Por Leandro Morgenfeld[1]
Épocas. Revista de ciencias sociales y críticas cultural (Número 1, agosto 2015)
Nuestra América se encuentra en un momento de transición.
Estados Unidos pretende aprovechar la crisis y parálisis del eje bolivariano
para consolidar una restauración conservadora y fortalecer su hegemonía. Las
renovadas derechas de la región intentan recuperar el poder político y
restablecer la agenda neoliberal, alentando la balcanización latinoamericana y
a la vez alejar la influencia de potencias extra-hemisféricas.
Cuidando el patio trasero
En los siglos XIX y XX, la política de Estados Unidos hacia
sus vecinos del sur tuvo dos objetivos centrales: horadar la potencial
asociación política e integración de Nuestra América, para evitar que se
retomara el proyecto de Bolívar de construir una Patria Grande al sur del Río
Bravo, y a la vez alejar la influencia de potencias extra-hemisféricas -primero
fue España, luego Gran Bretaña, la Unión Soviética y China-, para consolidar un
área de influencia lo más exclusiva posible.
A pesar de haber compartido el pasado colonial con el resto
del continente, los gobiernos de Estados Unidos, a principios del siglo XIX, se
mostraron renuentes a apoyar las independencias hispanoamericanas. Recién hacia
1823, luego de una década de cruentas revoluciones y guerras, se planteó la
Doctrina Monroe: América para los (norte)americanos. La Casa Blanca no
aceptaría nuevas intervenciones colonialistas por parte de las potencias
europeas, e iniciaría un largo recorrido para consolidar su hegemonía, primero
en el Caribe, considerado un mar interior, y luego en su extenso patio
trasero, que en América del Sur todavía estaba en esa época bajo el dominio
económico europeo[2].
Desde que se concretó la Primera Conferencia en Washington
(1889-90), el panamericanismo fue la forma de Estados Unidos de buscar la
consolidación de una hegemonía continental, a la vez que la estrategia para
frenar los intentos de Venezuela y Colombia de retomar los congresos
hispanoamericanos –había habido experiencias fallidas en las décadas de 1850 y
1860- y de España de constituir una Unión Iberoamericana[3]. Desde 1898, el intervencionismo militar
pasó a ser la norma. Durante las primeras décadas del siglo XX los marines
estadounidenses desembarcaron recurrentemente en Nuestra América. La
resistencia a estas acciones obligaron a reformular la política interamericana
de Estados Unidos. La Casa Blanca impulsó la política del buen vecino,
que implicó reducir el intervencionismo directo, aunque no por ello dejó de
desplegar otras formar de la dominación imperial.
Luego de la segunda guerra, Estados Unidos logró terminar de
desplazar a las potencias europeas y erigirse como el poder hegemónico en
América. Consiguió fortalecer el sistema interamericano, que se aprobara en
1947 el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y, un año más
tarde, conformar la Organización de Estados Americanos (OEA). Esto lo logró con
promesas de ayuda económica (los mandatarios regionales reclamaban una suerte
de Plan Marshall para América Latina), cuya concreción se fue
postergando hasta que la Revolución Cubana instaló la guerra fría en
la retaguardia estadounidense –previamente, la Casa Blanca ya había utilizado
la excusa del peligro rojo para apoyar el golpe contra Jacobo
Arbenz en Guatemala, en 1954-. En los años sesenta, Estados Unidos desplegó
hacia la región una política bifronte: el ambicioso programa de la Alianza para
el Progreso (una promesa de ayuda por 20 mil millones de dólares)[4] y a la vez el clásico
intervencionismo militar, que incluyó un variado menú: invasión a Bahía de
Cochinos, terrorismo y desestabilización en Cuba, con intentos de magnicidios,
apoyo a golpes de Estado (el encabezado por Castelo Branco en Brasil, en 1964,
fue el más significativo) y desembarco de marines (Santo Domingo, 1965)[5]. LaDoctrina de Seguridad Nacional y
las alianzas con militares golpistas fueron una constante en los años
siguientes. Ya en la era Reagan, la Casa Blanca logró el apoyo de dictaduras
latinoamericanas para la lucha contrainsurgente en Centroamérica. La caída del
Muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética y el consecuente fin de la guerra
fría provocaron un cambio en el vínculo con los demás países del
continente. Reforzado el poder de Estados Unidos como gendarme planetario
-aunque el mundo unipolar augurado por Francis Fukuyama fue una ilusión que se
desvaneció rápidamente, Washington procuró la consolidación de su hegemonía
hemisférica. El presidente George Bush lanzó, en 1990, la Iniciativa
para las Américas. Tres años más tarde, su sucesor Bill Clinton concretaría
este proyecto con la primera cumbre interamericana de Jefes de Estado.
