Por DIEGO PIETRAFESA (Revista Acción, segunda quincena de agosto de 2015)
“Tiburón,
¿qué buscas en la orilla?” se preguntaba el cantante panameño Rubén Blades hace
cuatro décadas, en metáfora del apetito de Estados Unidos contra América. El
pez grande se come al pez chico, tal es la regla que el imperialismo trae desde
sus orígenes y que Washington retoma hoy en el sur del continente. La amenaza
al Mercado Común del Sur, Mercosur, y las acciones contra otros proyectos de
integración regional se concretan ahora no ya desde la actividad bélica sino a
partir de un arma tan o más poderosa que los misiles: los tratados de libre
comercio (TLC) y los acuerdos
bilaterales a espaldas de las decisiones en bloque, para fragmentarlos y
debilitarlos. (...)
Estados Unidos había sufrido una dura derrota en 2005. En la
IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, por iniciativa de los presidentes
Néstor Kirchner (Argentina), Hugo Chávez (Venezuela) y Lula Da Silva (Brasil),
se rechazaba el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) que el jefe de
Estado norteamericano, George W. Bush, consideraba como aprobado de antemano.
Quién pensaba que la Casa Blanca no insistiría en sus intenciones, se equivocó:
como la fábula de la rana y el escorpión, es la naturaleza de Estados Unidos lo
que lo hace extender su hegemonía. Y todo indicio de confrontar esa hegemonía
es considerado una amenaza. Leandro Morgenfeld, historiador de la UBA y autor
de “Argentina y Estados Unidos, relaciones peligrosas” asegura que los ataques
al Mercosur no son nuevos. Dice Morgenfeld que “la estrategia estadounidense de
desalentar la asociación económica y política latinoamericana tiene dos siglos
de existencia. Ya en 1826 se opusieron al Congreso de Panamá impulsado por
Simón Bolívar para potenciar la conformación de una ‘Patria Grande’. Y, antes,
en 1823, con la Doctrina Monroe, intentaron alejar a potencias extra
hemisféricas y a la vez alentar la balcanización regional. A Estados Unidos le
conviene negociar TLC o acuerdos macro que estén bajo su dominio. Como el
Mercosur responde a otra lógica, no es funcional a sus intereses”. (...)
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