizar a
los gobiernos menos afines en la región, a la vez que impulsa el avance de la
Alianza del Pacífico y la reconstitución del prestigio de la OEA, en detrimento
de la UNASUR y el CELAC, y pretende aislar los procesos radicales de Venezuela
y Bolivia. El futuro levantamiento del bloqueo será, quizás, el precio a pagar
para incrementar la legitimidad de Estados Unidos en la región, luego de una
década se relativa pérdida de hegemonía.
- leé acá completo el número 15 de Kamchatka-
[1] Doctor
en Historia, Profesor FCE-UBA e Investigador del IDEHESI-CONICET. Integra el
Grupo de Trabajo CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina
y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (Peña Lillo/Continente,
2011), de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados
Unidos (Capital Intelectual, 2012) y del
blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com @leandromorgen
[2] Ministerio de Relaciones Exteriores de la
República de Cuba: Informe de Cuba sobre la resolución
68/8 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, titulada “Necesidad de
poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados
Unidos de América contra Cuba”, La Habana, julio de 2014, p. 4.
No hay comentarios:
Publicar un comentario