En el marco del Consenso de Washington, Estados
Unidos impulsaba el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que
implicaba una ofensiva del capital sobre el trabajo y de los capitales más
concentrados en Estados Unidos contra sus competidores de otras latitudes[6]. Para instrumentar ese proyecto hegemónico,
la Casa Blanca propuso realizar reuniones presidenciales, las Cumbres de las
Américas, incluyendo a los 34 países que constituían la Organización de los
Estados Americanos (OEA) y dejando expresamente excluida a Cuba (apartada de
esa institución en enero de 1962, con los votos de Estados Unidos y otros 13
países de la región).
El proyecto del ALCA avanzó sin demasiadas oposiciones en
los primeros cónclaves, hasta que en 2001 emergió, por primera vez, una voz
claramente disonante, la del presidente venezolano Hugo Chávez, quien
cuestionó, casi en soledad, la iniciativa de Washington. Pocos meses antes se
realizaba el primer Foro Social Mundial en Porto Alegre, que se transformaría
en un espacio vital de articulación en la lucha contra el ALCA. En los años
siguientes fue cambiando la correlación de fuerzas en América Latina, a la vez
que muchos países exportadores de bienes agropecuarios, en todo el mundo,
exigían a Estados Unidos, la Unión Europea y Japón que la liberalización del
comercio incluyera también a los productos agrícolas, que sufrían diferentes
restricciones y protecciones no arancelarias por parte de las potencias. En la
cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) de Cancún (2003) se
paralizaron las negociaciones para liberalizar todavía más el comercio mundial.
Y algo similar ocurrió con el ALCA, que fracasó en la célebre reunión de Mar
del Plata dos años más tarde, cuando los cuatro países del Mercosur, junto a
Venezuela, rechazaron la iniciativa. Ante la resistencia de múltiples
sindicatos y movimientos sociales -a través del Foro Social Mundial, la Alianza
Social Continental y las Contra-cumbres de los Pueblos-, que lograron articular
una oposición popular al ALCA, y el rechazo de los gobiernos de Brasil,
Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela, Estados Unidos debió abandonar esa
estrategia e impulsar Tratados de Libre Comercio bilaterales.
En esos años, avanzó la coordinación política, cooperación e
integración latinoamericana: expansión económica y política del Mercosur,
aparición de la Comunidad Sudamericana de Naciones, luego Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR), creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América-Tratado de Comercio entre los Pueblos (ALBA-TCP). En forma
paralela, la OEA, escenario de las relaciones interamericanas dominado por
Washington desde la posguerra, fue perdiendo influencia. Hasta debió revocar la
expulsión de Cuba luego de que los países latinoamericanos presionaran a Obama
en la Cumbre de las Américas de 2009. Pocos meses más tarde, hubo una reacción
latinoamericana conjunta frente al golpe en Honduras. La UNASUR también actuó
rápidamente ante el intento separatista en Bolivia y el levantamiento policial
contra Rafael Correa en Ecuador. En febrero de 2010, además, se creó la Comunidad
de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), una asociación continental que
excluye a Estados Unidos y Canadá. Impulsada por el eje bolivariano y resistida
por el Departamento de Estado, la CELAC podría convertirse en un instrumento
inédito e histórico de coordinación latinoamericana por fuera del control de
Washington. La cumbre inaugural se realizó en Caracas (diciembre 2011) y luego
hubo reuniones presidenciales en Santiago de Chile (enero de 2013), La Habana
(enero 2014) y San José de Costa Rica (enero 2015).
Los intentos de Obama de reconstituir las relaciones
interamericanas
La V Cumbre de las Américas se realizó en Puerto España,
Trinidad y Tobago, entre el 17 y el 19 de abril de 2009, apenas tres meses
después de la asunción de Obama. En su intervención, el flamante mandatario
estadounidense realizó un primer intento por afianzar los lazos interamericanos
después del traspié de Bush en Mar del Plata y ahuyentar los temores derivados
de las agresivas políticas militaristas de su antecesor. Señaló que pretendía
relacionarse con la región en otros términos, estableciendo una alianza
entre iguales.
La reunión realizada en Puerto España revistió una gran
importancia, siendo la primera luego del rechazo al ALCA y con Obama como
presidente. Todos los mandatarios buscaban la foto con el primer presidente
estadounidense afro descendiente. Hasta Hugo Chávez tuvo su encuentro cara a
cara, que aprovechó para regalarle un ejemplar de Las venas abiertas de
América Latina, el célebre libro del uruguayo Eduardo Galeano. Aunque se
preveían chispazos entre los países del ALBA y el nuevo ocupante de la Casa
Blanca, la cumbre mostró un inusual escenario distendido con elogios
cruzados y un ambiente de cuidada fraternidad. Más allá de estos gestos,
no hubo avances concretos y no se logró firmar una declaración final, entre
otros motivos por diferencias en relación a la persistencia de la exclusión de
Cuba, a las políticas sobre biocombustibles y a las acciones frente a la crisis
económica mundial. La Casa Blanca logró inicialmente relajar las relaciones
interamericanas, luego del revés recibido por Bush en Mar del Plata y planteó
la importancia de la región para la política exterior de Washington. El
gobierno de Raúl Castro obtuvo una gran solidaridad de muchos mandatarios en
Trinidad y Tobago.
En los meses siguientes, las expectativas que había generado
la asunción de Obama se transformaron rápidamente en decepción. La continuidad
de la IV Flota del Comando Sur –reinstalada por Bush en 2008, luego de 50 años,
para patrullar las aguas del Atlántico Sur–, la ratificación del bloqueo
económico a Cuba, el mantenimiento de la cárcel de Guantánamo –a pesar de que
Obama se comprometió a desmantelarla ni bien asumió–, la ausencia de progresos
en cuestiones migratorias y la no ratificación -al menos durante varios meses-
de tratados de libre comercio bilaterales ya firmados (por ejemplo con
Colombia, que entró en vigencia recién hacia 2012), provocaron decepción en
muchos gobiernos.
La VI Cumbre de las Américas se realizó en Cartagena,
Colombia, los días 14 y 15 de abril de 2012. Para el gobierno estadounidense,
la reunión de Cartagena era estratégica porque necesitaba relanzar las
relaciones con América Latina. En los últimos años, los países del Sur fueron
mostrando una creciente reticencia a aceptar los mandatos de Washington. Ya sea
por su responsabilidad en la crisis financiera iniciada en 2008, la
persistencia de las sanciones contra Cuba, las políticas duras contra los
inmigrantes latinos (incluyendo el muro en la frontera con México), las
restricciones al ingreso de las exportaciones latinoamericanas (vía subsidios y
otros mecanismos paraarancelarios), o el histórico intervencionismo
(actualizado tras el golpe de Honduras a mediados de 2009), persistía un
generalizado sentimiento anti-yanqui que había alcanzado su
auge durante la presidencia de George W. Bush, pero que no desaparecía.
¿Cuáles eran las necesidades geoestratégicas del
Departamento de Estado para la reunión de Cartagena? Alentar la balcanización latinoamericana
–ninguneando organismos como la CELAC y tratando de reposicionar a la OEA–;
morigerar el avance chino, ruso, indio e iraní –el énfasis estaba puesto en los
crecientes vínculos del por entonces presidente iraní Mahmud Ahmadinejad con
Venezuela, Cuba, Nicaragua y Ecuador[7]– y debilitar el eje bolivariano –la
estrategia de la Casa Blanca incluía una aproximación a Brasil y Argentina para
intentar contener la influencia de Chávez en la región–. Pero también existían
necesidades económicas, potenciadas por la crisis estadounidense, que llevó el
desempleo al 9%. Como señaló Obama en reiteradas oportunidades, un objetivo de
su política exterior era exportarle más a América Latina, para ayudar a
equilibrar la cada vez más deficitaria balanza comercial estadounidense.
Asimismo, por razones electorales, el líder demócrata
necesitaba volver a enfocar su atención en el Sur: sus aspiraciones
reeleccionistas lo obligaban a pelear por el voto latino. Sin embargo, el
electorado de ese origen no es uniforme. Obama debió transitar, en
consecuencia, un equilibrio poco coherente. Por un lado sobreactuaba las
políticas duras hacia Cuba y Venezuela (para generar simpatías, por ejemplo, en
el electorado anticastrista de Miami), por otro pretendía mostrarse en sintonía
con los demás países de la región, que desplegaron una activa campaña en contra
del bloqueo a Cuba y de su exclusión de las cumbres interamericanas. Como la
población latina crece incesantemente en Estados Unidos, se transforma en un
claro objetivo de demócratas y republicanos. Estos últimos, criticaban a Obama
por haber descuidado la región, mostrarse demasiado blando con los Castro y
Chávez, y haber permitido el avance del eje bolivariano. El Presidente tenía
pocos éxitos para mostrar en su relación con la región, por eso era clave la
Cumbre de Cartagena, que se realizó apenas seis meses antes de las elecciones
presidenciales.
Del lado latinoamericano, la antesala de la cumbre mostró
las contradicciones existentes entre los países de la región. Por un lado, se
encontraban los gobiernos más afines a Washington (México, Honduras, Colombia,
Chile y Costa Rica). Son los que más dependen de Estados Unidos. Sus gobiernos,
con matices, despliegan políticas económicas neoliberales; quieren ampliar el
comercio con Estados Unidos a través del Acuerdo Estratégico Transpacífico de
Asociación Económica e impulsan la Alianza del Pacífico, un engendro neoliberal
aplaudido por Estados Unidos. Pero la sujeción a Washington es más sutil y
matizada que hace una década. En las antípodas, se ubica el eje bolivariano
impulsado por Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Los países del
ALBA plantearon como impostergable la inclusión de Cuba y pugnaron, junto a
aliados clave como Brasil y Argentina, para que en Cartagena se debatiese sobre
el bloqueo estadounidense a la Isla, así como sobre la cuestión de las islas
Malvinas, consideradas como un resabio colonial inaceptable en América Latina.
Un tercer grupo lo conformaban los países del Mercosur, con
Brasil a la cabeza. Apuestan a la integración a través de la UNASUR, pero no
confrontan abiertamente con Estados Unidos. Asumen una posición distinta a la
de los dos primeros grupos. Los gobiernos de estos países tienen acuerdos y
tensiones con Estados Unidos. No se sumaron a los países del ALBA en su reclamo
explícito de incluir a Cuba en Cartagena, pero a la vez participaron en
distintas instancias de integración regional con el gobierno de La Habana y se
unieron, ya en Cartagena, al reclamo general para terminar con el aislamiento
del régimen castrista. Su intervención en esta cumbre fue clave para dirimir el
rumbo de la misma. Un dato fundamental es que ésta fue la primera Cumbre de las
Américas que se realizó tras el establecimiento efectivo de la UNASUR y de la
CELAC. Muchos países de la región, que no atravesaban las crisis económicas y
políticas de Europa y Estados Unidos, pretendieron (y en parte lograron) que se
manifestase en la reunión esta nueva correlación de fuerzas continental.
La cubanización previa a la Cumbre trastocó
los planes de Estados Unidos y del país anfitrión, Colombia. Los países del
ALBA plantearon al gobierno colombiano, el 7 de febrero, que debía
invitar a Cuba. Aunque el gobierno de La Habana viene sosteniendo desde 2009
que no volverá a la OEA, sí declaró que pretendía participar de las Cumbres de
las Américas. El Departamento de Estado insistió en que Cuba debía realizar
reformas democráticas antes de reincorporarse. Fundamentó la
negativa a incluir a Cuba en una cláusula democrática aprobada
en la III Cumbre, en 2001.
El eje bolivariano se anotó un triunfo de entrada. Al lograr cubanizar todos
los debates previos a la cumbre, logró justo lo contrario de lo que Estados
Unidos necesitaba: el bloqueo, la base en Guantánamo y la exclusión de la Isla
del sistema interamericano son temas que necesariamente alejan a Washington de
los países latinoamericanos.
¿Cuál fue el saldo de la Cumbre de de Cartagena? Fue la
tercera consecutiva en la que no hubo consenso para firmar la declaración
final. Fue el cónclave al que más jefes de estado faltaron (Correa, Chávez,
Ortega y Martelly). Quedó claro que Washington ya no domina como antes: los
tres temas principales de debate fueron planteados por los países
latinoamericanos, a pesar de los deseos de la Casa Blanca. En dos temas
prioritarios hubo consenso de 32 países: Cuba y Malvinas. Mientras los
mandatarios latinoamericanos se pronunciaron por el fin del bloqueo y la
exclusión de Cuba y por los reclamos argentinos de soberanía sobre las Islas,
Estados Unidos y Canadá boicotearon la inclusión de estos tópicos en la
declaración final. Se debatieron otros temas polémicos: lucha contra el
narcotráfico (se planteó el fracaso de la guerra a las drogasimpulsada
hace cuatro décadas por Washington), políticas migratorias (se criticaron las
duras políticas estadounidenses para combatir la inmigración latina),
proteccionismo (barreras arancelarias y no arancelarias, como las que Estados
Unidos utiliza para limitar algunas exportaciones agropecuarias de los países
latinoamericanos)[8].
En síntesis, los esfuerzos de la Administración Obama para
revertir la decepción latinoamericana frente a sus políticas hacia la región
resultaron infructuosos. Ni siquiera el presidente colombiano, aliado
estratégico en América del Sur, respondió a las expectativas de la Casa Blanca:
en su discurso de apertura, le enrostró a su par estadounidense que eran
anacrónicos el bloqueo y exclusión de Cuba de estas reuniones. En Cartagena, en
definitiva, se puso de manifiesto la relativa pérdida de influencia
estadounidense, tanto desde el punto de vista económico como político.
Si en 2005 se dijo que Mar del Plata había sido la tumba del
ALCA, hasta hace poco parecía que Cartagena iba a ser la tumba de las Cumbres
de las Américas. Los países del ALBA ya habían dicho explícitamente en 2012 que
si Cuba no era invitada, no volverían a participar en este tipo de encuentros.
Argentina y Brasil también se habían expresado en un sentido similar. Sin
embargo, el anuncio conjunto entre Obama y Castro, en diciembre de 2014, del
inicio de un proceso de “normalización” de las relaciones bilaterales y la
invitación que el gobierno panameño extendió al de la isla para participar en
la Cumbre, cambiaron el escenario.
El miércoles 17 de diciembre de 2014, el presidente
estadounidense anunció, en forma simultánea con su par Raúl Castro, el
restablecimiento de las relaciones bilaterales. La explicación de este cambio
en la política del Departamento de Estado no es unívoca sino que responde a la
convergencia de una serie de factores, siendo el más importante el geopolítico[9]. Con esta audaz jugada, el gobierno
de Washington pretende recuperar su histórica posición hegemónica en América
Latina y el Caribe y eliminar lo que Cuba representaba: el mayor foco de
resistencia anti-estadounidense en el continente, inspirador de múltiples
movimientos revolucionarios y de liberación nacional.
Luego del fracaso que resultó para Washington la Cumbre de las
Américas realizada en Cartagena, Obama pretendió recuperar la iniciativa en las
relaciones interamericanas, detener el avance de potencias extra regionales
(fundamentalmente China) y limitar las aspiraciones de Dilma Rousseff de
transformarse en vocera de América del Sur -vía el MERCOSUR o la UNASUR. Por
eso, la Alianza del Pacífico es fundamental para el reposicionamiento de
Washington en la región. A través de la misma, se pretende atraer a los países
disconformes del MERCOSUR, como Uruguay y Paraguay, y reintroducir políticas
neoliberales que tanta resistencia popular generaron en las últimas dos
décadas. El anuncio de la distensión con Cuba debe entenderse en ese contexto,
ya que podría eliminar una de las principales causas de fricción con los países
de la región. La Cumbre de Panamá, realizada el 10 y 11 de abril de 2015, fue
un escenario interesante para medir hacia dónde van las relaciones
interamericanas y cuál es el margen que mantienen los países bolivarianos para
seguir impugnando la política de Estados Unidos en la región.
El hecho más destacado fue el encuentro entre Obama y
Castro. Los grandes medios de comunicación y la derecha continental destacaron
el supuesto triunfo diplomático de Estados Unidos, quien habría logrado
desbaratar con esa audaz jugada los argumentos anti-imperialistas del eje
bolivariano y la izquierda latinoamericana. La activa diplomacia del
Departamento de Estado en las horas previas al inicio de la Cumbre logró
desactivar los dos temas más ríspidos: prometió a Cuba la inminente revisión de
su inclusión en la lista de supuestos patrocinadores del terrorismo –el 14 de
abril Obama presentó ante el Congreso esa solicitud y el 20 de julio se concretó
la apertura de embajadas en Washington y La Habana- y envió a Thomas Shannon a
Caracas para iniciar conversaciones con el gobierno de Nicolás Maduro –tras las
tensiones generadas a partir de la orden ejecutiva del 9 de marzo, en la cual
declaró a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad
nacional” estadounidense-. Obama visitó Jamaica antes de arribar a la Cumbre, y
allí se reunió con los países de la Comunidad del Caribe (CARICOM), para
intentar alejarlos de la influencia venezolana a través del ALBA y Petrocaribe.
Estos analistas se ilusionan con el agotamiento de las experiencias
“populistas” y auguran la ampliación de la Alianza del Pacífico. Destacan que
Obama impuso su agenda a favor de la democracia y los derechos humanos -no se
privó de reunirse con representantes de la “sociedad civil” cubana, o sea con
reconocidos disidentes- y participó en reuniones con los grandes empresarios de
la región, además de recibir la felicitación de todos los mandatarios,
quienes elogiaron su apertura hacia Cuba, lo contrario que había ocurrido en la
Cumbre de Cartagena, tres años atrás. Logró neutralizar a Brasil -incluso se
anunció la visita de Dilma Rousseff a Washington, que se concretó en junio,
cerrándose así el incidente derivado del espionaje que se conoció en 2013- y
sólo tuvo que soportar las “críticas anacrónicas” de los “populistas más
recalcitrantes”, léase Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega, Cristina
Kirchner y Nicolás Maduro (aunque este último hizo un llamamiento al diálogo y
tuvo el sábado un encuentro bilateral con Obama). Sin embargo, ese balance
expresa más los deseos de la derecha continental que la realidad.
Lo cierto es que en la Cumbre, una vez más, se expresaron
las tensiones que atraviesan el sistema interamericano y la relativa pérdida de
hegemonía de Estados Unidos en la región. El 3 de abril, apenas una semana
antes de la Cumbre, la propia Subsecretaria de Estado Roberta Jacobson, en una
conferencia de prensa, debió admitir su “decepción” por el rechazo continental
a la acción de su gobierno contra Venezuela. Fue la primera vez en la que
participaron los 33 países de Nuestra América, incluida Cuba, lo cual forzó a
Estados Unidos a reconocer el fracaso de sus agresivas políticas contra la isla
y a negociar con el gobierno revolucionario. Este giro no respondió a la
voluntad de Obama, sino a la lucha del pueblo cubano y a la solidaridad del
resto del continente. La persistente demanda de la UNASUR, la CELAC y el ALBA
cosechó sus frutos en Panamá. Estados Unidos debió ceder ante La Habana, que no
apuró la apertura de las embajadas, y Raúl Castro mantuvo sus banderas en alto,
solidarizándose con el gobierno de Venezuela. Obama no logró imponer una
declaración final consensuada y los mandatarios reclamaron la derogación de la
orden ejecutiva contra Venezuela. El presidente estadounidense no solamente fue
criticado, como era previsible, por sus pares del eje bolivariano, sino también
por la mandataria argentina.
Los movimientos sociales también tuvieron su protagonismo y
participaron activamente de la
Cumbre de los Pueblos, que defendió a Cuba y Venezuela, reclamó por la
soberanía de las Malvinas, exigió la salida al mar de Bolivia, la independencia
de Puerto Rico, el retiro de las
bases militares de Estados Unidos esparcidas por toda la región, la
indemnización a Panamá por la invasión de 1989 y criticó las políticas
económicas neoliberales que siembran el hambre, la pobreza y el atraso en todo
el continente.
La mayoría de las fuerzas populares y la izquierda
latinoamericana, muchas de las cuales se expresaron en la Cumbre de los Pueblos
que se realizó en Panamá, advierten esta nueva ofensiva de Estados Unidos,
funcional al restablecimiento de la agenda neoliberal, resistida a través de
amplias movilizaciones y levantamientos en los últimos 20 años. Entienden que
es preciso seguir defendiendo la integración alternativa que plantea el eje
bolivariano. El ALBA de los movimientos sociales, en ese sentido, puede ser una
herramienta eficaz para coordinar a las fuerzas políticas populares que
construyen desde una perspectiva latinoamericana, con una orientación
anti-imperialista y, en algunos casos, socialista[10].
Conclusiones
En la actualidad, Estados Unidos ya no puede mandar en su
pretendido patio trasero como lo hizo a lo largo del siglo
pasado. Fracasó en la creación de un área de libre comercio continental, en su
mentada “guerra contra las drogas”, en su agresión contra Cuba y en los
múltiples intentos por derrotar o debilitar al eje bolivariano. Esto obligó a
Washington a redoblar sus esfuerzos en la región, adaptando las tácticas.
“La doctrina Monroe ha terminado”, sostuvo el Secretario de
Estado John Kerry el 18 de noviembre de 2013, ante embajadores del continente
en la sede de la OEA. Y Agregó: “La relación que buscamos… no es una
declaración de EU de cuándo y cómo intervendrá en los asuntos de estados
americanos, es sobre todos los estados viéndonos como iguales, compartiendo
responsabilidad y cooperando en asuntos de seguridad”[11]. Fue un claro intento por retomar la
iniciativa que ensayó Obama en la Cumbre de Trinidad y Tobago, y por morigerar
los efectos negativos que tuvieron las recientes declaraciones de Kerry (el 17
de abril de 2013, ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de
Representantes, se refirió ofensivamente a la región como el patio
trasero estadounidense) y el espionaje masivo de su gobierno contra
líderes regionales (que llevó a varios mandatarios a participar en la Cumbre de
Cochabamba para respaldar a Evo Morales y a Dilma Rousseff a cancelar su visita
de Estado a Washington y a comprar aviones de guerra noruegos, en vez de los
estadounidenses). Frente a una América Latina que avanza -aunque con
dificultades- en la construcción de una integración alternativa y frente a la creciente
presencia de China y otros actores extra hemisféricos -la Unión Europea relanzó
en 2013 las conversaciones informales para establecer un TLC con el Mercosur-,
Washington intenta reposicionarse en una región estratégica para su pretensión
de mantener su hegemonía global.
Si bien la nueva política de Estados Unidos hacia Cuba está
provocando cambios en las relaciones interamericanas, esto no implica que vayan
a desaparecer los reclamos de los países de Nuestra América. En la III Cumbre
de la CELAC (Belén, Costa Rica, 28 y 29 de enero de 2015), Raúl Castro
condicionó la normalización del vínculo con Estados Unidos al levantamiento del
bloqueo: “El restablecimiento de relaciones diplomáticas es el inicio de un
proceso hacia la normalización de las relaciones bilaterales pero ésta no será
posible mientras exista el bloqueo”[12]. En ese encuentro, los Jefes de Estado
de la CELAC se sumaron al reclamo y exigieron, una vez más, el fin
del bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Estados Unidos
contra Cuba. Aún falta un largo camino para que el Congreso estadounidense
termine con las sanciones económicas contra la isla, repudiadas por casi todos
los países en las asambleas generales de la ONU.
El balance de las relaciones de Estados Unidos con América
Latina y el Caribe, durante el primer mandato de Obama, había dado lugar a
muchas frustraciones, en función de las expectativas que había generado en
2009, cuando prometió una nueva “alianza entre iguales” con sus vecinos del sur[13].
En sus primeros cuatro años al frente de la Casa Blanca, se
produjo el golpe de Estado en Honduras (contra un presidente que integraba el
ALBA), desestabilizaciones en Venezuela -aunque no lograron derrotar
electoralmente a Chávez-, creciente militarización en la región, con nuevas
bases[14], profundización de la fracasada lucha
contra el narcotráfico, persistencia del bloqueo contra Cuba y de la cárcel
ilegal en la Base de Guantánamo, continuidad de los mecanismos proteccionistas
no arancelarios que afectan las exportaciones de bienes agropecuarios
latinoamericanos, e intervención en los asuntos internos de los países de la región
que plantean políticas distintas a las neoliberales impulsadas por los
organismos financieros internacionales. La decepción de muchos gobiernos de la
región se expresó en Cartagena. En esa Cumbre de las Américas, en los temas
principales, Washington quedó en soledad, secundado apenas por Canadá.
En su segundo turno, la estrategia de Obama se centra en
impulsar el afianzamiento de la Alianza del Pacífico, un resabio del ALCA en el
que se impulsan políticas neoliberales, junto a los gobiernos de México,
Colombia, Chile y Perú. Su objetivo es intentar debilitar el eje bolivariano.
En ese mismo sentido, el Departamento de Estado espera que el restablecimiento
de relaciones con Cuba disuelva una disuelva una de las políticas más
antipáticas y criticadas en Nuestra América. La estrategia sigue siendo
intentar debilitar los proyectos de integración (en torno al ALBA) y coordinación
política (a través de la UNASUR y la CELAC) latinoamericanos y morigerar el
avance económico chino, a través de la promoción del libre comercio de bienes y
servicios (no así de productos agropecuarios) y el impulso a la radicación de
capitales estadounidenses en la región, con mayores facilidades y menos
regulación de los Estados. Además, como afirmó en 2012 el entonces secretario
de Defensa León Panetta, uno de los objetivos estratégicos de su gobierno es
mantener el liderazgo mundial y hemisférico de Estados Unidos. Para lograrlo,
dada la necesaria restricción presupuestaria y la concentración de esfuerzos
bélicos en Asia-Pacífico, el Pentágono tenía la función de elaborar
“innovadoras y flexibles alianzas” con los países “amigos” o “aliados” del continente
americano[15].
La nueva política hacia Cuba busca, en parte, restablecer la
posición hegemónica de Estados Unidos en el continente americano, recomponiendo
el vínculo político con los gobiernos de la región. Impulsar la transición
hacia el capitalismo en Cuba, ya que no logró hacer colapsar al gobierno
encabezado primero por Fidel y luego por Raúl Castro, sería un elemento
simbólico para mostrar el triunfo del modelo estadounidense y el fracaso del
proyecto revolucionario.
A lo largo de la historia, las políticas de Estados Unidos
hacia el sur del continente, desde que abandonaron las invasiones abiertas con marines en
pos de la buena vecindad, se nutrieron de dos componentes: zanahorias y garrotes.
Promesas de ayuda financiera, concesiones comerciales, inversiones e intercambios
académicos convivieron históricamente con amenazas, desestabilizaciones,
sanciones económicas y apoyos a militares golpistas. Así, para conseguir
aprobar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en 1947, se
prometió una suerte de Plan Marshall para América Latina. Para
lograr los votos que permitieran expulsar a Cuba de la OEA, se lanzó la Alianza
para el Progreso[16]. Luego del fracaso del endurecimiento de
las sanciones económicas contra Cuba en la década de 1990, ahora Obama optó por
la distensión y por promover el comercio, el turismo y la radicación de
inversiones estadounidenses como un mecanismo para penetrar en la isla y forzar
los cambios que Washington anhela hace más de medio siglo.
Como ocurrió a lo largo del siglo XX, hoy conviven los
ofrecimientos -acuerdos de libre comercio, inversiones, asistencia financiera-,
con las amenazas para quienes confronten con los intereses de Washington: red
de bases militares de nuevo tipo, desestabilización de los gobiernos
bolivarianos, espionaje contra presidentes latinoamericanos, presión a través
de las grandes corporaciones de prensa, financiamiento a grupos opositores a
través de ONGs, quita de beneficios comerciales. Estados Unidos necesita
restablecer la legitimidad e influencia que supo tener la OEA en la posguerra,
una institución que fue, la mayor parte de las veces, funcional a sus
estrategia de dominio y ordenamiento regional[17].
Nuestra América enfrenta una renovada ofensiva
estadounidense que pretende consolidar una restauración conservadora. Si bien
ésta no es inexorable, ya que depende de la correlación de fuerzas políticas y
sociales, es fundamental sostener y profundizar los procesos radicales,
avanzando hacia una transformación económico-social que vaya más allá de la
retórica posneoliberal. Ello requiere analizar críticamente no sólo el
imperialismo estadounidense, sino también los acuerdos de libre comercio que se
negocian con la Unión Europea y con China.
Los movimientos sociales y las fuerzas políticas populares
de la región advierten, mayoritariamente, esta nueva ofensiva imperialista, que
pretende aprovechar las debilidades del bloque bolivariano para reintroducir la
agenda neoliberal. Retomar la integración desde abajo, aquella que hace casi
una década logró derrotar el ALCA hace una década, parece uno de los caminos
que están privilegiando para resistir este nuevo embate. En esa línea, es hora
de avanzar hacia una integración autónoma, por fuera del mandato de Estados
Unidos, y con una agenda propia, que permita revertir esta nueva ofensiva del
capital sobre el trabajo.
La histórica estrategia de Estados Unidos de alentar la
fragmentación latinoamericana, aún vigente, enfrenta serios desafíos. El ALBA,
como proyecto de integración alternativa, y la UNASUR y la CELAC, como
herramientas de coordinación y concertación política entre los países de
Nuestra América, son una manifestación de la menguante hegemonía
estadounidense. Superar la concepción del realismo periférico,
renuente a confrontar con la principal potencia por los costos económicos que
supuestamente acarrearía, es el desafío principal de las clases populares de
los países de la región. Es hora de concebir otro tipo de integración,
inspirada en los ideales bolivarianos, pero pensada como estrategia de real
autonomía e independencia, en el camino hacia la construcción de otro orden
económico-social a nivel mundial.
[1] Leandro Morgenfeld es Licenciado en
Historia, Magíster en Historia Económica y de las Políticas Económicas y Doctor
en Historia (UBA). Profesor en las facultades de Ciencias Económicas y Ciencias
Sociales de la UBA. Investigador del CONICET con sede en el Instituto de
Investigaciones de Historia Económica y Social (UBA).
[2] Suárez Salazar, Luis y García Lorenzo,
Tania 2008 Las relaciones interamericanas: continuidades y cambios,
Buenos Aires, CLACSO
[3] Morgenfeld, Leandro 2011 Vecinos
en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas
(1880-1955), Buenos Aires, Ediciones Continente.
[4] Romano, Silvina María 2013 ¿América
para los americanos? Integración regional, dependencia y militarización,
Panamá, Ruth Casa Editorial.
[5] Rabe, Stephen G. 2012 The
Killing Zone. The
United States Wages Cold War in Latin America, New York, Oxford University Press.
[6] Morgenfeld, Leandro 2006 El
ALCA: ¿a quién le interesa?, Buenos Aires, Ediciones Cooperativas.
[7] Klich, Ignacio 2010 “A pesar de
Washington”, en Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur (Buenos
Aires) febrero.
[8] Morgenfeld, Leandro 2012 “América, de
cumbre en cumbre”, en Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur
(Buenos Aires) N. 155, abril, pp. 12-13.
[9] Desarrollamos ampliamente la
explicación sobre las distintas causas del giro, sobre las primeras
negociaciones, con sus idas y vueltas, y sobre los desafíos para Nuestra
América, en Morgenfeld, Leandro 2014 “Estados Unidos-Cuba: un giro histórico
que impacta sobre América Latina y el Caribe” en Crítica y Emancipación,
de CLACSO (Buenos Aires) N. 12, pp. 103-146 .
[10] Ver Articulación Continental de
Movimientos Sociales Hacia el ALBA en <http://www.albamovimientos.org>.
[11] CNN en español, 18 de noviembre
de 2013.
[13] Véanse, entre otros, la tercera parte
de Castillo Fernández, Dídimo y Gandásegui (Hijo), Marco A. (coords.) 2012 Estados
Unidos más allá de la crisis, México, Siglo XXI y CLACSO.
[14] Luzzani, Telma 2012 Territorios
vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica, Buenos
Aires, Debate.
[15] Panetta, Leon, 2012, La
política de defensa para el Hemisferio Occidental, Washington,
Department of Defense United States of America.
[16] Morgenfeld, Leandro 2014 “El jardín de
atrás. La siempre conflictiva relación con América Latina” en El
Explorador Estados Unidos de Le Monde Diplomatique (Buenos
Aires) marzo, pp. 64-67.
[17] Para un análisis crítico del
panamericanismo y de la OEA, véase Vázquez García, Humberto, 2001, De
Chapultepec a la OEA: apogeo y crisis del panamericanismo, La Habana, Editorial
de Ciencias Sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario